En “Amigos para siempre”, uno de los libros que entrega la fundación Conectado Aprendo a los niños y niñas que participan de su iniciativa Club de Goce por la Lectura, un osito llamado Andi está triste. Desde que se cambió de casa extraña mucho a sus amigos Manu, Orejas y Benja. Su mamá le sugiere que les escriba una carta pero cuando el osito se anima, un fuerte viento se lleva sus letras.
A Ivanna (venezolana de 8 años, de los cuales lleva 7 viviendo en Chile), este cuento la emociona. La posibilidad de que, pese a los contratiempos, Andi se reencuentre con sus amigos algún día la ilusiona. “A mí también me pasó”, dice mientras hojea el libro que hasta hace muy poco aprendió a leer con una tutora que le asignó la fundación. Conectado Aprendo nació en plena pandemia, en 2020. Con el objetivo de reducir las brechas en el aprendizaje y la deserción escolar que provocó el cierre de los colegios durante la crisis sanitaria por Covid-19, genera tutorías online donde voluntarios –generalmente estudiantes universitarios– le hacen reforzamiento personalizado a alumnos de colegios vulnerables.
Ivanna es una de los 8 mil estudiantes a los que la fundación ha apoyado en cuatro años de existencia a través de estos acompañamientos que ponen el énfasis en el desarrollo de habilidades socioemocionales y mentalidad de crecimiento, además de la hoja académica. Con esta misma modalidad pero con foco en el rezago lector creó además la iniciativa Club de Goce por la Lectura, donde entró Ivanna.
Ivanna se identifica con Andi porque hace un tiempo se cambió de un sector de Ñuñoa a otro y dejó de ver a su amiga Julieta, pero en realidad la primera mudanza que marcó su vida y la de su familia no fue aquella, sino la que hizo en brazos de su mamá, María Victoria (31), cuando tenía apenas un año de vida y emigraron desde Venezuela a Chile. Era 2018 y su mamá cuenta que la decisión fue tan apresurada que en la maleta no hubo espacio para juguetes. En el equipaje echó su título de ingeniera, documentos y ropa de verano para ambas. María Victoria desconocía lo severo que puede ser el invierno en Chile. La situación política y social en su país era tan tensa, dice, que sólo primó su instinto de sobrevivencia, algo que cuando se convirtió en madre de Ivanna se incrementó todavía más.
—Se hacían filas para comprar desde papel sanitario hasta un pote de leche. Ivanna estaba muy chiquita y aunque tomó pecho hasta los dos años, la necesitaba. Comprábamos en caja para evitarnos que se quedara sin suministro, pero una vez la caja nos salió mala y la niña se intoxicó. Fue entonces que empujé a mi familia a salir de Venezuela. Sentí en las entrañas que teníamos que buscar un mejor lugar para vivir, dice María Victoria.
Eligieron Chile porque tanto ella como su marido tenían familiares que llevaban un tiempo acá. Les decían que les iba bien, que hasta habían podido comprar propiedades. El primero en viajar fue el padre de Ivanna, Alfredo. Como es garzón y le dijeron que la comuna de Viña del Mar tenía mucho turista en verano, se propuso instalarse en Concón y esperar a María Victoria y la pequeña Ivanna allá, para que juntos comenzaran una nueva vida junto al mar.
—Recuerdo que le dimos un abrazo a mi mamá en el aeropuerto de Venezuela y nos subimos al avión. Ivanna era muy pequeña así que poco entendía lo que estábamos haciendo. Pero recuerdo que acá, cuando nos recibieron mis primos y una tía nos alojó la primera noche en su casa en Santiago, Ivanna miró a su alrededor y se puso a llorar sin parar. Extrañó su casa, su cama, todo. Migrar es una experiencia dura. Te das cuenta que lo más importante no cabe en el equipaje. Es demasiado lo que dejas atrás, dice María Victoria.
Llegaron el 1 de febrero de 2018 a Santiago y esa noche Ivanna se calmó abrazando a un peluche de Winnie the Pooh al que se aferró justo antes de dejar Venezuela, cuando pasaron a la casa de unos familiares a despedirse. Curiosamente le había pertenecido a una de las primas de María Victoria que vivía en Chile cuando era niña.
—Todavía tiene ese peluche, no lo soltó más. Quizá en ese momento no lo vi, pero ahora me gusta pensar que fue su manera de niña de abrazar el destino que le tocó, agrega.
Ivanna hoy sí tiene recuerdos, dice que habla venechileno y que le gustan más las empanadas que las arepas. Producto de que en Concón su padre enfrentó discriminación en los restoranes en los que trabajó y que María Victoria no encontró empleo, la estadía en la costa duró poco y se vinieron rápidamente a Santiago. Ivanna vive en Ñuñoa y asiste a un colegio particular subvencionado por la mañana. Por la tarde, en cambio, queda al cuidado de un After School, porque su mamá no logró encontrar un trabajo de ingeniera y atiende público como ejecutiva en una AFP.
—Pensamos que sería más fácil, dice María Victoria.
Las lucas no siempre alcanzan y, además, es poco el tiempo que logran coincidir los tres porque su marido garzonea en horario nocturno.
—El consuelo es que Ivanna se ha adaptado bastante. No sé cómo habría sido en Venezuela, pero acá, aunque hay cosas que no le puedo dar, siento que ha crecido y se ha podido desarrollar. Tiene amigos, quiere a sus profesores y es una niña feliz. Eso me tranquiliza, confiesa su mamá, mientras su hija enumera sus cosas favoritas: las princesas, las jirafas y los pandas, encabezan su lista.
***
A Ivanna la pandemia la pilló en una etapa crucial de su crecimiento. Estaba en kínder, cuando cerraron su colegio y se tuvo que quedar en casa con su papá. Aún cuando la escuela hacía las clases online y las profesoras se esmeraban por enseñarles las letras y números para que pudieran llegar a primero básico capacitados para adquirir la lectoescritura, Ivanna como sus compañeros y compañeras, poco se concentraban.
—Lo único bueno es que a veces estaba conectada a clases con pijama. Pero el resto era muy aburrido porque todos los días teníamos que estar sentados frente al computador y no teníamos recreo, cuenta la niña.
Alfredo se ríe cuando oye hablar a su hija porque sabe lo desafiante que fue:
—La verdad es que los niños poco o nada aprendieron. Al rato se fastidiaban, apagaban la cámara y se iban. O traían los peluches o la muñequita de Frozen para mostrárselas a los compañeros o a la maestra. Era inútil tener a un curso completo prestando atención sin clases presenciales porque se distraían con mucha facilidad.
Los efectos se hicieron ver cuando Ivanna entró a primero básico. La niña presentaba una merma en comprensión lectora, confundía algunas letras como la X y la L, desconocía el significado de algunas palabras pero además le costaba leer. Cuando la fundación Conectado Aprendo se acercó a su colegio para contarles sobre su trabajo, la escuela no dudó en sumarse a esta alianza. María Victoria inscribió a su hija en las tutorías que ofrece el Club de Goce por la Lectura. En su segunda edición, 150 duplas de alumnos y tutores se reunieron virtualmente para leer libros y participar en actividades diseñadas para fomentar el amor por la lectura.
Fue en ese momento que Ivanna recibió varios libros y eligió trabajar con la historia “Amigos para siempre” con su tutora, que aparece dibujada con lentes oscuros junto a sus padres, todos muy altos en comparación con ella, en su cuaderno. Ivanna no lo supo hasta terminar las clases que transcurrieron los meses de junio y julio de este año. Su tutora era la ministra de Medio Ambiente, Maisa Rojas, quien en completo hermetismo bloqueó algunos horarios de su intenso calendario como secretaria de Estado para poder conectarse con ella. Juntas exploraron la tristeza de Andi, la mudanza y el poder de la amistad al mismo tiempo que fortalecían su capacidad lectora y comprensión.
—Para nosotros ella era una voluntaria simplemente porque nunca nos mencionó que fuera ministra. Hasta que estaban por finalizar las tutorías y ella nos propuso tener la sesión presencial y conocer a Ivanna. Se reunieron en la plaza Ñuñoa, donde leyeron juntas en una banca el 27 de julio, y ella le entregó unos libros de dibujo como regalo a mi hija, cuenta María Victoria.
La mamá de Ivanna las observaba de cerca en el parque y encontraba curioso que hubiese algunas personas que se detuvieran a saludar a la maestra de su hija. Pero luego todo le calzó.
—Yo las conozco a ustedes pero ustedes no saben qué hago aparte de esto, les dijo Maisa Rojas despejando el misterio. —Soy ministra de Medio Ambiente. Trabajo para el Estado y mi trabajo es cuidar de la naturaleza—, les dijo a Ivanna y a su madre.
Ivanna, que ya le había tomado amor a los significados de las palabras, preguntó:
—¿Eso quiere decir que si alguien bota basura, tú vas y le dices que eso no se hace?.
—Algo así, le contestó la secretaria de Estado sonriendo.
***
Maisa Rojas fue nombrada ministra de Medio Ambiente por el Presidente Gabriel Boric apenas éste llegó a La Moneda. Hasta ese momento, la climatóloga con licenciatura en Física y doctorada en Ciencias Atmosféricas en la Universidad de Oxford era profesora asociada en el Departamento de Geofísica de la U. de Chile, y como directora para el Centro para el Clima y la Resiliencia (CR2) pasaba la mayoría de su tiempo estudiando y categorizando datos a solas en una oficina que, con la llegada de la pandemia, se llevó a la casa. Allí compartió con sus tres hijos “en condiciones privilegiadas en comparación con otros sectores de la población”, dice quien además fue la única científica dentro del Consejo Asesor Presidencial que diseñó los lineamientos de la COP 25, fue Coordinadora del Comité Científico de Cambio Climático del Ministerio de Ciencia, además de participante de la delegación chilena de la COP26 que se realizaría en 2020 pero que, por la pandemia, se concretó en 2021 en Escocia.
—Creo que ha sido una de las épocas en las que más trabajé, pero pasar tiempo con los niños fue una experiencia tan profunda, tan marcadora que al mismo tiempo no podía dejar de pensar en las otras realidades. Me conmoví y sentí que tenía que ayudar. Cuando conocí el trabajo de la fundación Conectado Aprendo y supe de sus clases online, me inscribí sin pensarlo mucho. Yo también vi el impacto de la pandemia en el aprendizaje de mis hijos, y eso que ellos contaban con todos los recursos tecnológicos para no quedarse atrás que no es lo que vivieron miles de familias, cuenta la secretaria de Estado sentada en el despacho del ministerio de Medio Ambiente, donde trabajar por una transición socio ecológica justa y democrática para Chile y Latinoamérica, le demanda cumplir con una apretada agenda donde el diálogo intersectorial, los encuentros con las comunidades y la educación ambiental son indispensables para avanzar.
—Que tener contacto con la naturaleza y relacionarme con las personas sea mi trabajo ha sido una transformación muy importante para quien estaba acostumbrada a sentirse plenamente contenta frente al computador analizando datos con audífonos y música clásica. La experiencia con Ivanna es fruto de esa vocación social que te hace salir de la zona de confort para avanzar colectivamente, dice.
La ministra Maisa Rojas está convencida de que con mayor participación pública vamos a poder enfrentar las crisis climática, de biodiversidad y de contaminación. Y es con esa determinación que logró incorporar al país al Acuerdo de Escazú apenas comenzó su gestión, que es el que reconoce el deber de protección por parte del Estado a las y los defensores ambientales. Luego continuó creando la ley que da cabida al nuevo Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP) que será prioritario para una reforma ambiental que duerme hace más de una década en el Congreso. También ha inaugurado 37 nuevas áreas protegidas de las cincuentena que existen a lo largo del país como son el Parque Nacional Desierto Florido en Atacama, dos Áreas Marinas Costeras del Archipiélago de Humbolt y de Pisagua; y Santuarios de la Naturaleza como el de Valle de Cochamó en Los Lagos.
En materia educativa, tiene un programa en el ministerio llamado Forjadores Ambientales, el cual promueve el trabajo medioambiental con niños, quienes tienen el desafío de crear en sus colegios un mapa de ruido de la ciudad donde habitan.
La ministra es de las que usa el transporte público, cultiva tomates cherry los fines de semana en casa, hace compost con lombrices y lleva su propia taza a las cafeterías para no tener que consumir más plástico. También acaba de lanzar la campaña “Reciclar es la cumbia” junto al grupo Red. Ninguno de estos pergaminos, sin embargo, le quitó los nervios cuando conoció a Ivanna. A pesar de que tenía experiencia haciendo clases en la universidad, en esta oportunidad la experiencia era más desafiante, pues se trataba de una sola alumna, de una niña de 8 años.
—Estaba tan nerviosa que en un momento pensé que no iba a poder hacerlo. Afortunadamente me acordé de que le había hecho clases a mis hijos que hoy tienen 21, 17 y 14…, dice y se emociona.
La ministra recuerda con nostalgia cuando les ayudaba con alguna tarea o les contaba cuentos de Astrid Lindgren. El vacío que su hija mayor, Maya, dejó desde que partió de su lado para estudiar en el extranjero todavía le pesa en el pecho como un elefante.
—Por suerte todo salió muy bien con Ivanna. Fue muy bonito conocerla a ella y también a su mamá, quien se quedó siempre cerquita observándonos y permitiendo la conexión entre nosotras. Para traspasar la barrera de la pantalla, sabía que debía estar presente y no pensar en el proyecto de ley que estamos tramitando o en la entrevista que daría luego en un medio de comunicación. Tuvimos una afinidad muy particular con Ivanna. Como todos los niños y niñas tienen un nivel de transparencia y de dulzura que conmueve, dice la ministra.
La afinidad se dio naturalmente entre ellas porque la secretaria de Estado también migró de Chile cuando tenía un año de edad. Tras el Golpe de Estado, sus padres –ambos humanistas- se exiliaron en Hannover, Alemania, y no regresaron al país hasta que ella tenía 12 años. Maisa Rojas creció hasta 1986 en contacto con las 640 hectáreas de parque silvestre que constituyen el enorme bosque Eilenriede. Es más, cuando apareció un letrero que decía que en el sitio eriazo donde ella jugaba se construiría un edificio, ella, con 7 u 8 años, encabezó su primera protesta en el colegio. Fue allá que le tomó amor a la ecología y tomó consciencia de la degradación ambiental. Una profesora de Física marcó el camino que tomaría al crecer.
—Mis padres siempre hablaban de Chile. Vivíamos pensando en eso pese a que, como Ivanna, yo no tenía recuerdos de ese lugar al que pertenecía. La sensación que tienes desde muy temprano como niña que ha migrado es que no eres de allá, que estás de paso y tratando de volver. El problema es que cuando logramos retornar también fue complejo porque cuando llegamos había dictadura todavía. El choque cultural siempre es duro. Todo eso salió en nuestras conversaciones con Ivanna, agrega la secretaria de Estado.
Compartir sus propias experiencias de migración fue algo que se dio tan natural entre ellas que cuando a partir del cuento “Amigos para siempre”, Andi, a sugerencia de su madre, le escribe una carta a sus amigos, la ministra le leyó a Ivanna la última misiva que le escribió a su hija Maya, y la niña le habló de las cartas que le escribía a su abuelita en Venezuela.
La madre de Ivanna, cuenta:
—Maisa le explicó cómo leer los signos de exclamación e interrogación. Le ayudó a leer más rápido y con la entonación correcta. Además, le preguntaba si había alguna palabra que no comprendiera, y entonces le explicaba el significado. Además, a partir del cuento, Maisa le preguntó si alguna vez había enviado una carta y entonces Ivanna le contó de las cartas que le enviaba a su abuelita y de cuánto la extrañaba. Juntas revisaron el formato que debía tener una carta.
—¿Y qué es lo más importante de una carta, ministra?
Una buena carta debe contar algo, ser entretenida e incluir tus sentimientos. En mi caso, era importante transmitirle a mi hija mi experiencia porque lo que está haciendo también lo viví en algún momento. Con la Maya tenemos una relación mucho más cercana ahora que está lejos que la que tuvimos viviendo juntas en los últimos años. Uno se da cuenta, por medio de ejercicios como éste del trabajo de la educación. El libro parecía simple, cortito, pero las cosas que se podían conversar eran inmensas. Leer es una excusa para poder abrir muchos otros temas.
También hablaron de las abejas. Cuando Ivanna le comentó a la ministra que no le gustaban pero que sí amaba la miel, ésta le explicó que un tercio de la producción de alimentos en el mundo depende de su polinización.
***
El 28 de julio recién pasado la madre de Ivanna pensó que su familia por fin podría retornar a su tierra, pero no hubo cambios en el gobierno y la ilusión rápidamente se transformó en duelo.
—Ese día no me despegué del televisor, estaba nerviosa y con la esperanza de que todo terminara. Hasta habíamos pensado en regresar, pero no fue así. De repente me puse a llorar de impotencia…, se lamenta María Victoria.
Para María Victoria, retornar a Venezuela ya no es opción, por lo que por ahora para la familia de Ivanna lo que queda es la correspondencia y los cuentos. En el living del departamento donde viven, la ministra mira los dibujos de la niña, las cartas del naipe Uno que están esparcidas por la alfombra y le habla de los mandalas. Luego, y con el libro “Amigos para siempre” en las manos, Ivanna le muestra cómo está leyendo ahora que la tutoría ha terminado.
“Orejas rápidamente fue a buscar a Benja. Llamaron a su puerta y cuando él salió le leyó la carta. También le escribió unas palabras a su querido amigo: ‘espero que muy pronto nos volvamos a reunir’”, dice con su voz dulce y sus lentes color violeta.
La ministra corrige algunos énfasis y le acaricia la cabeza a Ivanna con orgullo.
—Quiero vivir contigo, le dice la niña.
—No es tan entretenido como parece, esta tía trabaja mucho —le dice Maisa Rojas antes de despedirse.
Conectado Aprendo
El rezago en el aprendizaje de los niños y niñas post pandemia fue brutal. Un estudio de la Universidad de Los Andes de 2022 reveló que un 96% de los estudiantes de primero básico no conocían las letras del alfabeto. De acuerdo al Simce de ese mismo año, 72.617 estudiantes en 4to básico (32%) no comprendían lo que leían, mientras que un 45% no entendía conceptos matemáticos elementales.
Los números han ido mejorando pero aún se mantienen debajo de los puntajes promedios antes de la pandemia, lo que mantiene al equipo de Conectado Aprendo ocupado en vincular a estudiantes universitarios de la U. Católica, U. de los Andes, U. de Chile, entre otras, con alumnos de colegios municipales y particulares subvencionados de 1º a 8º básico. Hoy la fundación trabaja con más de 400 colegios de quince regiones de Chile, repartidos en 138 comunas del país. Y para este segundo semestre ya tiene alrededor de 2 mil niños inscritos para recibir reforzamiento en matemáticas o lenguaje, de los cuales todavía hay 500 que requieren de un tutor o tutora. La fundación tiene abierta una convocatoria hasta el 15 de octubre: sólo se necesita tener cuarto medio rendido para formar parte de la experiencia para la que se debe destinar 1 hora, 2 veces a la semana y durante dos meses.
“A la fecha, el 97% de los niños que finalizaron la experiencia han mejorado sus notas y habilidades y un 74% de los estudiantes mejoran su asistencia al colegio”, afirma la directora ejecutiva de la fundación Francisca Lewin. “Lo más valioso es cómo este espacio de cohesión social enriquece a ambas partes (mediador y alumno), lo que hace que el aprendizaje sea mucho más significativo. Los niños no sólo aprenden letras o conceptos matemáticos sino que generan un vínculo que les permite soñar y enamorarse de sus capacidades. Por otro lado, muchas veces son los mediadores quienes resultan más transformados, ya que se piensan a sí mismos y su vocación viviendo el problema público en primera persona y, a la vez, siendo parte de la solución”, agrega.
Más información en www.conectadoaprendo.cl