Ensayo

“El lugar de la otra”


Un cuarto propio según Maite Alberdi

Parte de la selección oficial del Festival de San Sebastián y la representante chilena en los Goyas y el Oscar, “El lugar de la otra” se basa en las páginas de la crónica roja del siglo pasado. Un crimen que remeció a la sociedad chilena y que, en manos de la directora Maite Alberdi se convierte en un agudo estudio de los estereotipos de género.

El documental nominado al Oscar “La memoria infinita” había sido la confirmación de una regla. Una inquietud   común brilla en los filmes de no ficción previos de la directora chilena Maite Alberdi. La presencia del cuidado, del acompañamiento prodigado hacia el otro (un enfermo, un anciano, alguien atravesando una situación que lo dejaba en una posición frágil y débil) aparece como un hilo rojo también en “El salvavidas”,  “Los niños” y “El agente topo”. 

Pero con “El lugar de la otra”, el celebrado debut en ficción basada en hechos reales de parte de la directora chilena en el Festival de San Sebastián,el ejercicio de velar por el otro se convierte en un gesto reflexivo. Ahora es un proceso de auto-cuidado femenino, lo que se materializa en el viaje de Mercedes (interpretada por Elisa Zulueta), una invisibilizada funcionaria judicial en el Chile conservador de 1955. Mercedes aprende de la manera menos esperada a valorarse, estimarse y a cuidarse en tanto mujer, persona, profesional. Y lo más interesante, aprende a resetearse fuera de la jaula patriarcal en la que entiende por fin que está atrapada. 

“El lugar de la otra” es la historia de un crimen real, cometido el 14 de abril de 1955 por la escritora María Carolina Geel, seudónimo de Georgina Silva Jiménez (interpretada por Francisca Lewin). Su caso removió a la conservadora clase chilena de mediados del siglo XX cuando asesinó a quemarropa a su novio, Roberto Pumarino Valenzuela. 

Balazos. Uno detrás de otro. Frente a decenas de personas que cenaban en el lujoso Hotel Crillón. Gritos. Un muerto y una mujer que no niega que lo mató, ni se declara inocente. Esa escena de crimen, parte del libro “Las homicidas” (2019), de Alia Trabucco Zerán, sirvió de base para esta película. 

Mercedes es el punto de vista del relato, una testigo distante y hasta distraída que comienza, por trabajo, a acercarse como un zoom in al magnético caso de esta mujer culta, autónoma, decidida, que comete un crimen sin razón aparente y que la desencaja de su gris y rutinario mundo. 

Al comienzo de “El lugar de la otra”, vemos a Mercedes en camisón durante la mañana de una casa santiaguina tipo cité en los años 50. La decoración es precaria, pero digna. Habitan en este espacio hostil junto a ella, la madre y esposa de este hogar de clase media-baja, su marido machista (Pablo Macaya) y sus hijos adolescentes.

Esa mañana, Mercedes comienza a despertar a la tropa. Corte. Prepara el desayuno para su familia. Corte. Se ocupa de detalles como la ropa que sus hijos necesitan vestir  para irse al colegio, la del marido y la propia; y cuando deja todo listo, incluso recibiendo a los clientes del marido fotógrafo que cruzan el umbral, parte a su trabajo en los tribunales. 

Cierra la puerta, y  ese mundo donde ella no existe como tal sino que en función de los hombres que la rodean, literalmente se asoma a uno nuevo. Sucede cuando corre una cortina de su despacho y ve algo inesperado: cuando la homicida ensangrentada, fuera de sí,, en shock, sube la escalera de tribunales apresada por la policía y rodeada de luces de la prensa ansiosa por su pedazo de chisme, choca su mirada con Mercedes. Frente a frente, cara a cara quedan congeladas en un tiempo simbólico de la película. En ese aquí y ahora, Mercedes puede ver  su propio reflejo en esta asesina, dueña de su propio destino… para bien y para mal. 

En ese momento se abre el portal de la transferencia. Mercedes dejará atrás el guión de la mujer perfecta. ¿Podrá ser  dueña de su propio destino? Se produce bajo el marco del ralenti fílmico un encantamiento unidireccional pero lo suficientemente efectivo para comenzar a mover su anquilosada vida.   

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La condición humana en su más profunda expresión se expande y desnuda en las historias de Maite Alberdi. Lo hace de  manera chispeante, luminosa y siempre, siempre, con un sentido del humor adosado en las pequeñas tragedias delante de su cámara. 

“El lugar de la otra” es tanto parte de este tren programático en su ADN artístico como un literal cambio de lugar para Maite Alberdi: de ser directora de documentales a convertirse en directora de una ficción para Netflix, todo para contar el cambio de lugar de una tímida actuaria judicial que se desplaza desde su propia jaula existencial a ocupar el lugar, las ropas, libertades y lecturas de una escritora homicida tras las rejas. 

Maite Alberdi dirige desde esta nueva posición, pero hace lo que es su sello, su rúbrica y desde una zona conocida: filmar la figura y personalidad de lo femenino a sus anchas, desde la delicadeza estética, pasando por la desfachatez de la comedia, y siempre bajo la episteme de visibilizar lo femenino. 

En “La memoria infinita”, la manera de definir y perfilar a Paulina Urrutia, actriz y exministra de Cultura, como una abnegada cuidadora de su esposo, Augusto Góngora, sometido a la degradación física del Alzheimer, está lejos de los paternalismos. Por el contrario, se trata de un registro en tres dimensiones, con claros y sombras, con alegría, pero con angustia suprema. Algo parecido podemos ver en “La once”, esta reunión de un grupo de señoras de clase alta tomando once. El formato siempre es el mismo: la mesa servida, las delicadas tazas, pero la ausencia de alguna de las integrantes mayores a medida que pasa el tiempo por la inevitabilidad de la muerte, logra altas cuotas de emoción y empatía desde lo femenino. 

Y aunque ahora en “El lugar de la otra” tiene el amparo de Netflix, no pierde su tmirada autoral. Esta película es una hermosa pieza de género cinematográfico, de cine negro, de noir made in Chile, que merece toda la atención y aplausos. 

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El crimen de la escritora María Carolina Geel  es convertido por Maite Alberdi en una  inteligente movida. En vez de guiarse por los típicos lineamientos del true crime, en vez de pisar el palito del policial cliché, Alberdi recrea el acontecimiento   desde otra inesperada e invisibilizada escena del crimen: las ataduras y aprisionamiento que significan los estereotipos de género. 

L protagonista de “El lugar de la otra”, esta funcionaria que trabaja para el juez a cargo del caso de María Carolina Geel, cae bajo el hechizo de la inexplicable e impredecible conducta de la escritora homicida. Por más que el juez intente proteger a la autora -de clase alta, de la bohemia, mujer famosa y bella-, Mercedes irá en dirección contraria. 

El  juez a cargo de la investigación, un Marcial Tagle en excelente estado interpretativo, desestima tratar a la homicida como alguien en sus cabales, como alguien que realmente pudo hacer asesinado de manera consciente, como una mujer con zonas oscuras, malvadas, latiendo desde sus entrañas. También bajo los mandatos de los roles esperados, infantiliza y trata como alguien interdicto a esta escritora de clase alta, alguien con la misma posición social que él, pero, y he aquí el punto, bajo ningún punto alguien igual a él, por el simple hecho de ser mujer. Nunca se dice con esas palabras, pero todo el constructo y narración hacen innegable la claridad del mensaje.

–Te juro que casi me da pena. Primero se vuelve loca, mata a su amante… –dice uno de los personajes, dando cuenta, una vez más, de los estereotipos de género. 

En conferencia de prensa en San Sebastián, la propia directora aclara el punto, que no está expuesto al azar en la película: 

―En Chile del siglo XX, la mayoría de las mujeres condenadas por asesinato fueron perdonadas por la justicia sólo por el hecho de ser mujeres: condenarlas les daría visibilidad. Los indultos siempre aludían a la locura de las asesinas, pero nadie realmente escuchaba sus razones.

De hecho, en la época Gabriela Mistral lideró una campaña para liberar a la artista de la cárcel y, al final, tuvo éxito. 

En la película, por más que el juez intente que el caso se cierre rápido y de manera indolora, Mercedes va en dirección contraria. Va directo al centro de su nuevo objeto de obsesión y, provista de la llave de la casa de la detenida, entra secretamente a su hábitat natural y, simbólicamente, ingresa a su cabeza y forma de pensar. 

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Provista de una meticulosa recreación de época y de una fotografía y factura técnica impecables, “El lugar de la otra” es  el delicado estudio del trasvasije identitario de una mujer chilena atravesada por una sociedad conservadora hacia una nueva fuente de saberes, emociones y perspectivas. 

A lo largo del relato, hay una admirable sutileza en las secretas idas de Mercedes al inhabitado departamento de la escritora homicida. 

Desde ese vértice, la misma película se rebela ante cualquier cliché narrativo para exceder tales límites simbólicos y convertirse también en guiño y homenaje a “Vértigo” de Alfred Hitchcock, pero sin la necesidad de que haya un hombre como James Stewart admirando el desdoblamiento de Kim Kovak, una morena “viva” que se transforma en el fantasma de una rubia “muerta”. 

La Mercedes de la gran Elisa Zulueta, sin la necesidad de ser mirada o admirada por un protagonista “hombre”, va desde su “morenidad” propia y de mujer de clase trabajadora sometida a los vertiginosos y libres linderos de la “rubiedad” metafórica de la escritora de clase alta… a la que termina por suplantar, por lo menos en el interior del departamento. 

Así lo deja en claro la directora durante su paso por el Festival de San Sebastián: 

―En  medio de los debates sobre su culpabilidad o inocencia, Mercedes entiende que la prisión es relativa, y la libertad tiene que ver con el cuarto propio. Que la única forma de forjar identidad y espacios personales y creativos es en la defensa de lo más mínimo, un lugar de silencio, un cuarto propio, y esto lo aprende habitando el lugar de la otra ―dijo Alberdi. 

El hogar de la escritora  se convierte en un personaje más: una locación donde Mercedes se autocuida, se cultiva y lee y lee, fuma, se prueba ropas caras y busca perderse para encontrarse. Aunque sea por unas horas al día, es libre. 

Ese hogar es escenario de la alquimia que logra no solo una transformación imposible para esa época y ese contexto, sino que parte de la sanación para una mujer que siempre está para los demás, pero los demás casi nunca están para ella.