Febrero de 2014, Confitería La Ideal, Suipacha y Corrientes. Alex de la Iglesia dirige su documental sobre Lionel Messi. Como parte de la escena, comparto mesa y charla con César Luis Menotti y el colega Juan Pablo Varsky. Llega la pregunta del millón: Messi o Maradona. Pero Menotti escucha que alguien dice “Pelé” y cambia el tono. No le importa que el documental sea sobre Messi. Tampoco le importa que el otro protagonista sea nada menos que Diego. “Cuando hablamos de fútbol -afirma Menotti- no lo pongan a Pelé porque es de otro planeta. Es el único que está por arriba de todo”. En pleno Mundial de Qatar, me sucedió lo mismo con Juca Kfouri, respetadísimo periodista brasileño. Kfouri, que lloró viendo a Messi en el Mundial, coincidió con Menotti. “Pelé es de otro planeta”. Por algo es el “Rey”.
Ruy Castro, biógrafo formidable de Mané Garrincha, recordó días atrás en Folha que Pelé fue bautizado “O Rei” cuando las pelotas y los botines estaban hechos de cuero real y su peso se duplicaba si llovía, igual que las camisetas. Tiempos de patadas salvajes porque no había tarjetas amarillas (“Pelé fue golpeado tanto que tuvo que aprender a golpear”). Eran tiempos sin internet, sin posibilidades de saber cómo jugaba el rival y mucho menos su marcador. Tiempos, entre otros, de Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskas, Bobby Charlton, Just Fontaine, Eusebio, Johan Cruyff, Franz Beckenbauer, Gordon Banks y Gerd Muller, todos ellos, recordó Castro, “vencidos por Pelé”. Porque Pelé (por las dudas siempre habrá que recordarlo) es tricampeón mundial.
“Cuando hablamos de fútbol no lo pongan a Pelé porque es de otro planeta. Es el único que está por arriba de todo”.
César Luis Menotti
En la primera Copa, Suecia ‘58, Pelé debutó con 17 años, 7 meses y 23 días. “Jamás había visto algo tan hermoso”, se rindió Gavriil Kachalin, director técnico de la Unión Soviética, tras el 2-0 de Brasil. Contra Gales (1-0 en cuartos de final) Pelé anotó después de un célebre autopase de pecho. Marcó tres goles en el 5-2 de la semifinal ante Francia. Y otros dos en la final, también 5-2, contra Suecia. Seis goles en cuatro partidos. Pelé venía de anotar 36 goles en 29 partidos con el Santos en el campeonato paulista. Fue Nelson Rodrigues el que aludió en Manchete Esportiva al apodo de “rey” (Pelé “lleva una ventaja considerable sobre los demás jugadores, la de sentirse rey de pies a cabeza”). El psicólogo del plantel mundialista, Joao Carvalhaes, había desaconsejado el debut de Pelé en Suecia porque lo veía infantil y sufría burlas de algunos compañeros. No le hicieron caso.
En Chile ‘62 jugó solo dos partidos (asistencia y golazo en el 2-0 contra México y lesión contra Checoslovaquia). El héroe del bicampeonato en Chile fue Garrincha, no él. Pelé sufrió violencia y Brasil quedó eliminado en primera rueda de Inglaterra ‘66 y, en el Mundial siguiente de México ‘70, Brasil ganó el Tri con el célebre equipo que tenía cinco números 10 (Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino). “O rei” casi anota un gol desde 55 metros ante Checoslovaquia, el arquero inglés Gordon Banks le sacó un cabezazo espectacular y el uruguayo Ladislao Mazurkiewicz quedó duro como estatua tras un amague sin pelota. Queda la postal última de su asistencia de memoria a Carlos Alberto en el 4-1 de la final contra Italia. En pleno Mundial de Qatar, circuló un chiste en las redes (algunos lo dieron por cierto) según el cual Pelé respondía que aquella formidable selección del “Jogo Bonito” podía ganarle 2-1 a la Croacia que terminó tercera en el Golfo. “Digo solo 2-1 porque jugaríamos con ocho (ya murieron Félix, Carlos Alberto y Everaldo) y porque todos los que seguimos vivos tenemos más de setenta años”.
¿Es justo que muchos lo consideren número uno histórico del fútbol si vemos que Pelé jugó siempre en Brasil y cerró su carrera yendo con 34 años al Cosmos de Nueva York para acumular dólares, sonreírle a la Coca Cola y cumplir el sueño de Henry Kissinger? En 1956, Pelé arribó con apenas 16 años a la Primera de un Santos que ganaba todo en Brasil. Debutó anotando en un amistoso 7-1 contra Corinthians. En 1959, ya campeón mundial, marcó un célebre gol haciendo cuatro sombreros seguidos ante el Juventus brasileño y en 1961 anotó tras eludir a seis jugadores de Fluminense. Aquel Santos (seis veces campeón nacional y nueve veces paulista) era un show que salía de gira por el mundo. En junio-julio de 1959, Pelé anotó 28 goles en Bulgaria, Bélgica, Holanda, Italia, Alemania Occidental, Suiza, Austria, España y Portugal. Al año siguiente jugó otros 22 partidos en Europa y 15 más en 1961. Además de bicampeón de la Libertadores, Santos también lo fue de la Intercontinental. Le ganó primero al Benfica de Eusebio y luego al Milan de Gianni Rivera. Pelé también ganaba en Europa. “Organiza”, lo describió una vez Dante Panzeri en El Gráfico, y siguió con su descripción: “Realiza. Premedita. Improvisa. Inicia. Concreta. Dribbla. Economiza. Shotea. Cabecea. Ataca. Defiende. Pivotea. Obstruye. Joven. Maduro”. Tiene velocidad y pausa. Y “es recio donde hay que ser recio”. Futbolísticamente, decía Panzeri, Pelé “tiene todo”.
¿Es justo que muchos lo consideren número uno histórico del fútbol si vemos que Pelé jugó siempre en Brasil y cerró su carrera yendo con 34 años al Cosmos de Nueva York?
Cuando la muerte acecha, las crónicas, sabemos, se hacen benévolas. Y Pelé, además de tener todo como jugador, tenía también muchas virtudes más fuera de la cancha, supuestas o reales. Siempre amable y sonriente, pura corrección política, Pelé, sin embargo, jamás fue lo que llamaríamos un ídolo popular. Primero porque Santos no tiene la fuerza de Flamengo, un equipo con más de 40 millones de hinchas (los brasileños hinchan más por sus clubes que por la selección). El único canto que los hinchas le dedicaron a O Rei —me recordó una vez Alex Sabino, editor del diario Folha— se creó en el Mundial 2014 y fue para responderle a los argentinos que se pasaron cantando “Brasil decime qué se siente” y que “Maradona es más grande que Pelé”. La venganza brasileña, poco creativa, canta que “solo Pelé” tiene “mil goles” y que Maradona es “cheirador” (drogadicto).
Pelé coqueteó casi siempre con el establishment: fue títere del dictador Emilio Garrastazu Medici en el Mundial de México 70, ministro de Deportes de Fernando Henrique Cardoso en 1995 y en 2021 le regaló una camiseta autografiada a Jair Bolsonaro. Su oratoria delataba esa alianza con el poder. “Pelé, callado, es un poeta”, se burló una vez Romario. Y, para comprender por qué había amor y respeto, pero no tal vez adoración popular, estaba finalmente el intento permanente de Pelé y sus asesores de vender una imagen “pura”, estilo familia Ingalls.
En rigor, Pelé, un “role model” supuestamente opuesto al desorden de Diego, reconoció recién luego de trece intimaciones judiciales a una hija extramatrimonial (Sandra Regina) que murió a los 42 años y a cuyo sepelio envió una corona de flores que fue devuelta por la familia. A Kelly Cristina, Edinho (llegó a estar preso por drogas) y Jennifer, los tres hijos de su primer matrimonio con Rosemeri, Pelé agregó una segunda hija extramatrimonial (Flavia Kurtz). Siguieron dos matrimonios más: en 1994 con la psicóloga Assiria, con quien tuvo a Gemima y a los mellizos Joshua y Celeste, y en 2016, ya con 75 años, con Marcia Aoki, empresaria japonesa-brasileña 41 años menor. Hace unos días, Kelly Nascimento, que vive en Estados Unidos, publicó en sus redes una fotografía con casi todos los hijos reunidos para celebrar la Navidad cerca del lecho de enfermo de su padre, en el hospital Albert Einstein, de San Pablo, donde Pelé ingresó el 29 de noviembre, en pleno Mundial de Qatar, agravado su cáncer de colon y con una infección respiratoria. Todos esos hijos tienen el apellido Nascimento.
Pelé, además de tener todo como jugador, tenía también muchas virtudes más fuera de la cancha, supuestas o reales.
Pelé (Edson Arantes do Nascimento) heredó el apellido de Dondinho, su padre ex futbolista. Nació el 23 de octubre de 1940. Y Dondinho eligió el nombre de Edson como homenaje a Thomas Edison, inventor de la luz eléctrica que acababa de llegar al pueblo de Tres Coracoes, en las sierras de Minas Gerais. El niño Edson pronunciaba mal Bilé, nombre de un arquero que jugaba con su padre y de Bilé nació el apodo “Pelé”, una marca que pasó a ser tan famosa como la de Coca Cola. Nascimento fue tomado del nombre del dueño de la plantación donde llegaron los ancestros africanos y esclavos de Pelé. Como jugador casado con el marketing (Mastercard lo adoptó para siempre), Pelé, que jugaba descalzo en las calles, evitó polemizar siempre sobre el racismo. Demoró medio siglo para contar que nunca le gustó el primer apodo que le pusieron sus propios compañeros de Santos: “Gasolina”.
Aquel era un Santos que ganaba todo mientras la ciudad (con Pelé callado) vivía decenas de huelgas, especialmente en su puerto histórico, el más grande de América Latina y cuyos líderes sindicales fueron arrestados tras el golpe de 1964. Un buque fue usado como centro de cárcel y tortura. Recién en 1984 Santos pudo elegir alcalde en elecciones libres.
Hace dos años, en su propio documental de Netflix, Pelé aceptó tibiamente responder preguntas políticas. Idolo con “comportamiento de negro sumiso”, llegó a describirlo su compañero Paulo Cézar Lima (Cajú), aunque el músico Gilberto Gil se pregunta por qué había que exigirle a Pelé rebeldía como la de Muhammad Alí. Gil lo describe sin matices: Pelé como “símbolo de emancipación de Brasil”. A veces, hay mitos que funcionan para siempre. Como el que cuenta que, para ver jugar a Pelé, los ejércitos enemigos de Biafra pararon una guerra en 1969, en plena gira de Santos por África. Investigaciones posteriores mostraron que no fue exactamente así. Poco importa: “Pelé”, insiste el mito, “paró una guerra”. Lo que Pelé sí hizo fue darle belleza al deporte más popular del mundo. Y ayudar a que ese mismo mundo conociera, gracias a él, la existencia de un país llamado Brasil.