“Game of Thrones tiene dos herederas, no una. Rings of power se llevó la mitología larga, el multitrama, la narración compleja de 100 cosas al mismo tiempo. House of the dragon se quedó con todo el melodrama, las tramas románticas y personales”, decía el gurú de series Cristian Phoyu hace algunas semanas. Efectivamente: House of the Dragon no es Game of Thrones: me entretuvo, me emocionó, la amé. ¡Denme más! Pero mucha gente se sintió estafada y tildó a la nueva encarnación dragonil de lo más despectivo que se puede decir de una serie cara de televisión “de calidad”: que es una telenovela. La nueva serie del Universo Game Of Thrones se siente como una telenovela, pero con esteroides. Si en la telenovela tradicional, los conflictos centrales tardaban 180 episodios en desplegarse, en esta temporada pudimos ver muchas de las tramas, vínculos y temas típicos del melodrama agolparse en 10 horas de pantalla.
House of the Dragon arranca fuerte al medio, con una niña que queda huérfana de madre, sin ahorrarnos la escena bien melodramática (tan de peli Hallmark de los ‘80) donde el padre tiene que elegir durante el parto entre “la madre y el bebé”. Conocemos a la tía resentida porque le sacaron la herencia (el trono); al hermano del rey que también cree que le están robando su herencia y se debate entre asesinar y acostarse con su sobrina; a las mejores amigas de la infancia que se van a convertir en archienemigas cuando una se case con el padre de la otra, y una de ellas se vuelve mala tan mala que pide que le muestren un bebé recién parido para verle las facciones y comprobar su linaje. Bastardos, hijos no reconocidos, hijos reconocidos pero ilegítimos, casamientos por conveniencia, primos que se casan entre sí, hermanos que se casan entre sí, primos que se sacan un ojo y se juran venganza. Y la mejor: malos entendidos en el lecho de muerte que darán lugar a la venganza mayor, la guerra.
House of the dragon no oculta el material del que está hecha. Lo pone bien al frente, lo exprime. No es una “telenovela” con culpa, toma los tópicos del melodrama y los levanta como bandera. Pero así como tiene muchas cosas en común con una novela de Thalia, hay muchas cosas en las que se diferencia.
Este spin off de Game Of Thrones no es la primera “serie de calidad” altamente exitosa que trabaja con este tipo de tópicos del melodrama. La galardonada Mad Men era un melodrama estilizado, el melodrama que la gente que va a ver películas en el MALBA se permite mirar sin culpa. Mad Men hasta se atrevió a algo a lo que ni House of the Dragon llegó, tuvo a su protagonista embarazada toda una temporada sin que ella lo supiera. Peggy, virgen al comenzar la serie, tiene sexo UNA ÚNICA VEZ (¿les suena?) con Pete Campbell y de ese encuentro sexual nace un niño. Pero ella, muy enfrascada en su trabajo, no se da cuenta de que está embarazada hasta el momento del parto. Después, avergonzada, lo dará en adopción. Y hasta le ocultará al padre de su hijo que tuvieron un bebé. Él, completamente ajeno a todo esto, tendrá dificultades para dejar a su legítima esposa, que está embarazada. Podría seguir…
Pero ¿qué hace Mad Men para usar esos tropos sin ser tildada de berreta? Usa la elipsis y el desplazamiento. Mientras la telenovela tradicional busca la escena climática, la escena donde la protagonista se entera de que su esposo es su hijo, el director de cámara hace zoom y vemos en primer plano esa cara de llanto y una lágrima de glicerina cayendo por la mejilla. Mad Men, por el contrario, elipsa esas escenas. Construye alrededor, no las muestra. Vemos el antes, el después, las inferimos. Vemos las consecuencias que esa escena terrible deja en nuestros personajes, pero no el momento clave. Tiene una narración, una elección de escaleta en cómo contar esas historias, bastante pudorosa. Y eso hace que el melodrama no se note, que salga airosa y elegante de ese tipo de trama.
Pero mi operación favorita, la que me hace amar esta serie y jurarle lealtad eterna (“doblar la rodilla ante ella”, dirían en House of the Dragon) es cuando desarticula la escena climática, la vacía de sentido. El mejor ejemplo de esto es el clímax de una de las tramas más importantes de la premisa de la serie (también montada en un tópico melodramático): Don Draper no es quién dice ser, le robó una identidad a otro soldado en la guerra. Es un impostor y un desertor. Este hecho es descubierto por un adversario, Pete Campbell, de manera muy telenovelesca también, por una serie de errores y casualidades excesivas. Pete usa esa información para chantajear a Don, lo extorsiona con la amenaza de que si no le da un ascenso Pete va a exponer el secreto de Don a los dueños de la agencia.
Esta es la pesadilla de Don Draper, hasta ese momento, su trama, su conflicto, se sostiene sobre ese secreto, él es un impostor y si eso se supiera, toda su vida, todo para lo que él trabajó, se desmoronaría. Sin embargo, Don no cede a la extorsión, le dice a Pete que no le va a dar ese ascenso porque no es la mejor persona para hacer ese trabajo. Y ahí van los dos corriendo a hablar con Bert Cooper, el dueño de la agencia. Cuando llegan a hablar con Bert, Don informa que no le va a dar el ascenso a Pete, y ahí, Pete dice lo más temido, expone todos los secretos de Don frente a su empleador. Hay unos segundos eternos de silencio, donde todos esperamos que Bert se escandalice, que eche a Don, que llame a la policía, que la vida y la carrera de Don se acaben. Pero no pasa nada de eso. Bert se levanta, se acerca a ellos y, en vez de aleccionar a Don, mira a Pete y le dice “¿Y a quién le importa?”.
Esa línea “¿Y a quién le importa?” es todo un manifiesto estético. La serie usa todos los tropos melodramáticos para su construcción, para generar interés y empatía, pero en el momento clave los desactiva, los desestima. Nos dice: no soy ese tipo de serie.
Como un bonus, la escena continúa, Bert le dice a Don que haga lo que él quiera, que puede echar a Pete si le parece, pero le aconseja: “Yo lo mantendría cerca, uno nunca sabe cómo nace la lealtad”. A pesar de que House of the Dragon hace operaciones bastante opuestas a las de Mad Men con respecto al melodrama, recoge este guante. No importa si la estructura de la escena es la de una telenovela, porque los diálogos que los personajes dicen son elegantes, inteligentes, incluso enseñanzas de vida.
Entonces, donde Mad Men evitaba con elipsis y corrimientos las escenas de clímax melodramático, House of the Dragon hace lo opuesto. En vez de elipsis, usa la condensación. Es una serie que es puro clímax. Si Mad Men era una pulpa de tomate aguada, House of the Dragon es una reducción, cocida a fuego lento durante horas. Como si fuera un experimento de cuanto drama se puede meter en una hora de televisión.
Y, ¿cómo se sostiene eso? En principio, la condensación no afecta solo (al menos en esta primera temporada) al devenir de la historia sino que influye en la cantidad de tramas. Es, a diferencia de Game of Thrones, una serie hiper enfocada, se parece estructuralmente mucho más a Breaking Bad que al mapa infinito de Westeros. Hay un grupo reducido de personajes, podemos conocer el nombre de todos los importantes, y casi no hay subtramas que no estén relacionadas con el conflicto principal.
Si en Game of Thrones había, justamente, un juego de tronos, todo era más indirecto. No es que todo lo que pasaba tuviera que ver directamente con la sucesión. En House of the dragon no hay “tronos”, hay un solo trono. Es una serie que es sucesora de GOT pero que al mismo tiempo comparte ADN con Succession, otro gran acierto de HBO.
Aunque esta primera temporada se puede sentir como una gran backstory, la preparación para lo que va a venir, no se vuelve para nada lenta o aburrida, porque al mismo tiempo que construye vínculos de personajes está muy llena de acción. Desde el primer momento queda clarísimo cuál es el conflicto. Hay un reino que tiene unas leyes de sucesión un poco grises, que tiene una jerarquía establecida de cómo se hereda el trono pero al mismo tiempo el rey puede elegir a dedo y nombrar a su sucesor. Todo esto entra en conflicto con un alto grado de misoginia de la sociedad westerosi, porque si la sucesora natural o la elegida es una mujer, el pueblo o las otras casas con sus mini tronos, pueden no reconocerla como la verdadera reina. Entonces acá entra el conflicto: ¿qué prevalece? ¿El que sigue en la sucesión por derecho de nacimiento, elección del rey o el sucesor más cercano que sea además portador de pene?
Mientras Game of Thrones apostaba a la ramificación, House of the Dragon es como un rayo láser, todo apunta a lo mismo y eso le hace ganar potencia. Y así, guiados por la lucha por el trono se multiplican los tropos del melodrama. Rhaenyra, la protagonista, tiene una madre muy buena muy buena. El rey Viserys, padre de Rhaenyra, ama a su mujer, pero está obsesionado con producir un heredero varón, entonces somete a su esposa a embarazo tras embarazo, con la mala suerte de que todos los bebés nacen muertos o mueren a las pocas horas de vida. Cuando comienza la serie la madre muy buena muy buena, la reina, está a punto de dar a luz. El parto, obviamente, se complica y el rey debe decidir si vive la reina o el posible príncipe (recordemos que en el mundo de Westeros no hay ecografías ni ADN, dato fundamental para sostener el melodrama) y el rey sacrifica a su reina a cambio de un posible heredero. El bebé nace vivo y con pene, pero muere a las pocas horas. Esto deja a la princesa con una tristeza enorme y un alto grado de resentimiento con su padre, al que al mismo tiempo ama con locura edípica. Pero el rey, habiendo aprendido de su codicia en la búsqueda desquiciada del heredero varón, decide ponerle un fin a todo eso y nombra a su primogénita como su heredera, a pesar de que sea mujer. Claro que esto se complica cuando el viudo decide casarse con una adolescente que es la mejor amiga de su hija. Y esta chica engendra un (más de uno) hijo varón, generando rumores e intrigas en relación a si va a prevalecer la herencia que el rey decretó o la que el reino siente como “natural”, o sea, el primer hijo varón.
Todo eso está condimentado con un hermano del rey bastante díscolo que no se entiende bien qué es lo que quiere, un Mano del Rey malo malísimo (gran tropo de la telenovela: el consejero vil), una tía de la princesa resentidísima porque ella tendría que haber sido reina y no la dejaron por ser mujer. Y la lista continúa.
La conclusión no es que House Of The Dragon sea un producto menor. La denigración automática de la telenovela es un gesto muchas veces vacío que no se detiene en analizar qué ocurre con el fenómeno, qué sentimientos despierta y a qué apela, por qué genera tanta empatía.
Muchas de las premisas de las telenovelas podrían ser las de una tragedia griega, la chica que se casa con su padre o hermano sin saberlo, por ejemplo. La gran diferencia es que en la telenovela no hay un desenlace trágico, sabemos que el héroe o la heroína, después de sufrir muchísimo, va a vencer y ser feliz para siempre. Por otro lado, en la tragedia, el héroe es alguien virtuoso pero con alguna falla moral o de carácter (así lo define Aristóteles en la Poética) que es lo que lo va a llevar a su perdición. En cambio, en la telenovela clásica no tenemos grises, los buenos son 100 por ciento buenos y virtuosos y los malos son malos sin atenuantes ni justificaciones.
Lo que ese tipo de telenovela genera es la identificación con el protagonista (por lo general con la protagonista) y catarsis a través de verla sufrir injustamente por las acciones de los malvados que quieren dañarla. Pero finalmente, después de verla descender a los infiernos, sabemos que la veremos triunfar, salir victoriosa. El orden se restablece y la virtud, en la telenovela, siempre prevalece. Es un cuento moral que promete una recompensa a la virtud y que da algo de esperanza y certeza a un espectador que vive en un mundo angustiante y repleto de incertidumbre.
De hecho, esa misma sensación de tranquilidad y restablecimiento del orden aparecen en dos géneros clásicos de la TV: la sitcom y el drama procedimental ortodoxo. Tanto en la sitcom como en las series de médicos, policías o detectives autoconclusivas, se plantea un desequilibrio al principio del episodio que va a resolverse siempre al final del mismo, no queda nada por saber o por resolver al final de los 22 o 45 minutos de visionado, no importa si vimos un cuerpo descuartizado al principio del capítulo de CSI, porque al final se encontrará y se apresará al culpable, y la persona mirando ese programa podrá irse a dormir en paz, libre de angustia.
El reinado del serial y la miniserie en la Tercera edad dorada de la televisión trajo nuevamente el cliffhanger. Lo que estas series hacen es lo opuesto a mantener tranquilo al espectador, quieren usar su angustia del final del episodio para que siga viendo uno más, y otro más, y otro más. Si en el caso de la sitcom y el procedimental la droga es un calmante, los nuevos seriales nos inyectan anfetamina, terminaremos agotados pero en este momento no podemos hacer otra cosa que seguir mirando.
La telenovela, a nivel inter episodios, funciona exactamente igual que un serial, usando cliffhangers. De hecho, el serial toma prestado ese gancho del melodrama de la tarde, que es el rey de la narración larga. Hay algo que pasa al final del episodio que me hace querer ver el siguiente. La diferencia es que pase lo que pase sabemos que al final de los 180 episodios de la telenovela el Bien va a triunfar.
Quien haya visto Game of Thrones sabe que esas reglas no corren en este Universo. Cualquiera puede morir. Incluso los buenos más buenos pueden tener destinos aciagos. House Of The Dragon continúa esa tradición, pero a diferencia de Game of Thrones sigue una partitura pre establecida de trama que puede googlearse en wikipedia. Esto quiere decir que no hay verdadero misterio, no habrá foros preguntándose quienes morirán, donde y cómo, porque todo eso ya se sabe y la serie (hasta ahora) lo respeta. El placer no pasa por el misterio de la trama como en su antecesora -que como sabemos se dejó engolosinar con el plot twist permanente y eso la llevó a perder el rumbo narrativo-.
Entonces, ¿cuál es el gancho de House of the dragon? ¿Por qué la miramos a pesar de repetir conflictos vistos mil veces y de poder googlear fácilmente su desenlace? Lo que hace con maestría es tomar tropos que de por sí ya carecen de frescura por la cantidad de veces en que fueron reutilizados, y les da vida. Vuelve orgánico el cliché a fuerza de un excelente guión donde el personaje es mucho más importante que ninguna otra cosa.
Si los malos de la telenovela son malísimos y sin matices, los malos de House of the dragon (a excepción probablemente de Otto que no pareciera tener un gramo de bondad en su cuerpo) son seres casi queribles, no son malos guiados por la maldad misma, entendemos sus motivaciones, los vemos sufrir y dudar al hacerle daño a los personajes más “bondadosos” del cast, entendemos que muchas veces hacen lo que hacen porque no tienen otra opción, o por desconocimiento o equivocación.
Lo mismo sucede con los “buenos” o más clásicamente heroicos. Ninguno de los personajes de la serie podría definirse como completamente virtuoso, todos tienen debilidades y mezquindades que los vuelven más grises y por ende, más reales. Dada la construcción de personajes y el tiempo y precisión con la que van armando sus biografías delante de nuestros ojos, asistimos a situaciones de melodrama habitadas por seres tridimensionales y contradictorios. Al mismo tiempo, el esquema de fuerzas está armado de manera tal que, a diferencia de un conflicto maniqueo de bien versus mal como un melodrama clásico, nos acercamos más a un drama realista donde los conflictos que se plantean entre los personajes son paradójicos, no tienen una solución posible ni se ve claramente quién tiene razón.
De hecho ese tipo de conflicto sin solución anida en el corazón de la premisa, una lucha por un trono entre la heredera que fue designada y el primer hijo varón. O sea, una lucha por la legitimidad, algo que ambas partes pueden alegar que les pertenece sin faltar a la verdad.
Los personajes tienen psiquis complejas, llegamos a conocerlos a tal nivel de poder entender sin mucha explicación por qué toman las decisiones que toman, por qué les cuesta enfrentarse a determinada situación, o por qué se sienten con ganas de vomitar al enterarse de algún acontecimiento.
En una era donde la industria parece perseguir una especie de originalidad o de novedad permanente, la serie se planta buscando su identidad en lo profundo y no en lo novedoso. Aunque los tópicos que usa estén muy transitados, los guiones logran profundidad por la elección de cómo contar lo que cuentan. Esto surge por un lado de la particularidad, pero por otro lado del gran trabajo de dirección y de actuación.
Más allá de que no vivimos en un mundo con reyes y dragones, y de que en nuestro día a día la mayoría no enfrentará un problema de sucesión, es imposible no identificarse con esa hija desgarrada por el miedo de que su padre no la prefiera, por esa esposa tomada por los celos ante la hija del primer matrimonio de su esposo, y sobre todo, al ver a ese padre que queda impotente y dividido entre personas que ama, sabiendo que complacer a una será destrozar a la otra. Dejando de lado la estética medieval y las profecías mágicas, muchas de las escenas vinculares de HOTD tienen más verdad y actualidad que muchas de las series o películas hiper realistas que se estrenan todos los meses.
Un gran ejemplo del poder de lo específico se da luego del primer gran salto temporal de la serie. Abre con un plano de una actriz que nunca vimos pero que rápidamente entendemos que es Rhaenyra madura, que está teniendo un parto realista y doloroso. Cuando el bebé finalmente es expulsado de su vagina, una criada le informa que la reina Alicent demanda que le lleven al bebé de inmediato. Al principio no entendemos como espectadores por qué pediría eso, pero lo que queda clarísimo es el nivel de tensión y violencia al que escaló la relación entre estas dos mujeres con el correr de los años. Rahaenyra decide pedir que le pongan un vestido y llevar ella misma a su bebé a ver a su ex amiga entrañable devenida reina ambiciosa. Esto lo experimentamos y lo sufrimos casi físicamente, con un largo plano secuencia donde seguimos en tiempo real a la recién parida caminando mientras chorrea sangre por pasillos y escaleras con su hijo en brazos.
Esa secuencia, que probablemente pasará a la historia de grandes hitos de las series, nos cuenta al mismo tiempo el conflicto, los vínculos y el carácter de estos dos personajes. Rhaenyra no desobedece abiertamente la orden, pero se revela de algún modo. Y para hacerlo pone su cuerpo en juego, plantea que el hecho de ser una mujer y tener un útero no la hace menos guerrera ni menos desafiante, que no la van a pasar por arriba, pero que al mismo tiempo es respetuosa de la jerarquía y no se permite desobedecer una orden directa de la legítima reina.
Les dragones feministas
A diferencia de la telenovela, donde los valores permanecen fijos aunque la sociedad en la que está inmersa cambie, el drama que toma House of the Dragon se alimenta de sumar debates socialmente relevantes al interior de sus tramas y diseño de personajes. Mientras Game of Thrones intentó hacer entrar con fórceps una pátina de feminismo mal entendido a una serie que no lo permitía, House of the Dragon plantea desde su premisa una cuestión de género, las limitaciones de heredar y de ocupar lugares de poder que tienen los personajes solo por el hecho de ser mujeres.
Esto se encuentra tratado de manera seria, con las contradicciones propias de ese tipo de debate, y se ve que aunque tenga un showrunner varón, hay varias integrantes del equipo de guión que son mujeres y aportan su mirada, y sobre todo hay mujeres dirigiendo episodios clave. Lo notamos en, por ejemplo, el protagonismo y tratamiento hiper realista que tienen los partos en la narración, están contados desde una mirada absolutamente femenina, sin ocultar la sangre, los fluidos, la transpiración, los desgarros.
También se agradece este giro en el punto de vista siendo un spin off de una serie que abusó de usar violaciones de mujeres exclusivamente como motor de cambio y transformación para personajes masculinos. En House of the Dragon nos muestran escenas de sexo que son en sí mismas -por cómo están contadas- una crítica al patriarcado y a la mirada masculina en el audiovisual. Por ejemplo, en el episodio 4, dirigido por Clare Kilner, presenciamos una escena de sexo entre el rey casi anciano y la adolescente Alicent, donde sin necesidad de grandes discursos o declaraciones, por como está filmado, plantea toda una crítica a la posibilidad de consentimiento y al juego de poder en este tipo de vínculos.
En lo personal, celebro lo refrescante de la escena de sexo y seducción de Rhaenyra adolescente y Sir Criston: es la primera vez que veo una escena de sexo que involucra a alguien vistiendo una armadura donde la puesta en escena no finge que la armadura está agarrada con velcro y el hombre se la saca como si fuera un stripper, o que no pasa por corte del beso al típico plano de la pareja desnuda ya en mitad del acto. La directora eligió mostrar de manera muy realista la complejidad de sacarse todas esas capas de ropa incómoda, y usó eso para poder desplegar todo lo que le pasa a cada uno de estos dos personajes en el momento en que deciden seguir adelante con lo que están haciendo.
El hecho de no ir por corte del beso a la penetración también muestra en acción la idea de que el consentimiento (en este caso el del varón, también una inversión a la típica escena) no es algo estanco que se da de una vez por todas y no se puede revertir, si no que es algo que se da a cada momento, y que podría retirarse en cualquier momento.
Por todo esto, es refrescante que exista una serie como House of the dragon, que permite la convivencia en el mismo episodio de una escena donde dos ex amigas se mandan un recuerdo de la infancia en modo de negociación estratégica de guerra, y otra escena menos sutil donde el futuro se decide porque un dragón grande se come al dragón más chico.