Ensayo

El éxito que no fue


Joker 2: Funaron al Guasón

El Joker de 2019 saltó de la pantalla a la realidad. Se convirtió entonces en un personaje peligroso. La segunda entrega purga la mala conciencia, priva al Guasón de sus pulsiones criminales. Decepciona porque es una carta de disculpas.

Fue el rostro bufonesco de quienes a menudo son solo números en una planilla. La carcajada nerviosa de los que en realidad están llorando. El cuerpo ultrajado de millones que se sienten víctimas de un sistema profundamente injusto que los pisotea.

Como ningún otro personaje de este siglo, Arthur Fleck y su alter ego Joker canalizaron en la película de 2019 las tensiones sociales de millones de personas alrededor del mundo. Incluyendo Chile.

Enjuto y solitario, abusado y despreciado incluso por su madre, Arthur Fleck encontró en el Guasón el disfraz preciso para convertirse en la figura de la rebelión social en la gran pantalla. 

Vestido con un traje rojo oscuro y chaleco amarillo, con una enorme boca pintada y triángulos azules alrededor de los ojos, Joker levantó a las masas ignoradas por el sistema. Con el crimen como estandarte, hizo arder a Ciudad Gótica y desató el caos.

En Chile, la película convocó a 1 millón y medio de personas en apenas dos semanas, justo antes del estallido de 2019. Récord absoluto. En Estados Unidos, el levantamiento llegó 15 meses después, cuando multitudes descreídas de la institucionalidad asaltaron el Capitolio en Washington, algo que se replicó más tarde en Brasil.

Joker había saltado de la pantalla a la realidad. Se convirtió entonces en un personaje peligroso.

En “Joker 2 (Folie à Deux)”, esperada secuela de la historia, se nota en cada escena que la inesperada potencia de Arthur y Joker puso nerviosos a muchos.

El colorido líder de los excluidos de los beneficios del sistema se había vuelto una figura incómoda. ¿Cómo seguir por ese camino de revolución nihilista? ¿Cuánto había influido la exitosa primera película en el inconsciente colectivo en Estados Unidos y más allá? 

El director y guionista Todd Phillips entendió que ese era un camino imposible de seguir. El viaje del traumatizado Arthur y del implacable Joker solo podía conducir a la destrucción. Y la segunda película, debe haber pensado, no podía asumir ese relato. 

Había que purgar la mala conciencia. Y fue así que concibió “Joker 2” como un musical con más de 15 canciones, fichó a Lady Gaga (claro, había que cantar bastante) y privó a Joker de sus pulsiones criminales (le quedan algunas, pero solo a nivel de fantasía).

En tres palabras, cancelaron a Joker.

La secuela decepciona porque es una carta de disculpas, una aclaración que busca desdecirse de lo que afirmaba la primera película. Decepciona, también, porque la primera dejó la vara muy alta: fue nominada en once categorías de los premios Oscar y ganó dos (mejor actor principal, con Joaquin Phoenix; y mejor banda sonora). 

Al funado bufón no le queda más que ser un espectador de películas cuyo mayor riesgo consiste en hacer un vistoso número de tap dance. Hasta Lady Gaga y Joaquin Phoenix dejaron entrever en el Festival de Venecia que no les gustaba el resultado final de la película. Y en una entrevista para Good Morning Britain, cuando se les preguntó si la película era lo que esperaban, los dos actores se miraron y se rieron. 

En esta segunda parte, el único lugar seguro de Ciudad Gótica es Arkham, la siniestra cárcel que es también un hospital psiquiátrico en la que suelen terminar los villanos de “Batman”. 

Todo lo que está fuera de esta fortaleza enclavada en una pequeña isla frente a Manhattan es arriesgado y peligroso. 

En esa prisión, el sistema vencedor tiene narcotizado a Arthur, con tranquilizantes que le dan los policías cada jornada en la cárcel. Él trata de rebelarse y no se los toma. Poco importa. En la opresiva realidad de Ciudad Gótica, no hay escapatoria posible para este Joker cancelado.

Es ahí donde entran las canciones, numerosas, que convierten este drama de baja vibración en un musical que nadie pidió. 

Se supone que Joker libera su espíritu atormentado a través de una serie de temas clásicos del cine del siglo XX, que entona en compañía de su nueva amiga Lee (Lady Gaga). 

Todo en una especie de metaverso de ensoñación, porque en el día a día de Arkham no hay espacio para fantasías ni dúos románticos.

Así suenan desde “That´s Entertainment” (que pertenece a una película de 1953) hasta “If you Go Away”, versión en inglés del clásico francés “Ne me quitte pas” (No me abandones). 

Joker le canta esta canción al respondedor telefónico de Lee, en un instante definitivo de desolación. 

A esas alturas de “Joker 2” no queda nada del protagonista de la primera película, que tenía una motivación para vivir (debutar en TV con su monólogo de chistes fomes) y que literalmente sacaba fuerzas de flaqueza para conseguir ese objetivo, aunque tuviera que asesinar al propio conductor del talk-show.

Esta segunda película no le da oportunidad de nada de eso a Arthur Fleck. Lo condena desde el comienzo a enfrentar un juicio de predecible veredicto y a ser conducido cuesta abajo en una pendiente en la que él no toma ninguna decisión.

Cuando el director Todd Phillips le da la palabra en el tribunal de justicia, Arthur proclama un discurso solemne, pensado casi para la posteridad, distante también del protagonista de 2019, que dejaba las palabras de lado para actuar con pistola en mano y guiar, sin querer queriendo, a una multitud de descontentos dispuestos a quemarlo todo.

En “Joker 2”, a Arthur lo condenaron de antemano. Antes incluso que se encendiera el proyector de cine.

En la primera película, su venganza contra la sociedad que lo oprime había ido demasiado lejos.