"Cuando entro, la cocina está silenciosa como un hueso."
Ensayo de cristal, Anne Carson.
Saltamos hasta el 19 de diciembre de 2021. Tamara Poblete y Loreto Martínez del Colectivo Malvestidas caminan hacia la recién refundada Plaza Dignidad. Visten, utilizan, llevan trajes confeccionados por ellas a partir de paños de cocina usados que recopilaron durante la pandemia entre familiares y amigas, y confeccionaron ellas mismas cuidando no perder la forma de los paños.
—Son trajes tipo Samurai— explica Tamara.
Así es. Las Malvestidas parecen unas guerreras a los pies del monumento del General Baquedano, convertido en objetivo de protesta por parte de las y los manifestantes de la revuelta social.
Reciben igual cantidad de aplausos que de insultos.
Responden con miradas desafiantes detrás de sus rostros pintados. Una de ellas alza un cuchillo; la otra, un machete de cocina. En el fondo la tapa de una olla atravesada por grandes cucharas de madera, escudo que funciona como emblema y protección. Se declaran indomesticables y nombran a su performance A(R)MADAS. Luego, por sus redes sociales, declaran:
ARMÉMONOS. Armémonos efectiva y afectivamente. Armémonos intelectual, emocional, política y colectivamente pues la lucha para erradicar la violencia patriarcal es cotidiana y se libra en todos los espacios: en la cama, en la casa, en la calle y en los espacios de poder.
Ese día se cumple un año desde que Chile declara un día de visibilización y lucha contra los femicidios. A(R)MADAS es una acción-reclamo que habla de las desigualdades, de las violencias. Con este acto también sellaron la unión entre teoría, activismo y práctica en su trabajo.
Tamara Poblete es investigadora en historia y gestora cultural. Estudió en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, completó un magíster en Industrias Creativas y Culturales con mención en Diseño en Goldsmiths, University of London, y realiza un doctorado en Historia del Diseño en el Royal College of Art, Londres. Loreto Martínez es diseñadora escénica y gestora cultural, Licenciada en Artes con mención en Diseño Teatral de la Universidad de Chile y magíster en Diseño de Vestuario de Teatro, Cine, Ópera y Audiovisuales del Instituto Europeo di Design, Barcelona. Sus performances problematizan el cruce entre género, clase, identidad y territorio desde metodologías transdisciplinares y colaborativas aplicadas a lo corporal, lo vestible, lo instalativo, lo escénico. Entienden las prendas de vestir como objetos políticos. Examinan la decolonialidad como práctica colectiva.
Cuando hicieron A(R)MADAS, Colectivo Malvestidas ya había organizado los encuentros internacionales Moda Desobediente (Museo de Arte Contemporáneo-MAC, desde 2017), participaron de la co-curaduría de la exhibición Ropa Americana de Paz Errazuriz (MAC, 2018) y Jumper. 50 años de historia (GAM, 2022) y co-editaron el libro Moda y Poder (2021). Cerraron el 2022 con una presentación en la Fashion Space Gallery del London College of Fashion.
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Hoy están embarcadas en un nuevo proyecto: Semióticas de la Costura. Partieron de la selección de doce elementos fundamentales para la confección de la ropa: alfileres y agujas, máquina de coser, patrones, tijeras, tiza, plancha, descosedor, dedal, maniquí, huincha de medir, hilo y tela. Convocaron a doce personas de diferentes países y vinculadas a disciplinas de la moda. A cada una de ellas se les asignó un elemento para reflexionar y relacionar de forma “libre y metafóricamente [el objeto] con un tipo de violencia específica (psicológica, física, sexual, económica, etc.)”.
El resultado de estos ejercicios es la base de la instalación Semiótica de la Costura, presentada en la Fashion Space Gallery de Londres. Por supuesto este título es una referencia a la video-performance de Martha Rosler Semióticas de la Cocina (1975), la cual como es presumible se desarrolla en una cocina. Desde ahí y en orden alfabético, Rosler muestra y nombra utensilios propios de este espacio doméstico. El humor negro guía la secuencia. La artista hace movimientos improductivos y violentos en su interacción con los objetos. Al llegar a la letra t, recoge de la encimera que está frente a ella un mazo para carne (tenderizer), entonces pronuncia: tenderizer, y golpea con fuerza la superficie. Las últimas seis letras del abecedario: U, V, W, X, Y y Z no tienen un utensilio asociado. En su lugar, realiza una representación corporal de la grafía de cada una de estas letras. Gesto y nombre. El espacio doméstico se devela como un sistema de signos. Rosler dice:
—Cuando la mujer habla, da nombre a su propia opresión.
Semióticas de la Costura inicia con la imagen de los doce objetos entregados a los participantes del proyecto. A continuación, aparece una de las integrantes del colectivo. Lleva puesto un delantal de costura y una huincha en su mano derecha. Ella dice: “normar” y agita la huincha con fuerza y de forma provocadora. Corte. Frente a la cámara, la segunda integrante toma una plancha y aprieta el botón que activa el vapor mientras pronuncia “polución”. Son palabras, ideas, conceptos, representaciones que Tamara y Loreto atribuyeron a cada texto de los participantes. Luego vendrá “precarizar”, “desarraigar”, “herir”, “aislar”, “imponer”, “racializar”, “homogeneizar”, “traumar” y “disciplinar”. Todo cierra con una vista de los doce objetos sobre la mesa que incluye una máquina de coser. No hay palabras solo el tic, tic, tic, tic de la aguja.
Puede ser estimulante y merecer la pena pensar esta instalación, y el trabajo de las Malvestidas, desde la significativa pero no menos trillada formulación de que lo personal es político. ¿Se trata de una apuesta que ofrece más que una simple cópula estridente que hace de lo privado (la “vida privada”) un asunto político y público? ¿o hay en esta unión una multitud de relaciones que pasamos por alto? Quizás por eso me conmueve la cadena de significantes que abre Semióticas de la Costura: del objeto a la palabra y de la palabra a la acción performática (agarro y activo el objeto) podemos aspirar a arrancar la vida psíquica de su debido lugar, uno que está más allá de lo privado. Un aparecer indebido que es profundamente político pues infiltra aquello indescifrable que nos afecta y constituye subjetivamente en la realidad histórica.
—La activación política de los objetos— dice Loreto.
¿Cómo dar cuenta de la violencia? ¿Cómo explicarla? ¿Sin ninguna narrativa o todo lo contrario? El colectivo Malvestidas plantea una exploración de la violencia de la industria de la moda. Esta sugerencia funciona en la medida que la operación no está anclada a la validez moral e incluso política del mensaje transmitido por el dispositivo artístico. Más bien concierne al dispositivo mismo. Su eficacia no se funda en transmitir un mensaje, enseñar formas de comportamiento o decodificar las representaciones. De hecho, Semióticas de la Costura se inicia con un resultado incierto. Por un lado, no hay una definición sobre la violencia que precede al momento de la escritura de las y los participantes; y, por el otro lado, el posible resultado se juega en una dinámica de producción de sentidos abierta.
Porque el cruce entre la obra de Martha Rosler y la propuesta de las Malvestidas no es un mero guiño a un título o una puesta en escena; su nexo está dado por una operación común: el desencaje de objetos cotidianos para ser escuchados. Sonidos disonantes que forman una historia hecha de testimonios de uso. Qué dicen, no tengo ni idea. Pero me gusta esta intuición. Sea lo que sea, escuchar nos ubica en lo ingobernable, inescrutable, multivalente. En un espacio sin dueño, donde la relación de la subjetividad personal y el registro histórico excede a la mente, la cognición y la comunicación.
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En 1965 Yoko Ono presentó Cut Piece (1964) en Nueva York. Durante la performance Ono se encuentra sentada sobre un escenario, junto a ella unas tijeras disponibles para ser utilizadas por el público. El registro muestra a las y los espectadores dubitativos al comienzo. Poco a poco la mayoría adhiere a la dinámica: Ono inmutable. Frente a ella, una persona del público corta un pequeño pedazo de tela de su vestimenta. El movimiento lo repiten otros, cada uno espera su turno. De pronto un hombre joven cambia el ritmo. Agresivo, toma la tijera y corta, corta en serio. Ono es desprendida de buena parte del top negro que lleva y los tirantes de su sostén.
Una década después Marina Abramović interpretó Rhythn 0 en la Galleria Studio Morra en Nápoles. Durante seis horas la artista estuvo de pie junto a una mesa con 72 objetos, que el público podía utilizar a su discreción sobre su cuerpo. Vino, zapatos, látigo y jabón, entre los elementos. La performance recibió pétalos y golpes. Todo aquello quedó relegado a un mero jugueteo cuando un hombre tomó el revólver que también estaba sobre la mesa y la apuntó. Un espectador intervino. Abramović mantuvo su posición de objeto, es decir, dispuesta a recibir sobre su cuerpo lo que el público decidiera sin demostrar respuesta o resistencia.
Pareciera que estamos frente a lo que los humanos podemos hacernos unos a otros. Pero estas transgresiones solo son posibles a razón de la proposición de las propias artistas. Por supuesto, el resultado es profundamente inquietante. En ambas las vulneraciones sobre los cuerpos de las artistas comienzan lentamente para dar paso al momento en el cual el público está cómodo y disfruta desnudar, herir, ultrajar a una persona. Además de observar, al mismo tiempo que surge el impulso de protección.
En 1990 Abramović se refirió a sus obras tempranas:
—El arte debe ser perturbador más que bello.
¿Qué hay más allá del desconcierto y la incomodidad que puede generar una obra? Pienso en el devenir del arte luego que Ono y Abramović, entre otras, expulsaran a la figura masculina como maestro de ceremonias dejando a las artistas en el centro inclusive poniéndose en riesgo. Pienso en la capacidad del arte para alterar y alborotar frente al espectáculo inherente de las imágenes de la violencia que hoy nos acompaña.
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A propósito de las manifestaciones estéticas surgidas entorno a los eventos sociopolíticos de la Primavera Árabe, el investigador Anthony Downey enfatiza que si el arte, al menos cierto tipo de arte, actúa desde la vereda de lo “político” o del “activismo”, cabe preguntar por su capacidad para ofrecer nuevas formas de participación en los debates y demandas sociales. Nos queda entonces especular: ¿pueden las prácticas artísticas disputar un lugar en la esfera pública, lidiar con conflictos sociales como la violencia ejercida en los cuerpos de las mujeres?, tal como se propone el colectivo Malvestidas.
Recientemente Sara Ahmed publicó el libro Complaint! (¡Denuncia!) en el cual relata el proceso de denuncias realizadas por mujeres en el contexto académico. Una suerte de arqueología de las formas de violencia en la institución universitaria que inició tras una reunión con un grupo de estudiantes cuya denuncia colectiva de abuso sexual no logró avanzar al interior de la institucionalidad por falta de evidencia o evidencia presentada incorrectamente, según los protocolos de la institución. Desde ese momento Ahmed se involucró activamente en los procesos de denuncias, lo que la llevó a reconocer sus texturas y amplitud. “Si un cuerpo puede expresar una denuncia, un cuerpo puede ser testimonio de una denuncia”. Experimentó la insuficiencia de la institución para acoger las declaraciones de las mujeres. De hecho, a fines del 2015 renunció a su puesto en la Universidad de Goldsmiths de Londres en rechazo al tratamiento que allí se daba a las manifestaciones y quejas de las estudiantes.
Ahmed suma recursos a los modos del testimonio y a las tecnologías de la denuncia. Su libro es un cuidadoso compendio de relatos y la descripción de los mecanismos burocráticos que hacen del testimonio un grito sordo. ¿Cómo se desoye a las mujeres?, se pregunta Ahmed. En un mundo obsesionado con la posibilidad de hablar y la exigencia de ser escuchado, ¿el arte tiene el potencial para crear vocabularios, gramáticas, sintaxis que desarticulen protocolos de denuncia y desmonten los aparatos de escucha?
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En el arte como en la vida una experiencia dolorosa no suele llegar en cajitas con etiquetas del tipo “dolor de injusticia” o “dolor de violencia machista”. Sin embargo, confiamos casi sin reparos en los rótulos y en las palabras. Algo parecido a una totemización del lenguaje. Sin embargo, los límites de mi lenguaje no son los límites de mi mundo. De ahí la expectativa siempre frustrada de esperar en la palabra la verdad.
Si pudiésemos plantear, entonces, los doce relatos que dan cuerpo a Semióticas de la Costura como ejercicios de testimonios oblicuos, podríamos allanar caminos para vincularnos con la violencia no desde el silencio que oculta ni desde el decir que desvanece. Una aproximación que amplíe el rango de percepción. Pues no se trata de hacer un mero seguimiento a hechos de violencia cotidiana, específicos; más bien de adoptar una perspectiva que incorpore el carácter sistémico de la violencia, esa dimensión brumosa que se escapa a la mirada, que nos confunde y crea monstruos, culpables de actos inexplicables, excepcionales y sobre todo individuales. Actos que se presentan como más horrorosos que la violencia estructural que los constituye.
Mariana Parra Gonzáles -investigadora de moda e inclusión social- es una de las participantes de Semióticas de la Costura. Su objeto: una máquina de coser; su escritura: un poema. Parra González escribe sobre la situación de una trabajadora textil mexicana cuyos empleadores le entregan una máquina de coser con el propósito de transformar su “función”: de operaria a proveedora externa. En la instalación de las Malvestidas, el texto de Parra González cuelga como una prenda de vestir junto a los otros. Comienza así:
27 años en la industria de la confección.
Imagínenlo, jover era ella cuando comenzó.
Por un momento dejemos de lado las consecuencias sociales que involucran las acciones de los empleadores. Pongamos atención entonces en el cuerpo, en ese cuerpo, sensible a su relación con la máquina y su entorno de trabajo. Cómo pensamos y cómo actuamos depende tanto de los objetos con los que nos rodeamos y nos encontramos, como de los lenguajes que usamos o las intenciones que podemos tener. Nos constituimos a través del medio de las cosas. Sin embargo, ¿cuántas veces escuchamos la vida de los objetos, una biografía que enlaza al sujeto con las cosas? En la video-performance de las Malvestidas, el texto de Parra Gonzáles es traído a través de la palabra “precarizar”. Junto con declamar “precarizar”, Tamara y Loreto, sentadas alrededor de la mesa con los objetos de costura, dejan caer su cabeza sobre la superficie y una de ellas aprieta el pedal para hacer funcionar la máquina. ¿Qué se escucha?
—El conflicto político con los objetos, de nuestra relación con los objetos— apunta Tamara al conversar sobre su trabajo. Como si al examinar ese entramado pudiésemos comprender algo más del trato ofrecido a la operaria mexicana, que suponía el beneficio de “ser su propio jefe” a costa de sus prestaciones laborales. Como si al observar la manera en la cual la textilera se víncula con la máquina de coser -como mercancía, regalo, recurso, rasgo de identidad- nos enteramos de las capas de la relación entre la mujer y la máquina, cambiante y ambigua, individual y colectiva. Como si en ese relato sin comienzo ni fin nos enteramos de las formas de la violencia sobre el cuerpo de esa mujer, de las mujeres trabajadoras. Semióticas de la Costura está compuesto de otros once testimonios y objetos. Para absorber la potencia de estos relatos de violencia, imagino esta intervención como un caleidoscopio que al girar muestra parte de modos de existencia y subjetividades que se constituyen a través de historias particulares y sociales. Percibir el cuerpo mismo como una cosa cultural, una disputa del lugar, un lugar de inscripción de la violencia. Porque a estas alturas es claro que no solo se trata de decir, demandar, sino de escuchar.