Crónica

Literatura transformada en views


Creo que soy influencer (y me da culpa)

Ella siempre fue tímida, minimalista a la hora de comunicarse. Por eso encontró en la palabra escrita su forma de hablar con el mundo. Hasta que llegó la hora de acompañar la difusión de su primer libro, llegó a Instagram y su carrera dio una vuelta de página. “Hace dos días estoy preparando un reel, mientras mi novela espera en mi escritorio para ser editada”. Ignacia Godoy se convirtió en influencer; enmarca su experiencia en la tónica de una época.

Ordeno un poco el living de mi casa para que en el video se vea estético y agradable. Son técnicas que he ido aprendiendo a la fuerza. Escribo un pequeño guión de lo que grabaré y pongo mi celular al frente para tener un buen encuadre. Hace dos días estoy preparando un reel, mientras mi novela espera en mi escritorio para ser editada. 

No tuve sueños de escribir desde chica, como se suele decir en este tipo de confesiones. Cuando tenía tres o cuatro años, desarrollé un trastorno de ansiedad llamado mutismo selectivo. No le dirigía la palabra a nadie más que a mi familia conformada por cuatro mujeres. Prefería aguantarme las ganas de ir al baño a pedirle a la profesora permiso o perderme camino a la biblioteca a preguntar por direcciones y prefería quedarme en silencio, en un rincón, antes que conversar con mis compañeras de colegio en el recreo. Para mí eran los libros los únicos que entendían que simplemente no tenía ganas de hablar. Las historias que encontraba ahí me ayudaban a suspender mi existencia y embarcarme en vidas distintas a la mía, donde personajes podían ser igual de incomprendidos. No fue hasta mis últimos tres años de escuela que decidí empezar a escribir algo propio, quizás sí tenía ganas de hablar, pero a través de las palabras. No me atreví a estudiar una carrera relacionada a las letras y tomé el camino largo: un máster en Creación Literaria. Estudiando y escribiendo mi primer libro, nunca antes me había sentido tan plena. Esa felicidad momentánea, del día a día, que solo se conseguía en mundos distópicos al mío, la tenía ahí. 

Llegué de vuelta a Chile para cumplir el sueño: publicar mi primer libro. Pero, a medida que iba contactando a personas, preguntando cuál era el modo de enviar manuscritos, cómo se tenía un contrato con una editorial, las respuestas eran siempre las mismas: mejor te hubieses quedado allá, acá en Chile es muy difícil, casi imposible. No me quito las ideas de la cabeza tan fácilmente, así que seguí empujando. Publicar por primera vez se sintió como un golpe de realidad: lo había logrado, un sueño que parecía inalcanzable, se había logrado. Publicar por segunda vez fue aún mejor, quizás sí podría hacer una carrera de esto. 

Termino de grabar el video de un minuto y tomo mi celular. Bajo el cuello que ya me duele un poco de tanto dirigirlo a la pequeña pantalla rectangular, y empiezo a quitar y editar lo que no me sirve. Tiene que durar 30 segundos, de lo contrario, no me va a ir bien. Es una tarea que ya mecanicé, pero me toma una hora en total. A veces menos. Veo los papeles encima de mi escritorio, la novela aún espera por ser editada.

Mi primer contacto con las redes sociales para promocionar mi trabajo fue en 2017. Pensé, si publico un poco de lo que estoy escribiendo puede que a algún representante o editor le guste. Me llame, me contrate, todo parecía muy fácil. Seguí escribiendo de a poco, solo palabras, pero no lograba las visualizaciones que necesitaba. Unos pocos 40 me gustas, otros días 60. Estaba determinada en no mostrar mi rostro, no quería que supieran quién era, eso no me interesaba, yo solo quería mostrar mi trabajo. Hasta que un día, sin querer y sin pensar, subí una historia con mi cara. Las visualizaciones llegaron a números impensados y el vicio comenzó: tengo que mostrarme. Ya no solo ponía posts de mis escritos, ahora también de mí, de quién era, de qué hacía. Firmé el primer contrato con una editorial independiente no por lo que ponía en redes sociales, sino por el manuscrito que envié, pero aún así el vicio se hizo mayor: tengo que vender este libro, esto depende de mí. 

En Chile, según la asociación de editoriales del país, existen alrededor de 200 editoriales independientes oficializadas, sin contar a aquellas que aún no lo están. Según la Cámara Chilena del Libro, en 2023 se publicaron 9.298 títulos nuevos. De esos, 1.476 fueron autoeditados y el resto contrato con editorial. 1.491 fueron publicaciones de grandes casas editoriales (Penguin Random House y Editorial Planeta) y 904 de universidades. El resto, 8.731 de editoriales independientes. Según la misma Cámara Chilena del Libro, 2023 ha sido el período con la mayor cantidad de libros registrados en los últimos 8 años. Sin embargo, de ellos solo 1.958 fueron literatura chilena. En Latinoamérica, porque no logro encontrar datos más específicos ni actualizados, y según la organización mundial de escritores PEN Internacional con apoyo de la Unesco, solo el 30% de todos los libros publicados al año pertenece a mujeres. ¿Ahora entienden por qué me importaba tanto vender el libro? Me propuse promocionarme aún más, hacer contenido de manera semanal y no cuando se me ocurriese, tenía que mostrar lo que había logrado para que más personas me conocieran y quisieran leerme una vez mi libro estuviera allá afuera.

Termino de editar el video, llevo desde las diez de la mañana en esto y son casi las una de la tarde. Tengo que resolver otros asuntos de otros trabajos antes de las cuatro cuando prepararé el taller que daré esta noche. Le pongo una música, no tan conocida, aún no cedo en eso. Escojo la que más me gusta, no importa si aparezco menos. Grabo la locución y escribo un texto que sea lo suficientemente atractivo, que deje una pregunta, que genere interacción, “engagement”. Lo publico. Ahora solo tengo que esperar.

De acuerdo a Londres GlobalWebIndex, en América Latina pasamos cerca de cuatro horas al día en nuestras redes sociales y somos el mayor consumidor de ellas en todo el mundo. En Chile y Argentina, específicamente, gastamos 3 a 5 horas diarias en el celular y 9 en internet. Me considero parte de este grupo sin querer serlo porque tengo que estar en las redes presente. Si desaparezco no podré publicitar mis próximos libros. Porque, ¿quién lee diarios o revistas hoy en día? 

Por eso ahora me encuentro organizando el cronograma de lo que publicaré esta semana en mi Instagram. Intento no caer en lo que hacen los demás influencer, no quiero convertirme en ello aunque a veces siento que ya es demasiado tarde. Parece que sí lo soy. Siento culpa por eso, mi intención era mostrar mi escritura, acercar el mundo de la literatura a otras personas que no me conocieran. Di un vuelco diferente, hay veces en que me siento bien con ello y otras en las que no. Veo el contenido que elegí para esta semana y es orgánico, creo que estoy cómoda con eso. Entre esas publicaciones tengo un cuento que escribí, mi escritura, esa que he dejado de lado por el ejercicio de estar constantemente generando algo para el resto. Algo que, luego de dos minutos, ya es pasado. 

Al lado mío, justo al lado, veo mi novela. Las más de 100 páginas que me esperan. No puedo tomarlas aún, porque tengo que avanzar con otras cosas. En la noche, las tomaré en la noche. 

Si al mes Penguin o Planeta publican 10 libros, 8 de ellos son de influencers. No quiero entrar en ese mundo, no me interesa. Pero si la literatura se está transformando en views, ¿no quedará otra que entrar en el juego? Veo esperanzas en las editoriales independientes, donde estoy yo. Con mi primer libro en mano hago el ejercicio de calcular cuántas personas leerán lo que a mí me costó tanto producir.

De acuerdo a World Culture Index, en América Latina los países donde se lee más son, Venezuela (6 horas 24 minutos por semana) y Argentina (5 horas con 54 minutos por semana). Chile no está ni cerca de este ranking. Si vendo 30 libros en un año y cada uno cuesta 7.000 pesos y yo me llevo el 5% de ese total, mi cheque anual será de 10.050 pesos chilenos. Si vendo 150 libros al año, mi cheque será de 52.500 pesos chilenos. No miro cuánto reciben autores de editoriales grandes, no quiero caer en la envidia y compararme, aunque también es demasiado tarde para eso.

Bloqueo la pantalla de mi celular e intento no mirar Instagram en un buen rato, pero mi tercer libro se demora en salir y yo lo único que veo en mi inicio es a otras personas sacando sus libros o novelas o cuentos y yo aún no puedo mostrar nada, porque de esto se trata: mostrar. Me inunda un sentimiento competitivo, algo que allá afuera, en la calle, en el mundo real, no existe. Me comparo con aquellas personas que lograron mejores contratos que yo, que lograron publicar al fin sus otros libros. Les pongo me gusta a todas, cuando en realidad me estoy presionando para tomar esas hojas, esas más de 100 y por fin editar mi nueva novela. 

De la otra no hay nada que pueda hacer, no está en mis manos. Salgo a pasear a mi perro, voy a una librería y por unos minutos o quizás una hora, me olvido de esa comparación. Observo mi entorno, pienso en nuevas ideas para escribir y las anoto en mi libreta roja, esa que llevo conmigo a todas partes. Llego a mi casa y comienzo a darle forma a esas ideas. La música en mis oídos me ayuda a caer y suspenderme en la tarea. Me siento satisfecha conmigo misma, hace varias semanas que no lograba esto. Entro en redes sociales para darme un descanso y veo la foto de una autora, nueva, publicar su novela. ¿Me sentiré alguna vez suficiente con lo que hago? Me autoconvenzo de que no, que para promocionar mi trabajo tengo que publicar y para publicar tengo que estar activa en mi Instagram y para que el algoritmo no me olvide tengo que subir contenido y en el intertanto pospongo lo que realmente me importa y quiero promocionar, mi escritura.

Sé que hay quienes pueden pensar que no es necesario, que para ser artista o para escribir puedes olvidarte de lo que pasa en internet. No soy una escritora conocida, tampoco famosa. Soy simplemente otra escritora chilena, vivo en Latinoamérica, y para escribir tengo que convertirme en influencer.