Antonio Skármeta y Alejandro Jodorowsky conversan sobre la sensación de volar en el helipuerto del edificio Telefónica mientras parecen estar suspendidos en el aire. El tarotista y cineasta, radicado en Francia desde la década de 1950, cuenta: “Yo empecé a volar a los 23 años, cuando me fui de Chile. Nunca vi a nadie más de mi familia y me fui volando”.
En otro capítulo, Pedro Lemebel, maquillado, con tacón y turbante, lee su crónica “Nevada de plumas para un tigre invernal”, una mirada irónica y con perspectiva de clase hacia la cordillera de Los Andes, la que describe como “ese biombo de seda blanca donde los ricos se deslizan como cisnes en sus esquíes”.
El texto viene incluido en su primer libro de crónicas, titulado “La esquina es mi corazón”, editado en 1995, que es presentado de esta forma por Skármeta, fallecido ayer, 15 de octubre de 2024: “Aquí aparece Santiago visto con la autoridad de la marginalidad homosexual… Es una prosa deslumbrante, fulgurante, hecha de una ruda poesía”.
En otro programa, Nicanor Parra, cuaderno en mano, escribe artefactos en una pizarra (“Los muertos también mueren / El cadáver es algo transitorio”) y después responde preguntas de una serie de personas ligadas a la cultura. “Qué he aportado yo a la literatura actual?. Nada”, responde sin titubear, al lado de un Skármeta que se esfuerza por disimular la risa.
Son tres momentos memorables de “El show de los libros”, el programa que TVN emitió entre 1992 y 2000, y que ahora revisamos con admiración, como si fueran objetos recién descubiertos de una cultura desaparecida hace siglos.
Cuesta creer que este programa era producido por la televisión pública de Chile, que 32 años atrás existía una franja cultural en la noche y que en “El show de los libros”, Antonio Skármeta disponía de casi una hora de pantalla para reivindicar la poesía, conversar con escritores y ejecutar performances inimitables –como dejarse rodear por un negro felino con mientras lee la “Oda al gato”, de Pablo Neruda.
Y había más.
Skármeta llevaba a los espectadores a fascinarse con la agudeza de Joaquín Edwards Bello en “La chica del Crillón" y con su protagonista, Teresa Iturrigorriaga, venida a menos socialmente y obligada a vivir en el barrio Yungay.
Y luego hablaba con estudiosos de la obra de Gabriela Mistral para desentrañar los dolorosos secretos contenidos en su libro “Desolación”.
En un Chile que tenía ansiedad por redescubrir su historia y conectar con las voces negadas por la dictadura, no faltaron en “El show de los libros” reportajes a fondo sobre las vidas y obras de Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Manuel Rojas, María Luisa Bombal y José Donoso; programas colmados de entrevistas a críticos, amigos, profesores y exégetas, llenos de datos desconocidos, todo presentado de forma amena, lúdica y acogedora, con la sonrisa y los ojos achinados característicos del escritor de “El ciclista del San Cristóbal”.
“El show de los libros” era una fiesta de la lectura, y Antonio Skármeta, escritor entusiasta, amable y juguetón, el anfitrión soñado.
Pequeños diamantes
El periodista y realizador audiovisual Rodrigo Moreno dirigió “El show de los libros” a partir de 1995 y recuerda que, en esa década, “Televisión Nacional intentaba saldar la deuda cultural que mantuvo durante los años de la dictadura”.
"En ese periodo están Eduardo Tironi y Jaime Aguirre en el canal, y se les ocurre hacer esta franja nocturna donde surgen programas como ‘Cine Video’, en el que yo también trabajé, con Augusto Góngora, y después ‘El show de los libros’, que en una primera temporada es realizado por Juan Forch. Yo lo tomo después, cuando Forch se va”, detalla Moreno.
“El show de los libros” comenzaba a las 22.45, en segunda Franja Cultural, que es la hora en que hoy empieza recién el Prime Time de la TV abierta. Nada de dar cultura en horario de trasnoche, como sucede actualmente.
En sus años de apogeo, el programa se abría con el propio Skármeta en bicicleta, vestido como “El cartero de Neruda”, su libro más conocido. “La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa”, decía el escritor.
El impacto del programa fue formidable. Tanto que, en el Senado, Enrique Krauss, ministro del Interior del gobierno del Presidente Aylwin, decía que la televisión en Chile tenía que ser como “El show de los libros”.
Antonio Skármeta no era solo el presentador de “El show de los libros”. Era su auténtico motor de inspiración.
Rodrigo Moreno cuenta que los programas se armaban a partir de “una dinámica de trabajo que consistía en pensar creativamente capítulo a capítulo. Nos juntábamos en la misma casa de Antonio, en un taller que tenía lleno de libros, papeles y lápices”.
“Ahí hacíamos jornadas creativas, y te puedo asegurar que Skármeta es la persona más creativa con que yo he trabajado en mi vida. Además era muy promotor de espacios creativos de discusión, con dinámicas de grupo, juegos y asociaciones permanentes con la cultura pop. Le gustaba pensar en canciones, películas”, añade.
Skármeta nunca perdía de vista que el objetivo era llegar con sus contenidos literarios a la mayor cantidad posible de espectadores.
“Esa era la gran obsesión de Antonio, poder hacer cosas de calidad para el gran público”, confirma Moreno. “Él nos decía: ‘Semana a semana estamos creando pequeños diamantes para regalárselos a la gente’”.
Rechazar la solemnidad
Cuando los capítulos del programa no se enfocaban en el análisis de un libro esencial, como sucedió con “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, la apuesta era unir los libros en torno a alguna temática llamativa. Así surgieron los espacios dedicados a la “Literatura y pelo”, “Literatura y amor” y “Literatura y detectives”, entre muchos otros.
“Nosotros no teníamos solamente una entrevista; teníamos un tema, por ejemplo, ‘literatura y mar’, y transformábamos todo el estudio en una escenografía relacionada con ese tema”, cuenta Rodrigo Moreno. “Junto con las entrevistas, hacíamos puestas en escena dentro y fuera del estudio, hacíamos un cortometraje para cada semana. Desarrollamos una sección de trabajo por donde pasaron todos los escritores jóvenes de los años 1990, era un trabajo de locos, muy intenso”, agrega.
En medio de la vorágine de ideas, Antonio Skármeta aportaba también con el tono risueño del programa, fundamental para alcanzar audiencias de mayor volumen.
En su afán de no presentar un ladrillo en pantalla, Skármeta creía en la ironía y en el humor. Escapaba permanentemente de la solemnidad y de las verdades oficiales, y se incomodaba con los relatos habituales, con el lugar común. Siempre buscaba una mirada distinta, original y fresca.
Aunque parezca increíble para los estándares actuales de la TV chilena, los capítulos de “El show de los libros” duraban 47 minutos, que equivalen a una hora en los códigos televisivos (los restantes 13 minutos se reservan para la publicidad).
El programa se realizaba de una forma muy cinematográfica. Se grababa a una cámara y, en cierto modo, era como realizar una película cada semana. El equipo realizador recurría al montaje, a las puesta en escena con actores y vestuarios, y la dirección de arte tenía un rol importante.
“El show de los libros” también fue una escuela. Por ahí pasaron noveles periodistas como Diana Massis, Consuelo Saavedra, Carlos Moena y muchos otros.
Antonio Skármeta no solo era un hombre creativo y entusiasta respecto a generar programas, obras, libros y guiones. También fue un gran dinamizador cultural. Así fue como hizo muchos talleres, donde se formó toda una generación de escritores, en una influencia que también alcanzó al medio audiovisual.
El éxito de “El show de los libros” superó las fronteras chilenas. En 1997 el programa ganó el premio Ondas, que se otorga en España, y a partir de 1998 se convirtió en un programa internacional, con apoyo de Discovery Channel. En 1999, el espacio cultural pasó a la señal continental Film & Arts con el nombre de “La torre de papel”.
Hoy la posibilidad de hacer un programa como “El show de los libros” parece muy lejano. “Echo de menos la energía, el espíritu que había en los años 1990 en relación a cuál era el rol de la televisión y de lo que uno, como creador, podía hacer para llevar este tipo de contenidos a públicos masivos”, resume Rodrigo Moreno.
En la conversación con Jodorowsky, Antonio Skármeta le dice que va a intentar volar desde el helipuerto de la Telefónica, y antes de empezar a tomar carrera para realizar el supuesto salto, le comenta: “Si muero, que mi epitafio sea: Trámite resuelto”.
Así te despedimos, Antonio. Trámite resuelto.