La Yambeque es una fiesta de salsa organizada por migrantes de Colombia y Venezuela en Buenos Aires. Es itinerante: ocurre donde la dejan, se arma y se desarma.
Yambeque es una palabra de la religión orisha que hace referencia a una fiesta o rito profano. También es el nombre de una canción del mexicano Eduardo Angulo que interpreta La sonora ponceña, una orquesta de salsa puertorriqueña.
Antes de la Yambeque se hacía Fuego en el 23, una fiesta mítica para los migrantes salseros de Buenos Aires. Fue en 2014, cuando no era tan común la migración colombiana y venezolana en la ciudad.
Unos punk de Bogotá se juntaron con una rockera de Barranquilla e hicieron una fiesta clandestina de salsa en Buenos Aires. Por el solo hecho de querer bailar, de recrear una fiesta familiar como las que vivían en la infancia en su país.
Porque en Colombia -y en otros países donde se escucha salsa- se socializa bailando. En las casas se baila en familia. Tíos con sobrinas, hermanos y hermanas entre sí. En esos países un almuerzo de domingo se puede convertir en una fiesta.
Fuego en el 23 recreaba una fiesta familiar colombiana en la noche porteña. Una parte de salsa en vivo; la otra, música que ponía una DJ. Pero era difícil encontrar permisos para hacer la fiesta: ningún espacio cultural creía que la salsa podría convocar gente.
También había -y aún hay- un prejuicio con el género. Se le dice ‘grasa’ y se lo trata con desdén, porque en la migración hay escalas y lo colombiano, lo peruano, lo venelozano están en el margen.
Pero justo la salsa viene de los márgenes. Migrantes de Centroamérica y el Caribe crearon las grandes orquestas en Nueva York en los '60 y '70. De la mano del dominicano Johnny Pacheco nació La Fania -la productora y disquera salsera más importante a nivel mundial- con estrellas como Celia Cruz, Héctor Lavoe, Tito Puente, Rubén Blades, Ray Barreto…
A la fiesta Clandestina de Fuego en el 23 la gente entraba a escondidas: armaban una fila en un poste una cuadra antes. Alguien abría la puerta, autorizaba la entrada y alguien avisaba a quienes esperaban. Uno tras otro caminaban, como en peregrinación, hacia las puertas del fuego.
Vecinos y policía estaban al tanto. Una noche tocaron la puerta. El que atendía demoró la conversación. Mientras tanto, adentro evacuaban a la gente con salsa de fondo. Cuando la policía entró la fiesta había desaparecido.
Y así desapareció para siempre. Los organizadores querían seguir armando fiestas, bailar salsa en la legalidad. Se juntaron con un venezolano y armaron la Yambeque.
Yambeque encontró lugares con permiso y funcionó 4 años, en los que hicieron más de 140 fiestas. El 9 de abril fue la última.
En el lugar la luz roja tenue se mezclaba con un azul fresco. Los cuerpos entraban y se esparcían como los espaguetis al soltarlos en el centro de la olla, encontraban un lugar.
Esa última fiesta se llamó Historia de una Rumba. La Candela -la DJ- le puso el nombre. Escuchó la canción un día de los que repasaba canciones de Celia Cruz (la Celia Cruz profunda, no la que se hizo For Export para Miami).
“Historia de una Rumba”, dice La Candela, es una canción del goce a pesar del sufrimiento. Siento algo que me llama, me llama, me llama No puedo dormir Es algo que me intranquiliza, que me vuelve loca Me tengo que ir
Alguien que se entrega al goce prohibido. Alguien que se va de fiesta, aunque sabe que después lo va a sufrir. Alguien que camina por el borde aunque sabe que se va a caer. Canté y bailé hasta la mañana Después me puse a vacilar Y cuando llegué a mi casa El negro, me dio con la palangana
Los migrantes se entregaron esa última noche como se habían entregado en el pasado al Fuego. Con la incertidumbre de no saber cuándo desaparecerá la fiesta; entregándose a la rumba como se entregan a la migración: algo que atraviesa y duele, pero genera goce y libertad.