No hemos estado a la altura.
La denuncia por abuso sexual y violación en contra del ex subsecretario del Interior Manuel Monsalve fue la principal noticia de la última semana en los medios de comunicación de Chile.
Por supuesto, cumplía con prácticamente todos los “criterios de noticiabilidad”, las reglas que los periodistas usamos para definir si un hecho debe ser publicado o no, y cuán extensa o destacada debe ser su cobertura. Novedad, reciente, proximidad física, proximidad psicológica, lo que afecta a muchas personas, lo infrecuente, lo polémico, lo que vincula a un personaje público. Check, check, check.
No había dudas de que esa noticia era –y es– importante. Pero, en el proceso de cobertura, nos quedamos cortos.
Hasta ahora, la prensa chilena se ha enfocado en solamente un aspecto de este caso: lo político. En los efectos de esta denuncia para el gobierno de Gabriel Boric, con sello feminista. La torpeza del presidente en su último punto de prensa. Las horas que pasaron desde que la ministra Carolina Tohá se enteró de la denuncia y la salida de Monsalve. Las primeras horas de silencio de Camila Vallejo. El desconocimiento del caso por parte de la ministra de la Mujer y Equidad de Género Antonia Orellana. La decisión de Chile Vamos de crear una comisión investigadora en la Cámara de Diputados. La bancada de parlamentarios de la UDI pidiendo a la Fiscalía que cite a Boric a declarar en calidad de testigo por posible omisión. El énfasis en que el abogado defensor (Roberto Ávila) es cercano a la presidenta del Partido Socialista, Paulina Vodanovic.
Todo se politiza. No voy a negar que este caso tiene mucho que ser analizado en términos políticos. Tampoco voy a dejar de lado una de las principales insignias feministas (“lo personal es político”), porque esto sería desconocer el carácter público que debe tener un caso de violencia sexual.
El cuerpo de las mujeres, además, siempre ha sido político, al estar sujeto históricamente a presiones, elecciones y opresiones. El error no es ese. El pecado de los medios ha sido dejarse encandilar por la polémica política e ignorar que la cobertura de una violación necesita ser hecha de una forma mucho más holística. Y ética.
Quizás –y me gusta creer en ello–, si los medios estuvieran a la altura del desafío, también la sociedad abordaría mejor el caso, para dejar de lado el “ellos versus nosotros” con el que nos hemos acostumbrado a vivir en los últimos tiempos. “Los zurdos son cómplices de violación”; “¿qué pasa con los machos violadores de los merluzos?”; “la derecha ahora quiere hacerse cargo de la violencia contra la mujer”; “derechistas violadores” son algunos de los comentarios que abundan en redes sociales. Nuevamente, se replica la lógica de los medios: reducir todo a lo político.
Las recomendaciones
No basta con criticar al gremio y a nuestra sociedad. La gracia del periodismo es que se hace a diario. Eso significa que cada día es una oportunidad para mejorar la cobertura y avanzar.
La forma en que los medios informan sobre estos casos tiene un impacto real en la manera en que otras personas estarán dispuestas a destapar sus propios casos de violencia sexual. He ahí la tremenda responsabilidad que tenemos como periodistas.
Es cierto que la mayoría de nosotros no tuvimos en la universidad cursos de perspectiva de género o mirada de derechos humanos en el periodismo, puesto que estos recién se están incorporando a las mallas de la carrera. Pero eso no nos exculpa: existen muchas recomendaciones de organismos internacionales de cómo realizar coberturas de agresiones sexuales.
El Centro Dart para Periodismo y Trauma de la Universidad de Columbia, por ejemplo, indica que es responsabilidad de los periodistas no dar a conocer ningún tipo de característica que pueda dejar en evidencia quién es la persona denunciante, a menos que esta haya tomado la decisión de hacerse conocida.
En ese sentido, al explicitar que la mujer tiene “32 años” y que era “una asesora de la subsecretaría”, los medios la expusieron y, consecuentemente, dejaron en evidencia lo que otras denunciantes arriesgan.
Ignacia Godoy, autora de Cuerpos invisibles, un libro que cuestiona las narrativas de las noticias, lo resume así: “Sabemos su trayectoria laboral, de su padre y madre y quién la llevó a denunciar. Esto es un problema porque su integridad está en riesgo en muchos aspectos, físicos y psicológicos. Justamente a quien hay que cuidar e intentar resguardar es a quien más estamos exponiendo”.
Las palabras pesan. Y mucho.
La Asociación de Periodistas Profesionales de Bélgica Francófona, en su manual de 2018 sobre cobertura de violencia contra las mujeres hace hincapié en que el vocabulario que se utiliza para hablar sobre estos hechos no es neutral: “algunas palabras hieren y ocultan, minimizan, burlan, trivializan o recortan la realidad de la violencia”. En ese sentido, es mejor que los medios utilicen el término “denunciante” en lugar de “presunta víctima”.
RAINN, la mayor organización contra la violencia sexual en Estados Unidos, tiene una guía con expresiones y frases clave que cualquier periodista puede consultar. Al mismo tiempo, muchas personas y entidades que trabajan estos temas –desde la presidenta de Abofem, Andrea Bluck, hasta la guía canadiense “Use the right words”– recomiendan hablar sobre “personas sobrevivientes” en vez de “víctimas”, porque implica una representación y resiliencia de quien sufrió la agresión sexual, y es una forma más positiva de representarlas. Otras prefieren utilizar la expresión “persona que ha sido sometida a una violación” porque así la persona no se resume solamente en relación con su experiencia de violencia sexual.
Independientemente del término de preferencia de los medios, los expertos coinciden en que la mejor opción es pedirle la opinión de la persona que ha sido agredida y utilizar las palabras que estas prefieren. También contar sus historias.
El reportaje de The New York Times “Las únicas detenidas tras la violación de una niña: las mujeres que la ayudaron”, de 2021, por ejemplo, contó la historia de agresión a una niña de 13 años en Venezuela y el arresto de su madre y de una maestra que la ayudaron a interrumpir el embarazo. El encarcelamiento de las dos mujeres, mientras el violador sigue libre, provocó un debate nacional sobre la legalización del aborto.
El uso de cada palabra es importante –por algo se dice que el lenguaje crea realidades. Un estudio publicado en Sage Journal reveló que las noticias con verbos en voz activa llevan a las audiencias a atribuir responsabilidad a las personas mostradas en la pieza periodística, en comparación con la misma historia escrita con verbos pasivos.
Como en el caso de Manuel Monsalve, la investigación muestra que la voz pasiva se relaciona con noticias sobre actores públicos que, de una u otra forma, desvían, desinflan o difuminan su culpa para que el público no los vea como responsables.
Vale preguntarse si los medios debían o no haber replicado la frase del ex subsecretario “se ha presentado una denuncia en mi contra” (voz pasiva), en lugar de haber escrito, por ejemplo, “Monsalve reconoció que recibió una denuncia” (voz activa).
Los datos infaltables
Para escribir este texto revisé más de 30 artículos periodísticos publicados desde el jueves 17 de octubre. En ninguno encontré algunos de los principales datos considerados indispensables en el tratamiento de noticias sobre violación.
La Fundación Gabo –considerada la organización de periodistas más importante de Iberoamérica– destaca que las coberturas deben subrayar que la violencia sexual no es inevitable. Esto puede hacerse proporcionando referencias de programas, políticas y otras estrategias de prevención; escribiendo sobre temas que ayuden a cambiar paradigmas sobre la sexualidad, o haciendo preguntas que le indiquen cómo está trabajando la comunidad para prevenir la violencia.
En la misma línea, el manual de la UNESCO para periodistas sobre cómo informar la violencia contra las mujeres y las niñas, recomienda tratar la violencia de género como una violación a los derechos humanos y no como si fuera un hecho aislado. Esto, porque las agresiones sexuales a las mujeres son sistemáticas y evidencian una problemática social importante. ¿En cuántas de las noticias de los últimos días se informó las cifras de la PDI o de organizaciones independientes? ¿En cuántas se notificó que en todo el mundo una de cada tres mujeres es víctima de violencia física o sexual?
Un buen ejemplo de reportaje que puso en evidencia el alcance de la violencia sexual fue el del caso del comediante y actor estadounidense Bill Cosby en The Washington Post. Lo mismo ocurre con El grito por justicia y reparación de las mujeres afro violentadas sexualmente, publicado en El Espectador y ganador del Premio Gabo en 2023.
Hay que ir más allá. La abogada Patsili Toledo, integrante del grupo de investigación Antígona de la Universidad Autónoma de Barcelona, y la profesora Claudia Lagos Lira, del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, revelaron en un estudio que las noticias “brindan un efecto protector cuando se enfocan en las iniciativas para luchar contra la violencia hacia la mujer”.
Los medios pueden publicar leyes sobre el tema, declaraciones y entrevistas a figuras claves en el campo de la violencia contra la mujer en vez de enfocarse en los crímenes por sí mismos. Un ejemplo de esto fue la entrevista a Lénaïg Bredoux, en 2019, sobre el impacto del movimiento MeToo en Francia. En esta, profundiza en su trabajo en la cobertura de denuncias de conducta sexual inapropiada y su defensa en los tribunales.
Contar historias adecuadamente trae impactos positivos. Cuando se promulgó la ley para penalizar la violencia contra las mujeres en 2007 en Costa Rica, hubo una reducción significativa en la cantidad de casos de femicidios, casi la mitad menos que el año anterior. De acuerdo con distintas investigaciones, la única explicación se encuentra en la entrada en vigencia de esta ley y la amplia atención mediática que recibió.
La cobertura regular en los medios de las disposiciones legales existentes y ciertos artículos del código penal, deberían tener un efecto disuasorio y proteger a las mujeres de ser víctimas de la violencia sexual. En la misma línea, es útil brindar a los lectores información práctica y recursos para continuar explorando el tema.
En el caso de la cobertura actual, explicitar: “si te encuentras en una situación de emergencia, puedes contactar al 134 (funciona las 24 horas del día), o dirigirte inmediatamente a la Brigada de Delitos Sexuales (BRISEXME) o cualquier otra Brigada de la PDI que esté más cercana al lugar en que te encuentras”. También hacer hincapié en que si una mujer denuncia, no debe olvidar que sus derechos son “recibir un trato adecuado, respetuoso y no discriminatorio; recibir orientación, protección y apoyo durante todo el proceso penal y declarar lo que le ocurrió en un ambiente protegido y privado”.
La serie “Proof” del Bangor Daily News es un buen ejemplo; incluye información de contacto para una línea directa estatal de asistencia a víctimas de agresión sexual y entrevistas en vídeo con víctimas que describieron cómo empezaron a recuperarse del dolor del abuso.
Informar sobre violencia sexual no es una tarea fácil. Menos cuando la persona denunciada por la agresión es un personaje público. Pero los periodistas podemos ayudar a crear conciencia y garantizar que las víctimas y sus historias sean tratadas con respeto y dignidad.
Como recuerda el periodista Michael Blanding, los periodistas tenemos un papel que desempeñar para ayudar al público a comprender la complejidad de los casos de agresión sexual. Nuestros análisis de los casos pueden aportar información para el debate sobre cómo crear un sistema que sea justo para todos los involucrados.
Claro que, para eso, es necesario primero dejar de encandilarse por el cálculo político inmediato y estar a la altura del desafío.