Cuando los luchadores están al centro de la colchoneta se abrazan, juntan las cabezas y por unos segundos parece que están bailando una melodía secreta. Los oponentes se miran y se estudian antes de comenzar la pelea. Las reglas, en apariencia, son simples. Hay que intentar empujar al otro, doblegar su resistencia y así ganar puntos ante la mirada de los jueces. Deben ser ágiles para evitar los golpes y tan duros como para mover el cuerpo del rival. Como en el ajedrez, cada movimiento cuenta y la cabeza juega un rol clave. El resultado puede cambiar en unos pocos segundos y hay que estar preparado para no rendirse.
La vida de Eduardo Bernal es un poco como la lucha olímpica: enfrentar con fortaleza los momentos complicados.
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Sus recuerdos de niño no son buenos. Un problema en sus oídos lo hizo crecer con una forma distinta de hablar. No se expresaba mucho y cuando lo hacían sus compañeros le hacían notar que era extraño, que era raro. Las agresiones eran verbales y, a veces, físicas.
—Mi infancia fue un poco complicada. No es que me haya hecho falta algo material. Quizás haya gente que no lo entienda, que me diga que soy parte de la generación de cristal. Ahora nos expresamos más. A mi generación le tocó vivir la transición de lo que era y lo que es. En ese tiempo, nadie podía expresarse en contra del bullying porque te decía que eras sensible —recuerda Eduardo Bernal.
Hoy, con 30 años, cuenta la historia con tranquilidad. Se nota que lo ha trabajado, que lo ha pensado varias veces.
—Después mis papás se separaron y quedé más vulnerable. La gente cuando veía a alguien así, en vez de ayudarlo, más te empujaban. Ahora, la sociedad entiende más este tema.
Eduardo encontró refugio en la religión para superar los comentarios. Y en el deporte, la lucha olímpica, vio una actividad que lo apasionaba. En 2005 empezó a entrenar en la Unidad Educativa Talentos Deportivos de Táchira. Destacó rápidamente y empezó a competir a nivel nacional e internacional representando a Venezuela.
Paralelo a su carrera deportiva, estudió Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de las Fuerzas Armadas. Su idea era salir del ambiente del barrio. Vivía en San Josecito, un lugar complejo en Táchira.
—Vengo de una población bastante fuerte, donde el 1% de los jóvenes sale adelante.
En 2013, vino a competir a unos Panamericanos juveniles que se desarrollaron en Santiago y en el que ganó medalla de bronce. Más allá del resultado, quedó encantado con la ciudad y empezó a masticar la idea de volver.
—En Venezuela las cosas se empezaron a complicar. Las protestas. Murieron amigos que estuvieron en las marchas. Los mandaban a matar por salir a protestar. Nunca pensé en salir, el factor familia y que yo había estudiado me hacían seguir allá. Nunca pensé en ser inmigrante. Hasta el día en que me sentí muy inseguro.
En 2017 decidió emprender el viaje. Vendió casi todas sus cosas y se vino solo. Fueron 11 días por tierra hasta llegar a Chile. En Santiago se juntó con otros cuatro compañeros de ingeniería y salió a buscar trabajo. Su primera chamba fue lavando platos en un sushi que quedaba en Monjitas con McGiver. En el local llegó a ser ayudante de cocina y luego administrador. Después que el dueño murió, entró a trabajar en maquinaria pesada.
En ese lugar recibió los primeros ataques por ser venezolano.
—Me decían, venezolano culiao, vete para tu país. Solo porque amanecía de mal humor. Me quedaba callado.
El consuelo que Eduardo encontró para soportar esos días de amargura, como siempre, fue el deporte. A las 17 horas salía del trabajo, iba al metro Cerrillos y llegaba a entrenar al Estadio Nacional. Ahí botaba todas las malas vibras en la colchoneta.
Renunció y luego encontró trabajo vendiendo materiales de construcción. Tenía algo que ver con lo que había estudiado en Venezuela. Además, tenía posibilidad de responder el teléfono, conocer gente, estar más acompañado. Gracias al retiro del 10% y a lo que había ahorrado, Eduardo compró un auto para trabajar en aplicaciones de transporte.
Su nacionalización se concretó el 30 de noviembre del 2022. Ese día, Eduardo supo que iba a competir como local en los Juegos Panamericanos del siguiente año.
—No creo que vaya a volver a un taller o a una cocina. Ya soy chileno, soy parte de la sociedad. Tengo un poco más de posición en el país. Antes vivía la vida de un migrante, de trabajar en lo que sea para sobrevivir.
Según el Centro Nacional de Estudios Migratorios de la Universidad de Talca, en Chile viven al menos 1,5 millones de migrantes y el 89% fue trabajador independiente e informal en su primera ocupación en el país.
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Eduardo tiene marcas en la frente y en la nariz. Son pequeñas marcas que le dejaron los combates de los Panamericanos. El luchador reconoce que sigue frustrado. Aunque sabía que era complicado, quería alcanzar el podio. Los resultados fueron adversos: perdió dos combates y ganó uno. Quedó a un paso de ganar el bronce.
—Tuve un mal sorteo, me tocó enfrentar a los dos favoritos de mi categoría.
El objetivo de ganar una medalla no solo era el honor deportivo. El premio también era una beca de cuatro años para dedicarse exclusivamente a entrenar. Hoy, a pesar de ser un deportista de élite, Eduardo trabaja de noche como Cabify y entrena durante el día.
El incentivo económico también era importante. Quería usar esa plata para comprar unos pasajes a su abuela en Venezuela. Que viniera a verlo a Chile. A pesar de eso, Eduardo asegura que todo lo que ha sucedido a partir de su nacionalización ha sido una gran mejora para su vida. Ahora está concentrado en clasificarse para los próximos Juegos Olímpicos. El 8 de noviembre, fue junto al resto del Team Chile a La Moneda. Desde la micro de dos pisos y en la Plaza de la Ciudadanía percibió el cariño de la gente.
—De verdad, me gustaría decirle a los migrantes que en cualquier momento sale el sol. Para mí me salió el sol.
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La participación de deportistas migrantes en los recientes Juegos Panamericanos fue celebrada por los medios de comunicación, autoridades y el público chileno. Uno de los más destacados fue el atleta Santiago Ford, quien llegó por un paso no habilitado a Chile desde Cuba. Recibió la nacionalidad el año pasado y ganó medalla de oro en los 1.500 metros planos.
Otro caso importante fue la tenismesista china Tania Zeng. Con 57 años integró el equipo chileno que obtuvo medalla de bronce. Menos feliz fue el caso de la atleta haitiana Berdine Castillo, quien acusó racismo y discriminación de parte de la vicepresidenta de World Athletics, Ximena Restrepo, para no dejarla participar de la carrera de 4x400 pese a tener mejores marcas.
“Paralelamente, comenzaron a llegar a la pista personas externas al equipo nacional, en especial familiares de otras integrantes del relevo, quienes gritaban e insultaban al equipo técnico de la federación y a otros entrenadores/as que habían solidarizado con nosotras. En lo personal fui increpada de múltiples formas, llegando incluso a insultos que resultan imposibles de no vincular con racismo, clasismo, elitismo y otras expresiones de discriminación”, declaró Berdine Castillo.
Los relatos tienen un punto en común: en algún momento vieron en Chile un lugar para rehacer sus vidas. Como muchos otros migrantes que han llegado al país.
—Esas trayectorias vitales lograron poner en la agenda pública contingente el modo en que las políticas migratorias restrictivas y expulsoras que adoptan los Estados impactan de manera nefasta las vidas de las personas que se desplazan escapando de la pobreza, la desigualdad, las violencias que se construyen desde diferentes frentes y espacios, incluyendo los propios Estados, los desastres naturales, entre otras situaciones expulsoras de población. —comenta María Fernanda Stang, directora del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud de la Universidad Católica Silva Henríquez.
“Estos deportistas son, como decía Eduardo Galeano, fugitivos de la vida imposible”, añade.
La investigadora se ha especializado en el fenómeno de la migración en Chile. Para ella, la cobertura ha hecho énfasis en la bondad del país que les abrió los brazos para acogerlos, que los “naturalizó como chilenos para quitarle la marca de su extranjeridad”.
—Pienso que se trata de un fenómeno más bien efímero, acotado a esta contingencia de los Juegos Panamericanos, y que difícilmente podrá contrarrestar la sedimentación de la narrativa criminalizante y securitizadora de las migraciones que se viene construyendo.
Según la última encuesta CEP, publicada el 21 de noviembre, el 69% de los chilenos cree que la migración eleva los índices de criminalidad. El estudio se da a conocer justo cuando el gobierno anunció la expulsión de más de 12.000 migrantes. También cuando Gabriel Boric informó que no asistirá a la COP28 para reforzar la agenda de seguridad, pese a que su administración destacaba la lucha contra el cambio climático como una de sus principales banderas.
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Virginia Jiménez tuvo que concentrarse para no llorar en su debut en los Panamericanos. En el túnel, antes de entrar a la colchoneta, pensó en sus primeras luchas en Venezuela, su viaje por tres países hasta Chile y la incertidumbre de no saber si a volver a competir o no. Todo un camino de seis años para llegar a ese momento.
En el gimnasio, entre el público, estaban su hermana y su sobrino de tres años. Gritaban y aplaudían. Tenían una bandera de Chile y otra de Venezuela juntas.
—¡Hazlo por los seis años! ¡Por los seis años que esperaste! —le gritaban.
Ese jueves 2 de noviembre fue de dulce y agraz. Perdió en el debut frente a la estadounidense Forrest Molinari y luego, en su segunda pelea, derrotó a la hondureña Saidy Chávez. Con eso obtuvo la clasificación para disputar la medalla de bronce en su categoría.
—Me puse a llorar cuando gané. Fue muy emocionante. Fue volver, renacer, ganar otra vez un combate. Era algo que tenía atragantado, desde el día uno que veía todas las emociones de los juegos. Ahí solté, ahí lloré—recuerda la luchadora.
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La primera competencia de Virginia fue a los 12 años, en unos juegos escolares. Llevaba poco tiempo luchando y no estaba segura si ese era el camino que quería seguir. Perdió ante la campeona de la categoría. Fue sin apelaciones, una paliza.
—Me fue pésimo. Tenía poco tiempo luchando y no me gustaba tanto. Creo que con esa paliza era para que no volviera más. Yo seguí, soy persistente.
El convencimiento vino con el triunfo.
—Como a los 12 años, cuando gané mi primera medalla de oro. Como siempre perdía, decía, yo quiero ganar esto, aunque no me guste. Me puse a entrenar con fundamentos, enfocada. Cuando gané, dije, esto me gusta. Mi mente cambió, se enfocó en ganar.
Virginia nació en Barquisimeto, en el estado de Lara. Con el tiempo se convirtió en una deportista destacada en Venezuela. Participó de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y estuvo compitiendo en países como Rumania, España y Tailandia, entre otros.
Conoció Chile en un Panamericano juvenil realizado en el 2013, en el que ganó medalla de bronce. Esa fue otra experiencia importante. Le gustó el país y empezó a pensar en venir por un tiempo. Conocía a los entrenadores y quería un cambio de aires.
La crisis social en Venezuela también fue un detonante. Tenía contactos en el país y sabía que acá podía dedicarse al deporte en un ambiente más tranquilo. En febrero del 2018 compró pasajes en bus, recorrió Colombia, Ecuador y Perú hasta llegar a la frontera.
—En mi inocencia pensé que era un viaje más. Al principio no tenía intenciones de quedarme. Cuando empecé a ver a las otras familias llorando y despidiéndose, pensé, wow, esto es verdad.
En Santiago, ha vivido como arrendataria en treinta departamentos distintos. Ha trabajado como garzona, auxiliar de aseo y como guardia en Sala Gente, de Las Condes. Ahí aprendió a separar gente que con un par de tragos encima quería iniciar peleas. Entró a estudiar Preparación Física en la Universidad Santo Tomás.
—Fue duro, porque tuve que dejar el hecho de ser deportista y ponerme a trabajar en otros oficios. Es complicado para alguien que solo se dedicó al deporte. Hubo momentos en los que me quería devolver a Venezuela, pero cada vez las cosas se complicaban más. Entonces dije, ‘oye, me conviene estar aquí’.
Virginia reconoce que lo que más le gusta de Chile es el sur. Un día viajó a Valdivia y quedó enamorada. Pensó que era la ciudad ideal para vivir. Lo haría, pero hay un detalle que lo hace imposible: en la capital de la Región de los Ríos no hay ningún lugar para entrenar lucha libre.
Lo peor es la discriminación que ha visto en algunos lugares.
—Cuando llegué percibí mucho racismo en contra de los haitianos. En Venezuela estamos más acostumbrados, pero acá no. Escuchaba a chilenos que decía, esos negros son hediondos, son cochinos. Eso es lo único que no me gusta. Algunos son muy clasistas.
Virginia comenta que no ha recibido ningún ataque por xenofobia o discriminación. Pero que sí ha escuchado comentarios que rechazan a sus compatriotas. También ha notado que la nacionalización o su perfil como deportista destacada cambia las miradas hacia ella.
—Siempre he caído en gracia en los lugares en los que he trabajado. Cuando ven que soy deportista y me preguntan que hago y les cuento. Cuando saben de mi historia es como que cambia toda la percepción. Paso a ser admirada y eso ha pasado en todos los lugares. Me decían, deberías estar compitiendo y yo les respondía, que sí, que debería estar, pero todavía no es mi tiempo.
La luchadora obtuvo la nacionalidad chilena el 6 de septiembre gracias a una moción del Senado. El documento detalla: “la nacionalización por ley constituye indudablemente el más alto honor que el Estado chileno puede conferir a una persona extranjera, en razón de su aporte al país y entrega al servicio de la nación, en determinadas actividades específicas que hayan alcanzado una relevancia nacional”.
Como chilena, Virginia supo que podía competir en los Juegos Panamericanos. Apenas tuvo dos meses de preparación profesional, mucho menos de lo recomendable para el alto rendimiento. A pesar de las desventajas, pudo pelear por el bronce, que perdió contra la luchadora colombiana Nicole Parrado.
—Después de que luché me sentí mal, porque perdí. Pero la gente me aplaudía, me celebraba, me decía, oye lo hiciste demasiado bien. Entonces pensé, hice todo lo que estaba en mis manos. No estaba tan preparada como mi rival. No me siento en deuda, es todo lo que tenía.
Aunque el triunfo de su rival fue categórico, el público nacional aplaudió de pie la actuación de Virginia. Al final del combate, varios niños se acercaron y le pidieron fotos y autógrafos.
—Fue hermoso. Era la primera vez que representaba Chile, sentí tanto orgullo, me sentí parte de acá.
Ese día fue el renacimiento de Virginia.