Se oye el mar. La brisa corriendo fresca, liviana. Una bandada de gaviotas sobrevolando la bahía. Escenario a oscuras: la voz ronca de una mujer interviene de golpe en la escena con el peso de un derrumbe montañoso.
“Es de madrugada. Estoy durmiendo. Un olor seco se cuela en el sueño. Se vuelve intenso. Me sobresalto en la cama. ¿Es el gas? ¿Dejé la llave abierta? Me levanto aturdida entre el sueño y la vigilia. Camino hacia la cocina. Manoteo los quemadores. Están todos apagados. Voy hacia la llave del gas. Cerrada. El olor es más intenso. Ahora es como si algo se estuviera pudriendo. Olor a gas y a huevo podrido. Miro por la ventana. Otra vez la nube tóxica está bajando por la vaguada costera.”
El testimonio abre los fuegos en Puchuncaví, el humo en el cuerpo, pieza performática el 7 de marzo en el GAM como parte del lanzamiento oficial de esta revista en Chile, y primera producción local de su proyecto de Periodismo Performático.
Quien habla, la mujer del vozarrón, es Katta Alonso (68), activista ambiental radicada hace 17 años en Ventanas, en la V región, uno de los sectores costeros más afectados por la contaminación del cobre y la más devastada entre las cinco zonas de sacrificio del país.
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La voz de Katta cambió para siempre a causa de una bronquitis obstructiva que se agudizó y se volvió crónica durante sus años viviendo en Ventanas. Mientras trabajaba como maestra en la zona, comprendió los alcances de la contaminación en su entorno: vio morir a varias amigas y amigos de distintas enfermedades provocadas por los gases tóxicos, el escandaloso aumento de casos de mujeres con cáncer mamario, cientos de niños intoxicados en las escuelas. Vio su propia vida a puertas y ventanas cerradas.
Hace diez años la activista fundó la agrupación Mujeres en Zona de Sacrificio Quintero-Puchuncaví, que agrupa a más de 600 vecinas de ambas comunas. Se declaran –dice Katta Alonso– en resistencia, todas juntas contra la nube tóxica.
La trabajadora social de profesión estuvo también en la primera línea del mediático caso de más de cien niños intoxicados en la escuela La Greda de Puchuncaví por las emisiones de la Fundición Ventanas de Codelco, en 2011. Siete años después, en 2018, vino otro brote masivo que afectó a niños y adultos de la zona en el que trabajó activamente denunciando y exponiendo lo que ella y otras mujeres, adultos y familias completas enfrentan a diario.
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El testimonio de Katta Alonso ya había sido recogido en el segundo episodio del podcast Sacrificadas, conducido por la actriz Blanca Lewin, quien precisamente y junto al director de Anfibia, Cristian Alarcón, están detrás de este breve e interdisciplinario montaje que proyecta su historia de vida en escena. La puesta trenza testimonios e investigación periodística con la poética de la dramaturgia. Recurre a imágenes y sonidos para visibilizar la protesta de las mujeres que viven y resisten en las zonas de sacrificio y para ampliar los registros y evidencias sobre la emergencia ambiental.
“La voz de Katta es una huella contra el sacrificio por el que ella lucha y en el que además resiste. Cuando pensamos cómo hacer un podcast inmersivo y nos arrojamos a la experiencia performática, buscamos constatar, a través de esa voz cascada por la contaminación y lo diáfano de su voz juvenil, la magnitud de la tragedia”, dice Cristian Alarcón.
El cambio de formato y salto del podcast a la performance ya estaba siendo experimentado por Anfibia Argentina a través de su Laboratorio de Periodismo Performático. El proyecto cumplió cinco años y a la fecha cuenta nueve estrenos en países como España, Colombia y México.
“Lo que permite lo performático es una emocionalidad profunda que trasciende esa frontera que el periodismo tiene muy a raya -continúa Alarcón-. No hay nada más contundente que presenciar cuerpos reales y atravesados, en el caso de Katta, por la experiencia de la falta de aire y la dificultad para respirar. El salto de su historia al escenario busca profundizar el sentido que ya ha tenido la crónica y le suma esta instancia en la que sos todo ojos, oídos y sentidos abiertos para lo que ofrezca la performance. Es similar al pacto del teatro pero sin actores y sin representación, puesto que se pone en escena una verdad indesmentible, de otro orden que no es la acumulación de fuentes del periodismo tradicional sino algo que parte de la información y que se despega hacia la imaginación y el sentir”.
El guión a cargo de Natalia Arenas y Alejandra Torrijos despliega una serie de cuadros que van desde el testimonio de Alonso y otras mujeres de la agrupación Quintero-Puchuncaví, a la simulación de una entrevista televisiva a la activista, la proyección de visuales, transiciones con música electrónica y un inesperado final al estilo Las Tesis con una coreografiada protesta que sube una docena de voluntarias al escenario.
Katta Alonso comparte escena con la estudiante secundaria Marina Quinteros –hija de Blanca Lewin–, quien la interpreta a sus 13 años en uno de los momentos más conmovedores del montaje.
“Poner sus voces en contraposición, el vozarrón ronco de Katta en la actualidad con su versión de niña y la voz prístina de Marina, la convierte en una escena hermosa y a la vez muy dura. Evidenciar cambios así de bruscos en el cuerpo y la vida de las personas a causa de la contaminación es muy duro pero necesario traer al frente y que la gente lo vea”, dice la actriz y directora de Puchuncaví.
Lewin se mueve en escena como una conductora de show televisivo que interpela constantemente al público y proporciona la información dura. Trabajar sin actrices, desde la dirección y en el formato periodístico-performativo fue un reto nada sencillo para la intérprete.
“Hay una mezcla de lenguajes y de oficios en este trabajo. Martina es estudiante, Katta activista y yo actriz, pero además estoy dirigiendo y entrando y saliendo del escenario. Todos hemos estado aprendiendo y explorando además el género del periodismo performático, que es poco convencional pero que en esencia es periodismo, investigación y datos duros, pero que a la vez es poético y artístico. El podcast ya tenía algo muy propio de Anfibia, que es el periodismo narrativo, pero aquí, en la escena, todo eso se dispara”.
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Ventanas fue el balneario de infancia de Katta Alonso, cuenta ella misma sobre el escenario. Permanecen muy frescos los recuerdos de sus vacaciones con sus bisabuelos paternos, los chapuzones en los pozos y las tardes enteras en la playa sumergida en el mar hasta el cuello.
“Nada de eso hoy es posible”, lamenta.
Hace dos años un artículo publicado en el medio alemán DW se refirió a Quintero-Puchuncaví como el “Chernobyl chileno” para ilustrar la profunda crisis sanitaria y ambiental que por décadas ha enfrentado a sus más de 50 mil habitantes con 19 empresas instaladas a sus anchas en la zona. Un desmedido complejo industrial que existe desde 1964 y que componen siete termoeléctricas de carbón, una refinería, una fundición de cobre, tres empresas distribuidoras de hidrocarburos, otras tres de gas y dos almacenadoras de químicos que están contaminando el agua, la tierra y el aire que allí se respira.
”El agua, la tierra, el aire”, se repite una y otra vez en escena. “Estas empresas: ¿cuánto están dispuestas a sacrificar?”.
El impacto se ha traducido en altas concentraciones de contaminantes respirables –arsénico, dióxido de azufre, compuestos orgánicos volátiles y material particulado– que son emitidos principalmente por grandes empresas como Codelco, ENAP y AES Gener y que sobrepasan lo permitido por la ley y los parámetros recomendados por organizaciones como la Organización Mundial de la Salud.
En 2019, la Corte Suprema emitió un fallo histórico que obligaba al Estado a tomar acciones para remediar la contaminación en Quintero-Puchuncaví. A cuatro años, el avance en las medidas obligatorias ha sido “casi nulo”, según un estudio de observación del Instituto Nacional de Derechos Humanos.
Aún no hay respuesta ni salida posible.
“Yo vivo al lado de una escuela y veo a los niños caer como moscas año tras año –en 2018 fueron 1.700 los intoxicados, y en 2022: 665–, cómo van a dar a los Cesfam –los centros de salud pública–, cómo no sienten las piernas ni los brazos, cómo les sangra la nariz, cómo se desmayan. Uno de cada cuatro niños en Puchuncaví nace con diferentes problemas. ¿No es suficiente para ilustrar la gravedad de lo que está sucediendo? Esto es algo que hay que parar cueste lo que cueste”, comenta Katta Alonso durante el ensayo a un día del estreno.
Nunca antes había actuado en su vida, confiesa la activista. Sabe que su presencia en escena es indispensable para que su mensaje viaje de espectador en espectador como un mensaje en una botella.
“Nosotros hemos participado en todas las instancias posibles: estuvimos en la ONU, en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, trabajamos con la Comisión de Medioambiente del Senado en comisiones investigadoras y hemos hecho de todo dentro de la institucionalidad para impedir que se naturalicen las zonas de sacrificio. Yo no fui activista hasta que me tocó serlo. Tampoco nunca he sido actriz, siempre fui la deportista, pero ahora me tocó actuar, poner mi voz y sentimientos en esta performance. Y estoy convencida de que puede tener mucho más impacto en el corazón de la gente que cualquier otro intento que hayamos hecho antes”.