Todos los ojos están puestos en el arrollador triunfo republicano. Menos atención se le ha dedicado a la centroderecha, derrotada en sus candidaturas y en la tesis política de que valía la pena seguir el proceso constitucional. La paradoja es que le abrieron la puerta al triunfo electoral de Kast y los suyos, algo que no se había visto jamás en la democracia contemporánea de nuestro país.
La tentación de fundirse con los ganadores, de arrimarse sin pensar a ellos, es grande. El discurso sin matices de la campaña del PLR debe seducir a muchos. Mal que mal, ganaron y con una diferencia impactante. Más todavía, con la campaña municipal a la vuelta de la esquina, ocasión en la que los miles de candidatos a concejales y a alcalde deberán elegir una persona con la que sacarse la fotografía para sus afiches. ¿Querrá alguien aparecer con los actuales presidentes de esos partidos? ¿O preferirán a Luis Silva y a José Antonio Kast?
Recordemos que se trata de una elección en la que basta con tener la mayoría relativa, por lo que la municipal podría consolidar el triunfo republicano del domingo pasado y dar el empujón definitivo a la presidencia de JAK. La ecuación es complicada para la centroderecha, que tendrá allí su primera prueba en su proceso de reconstrucción.
Curiosamente, el partido de la coalición menos afectado por los resultados fue la UDI. Es cierto que se ve lejos de su época dorada y que el segundo lugar obtenido a nivel de partidos es un consuelo pobre: obtuvieron cerca de 2.5 millones menos de votos que los republicanos, superados incluso por los votos nulos. Renovación Nacional, en cambio, quedó muy lejos de sus proyecciones, incluso las más negativas. Puede que la discordia interna y la torpeza beligerante de Francisco Chahuán contribuyera al mal resultado.
¿Querrá alguien aparecer con los actuales presidentes de esos partidos? ¿O preferirán a Luis Silva y a JAK?
La primera discusión será si ambos partidos continúan con sus liderazgos actuales. RN, con sus enredadas corrientes en disputa, seguro dará que hablar. Con todo, ninguno de los líderes de los respectivos piños logró buenos resultados en sus regiones. En la UDI, en cambio, no parece haber gran número de contendores, lo que pone bastante presión a la directiva que lidera Javier Macaya. ¿Cómo acusar recibo del golpe electoral si no se ve quién puede reemplazarlo? Porque no se puede hacer como si nada, como si el terremoto electoral del domingo fuera un mero ruido de fondo. No supieron conectar y eso, para un partido político, es una sentencia de muerte.
Pero hay una discusión mucho más importante, y que tiene que ver con el proyecto e ideario que defenderá la centroderecha, que justifica su existencia. La moderación, hemos dicho hasta el cansancio, no alcanza para constituir nada por sí sola. Es una actitud vital que puede ser correcta en ciertos contextos, pero no mucho más. ¿Qué defienden a mediano o largo plazo la UDI y RN? ¿Hay alguna agenda seria, que no varíe según el contexto? La nitidez republicana, que ha sido notada por varios, contrasta con una jalea deslavada en el resto de los partidos del sector. Redescubrir cuál es la especificidad de la centroderecha es una cuestión que tomará tiempo, pero que es posible de hacer y que tiene consecuencias políticas no menores. Solo así podrán descubrir su espacio, las convergencias con otros actores –partido Republicano incluido– y sus diferencias; a la vez que ordenar a las filas propias alrededor de un discurso y, más todavía, un proyecto político genuino. Eso, a su vez, facilita que la ciudadanía identifique las bases, programa y agenda del sector. Pero hoy no hay mucho de eso.
Si lo central es lo político, también hay un elemento pragmático: no parece que los partidos de la centroderecha hayan construido una maquinaria a nivel territorial que ayude a transmitir sus mensajes y movilizar personas. Este ha sido, de hecho, uno de los problemas graves del Frente Amplio, ser un conglomerado aéreo, sin conexión terrestre. Se confunden quienes piensen que esto es una mera táctica electoralista, pues la relación con la realidad concreta es bidireccional. Permite transmitir ideas, a la vez que captar las inquietudes, esperanzas, expectativas y planes que tienen en mente las personas a lo largo del país. Sería un antídoto eficaz contra la extendida sensación de que las élites políticas están ensimismadas, jugando a repartirse el poder sin ninguna referencia al Chile real.
Lo anterior exige conjugar convicción y responsabilidad, sobre todo si se están discutiendo otras materias muy sentidas por la población: pensiones, salud, seguridad o inmigración. En esto, la obligación de la centroderecha es contribuir a la solución eficaz de problemas que llevan mucho tiempo en la palestra sin encontrar una respuesta adecuada. Pero esto no significa pura claudicación. Si se quiere, es el momento del diálogo con identidad. Ya está la primera parte, pero falta la segunda. No pueden ser simplemente vendedores de votos en el Congreso, ni republicanos deslavados.
Si lo central es lo político, también hay un elemento pragmático: no parece que los partidos de la centroderecha hayan construido una maquinaria a nivel territorial que ayude a transmitir sus mensajes y movilizar personas.
Recuperar y consolidar un proyecto de centroderecha sigue siendo una prioridad para el sector, por más que hoy aparezca derrotado. Porque si algo ha caracterizado al electorado chileno –como a tantos otros en el mundo– es su volatilidad, marcada por una rápida desilusión respecto de sus representantes. Y no es descartable que, más temprano que tarde (y si hacen las cosas bien), la pelota vuelva a estar en la cancha de esos partidos.