Al estilo de las teorías conspirativas que pueblan internet, desde el QAnon trumpista hasta la ley marcial inspirada en el ruido de YouTube que dictó el presidente de Corea del Sur, la política actual está moldeada por las dinámicas virtuales.
En este contexto, el meme más representativo de esta “batalla cultural” es el de McBain (personaje estilo Rambo de Los Simpson) gritando “ÑUÑOOOOAAAA”, con tipografía blanca bordeada en negro. La imagen caricaturiza esa forma de ser ñuñoíno, una identidad que, en los últimos años —y sobre todo desde el estallido social, en 2019—, poco ha hecho por contrarrestar la burla.
En el actual mundo posmoderno ya no es tan simple entender la conciencia de clase como lo era en el siglo XX. Tal como comenta el director de contenidos del canal de Streaming Turno, Sebastián Flores Muga, “el ñuñoíno tiene atrofiada su autopercepción de clase”. Al mismo tiempo, el vecindario de Ñuñoa adscribe identitariamente al “pueblo” sin analizar su condición de élite.
Ese progresismo identitario, remanente de izquierdas nostálgicas y combativas, mezclado con el espíritu globalizado y socialdemócrata millennial, ha ignorado un flanco que Sichel aprovecha para crear un antagonismo, un enemigo para futuros conflictos.
El objetivo es justificar desde el inicio de su gestión sus posibles errores —algo que muchos anticiparon— como el episodio de los maceteros pintados por niños con TEA. Realmente a nadie le molestaban esos murales, salvo a personas de su círculo más anti-“wokereke” que deben hacer por lo bajo una autocrítica por levantar una nimiedad como cortina de humo.
Sin embargo, en medio de esta ensalada ideológica, Sichel declara que el “respeto sea la tónica y no el estigma” en la comuna. Una frase interesante, aunque inquietante, que básicamente sostiene que el ñuñoino tiene como prioridad respetar cualquier cosa, incluso si ésta no tiene valor.
El gran problema aquí es quién pone el valor y lo que sí tiene Sichel (y ha carecido el Frente Amplio) son relaciones con quienes realmente lo pueden definir con diferentes herramientas, principalmente el poder económico y su divertida mascota, los medios locales, que mantuvieron una relación tirante con la administración del FA estos últimos tres años.
Volvamos a la Ñuñoa profunda. Ana Clara Araya (69 años), jubilada que vive en la icónica Villa Frei desde principios de la década de 1970, reconoce el fenómeno del ñuñoísmo. Como integrante activa de la Asamblea Parque Ramón Cruz —surgida de los cabildos comunales posteriores al estallido— ha visto la transformación política y cultural de Ñuñoa. Hoy, esta asamblea tiene menos de 10 integrantes activos tras la derrota del Plebiscito de Salida, y su perspectiva después de más de medio siglo en la comuna le permite afirmar que Ñuñoa siempre ha sido de clase media/media alta, un lugar de profesionales y familias con vida barrial que no aspiran a una mayor movilidad social porque ya encontraron su lugar.
Para Ana Clara, son las nuevas generaciones las que redefinen y generan esto que hoy conceptualizamos como ñuñoísmo. En el Parque Ramón Cruz, epicentro de manifestaciones y asambleas tras el 18-O, se ve mucho de lo que el actor y guionista Pancho Germain denominó, en un video viral, “un ñuñoíno más urbano, insurrecto y visceral”, que también se detecta en Plaza Ñuñoa.
Paula Catalán (43) es artista visual, vive al norte de avenida Irarrázaval e integra otra asamblea activa de la época post-estallido (antes llamada “Ñuñoa Apruebo” y hoy sin nombre).
Ella cree que los memes del ñuñoísmo a veces exageran y señala que gran parte de sus vecinos, cerca de la Copec de Montenegro con Diagonal Oriente, son de derecha. Las cifras electorales respaldan esta percepción: en 2022, el Rechazo obtuvo en Ñuñoa un 49,59% frente a un 50,41% del Apruebo, un virtual empate que contrasta con la engañosa imagen de comuna progresista que dejó el Plebiscito de Entrada, cuando el Apruebo alcanzó un contundente 76,18%.
¿Por qué entonces Ñuñoa recibe estas burlas? La explicación no es sencilla. Quizás tenga que ver con lo identitario y una estética performativa —un cosplay de Miguel Crispi en los millennials y de Gianluca en los centennials—, sumada a la falta de reflexión sobre la propia condición de élite.
Es decir, existe una reticencia a aceptar que muchos ñuñoinos de izquierda, que convirtieron a Ñuñoa en sinónimo de frenteamplismo, veganismo y feminismo, pertenecen a una élite. El ñuñoíno se considera “pueblo” porque no es parte de la élite económica más poderosa (que vive en Las Condes, Vitacura o Huechuraba), pero el ñuñoísmo, especialmente por haber estado en el gobierno local, también es impugnado desde el discurso antiélite de las mayorías en Chile.
Este es el eje de resistencia para Sichel, quien ganó la alcaldía en octubre por apenas 1.404 votos.
Es torpe que un alcalde menosprecie la identidad de su comuna, pues ello solo puede generar provocación cuando el inicio del viaje es pura oportunidad. El foco debería centrarse en una buena administración, no en el enlodamiento público de una fantasía animada por algoritmos.
Como dijo Paul Krugman en su última columna en The New York Times: estamos rodeados de millonarios resentidos. Ahora, además, hay políticos que viven ese mismo resentimiento.
No vaya a ser que aquellos desprecios que lanzan Sichel o el alcalde de Santiago, Mario Desbordes, que sacó banderas en el centro pero mantiene los toldos del infierno, terminen tarde o temprano por regresar con fuerza, parafraseando esa canción del Pepo que se convirtió en un himno durante el estallido social: “Ya van a ver, los memes que nos tiraron van a volver”.