Por Alejandra Conconi y Sebastián Schulz
La Nueva Ruta de la Seda responderá a un modelo de cooperación internacional innovador que incluye intercambio comercial pero también contempla lo digital, ambiental y sanitario.
China hace una invitación y encanta a medio mundo.
La idea que Xi Jinping presentó en 2015 ya sumó a 146 países, el 74% de los reconocidos por Naciones Unidas. Hay 29 europeos, 42 asiáticos, 45 africanos, 10 de Oceanía y 20 de América Latina y el Caribe.
El objetivo es construir una comunidad de destino compartido para la humanidad, con la conectividad (en sus distintas dimensiones) jugando un rol clave.
El concepto Ruta de la Seda abarca dimensiones de la conectividad no necesariamente física: por eso se habla de una Ruta de la Seda Digital, una Ruta de la Seda Verde, una Ruta de la Seda de la Salud, entre otras alternativas.
Entre otras mega obras de ingeniería, incluye 6 corredores terrestres (que unen China con Asia Central, el Sudeste Asiático, Pakistán, Mongolia-Rusia y Europa Occidental) y una Ruta Marítima que conecta más de 25 puertos alrededor del mundo.
Se trata de una propuesta abierta y flexible, lista para adaptarse a las particularidades de los países que se sumen y a las dimensiones de cooperación de los acuerdos entre las partes.
Desde que Alberto Fernández visitó China, el comentario en cualquier conversación casual sobre el tema es: ¿qué beneficios y qué desventajas nos acarrea?
El gobierno argentino escucha con atención las promesas de La Nueva Ruta de la Seda.
La iniciativa no está exenta de resistencias. Siete de las diez economías más grandes del mundo (Estados Unidos, Japón, India, Alemania, Gran Bretaña, Francia y Canadá) se niegan a sumarse. En nuestra región, Brasil, México y Colombia tampoco se han sumado.
También significa entrar en competencia con otras instituciones y formatos de cooperación que se hicieron legítimos luego de la segunda guerra mundial y la caída del Muro de Berlín.
Participar en el plan chino implica surfear las pujas de poder que hoy existen a nivel internacional.
La política argentina mira dos horizontes al mismo tiempo: cuenta con el apoyo de Estados Unidos para negociar con el FMI y dialoga con China sobre este proyecto que es el corazón de la disputa por la hegemonía global.
China es una realidad cada vez más presente en nuestros espacios empresariales y políticos, con quien es importante aprender a trabajar y a su vez fortalecer las instituciones y espacios que piensen y trabajen a diario en el largo plazo de la relación.
En el contexto de los 50 años de relaciones diplomáticas entre Argentina y China, será vital entender hacia dónde y en qué términos llevaremos la relación con este importante socio.
Por Alejandra Conconi y Sebastián Schulz