A los 75 años de edad, y después de realizar 24 películas, Pedro Almodóvar se atrevió a realizar su primer largometraje hablado en inglés y situado en los Estados Unidos.
El cineasta español había explorado antes la dirección en inglés con dos cintas de media hora, “La voz humana” (2020), con Tilda Swinton; y “Extraña forma de vida” (2022), con Pedro Pascal, pero no se había lanzado a la aventura de filmar una película de larga duración hablada completamente en un idioma que no es el suyo.
Ofertas no le faltaron. Desde que irrumpió en forma triunfal en el cine internacional con “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (comedia que le dio su primera nominación al Oscar en 1989), Almodóvar y su productora El Deseo habían recibido ofertas desde Hollywood para rodar una cinta en inglés.
Sin embargo, el autor de “Todo sobre mi madre” decidió esperar, tomarse su tiempo, pensarlo una y mil veces, para rehuir la tentación y evitar sucumbir, como tantos directores en el pasado, ante las presiones comerciales de la industria estadounidense y las conocidas injerencias de los productores en su trabajo.
Pedro Almodóvar quería debutar en el largometraje en inglés con un filme que fuera, como toda su obra, absolutamente personal, que le perteneciera de punta a cabo, donde controlara cada detalle y en el que estuvieran presentes sus obsesiones y sus referencias a la literatura y al cine que ama.
Esa película es “La habitación de al lado” (The Room Next Door), ganadora del Festival de Cine de Venecia 2024.
Dos mujeres
La primera imagen de “La habitación de al lado” nos lleva a la tradicional librería Rizzoli, en Manhattan, Nueva York. Los créditos iniciales se presentan al ritmo de la partitura de Alberto Iglesias, habitual colaborador de Almodóvar, que esta vez tiene un registro de música de cámara, como un trío de Schubert, que anuncia que lo que veremos será un relato íntimo, un diálogo crepuscular centrado en dos voces femeninas.
Al interior de la librería, Ingrid (Julianne Moore) presenta su nuevo libro, en el que aborda el tema de la muerte. Mientras firma ejemplares a sus seguidores, se le acerca una conocida que le cuenta que una antigua amiga, Martha (Tilda Swinton) está enferma de cáncer y no está bien. Ingrid, que hace años que no ve a Martha, va a visitarla al hospital.
La amistad entre las dos mujeres, una escritora y la otra periodista y corresponsal de guerra, renace rápidamente y empiezan a verse muy seguido. A través de la historia de Marta, que se somete a una dolorosa terapia experimental para tratar su grave enfermedad, la película confirma que su tema es el de la muerte. Y más aún, el de la eutanasia y el derecho a decidir cómo y cuando morir.
Almodóvar se concentra en la relación de las dos amigas, como si ellas dos conformaran un universo en sí mismo, y desde allí elabora el relato completo. Estamos en la ciudad de Nueva York pero no se divisa la calle. No hay bullicio ni frenesí urbano. Solo se ven los grandes edificios desde el departamento de Martha, como si fueran un decorado sobre el que se encienden miles de luces y cae la nieve.
A estas alturas de la carrera y de la vida de Almodóvar, sus referentes provienen más de la literatura y del cine que de la realidad cotidiana.
Él sabe que el cine es un maravilloso artificio y trabaja cada aspecto de la puesta en escena para transmitir sus ideas y crear emociones, sin preocuparse de mantenerse apegado al realismo. Las palabras, los colores (el rojo y el verde dominan aquí), los espacios físicos, los ángulos de cámara, los objetos, todo en su cine comunica y contribuye a la expresión de lo que quiere transmitir.
Así planteada, en “La habitación de al lado” por momentos tenemos la impresión de estar frente a un película un poco rígida, que no fluye con el dinamismo habitual. Esto ocurre en especial en la primera media hora, cuando se entregan detalles de lo que han sido las vidas de las dos amigas. No obstante, cuando queda claro que este es un relato solo de dos mujeres y que una de ellas se prepara para morir, la cinta comienza a fluir y a crecer en significados y emoción. Es ahí cuando aparece la escritura precisa y magistral de Almodóvar, con su capacidad para conducirnos sutilmente, en cada escena, hacia una dimensión en la cual lo que viven e imaginan sus personajes se confunde en una fina ensoñación.
El punto de vista que seguimos es el de Ingrid (nombre que cita directamente a la actriz Ingrid Bergman), y es por medio de sus ojos cariñosos que asistimos al viaje hacia el final de Martha, quien tiene una hija con la que desde hace mucho no se habla y debe lidiar con sus sentimientos de no haber sido una madre cercana. Pero ahora no tiene mucho tiempo para remordimientos, porque ha decidido que todo acabo pronto.
Hay en la cinta un tercer personaje, Damian (interpretado por John Turturro), conferencista sobre cambio climático y asuntos de actualidad, que encarna un cierto pesimismo de Almodóvar acerca del mundo actual. En sus palabras desesperanzadas, el director expone lo que parece ser su visión acerca de las actitudes que dominan el comportamiento contemporáneo y evoca un pasado mucho más libre y luminoso, en el que se sentía más a gusto y que parece ha quedado irremediablemente atrás.
Ante tal panorama, el fin aparece como una evidencia ineludible. El fin de lo que conocimos, de lo que sentimos, de lo que fuimos. Como seres humanos, como sociedad, como especie.
¿Qué hacer ante un cuadro así? ¿Qué actitud tomar? Almodóvar apuesta por la empatía, por el acompañamiento afectuoso, por la contemplación emocionada de cada instante y de cada cosa que sucede. Cita a James Joyce y al director John Huston mediante el cuento “The Dead”, y juega hábilmente con el simulacro y con la figura del fantasma para reflexionar sobre cómo lo que muere vuelve a vivir.
“La habitación de al lado” es una película que crece a medida que avanza y termina por conmover en su contenida aproximación a ese minuto de la vida tan inefable, que es el último.