Llegó la luz. Antes, tuvimos que pasar 176 horas en oscuridad, como casi un millón de personas. Estuvimos desde el 1 de agosto hasta el viernes 9 así por rajadas de vientos inesperadas en una ciudad como Santiago, poco acostumbrada a esos eventos, con décadas de sequía, árboles a punto de caer y sectores en los cuales ni las empresas ni los municipios han cumplido con inspecciones y reparaciones.
Minutos antes del corte el movimiento de las ramas de un árbol sacó tantas chispas de un cable de electricidad que nuestra calle parecía estar celebrando el año nuevo. El chiste por el chisporroteo duró poco. Luego vino la oscuridad y durante días nadie respondió a nuestros pedidos. Ni Enel, ni la municipalidad.
Depender de cada municipio, si es más o menos activo, tiene más o menos capacidades, sabiendo que muchos de ellos dependen del fondo común municipal y con suerte pueden satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes es exasperante. Cuántas mujeres solas responsables del cuidado a niños, niñas y adolescentes o personas mayores a las que, además de la doble carga laboral, tenían que lidiar con el estrés de esta situación y de hacer gestiones para estar mejor o averiguar cuándo volvería la luz. La comunidad en esto es clave, pero no debemos olvidar que habitamos un país con una cifra muy alta de desconfianza interpersonal y de escaso tejido social, por lo que urge profundizar estos lazos.
Tuvimos que reclamar, protestar y hacernos visibles por redes sociales para que llegaran las respuestas. No hubo otra salida a la crisis.
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El primer día no tuvimos noticias de nadie. Nos coordinamos con los vecinos por WhatsApp, hicimos denuncias en los canales habilitados de Enel y de la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SEC), intentábamos seguir con las vías de contacto indicados por la compañía… Y era imposible tener alguna respuesta. Nada. Silencio absoluto.
Seguimos todo el fin de semana así. Algunos con más o menos molestia, más o menos paciencia y, con cierta esperanza de que máximo el domingo esto estaría resuelto.
Profundo error.
Empezó una nueva semana y la vida al estilo “camping” o a la luz de las velas ya no parecía tan divertida –o “romántica”, como decían algunos en sus redes– para muchas familias. Las temperaturas en Santiago llegaban a 4 grados y nosotros sin luz, estufas o calefacción. Sin agua caliente o cocina. Y sin información concreta de cuándo se repondría.
Comenzó el “sálvese quien pueda”.
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Impacta que tengamos un sistema tan endeble, poco fiable y tan poco transparente. La sensación de estar solos en esto, no saber a quién acudir y que la solución está en las manos de una y de tus propias redes o capacidades económicas. No hay ninguna información oficial, concreta y fiable a la que podamos acceder en la época del mayor desarrollo y uso de las tecnologías de la información y de la proliferación de la Inteligencia Artificial. Resulta insólito que ni los municipios sepan a ciencia cierta cuántas cuadrillas están trabajando, su hoja de ruta diaria y otra información del estilo. La información es poder, dicen, y en esto, estábamos absolutamente a ciegas: Enel, el Estado y nosotros.
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Algunos hicimos abandono de hogar, para refugiarnos donde familiares. Otros lograron conseguir generadores ruidosos, contaminadores pero salvadores, para suplir la electricidad. Otras familias decidieron aperrar como podían, consiguiendo estufas a gas y cargando celulares en casas vecinas. Todo dependía de las capacidades de cada cual y contar con redes, familia, recursos económicos, en un país y una ciudad con una desigualdad abismante.
Los días pasaron. Pero el silencio y la indiferencia seguían siendo la tónica. Creo que la sensación que más compartíamos era de abandono, desamparo, nos sentíamos invisibles. No teníamos forma de obtener información oficial y concreta. De la municipalidad casi no supimos, incluso cuando se trata de Vitacura, la comuna con más recursos y capacidades del país, por lejos. Si es así aquí, ¿cómo será en otros sectores del país que se enfrentan a situaciones similares a menudo?
Recién al quinto día llegaron unas personas subcontratadas por Enel para hacer un diagnóstico de nuestra situación. Algo que hubiéramos esperado que ocurriera el día 1. Con angustia vimos por las redes cómo un directivo de la empresa decía en entrevista con 24 Horas: “si no nos llaman, no tenemos posibilidad de saber que están sin suministro”.
Yo solo me preguntaba: ¿Me da su teléfono para llamarlo? A esa altura ya llevaba casi 100 horas sin luz.
Al sexto día, la desesperación ya se notaba en el ambiente. Niños y niñas resfriados, refrigeradores descongelados, frío en las casas, comida botada, almacenes y negocios que perdieron casi todo. Y seguíamos con escasa información.
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Mensajes que recibí de Enel:
Sábado, 18:15: Enel te informa que continúan los trabajos de reposición del servicio en tu sector, estimando normalizar a las 23:27 horas aprox.
Domingo, 22:57: Enel te informa que continúan los trabajos de reposición del servicio en tu sector, estimando normalizar a las 23:27 horas aprox.
Lunes, 23:15: Enel te informa que continúan los trabajos de reposición del servicio en tu sector, estimando normalizar a las 23:27 horas aprox.
Martes, 11:51: Enel te informa que continúan los trabajos de reposición del servicio en tu sector, estimando normalizar a las 23:27 horas aprox.
Siempre la misma respuesta automática. Nunca una solución. A esa altura, la información era igual de creíble que las cifras del CNE venezolano.
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El municipio, gracias a las gestiones e insistencia de un vecino, apareció haciendo un levantamiento de necesidades de los hogares –principalmente de personas mayores o electrodependientes–.
Ya había mucha molestia. Los vecinos decidimos organizarnos más allá de ofrecernos ayuda mutua: creímos que debíamos hacernos oír como lo estaban haciendo otras personas afectadas. El que no llora no mama.
Hicimos un cacerolazo que llamó la atención de Mega y T13 y, con eso, a la alcaldesa. Por primera vez recibimos información oficial: el jueves 8 de agosto por la tarde Enel se había comprometido a que tendríamos luz. ¡Al fin! Éramos afortunados, se nos dijo: Enel habría informado que alrededor de 30.000 clientes seguirían en esta situación por otra semana más.
El Municipio puso centros de carga de celulares y otros dispositivos, además de seis generadores en casas priorizadas con personas mayores y niños y niñas. Al fin sentíamos algo de preocupación y de acción, pero ¡a una semana de lo ocurrido!
La luz no llegó el día acordado, pero sí al siguiente. Al menos en mi casa. La otra mitad del vecindario tuvo que esperar 24 horas más sumidos en la desesperación de que en el mapa de Enel su problema aparecía resuelto. Esta vez fue clave la insistencia del municipio para que todo se solucionara.
Ni Dios se demoró tanto en hacer la luz.
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Espero que, una vez superada esta emergencia, no olvidemos muchas discusiones urgentes y profundas que como país debemos tener: ¿cómo nos adaptamos de verdad a estas situaciones nuevas a causa del cambio climático? ¿Cómo puede el Estado tener un rol más activo a pesar de que los servicios de utilidad pública estén privatizados? Parece insólito que solo se pueda multar o cancelar la concesión, como ha hecho el gobierno, con todas las implicancias que esto tiene para los usuarios. ¿Podremos de algún modo hacer parte al Estado o la ciudadanía en este tipo de soluciones? ¿cómo hacemos para que la empresa privada que no tiene competidores considere como parte de su servicio básico el comunicar de modo oportuno y empático a la ciudadanía? ¿Cuál es el rol de los municipios en este tinglado? ¿Cuánto es razonable que paguemos por un servicio básico en un país de ingreso medio para tener un buen servicio? ¿Debemos poner límite al retiro de utilidades para que se hagan las inversiones mínimas y necesarias más que optar por un modelo de compensaciones como el actual? ¿Cómo podemos contar con un sistema mínimamente moderno y con información veraz, en línea y contrastable?
No tengo respuestas para todo. Solo espero que, como país, podamos tener una seria conversación sobre el tema, con evidencia en mano y dejando de lado el culpar al oponente y con la calculadora política de por medio. Tengo pocas esperanzas. Asumo que habrá algunas compensaciones y que, con la llegada de la primavera, esto será un mal recuerdo hasta el próximo fenómeno natural en que estaremos, de nuevo, poniendo el grito en el cielo y escuchando cómo la empresa le tira la pelota al Estado, los municipios a la empresa y la oposición al gobierno de turno. Mientras tanto, en la ciudadanía, crecerá la sensación de abandono y desapego.