—Usted es bienvenida a saturar este ambiente con los dones de su noble espíritu.
Es 21 de julio de 1922. Lucila Godoy Alcayaga llega en tren a la Ciudad de México. Tiene 33 años, es maestra autodidacta, escribe poesía pero su obra es inédita. En su paso reciente por los puertos de Valparaíso, El Callao, La Habana y Veracruz fue recibida con honores. Su anfitrión en la capital es José Vasconcelos. El viaje es seguido por la prensa latinoamericana. Es todo un acontecimiento, incluso cien años después.
La sociedad mexicana acarrea el trauma de una dictadura; Porfirio Díaz es historia y la Revolución Mexicana despliega políticas nuevas. Por eso el gobierno del General Álvaro Obregón escoge para sus filas a uno de los revolucionarios más carismáticos e inteligentes. Por hábil, apasionado y agitador de escritores, José Vasconcelos es nombrado rector de la Universidad Nacional y recibe una misión soñada: alfabetizar México con bibliotecas que sean el epicentro de la cultura, y con uno de los presupuestos más altos destinados a educación en toda la historia de América Latina. Cuando el escritor llega al cargo, existen 70 bibliotecas. En dos años funda más de dos mil, despliega estrategias para democratizar el acceso a la lectura y a la escritura. Lo hace en una alianza viva y lúdica, de la mano de maestras, poetas y artistas que recorren todo el país.
Vasconcelos pone patas para arriba a la educación pública; la vuelve masiva, accesible, aspiracional. Esta revolución los revoluciona a todxs. Es una llave también para Lucila Godoy Alcayaga: mientras la autora chilena acompaña, protagoniza y derrama en este proceso también ella se transforma. De Lucila nace Gabriela Mistral, la mujer pública, con fuerza para decir discursos y dirigir proyectos, la primera persona en América Latina en obtener el Nobel de Literatura. Su emergencia está marcada por el talento pero también por la oportunidad. Es hija y hermana de maestras, amiga de personas con bibliotecas, nacida en una sociedad en la que las mujeres fundan periódicos y luchan por los derechos de las niñas, Mistral tiene diferentes estímulos, como crecer escuchando los cuentos que le leen en su casa, en voz alta. Autodidacta, apasionada, autoexigente: en aquellos años, cuando la vocación se hacía materia, contó, comía poco, leía mucho y vivía cansada.
Este viaje le imprime optimismo, le da confianza y, sobre todo, la llave de su cuarto propio. No todo es poesía en su carrera. No sólo el permiso la habilita a profundizar en su talento. México le da seguridad económica: un pago estable por cuenta de la Secretaría de Educación Pública. Cuadro cultural, aliada política, escritora y maestra: la forma en la que durante veintiún meses ejerce estos cuatro roles al mismo tiempo son claves para que su carrera salte de escala. Se vuelve tan visible como para recibir un Nobel.
Esta revolución los revoluciona a todxs. Allí nace Gabriela Mistral, la mujer pública, con fuerza para decir discursos y dirigir proyectos, la primera persona en América Latina en obtener el Nobel de Literatura.
José Vasconcelos está enterado de la escena literaria continental. Bilingüe y lector de revistas, sabe identificar a sus pares, no sólo en el amor por la literatura sino en la capacidad de usar las palabras para conducir a acciones políticas que transformen la realidad. Cuando escuchó su nombre ni lo dudó: Gabriela Mistral también dedicaba su vida al mismo cometido y en Chile, un país tan conservador. Los une la poesía, la ideología y la religión: los dos son cristianos.
Vasconcelos transforma la pedagogía mexicana. Crea bibliotecas de diferentes tipos de funcionamiento: ambulantes, grandes o pequeñas, siempre rodeadas de música, conciertos, murales, obras plásticas, danza y cantos infantiles. El objetivo es alfabetizar a millones de personas, cuidar también la educación espiritual y artística. Convocan a maestros misioneros que renuevan las aulas y las hacen dignas de un mundo mejor. México se había desangrado por décadas, había poco que perder y mucho por imaginar.
“He recorrido con los trenes trepidantes o con el paso lento de mi caballo de sierra, México, el territorio trágico y suave a la vez, donde un pueblo parecido al nipón vive en cada día la cordialidad y la muerte. Y esta mirada mía, recogedora de cuarenta panoramas, me lleva al corazón una oleada de sangre calurosa. Gracias a México, por el regalo que me hizo de su niñez blanca: gracias a las aldeas indias donde viví segura y contenta; gracias al hospedaje, no mercenario, de las austeras casas coloniales, donde fui recibida como hija; gracias a la luz de la meseta, que me dio salud y dicha; a las huertas de Michoacán y de Oaxaca, por sus frutos cuya dulzura va todavía en mi garganta; gracias al paisaje, línea por línea y al cielo que, como en un cuento oriental, pudiera llamarse “siete suavidades”. Pero gracias, sobre todo, por estas cosas profundas: viví con mi norma y mi verdad en esta tierra y no se me impuso otra norma; enseñando tuve siempre el señorío de mí misma; dije con gozo mi coincidencia con el ambiente, muchas veces, pero dije otras mi diversidad. Dios libre a México de nueva angustia.”
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La revolución política cumple el sueño de los poetas. Vasconcelos tiene entre sus tareas urgentes publicar textos con lecturas situadas de la realidad social nacional. Primero conecta con Mistral a través de los impresos. La chilena ya colaboraba en la Revista El Maestro, el proyecto de Vasconcelos como rector de la Universidad Nacional.
Gabriela Mistral ama México, también, por lo que este país la desafía:
“México no es cosa para quedarse por la vida. Es una tembladera política”.
Es una de las pocas mujeres tratadas con respeto por Vasconcelos; educada en el Chile central, sabe cómo lidiar con la supremacía de los hombres de las letras.
Para conmemorar el centenario de los viajes de Mistral a México, el gobierno de López Obrador puso en marcha la recuperación de los archivos históricos relacionados con este intercambio. Los 400 documentos serán un regalo al gobierno de Chile, una forma de fortalecer la articulación de los gobiernos progresistas de ambos países y su apuestas por las políticas transformadoras.
Durante su estadía en el país de la revolución publica dos libros: Desolación, en 1922, su primer poemario editado en Nueva York, y Lecturas para mujeres, en 1923, una antología que le encarga la Secretaría de Educación. Termina Ternura, su segundo poemario, de 1924, y adelanta Motivos de San Francisco (póstumo, 1965). Colabora en la antología Lecturas clásicas para niños, en 1924; la versión poética de La Cenicienta anticipa un tópico que da pie a la versificación de otros clásicos. Reúne también textos traducidos al español para un público infantil. En Lecturas para mujeres, Mistral expresa su anhelo de contar con más clásicos escritos en español para mujeres:
“Yo desearía que, en arte como en todo, pudiésemos bastarnos con materiales propios: nos sustentásemos, como quien dice, con sangre de nuestras mismas venas, pero la indigencia, que nos hace vestirnos con telas extranjeras, nos hace también nutrirnos espiritualmente con el sentimiento de las obras de arte extrañas”.
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¿Por qué en México y Chile se recuerda esta revolución cultural cien años después?
En 2022, para conmemorar el aniversario, decenas de investigadores de los 32 Estados de México pusieron manos a la obra de la Dirección General de Memoria Histórica y el Archivo General de la Nación. Recuperaron los archivos públicos relacionados con la vida y obra de Gabriela Mistral. Y esta recopilación será un regalo del Gobierno de México al Gobierno de Chile. Tiene una particularidad: documenta el recorrido y el aporte de la autora en las primeras décadas del siglo XX. Hasta ese momento, sólo se había estudiado su vida y obra a partir de 1945, cuando recibe el Nobel. Estos 400 documentos, el regalo, no revolucionan su biografía ni su obra de la autora -como lo hizo el legado entregado por Doris Atkinson a Chile en 2007 cuando se “comprobó” el lesbianismo de Mistral- pero sí profundiza la rearticulación de los gobiernos progresistas de ambos países y sus ideas en torno al latinoamericanismo. Fundamentan por qué Gabriela Mistral sigue siendo la persona chilena más conocida en México, por qué el país tiene cientos de escuelas nombradas en su honor, cuál es el símbolo que le permite seguir jugando un rol en las relaciones bilaterales de ambos países.
“Tengo en mi espíritu un hemisferio mexicano, donde cada cosa de ustedes, mala o buena, repercute en zozobra o en alegría [...] México es para mí el pedazo de mundo donde vi hacer el reparto de suelo, de la herramienta, del libro y del pan escolar. Eso no se olvida, aunque se viva mucho, y eso lava el resto, de errores y miserias humanísimos [...] Yo soy una voz de México metida en garganta extranjera”
México vive el sexenio de la “Cuarta Transformación”, concepto creado por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador para diferenciarse de la etapa previa de los partidos derechistas PRI y PAN y de su vínculo con Estados Unidos. Uno de los pilares de la 4T es la amistad entre estos países. Por eso la figura de Mistral es casi un pretexto de lujo para saludar a Chile en Octubre pasado, cuando se esperaba que se aprobaría la primera constitución democrática, iniciando la transición a un estado plurinacional, intercultural, regional, ecológico constituido como República solidaria, inclusiva y paritaria.
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Cuando Lucía Godoy llegó por primera vez a México, las universidades de América Latina estaban convulsionadas por la efervescencia de sus organizaciones estudiantiles. Ya había ocurrido la Reforma Universitaria en Córdoba, Argentina.
Mistral agitaba ese proceso. En julio de 1922 envió un mensaje a la Federación de estudiantes en México:
“La aproximación hacia el pueblo, de parte de los estudiantes, ha sido muy discutida. ¿Es un mal el que los jóvenes universitarios se hagan dirigentes obreros? Yo no sólo acepto esta colaboración, sino que la alabo cálidamente. Todo lo que arranque al estudiante del ambiente libresco, todo lo que lleve a mezclarse en la vida, a sentir su aliento quemante sobre la faz, me parece inmenso bien. Miro con tanta irritación la enseñanza en su aspecto de rito frío, que me regocija hasta la raíz del alma ver a los jóvenes salirse de esa máquina muerta para ir a la acción, que, hasta cuando es errada, enriquece la experiencia […] Chile no es, como México, un país de grandes recursos y no puede multiplicar, como lo hace vuestro Gobierno, sus escuelas en la extensión que requiere nuestro analfabetismo sudamericano todavía vergonzoso […]
Mientras Gabriela vivía en México, en 1923, la Universidad de Chile le otorgó el título de profesora por “gracia”. Como hija de la clase trabajadora y campesina, tuvo como única maestra a su hermana Emelina. Como muchas mujeres pobres se había desempeñado como profesora, primero en escuelas rurales y luego como docente y directora de liceos de niñas en La Serena, Antofagasta, Punta Arenas, Temuco y Santiago. Estos trabajos le enseñaron a identificar organizaciones y líderes estudiantiles comprometidos con la justicia social.
Cien años después, Chile es conducido por líderes estudiantiles. Los sueños de Gabriela Mistral se siguen cumpliendo.
Cien años después, Chile es conducido por líderes estudiantiles. Los sueños de Gabriela Mistral se siguen cumpliendo. Y es que con la donación del año 2007 comenzó a aparecer el relato de una escritora revolucionaria, atractiva para los jóvenes y los movimientos sociales ávidos. En ese año, la sobrina de la albacea de Gabriela Mistral donó todos los documentos que estaban en Estados Unidos. Un año antes moría Doris Dana, pareja de la poeta, quien durante 50 años resguardó los documentos que se referían a su orientación sexual. Lo habían pactado: después de su muerte iban a dar a conocer al mundo que eran lesbianas. Antes, ¿para qué? Querían vivir en paz.
La apertura de esos archivos -cedidos a Chile durante el gobierno de Michelle Bachelet- y en particular de las cartas de amor y las experiencias disidentes que se leen entre líneas, reactiva el interés en Gabriela Mistral. Justo en 2006, además, es la gran movilización estudiantil de los pingüinos, la primera gran protesta social en democracia.
Hoy, que a los reclamos estudiantiles se les sumaron los feministas -y tantos otros-, Gabriela Mistral está en todas partes. Es la referente disidente.
Está para las personas que quieren legalizar el cannabis -para aliviar el dolor del cáncer, Mistral consumía-, está para las mujeres que luchan en contra del lesbofeminicidio, para las campesinas pobres, para las indigenistas, para las escritoras, para el colectivo queer, para el ecologismo, el veganismo, la astronomía: es una referente transversal. También se la reconoce porque conoció a mucha gente importante que luego defendió los derechos humanos -como el juez Juan Salvador Guzmán Tapia, el único que juzgó a Pinochet-.
La genealogía de los movimientos de lucha en Chile la adoptan de manera definitiva dentro de sus referentes indiscutibles. Neruda es discutible, Neruda está cancelado. Allende es indiscutible, Mistral también: hoy es mucho más querida y conocida por los diferentes pueblos de Chile que hace 20 años.
Este proceso de reactualización de los usos de la memoria en torno a Gabriela Mistral fue apoyado por un boom editorial. El estreno del documental Locas mujeres, de la cineasta María Elena Wood, ofrece imágenes, audios y huellas nunca antes vistas.
Recuperar su figura es habilitar todas sus dimensiones. Es rescatar los significados de las prácticas y los discursos. Es abrazar sus estrategias para intervenir en un entorno patriarcal homosocial muchas veces adverso a su presencia y a la de las escritoras en general.