En palabras muy simples y lo más cercanas posible, la desinformación es el desorden informativo, el contenido sacado de su contexto original, una manipulación hecha y derecha, o la omisión de información relevante. En inglés se habla de disinformation cuando hay intención de dañar con el mensaje, y misinformation cuando esta se comparte o difunde ingenuamente. Me referiré a desinformación, para ambos casos, esta vez.
Podemos verla u oírla en el discurso de un personaje notorio desde el palacio de gobierno, en una entrevista, en una discusión legislativa o en su Twitter. También podemos encontrarla en una imagen que pasa velozmente en el feed de una red social, en un video creado con inteligencia artificial, en un mensaje viral que no para de ser reenviado, y más.
La desinformación no es solo una mentira, y tampoco es tan simple como una foto evidentemente editada. Es mucho más, tiene miles de formas, intenciones, y alcances. Puede estar en el celular, en la televisión, o en una sobremesa.
Desde el Periodismo, la respuesta más popular ha sido el fact checking, o verificación de datos. Consiste en verificar y contrastar lo que otros dicen o comparten, siempre y cuando sea medible con datos -y socialmente relevantes. Las opiniones, proyecciones y promesas quedan fuera. Mediante cierta metodología revisada periódicamente por la Red Internacional de Fact checking (IFCN, por sus siglas en inglés), el medio encargado de la verificación podrá determinar la factualidad y apego a los hechos del contenido revisado -generalmente determinado por un abanico que va desde el “verdadero” al “falso”.
Dicha metodología la he enseñado desde el segundo semestre de 2019. La última clase de cada semestre, hago la misma pregunta a mis estudiantes, mi termómetro favorito: ¿Qué les pareció el curso? ¿Creen que el fact checking es útil?
Bien tímidos, se miran, hasta que al fin alguien rompe el hielo y toma la primera palabra. Luego se van animando algunos más. Varios semestres he escuchado análisis sencillos y genuinos: el más repetido es que es muy útil y que todos los medios deberían chequear. Otros han mencionado que les parece importante, pero que no están seguros si alcanza por sí solo.
La desinformación no es solo una mentira, y tampoco es tan simple como una foto evidentemente editada.
Estoy de acuerdo con ello, considero que el periodismo no alcanza, no puede hacerlo solo. La desinformación es un monstruo grande, con varias cabezas. Dudo que la intención de los periodistas verificadores que llevan años en este trabajo pretendan solucionar los peligros de la desinformación por sí solos, sobre todo considerando un par de datos desoladores: de acuerdo con el Digital News Report de 2023, un 40% de las personas entrevistadas para el capítulo de Chile evita las noticias a veces o a menudo. Asimismo, un 35% confía en las noticias que consume. Podemos ir haciendo más y mejor periodismo, expandir el fact checking en más medios quizás, pero el público igualmente nos está evitando.
Tampoco creo que el Estado sea el llamado a matar al monstruo, considerando que muchas veces la desinformación proviene de personajes que están instalados ahí mismo. Apegándome estrictamente a lo que dice el decreto que crea la Comisión Asesora contra la Desinformación, el gobierno de turno busca asesoría para su participación en el grupo de trabajo de la OCDE para combatir la desinformación. Sinceramente, agradezco que hayan convocado a un grupo externo de expertos, y que no hayan puesto a funcionarios del mismo gobierno a hacer el diagnóstico y recomendaciones.
Se ha instalado que esta comisión podría derivar en una ley de medios, en censura, en un control estatal sobre lo que es verdad y lo que no. Son caricaturas muy vintages y puntos políticos de una oposición temerosa. ¿A qué le temen, si se supone que no desinforman?
El decreto menciona dos cosas que, a mi juicio, son cruciales. Primero, que la desinformación está relacionada con el debilitamiento de la democracia: “Recomendar (...) las medidas y/o elementos que contribuyan al desarrollo de la política pública sobre la base del análisis de los distintos conocimientos asociados a la relación entre la desinformación y el debilitamiento de la democracia”.
Podemos ir haciendo más y mejor periodismo, expandir el fact checking en más medios quizás, pero el público igualmente nos está evitando.
Así como durante la pandemia la desinformación estuvo directamente asociada a la salud pública -remedios falsos, tratamientos no aprobados, conspiraciones, y más-, la desinformación en general, no importa la época o lugar, daña la democracia. Se puede ver en ejemplos sencillos, como una persona que vota por A o B basándose en información errónea, manipulada, o derechamente falsa. La desinformación puede llevar, asimismo, a que los congresistas legislen sobre premisas falsas. ¿No les parece catastrófico que decisiones cruciales para un país se puedan basar en desinformación, en las famosas fake news?
El decreto menciona otro punto importante. ¿Han escuchado a una persona relatando un dato increíble, que vio en Facebook o TikTok (depende de la edad), y que tenía muchos likes? ¿Leyeron hace poco que el Covid-19 fue creado en un laboratorio? Si nos ponemos a hilar fino -como ocurre en un día normal de un fact checker- veremos que el video viral de Tik Tok no tiene ninguna fuente citada. O que la supuesta creación del virus en un laboratorio aún no tiene un respaldo sólido. Hay cabos sueltos que la cantidad de likes y seguramente algún sesgo de confirmación no nos deja ver. He ahí la importancia de la alfabetización mediática y digital, mencionada también en las labores de los expertos que integran la comisión.
¿No les parece catastrófico que decisiones cruciales para un país se puedan basar en desinformación, en las famosas fake news?
Considerando entonces que la desinformación es un problema de salud pública, un peligro para la democracia, un monstruo que podría achicarse si es que se aborda desde el ciclo escolar, creo que es mejor que exista esta Comisión, a que no. Entiendo la desconfianza sobre una iniciativa relacionada a la información proveniente de un gobierno, y que hubiese sido mejor que surgiera de alguna organización o convocatoria de la sociedad civil, pero eso no ocurrió, y ya estamos llegando tarde al problema.
La verificación de datos o fact checking debe seguir existiendo y fortaleciéndose. La educación sobre cómo funcionan, por ejemplo, las plataformas digitales, quiénes pueden publicar allí, cómo aprender a sospechar o desconfiar, entre otras habilidades mediáticas y digitales, ojalá se pudiesen inculcar desde el ciclo escolar. Espero no pecar de ingenua, pero si el trabajo de esta comisión pudiese resultar en insumos educativos -no solo para colegios y periodistas, sino para otras áreas del conocimiento y la sociedad civil- creo que se cumpliría una labor y aporte importante contra la desinformación. Todo proceso educativo y de capacitación es lento y muestra sus resultados en el largo plazo. Mientras tanto, es crucial seguir apoyando a los medios e iniciativas que buscan debilitar al monstruo, aprender a dudar, a sospechar, y a no compartir cualquier contenido por si las dudas.