Ensayo

Los chats de la vulgaridad


Maracos, díscolos y Cacheras: Hermosilla con Compañía

Las filtraciones de los chats entre el abogado Luis Hermosilla y el exfiscal Manuel Guerra son un backstage de la vulgaridad elitista chilena. ¿Qué pasa cuando son quienes estuvieron en el poder los que usan el lenguaje de los “rotos”?

Los mensajes entre Luis Hermosilla y Manuel Guerra filtrados este fin de semana dan vergüenza ajena. A su lado, los chistes de Morandé con Compañía suenan a poesía. Dos mocitos de la derecha, conocidos por sus redes de su influencia, por casos de alta complejidad y connotación pública que llevaron están desnudos. Dos hombres con poder que se autopercibían particularmente intocables y libres de comentar lo que quisieran sobre quién quisieran y con los términos que quisieran. Dos compadres, perros, hermanos, sintiéndose los reyes del mundo: apuntando con el dedo, riéndose a carcajadas. Casi podemos imaginarlos dándose golpecitos en el hombro mientras se toman una cerveza o un whiskey. 

Pero, aunque sea una vergüenza leer a dos hombres portándose así, tampoco debería sorprendernos. No en un país donde la frase “con ese carácter, nadie te va a aguantar” es dicha solo a las mujeres y niñas. No en donde decir “maricón” a un hombre es visto como un insulto que va desde su orientación sexual hasta su nivel de lealtad. No en donde 38% de las mujeres dice haber sufrido algún tipo de violencia (Encuesta Nacional de Violencia Intrafamiliar contra la mujer y delitos sexuales). No en donde hay récord de denuncias por actos discriminatorios a las disidencias sexuales (Movilh). No con la élite chilena. 

En redes sociales leo que muchos tildan de “ordinarios” y “vulgares” a Guerra y Hermosilla. Como si haber tenido sus profesiones y sus niveles de estudio los blindara de esos comportamientos. Como si su clase les prohibiera mostrar quiénes son realmente: dos machirulos actuando como machirulos que se resisten a dejar de ser machirulos en un país repleto de machirulos. 

En una potente investigación publicada en 2021 titulada “Cariño Malo”, la periodista Rosario Moreno reveló el lado menos visible de la violencia contra las mujeres: los golpes que se dan en la clase alta chilena. La obra reúne 76 testimonios en primera persona, 30 de víctimas de 18 a 71 años, y 46 de expertos relacionados con el tema. Todos coinciden en algo: en las mujeres de la clase alta chilena que han sufrido algún tipo de violencia impera el miedo. Al agresor, a la soledad, a la falta de dinero. Un miedo que Rosario Moreno considera diferente al que se vive en las clases medias y bajas.

En esa obra Moreno mostró cómo la élite miente y mantiene su estatus. También detalló la idea del “deber ser” y de la necesidad de no defraudar a la tribu. Pase lo que pase. Digan lo que digan. Hagan lo que hagan. 

Quizás, lo más absurdo de los mensajes de Hermosilla y Guerra sea ese lenguaje que la élite tradicionalmente califica de “roto”: mandar a alguien a la conchesumadre cuando nos enojamos, usar pico o pichula para decir que nos fue mal en algo. Un lenguaje que algunos han tratado de destacar como algo positivo, como una profesora de español que tuve en la universidad y que destacaba la expresión “puta el weon weon, weon”, como un ejemplo de una palabra que sirve de substantivo, adjetivo y vocativo al mismo tiempo. Lo mismo ha hecho el diseñador gráfico y comediante retirado del stand comedy Felipe Neira en su libro “Traductor mental - Homenaje lingüístico al cotidiano chilensis”, en el que explica de forma intelectual y con humor más de 300 expresiones nacionales. 

Pero la élite no hace eso. No dice “enteros maracos”. Ni “minas ricas”. Ni “cachera”. Mucho menos “la tienen chica”, la expresión usada por Carter para defenderse, en los mismos términos, de los ataques que recibió en los chats. La élite finge que no usa esos términos para denigrar o destacar a sus pares. Finge que no usa ese lenguaje roto. Ese que sale en canciones de reggaeton que les da asco. Ese que convierte todo en algo sexual. 

Sin quererlo, en su chat Hermosilla y Guerra no solo dejaron en evidencia la hipocresía de la élite chilena en términos de plata y de ética profesional. También traicionaron a su tribu en cuanto a la imagen que la élite siempre trató de cuidar: una que es pura, correcta, casi virginal. 

El famoso “qué van a decir”, su preocupación tan grande y tan pequeña a la vez, se fue al carajo.