Crónica

Maduro se proclama presidente


Soy venezolana: esta es mi cuenta regresiva

A horas de la cuestionada investidura presidencial de Nicolás Maduro, Diosceline Camacaro recoge testimonios de compatriotas que viven en Venezuela y otros países de Sudamérica. En ellos se refleja un clima de constante tensión, alimentado por el miedo como herramienta política, denuncias de detenciones arbitrarias y violaciones a los derechos humanos. No obstante, existe también una leve esperanza de que la democracia pueda, en algún momento, recuperarse.

Venezuela no es solo un país; es también una herida abierta para millones. Aunque resulta difícil mantener la esperanza de un cambio cercano, resuenan los versos de Harry Almela: “la patria resucita / en lo que fuimos”. Y con ese eco en la memoria encaro, lejos de mi país, estos días previos a la toma de posesión presidencial.

Este 10 de enero debe producirse la nueva investidura de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, y la consecuente consolidación de su dictadura. Frente a este evento se han generado diversas posturas políticas internacionales. Por un lado, gobiernos como los de Claudia Sheinbaum en México y Daniel Ortega en Nicaragua lo respaldan abiertamente; por otro, líderes como Lula da Silva en Brasil, aunque no lo reconoce, enviará a una representante a Caracas. En contraste, presidentes tan opuestos como Gabriel Boric en Chile, Javier Milei en Argentina y Gustavo Petro en Colombia se oponen a reconocerlo como presidente.

El clima interior en el país es tenso. El martes 7 de enero hubo numerosas detenciones arbitrarias contra figuras destacadas de la política y el periodismo en Venezuela. Enrique Márquez, ex candidato presidencial y ex vicepresidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), fue llevado por la fuerza por efectivos armados. También fue secuestrado Rafael Tudares, yerno de Edmundo González Urrutia, mientras buscaba a sus hijos en la escuela. Asimismo, se reportó la desaparición de Carlos Correa, activista y periodista, director de la ONG Espacio Público, y de Jeremy Santamaría, concejal opositor del estado de Bolívar, aprehendido por agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin).

Desde Chile, muchos otros que nos consideramos escépticos seguimos alimentando la extraña esperanza de que algo, no sabemos exactamente qué, sea capaz de lograr la recuperación del estado de derecho en Venezuela.

A pesar de las tanquetas que, según me cuentan, han sido desplegadas en las afueras del Fuerte Paramacay en Naguanagua, mi ciudad, y de la militarización en Caracas, puntos de control, el silencio impuesto en otros territorios del país y las detenciones arbitrarias de importantes figuras, mucho quieren creer que Edmundo González Urrutia logrará la peligrosa travesía de entrar a Venezuela. Según las actas respaldadas por 90 mil testigos de mesa y otros ciudadanos que colaboraron, González Urrutia fue elegido por más de 7 millones de venezolanos como presidente de Venezuela.

Sobre los resultados del Consejo Nacional Electoral (CNE) antiguos aliados de Hugo Chávez como: Cristina Fernández de Kirchner pidió que se publicaran las actas electorales y José “Pepe” Mujica, dijo que no era creíble. Además, ex integrantes del propio gobierno chavista, como Andrés Izarra, exministro de Comunicaciones, de Turismo y exdirector de TeleSUR, así como Juan Barreto, exalcalde de Caracas y exviceministro de Comunicaciones, también señalaron inconsistencias en el proceso. 

Hasta la fecha la página del CNE continúa sin funcionar y por ello nadie puede acceder al detalle de los resultados de la elección del 28 de julio. En el Consejo persisten con la tesis, sin presentar pruebas, de que sufrieron ataques cibernéticos que impidieron su publicación. 

Las irregularidades en las elecciones impulsaron a cientos a salir a las calles el 29 de julio y los días posteriores. Las redes sociales se llenaron de imágenes que rápidamente se convirtieron en símbolos, como la caída de las estatuas de Hugo Chávez.

Este fue un claro indicio de que el “bravo pueblo”, pese al miedo, sigue despierto y descontento. Sin embargo, las protestas han sido respondidas con represión y violencia desde hace años y  en esos días post-electorales se comprobó que el régimen de Maduro no teme aparecer en informes sobre violaciones a los derechos humanos. Cerca de 2.000 personas, entre ellas jóvenes y adolescentes, fueron encarceladas, y 25 perdieron la vida debido al uso letal de la fuerza, tanto por efectivos policiales y militares como por grupos armados pro-Maduro conocidos históricamente, desde los tiempos de Chávez, como “colectivos”. A la fecha, se conoció la excarcelación de 110 personas.

El miedo es una herramienta política usada por el poder en Venezuela, donde junto a  los grupos armados que patrullan en sectores populares para prevenir levantamientos, permanece en la memoria colectiva el operativo “Tun Tun”, alimentado tanto por numerosas denuncias ciudadanas como por una campaña gubernamental diseñada para infundir terror y reprimir las protestas. 

Este operativo conducido por efectivos armados sacaba a las personas de sus casas y las arrestaba de manera arbitraria y por la fuerza. En las calles, los ciudadanos eran requisados al azar por policías, muchos incluso sin uniforme, que buscaban en sus teléfonos pruebas que pudieran comprometerlos. Recuerdo que, para esos días de agosto, el grupo de WhatsApp de mi familia permaneció en silencio durante semanas. Varios de ellos, por miedo a ser monitoreados, decidieron incluso borrar la aplicación. Aunque las denuncias parecen haber disminuido, las desapariciones forzadas y encarcelamientos siguen siendo una realidad. Basta recordar la desaparición del ciudadano uruguayo Fabián Buglione, de quien no se sabe nada desde octubre de 2024

Bajo la sombra del Leviatán, en enero de 2025, nadie quiere morir ni ser encarcelado. Nadie quiere ver a su gente sometida a torturas. En medio de esta incertidumbre, escribo a varias amigas y amigos que siguen en Venezuela, así como a otros que emigraron a Argentina, Colombia y Brasil. Quiero conocer sus sentimientos y opiniones sobre la posible llegada de Edmundo González Urrutia a Venezuela y la proclamación de Maduro. Sin embargo, hay temor, por lo que no revelo sus identidades. Solo comparto los testimonios que me confiaron.

Desde el miedo a los colectivos armados hasta “el país está resteado”

“Déjame pensarlo, te escribo más tarde”. 

Después de algunas horas de espera, escucho los audios. Lo primero que me dice mi amiga es que se salió de la red X. “Aquí en Venezuela, hay mucha incredulidad sobre lo que pueda pasar. Solo pensamos en sobrevivir, en trabajar y llevar comida a la mesa”.

Me cuenta que Catia, importante sector de Caracas, está rodeada por colectivos armados. “No podemos salir a protestar: si nos agarran, nos desaparecen”. Menciona que no hay información confiable, solo rumores y desinformación propagada por los medios oficiales del Estado. 

En Venezuela, hasta la fecha, 405 medios de comunicación dejaron de existir. Solo en 2024, fueron cerradas 18 emisoras de radio y 11 programas de radio y televisión, tanto informativos como de opinión, fueron suspendidos según datos del IPYS (Instituto Prensa y Sociedad). Mientras tanto, ejercer el periodismo independiente en Venezuela no es solo un peligro, sino prácticamente una sentencia de cárcel. El Colegio Nacional de Periodistas de Venezuela (CNP) denunció que hay ocho comunicadores encarcelados, cuatro de ellos detenidos tras las elecciones del 28 de julio.

“Desde mi casa puedo ver la autopista La Araña, que conecta con La Guaira ¿Te acuerdas? El gobierno ha llenado todos los postes con carteles ofreciendo una recompensa por delatar a González Urrútia”, me dice mi fuente y confirma así lo anunciado por la Fiscalía General de la República de Venezuela, la orden de captura y la recompensa de 100.000 dólares estadounidenses.  

“Hay mucho miedo. Miedo de que Edmundo se acerque y logre desestabilizar el poder de Maduro. Pero, honestamente, no creo que eso pase. Siento que el momento fue en julio. Ahora todo está frío. Tengo una gran incredulidad sobre si esto puede traer algo positivo para el pueblo. Mientras tanto, la economía sigue golpeándonos con fuerza: la inflación no para de subir, el dólar paralelo está por las nubes, y el día a día es un dolor de cabeza.”.

Luego de escuchar los audios, me detengo en la distancia que nos separa de aquel 28 de julio, que se había  romantizado como el sueño democrático, y este enero, se revela con miedo y escepticismo, a la sombra de lo que representa el Helicoide como símbolo del gobierno de Maduro.

Otra voz me adentra un poco más al corazón de Venezuela. Le escribo a un luchador social que apoyó a Hugo Chávez desde los días del Movimiento V República (MVR). Un hombre nacido en la parroquia 23 de Enero que aún conserva su carnet del Partido Comunista de Venezuela y que, cuando intentaron sacar a Chávez del poder en 2002, movilizó a muchas personas hacia Miraflores para exigir su regreso.

“Este país bendito, de selvas, ríos y montañas, de gente amable, ha sido desangrado por esta gente” 

Como profesor jubilado, cobra 5 dólares mensuales, mientras la canasta básica supera los 400 dólares. Me asegura “Maduro perdió las elecciones de calle y con violencia nos somete.”

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En un viaje digital paralelo me voy a Naguanagua y  consulto a una vecina de la casa de mi infancia en Bárbula: “¿Te acuerdas de las tanquetas del cuartel? Esas que estaban de adorno, las sacaron. Valencia está tranquila. Lo difícil es entrar a Caracas, te revisan el carro, la maleta”. Como ella, muchos venezolanos se preguntan: ¿cómo hará González Urrútia para volver a entrar al país?” Tiene orden de captura, ofrecen por él una recompensa, hay colectivos armados circulando, detenciones arbitrarias, cordones de seguridad en todo el país y una órden de derribar aeronaves no autorizadas, entonces, es casi imposible imaginar su presencia en la capital.

Lo cierto es que González Urrutia ha estado buscando apoyos internacionales, en Argentina, Uruguay, donde además recibió el respaldo del presidente de Paraguay a través de una videollamada, lo que provocó la ruptura diplomática entre Caracas y Asunción, por órdenes de Maduro. Y por supuesto en Estados Unidos, donde se reunió con el todavía  presidente Joe Biden. 

A estas alturas del juego, como diríamos en el argot beisbolero, cuando estamos a un strike estos apoyos parecen estratégicos frente a la postura ambigua de la izquierda latinoamericana, con excepción del presidente chileno, quien ha sido firme en su defensa de la democracia en Venezuela.

Mi vecina cierra sus mensajes con estas palabras: “El país está resteado. No come cuento. Los jóvenes que apresaron los han ido soltando porque me imagino que si esta vaina cae y encuentran a esos menores de edad en las cárceles se pueden hundir más”.

Una amiga que trabaja en un sector rural de Guacara me relata: 

Que existe fuerte presencia militar en las calles, como si estuvieran en guerra.“No sé qué pueda pasar. Estamos contando la misma historia, pero siento que esta vez ellos saben que están perdidos”. 

Colombia con cautela y en Brasil, una esperanza cuidada 

Escribo mensajes hacia Colombia. Una amiga querida, después de varias horas de silencio, responde: “Como todos, quiero que de verdad suceda algo bueno para Venezuela, pero no sé si será tan pronto o si tomará más tiempo”. 

Desde Brasil un amigo me envía varios mensajes. Desde las elecciones del 28 de julio evita emitir comentarios ni postear cosas en las redes sociales: “¿Qué pasaría si publico algo que pueda traerle problemas a mi familia? Ese miedo me paraliza, me impide pensar a largo plazo”.

Me cuenta que después de las elecciones presidenciales, siente que la represión dejó una marca aún más profunda en Venezuela. Incluso me comenta que un amigo de la familia fue arrestado por unos mensajes que encontraron en su celular: “No puedes opinar, no puedes recibir información, porque alguien puede revisarte el teléfono”.

Siente que Venezuela ha sido utilizada como un “cuco” por sectores de derecha, lo que ha alimentado aún más la aversión de algunos grupos democráticos de izquierda, quienes prefieren no empatizar o involucrarse con la situación. “Cuando llegué a Brasil, coincidió con las elecciones presidenciales, donde resultó ganador Bolsonaro. En esos días, se desplegó una campaña que presentaba a Venezuela como un ejemplo político negativo, ignorando las terribles consecuencias que el gobierno de Maduro había provocado en el país”, recuerda mi amigo. 

Y confiesa “me siento nervioso a medida que se acerca el 10 de enero. La dictadura aniquila la esperanza, aunque trato de no perderla del todo. Creo tener una esperanza con cuidado, porque ya nos han hecho sufrir mucho”. 

En Argentina, con la creencia de que la represión impide el cambio   

Salgo del panorama brasileño y le envío un audio a una amiga en Argentina, quien hace unos días se unió a miles frente a la Casa Rosada, en Buenos Aires, para esperar durante una hora a Edmundo González. Para ella fue un momento cargado de fuerza y emotividad. 

“Estos espacios no solo son para protestar, sino también para reencontrarnos. En cuanto subes una foto a las redes, casi siempre aparece alguien conocido que también estaba allí, en otro punto. Aunque la concentración fue breve, esperamos a que Edmundo se asomara al balcón junto a su esposa”, me comenta.

Al terminar la concentración de Plaza de Mayo, se fue a una parada para regresar a casa en colectivo y mientras esperaba se encontró con un señor mayor que se presentó como un promotor de la lectura y le invitó un café: “Esa charla inicial terminó en cervezas, donde se sumaron un par de venezolanos más que se encontraban en una mesa aledaña. Allí descubrimos que uno era de Chirgua, otro era de Naguanagua y casi todos estaban vinculados con la Universidad de Carabobo”. 

La conversación que comenzó con anécdotas y algunos chistes, pronto derivó en temas más profundos. El promotor de la lectura confesó haber sido chavista y funcionario público, pero ahora hablaba en un tono crítico contra Maduro y con cierto optimismo por la llegada de Edmundo. Mi amiga, que piensa que la situación en Venezuela es dura y existe un nivel de control y represión que impiden la conformación o crecimiento de cualquier movimiento político, estaba allí, en esa pequeña reunión improvisada, contagiándose de esperanza.

La experta en temas migratorios María Gabriela Trompetero, docente y académica de la Universidad de Bielefeld, me explica que si Maduro consigue mantenerse en el poder, la salida masiva de personas venezolanas continuará impulsada tanto por la persecución política como por la persistente emergencia humanitaria en el país y también considera que muchos  quienes han migrado no considerarán regresar.

De vuelta a la patria

“hoy vuelvo, fatigado peregrino,

y sólo traigo que ofrecerte pueda,

esta flor amarilla del camino

y este resto de llanto que me queda”

No como el poema de Juan Antonio Pérez Bonalde, sino con las palabras de una joven en Maracay: “ más que esperanza tengo la certeza, de que lo que estamos pasando ahorita es lo que nos va a llevar a recuperar la libertad de expresión, la democracia, el país que nos quitaron hace más de diez. Certeza, porque se votó y se demostró que hubo muchas trampas en el pasado y se desmanteló eso. Y gracias a estas elecciones  volvimos a abrazar  la ciudadanía. Entiendo que puede que no sea el 10,  allí está la incertidumbre, que no sabemos cuándo, pero lo lograremos. Así Maduro se autroplocame el viernes”. 

Ella teme que la represión se intensifique, pero por primera vez siente que no estamos en el mismo panorama político del 2015. Esta vez, según sus opinión,  la gente cree que es posible un cambio en Venezuela.

Mientras María Corina Machado convocaba a través de redes sociales una protesta para el 9 de enero, mi amiga en Colombia me reenvía los audios de un conocido que está en  Venezuela y que desea expresar su opinión. Escucho: “Estoy preocupado de que las cosas sigan igual y también me preocupa un posible estallido. Siento que estamos a la expectativa, esperando ver si realmente habrá un cambio. En el ambiente hay un silencio incómodo. Estamos esperando a ver qué pasa”.

Si bien el miedo y la incertidumbre nos unen a millones de venezolanos, tanto dentro como fuera del país, los testimonios recopilados aquí revelan que también existe un anhelo compartido: recuperar, ahora sí, la democracia en Venezuela.