El otro día vi por casualidad la primera película de Spiderman. Esa de 2002, que dirigió Sam Raimi. La primera. La original. Con Tobey Maguire, Kirsten Dunst y William Dafoe. Con peleas a combos, melodrama, machismo y donde nadie tomaba Coca-Cola Zero.
Casi 25 años después, todo luce surreal en esa película. Y mientras la veía, me daba cuenta de que muestra un mundo que ya no existe, ni va a existir más, por más reboots que se hagan.
Ese mundo, análogo, sin terapia y bien rocanrolero, es el que le tocó a Rolando Ramos, comunicador audiovisual, ex director de Radio Futuro, una de las voces fundadoras de la Radio Rock & Pop, y quien por ahí pinta como el Batman de la útima época dorada de la radio FM.
El enigma gótico del dial
Rolando “Rolo” Ramos llevó esa bandera de outsider con orgullo durante décadas, según cuenta en su autobiografía Rock And Rolo: Historias de radio, a mi manera (Santiago-Ander, 2024). En ese libro, deja testimonio de más de 40 años de pasión por hacer lo que más le gusta: poner música rara y comunicar a través del micrófono.
Su relato sumerge, sin duda. Es un emotivo viaje en el tiempo que detalla el romance entre Rolo y la radio, que comienza con un pequeño espacio en Radio Universidad de Chile llamado Melodías subterráneas, una especie de podcast punk que hacía a mano con sus amigos a finales de los años 80.
El programa era una bomba de estímulos para los jóvenes renegados y menos taquilla de la época. Un verdadero panfleto filosófico, lleno de sarcasmo y rebeldía adolescente que se nutría con música que nunca jamás ibas a pillar en las radios de la época y a decir verdad, tampoco en las plataformas de stremaing de hoy.
Hay algunos registros en YouTube de Melodías subterráneas y vale la pena ponerles oreja. Provocan ganas de ir a una tocata en el centro de Santiago con tus amigos para despotricar contra el sistema. Una joya.
Ese es el Rolo. Lo raro, lo oscuro, lo freak, el lado B de esa banda que te mostró tu amigo. Él entendía ese lenguaje y sabía bajarlo a las masas hambrientas de propuestas innovadoras, y lo hacía de forma creativa, con identidad.
Era una manera muy distinta de vivir la cultura pop, de entenderla y de hacerla tuya. En esa dinámica, los medios de comunicación jugaban un rol vital y las voces de la época también. No eran influencers, eran comunicadores. Hay un par de sutilezas que hacen la diferencia.
Animales de radio
En su libro, Rolando Ramos habla de un momento de la industria donde “la experiencia y conocimiento musical lo eran todo”. Reflejo de eso fue la carta de Superhéroes de la FM que encabezaban las radios, revistas y programas juveniles de los 90s e inicios de los 2000s.
“Nosotros, los que participamos de esto, fuimos muy afortunados y estuvimos en el momento preciso y en el lugar perfecto”, confiesa Rolo cuando, por ejemplo, cuenta su historia personal con la Rock & Pop, radio que fue fundamental durante la transición cultural de Chile, en el momento del regreso a la democracia, y que por esos años era la más escuchada de todo el país.
Por ahí sonaban, además de Rolo y su línea editorial sacada de Ciudad Gótica, el eclecticismo pop de un joven Iván Valenzuela que, cual Superman, cuidaba a Ciudad Metrópolis de las garras del mal gusto; y la agitada agudeza de un aún más joven Alfredo Lewin, cuya carrera aceleraba a miles de kilómetros por hora, a lo Flash.
Esa Liga de la Justicia, conformada por apasionados comunicadores y melómanos empedernidos que alucinaban con MTV y la revista Rolling Stone, ayudó a difundir los nichos, las modas, las subculturas y los outfits que llegaban desde el primer mundo para volarles las cabezas a los jóvenes chilenos del fin del siglo.
Había un diálogo cómplice entre comunicadores y audiencias. Era otra la energía, que no dependía del número de seguidores ni de algoritmos.
Rolo añora esa magia y lamenta los efectos secundarios del desarrollo de la tecnología y los cambios que instaló Mark Zuckerberg en los medios de comunicación hace más de 20 años. Su testimonio es rotundo: “una vez que la radio se automatizó, se digitalizó, perdió también a esos directores con alma, esos verdaderos animales de radio”.
Dejarse sorprender
Hoy resulta muy fácil compartir música, libros, películas y series en formato digital. Basta con mover el dedo y una inconmensurable biblioteca de contenidos aparece a nuestra disposición, con el pago de la suscripción correspondiente, claro.
En su libro, Rolo Ramos reflexiona sobre la pérdida de un factor clave, que hacía de su trabajo algo muy romántico e íntimo, pero también comunitario. “La radio dejó de ser un medio para descubrir música; hoy sólo es compañía, noticias y música de catálogo para escuchar en el auto o mientras trabajas en el computador”, escribe.
Este es un punto clave, porque la selección activa del contenido que consumimos parece haber perdido su humanidad. Antes, según señala Rolo, la cosa tenía más alma, más pasión.
Pregúntale a cualquiera que haya trabajado en la radio en esos años y te juro que le brillan los ojos. Había cierta artesanía, un cariño por comunicar todo eso que te gusta y que sospechas que podría gustarle a los demás.
No es que hoy en día no existan alternativas. La comunicación es algo más que cotidiano y el acceso a la cultura pop es espectacularmente fácil, prácticamente automático. Sin embargo, Rolo advierte que “cuando hay tantas alternativas, al final no escoges ninguna”.
En esa reflexión, Ramos apuesta a que ya “no hay espacio para los nichos” y que “la radiofonía perdió su capacidad de innovar y proponer nuevos formatos en materia musical”.
Quizá hay algo de cierto en eso.
El algoritmo es engañoso y sus parámetros para hacer match con nuestros gustos, aunque infalibles, rompen la magia de sorprendernos con una creación artística inesperada, con algo que nos conmueva o nos haga vibrar.
La posibilidad de maravillarse con la fugacidad de una melodía o una letra que despierte tus sentidos se ha vuelto limitada con tanta precisión medible, porque cada vez que buscamos una canción o le ponemos like a una playlist, el universo de posibilidades se reduce, o al menos mitiga su variedad.
En cierto modo, la segmentación de públicos, al igual que en las redes sociales, se mueve dentro de la misma lógica de la creación compulsiva de contenidos, que, finalmente, responde a lo que dicta el mercado y a los dueños de las plataformas donde se almacena todo eso. Ellos definen tu playlist y por eso escuchas las mismas canciones todos los días. No me digas que no.
La personalización indiscriminada de las plataformas y la falta de interpretaciones humanas que deriven en una experiencia estética, ha mermado la posibilidad de compartir un pedazo de nosotros mismos al momento de intercambiar contenidos.
La infinita variedad de canciones, reels, películas y series se vuelve predecible, y los curadores de ese contenido sólo ven métricas al momento de entregarte una playlist ideal para ti. Ellos no interactúan con las audiencias y la radio se trataba de eso, de interacción humana. Spotify o Apple Music jamás se van a arriesgar a darte algo que no te guste a la primera. Y eso atrofia el gusto y destruye la curiosidad.
Y no solo pasa con las plataformas de streaming. Rolo nos explica que sí bien en las radios de hoy, “siempre hay un factor humano”, el medio “está sesgado por la parálisis de una industria que está muy estresada y como el resultado de lo que hacen les da réditos en el rating, no hacen ningún cambio”.
“Se ha criado a una audiencia que no busca nada nuevo, buscan nostalgia. La nostalgia es lo que prima, excepto en las radios ‘populares’. Ahí es distinto. ¿Qué se entrega ahí?, música bastante poco memorable”, advierte.
“Mi visión de la radiofonía dentro de cincuenta años es que cada uno tendrá su propio sistema operativo de radio, donde la música, las noticias o cualquier tipo de información serán creadas a tu propio gusto y semejanza”, vaticina Rolando Ramos, pionero de la prensa musical, y, con el desarrollo de la IA, este proceso de individualización uniforme adquiere mucho sentido.
Hace poco la plataforma Spotify lanzó DJ, un asistente virtual que te hace recomendaciones y permite descubrir géneros, playlists y artistas nuevos. Pero no es lo mismo.
Tampoco se trata de romantizar todo lo que pasó antes de Facebook. Las nuevas películas de Spiderman tampoco están mal. Como siempre, se trata de hacer otras lecturas y enfrentar los desafíos de la (pos)modernidad con nuevas formas y formatos.
Tal vez uno de esos desafíos es el de volver a hacer las cosas, primero que todo, por gusto, sin obedecer con tanta devoción los mandatos de las redes sociales y del algoritmo de turno. Dejándonos sorprender. Escuchando lo nuevo y distinto, con espíritu curioso y atento.
Lo más probable es que ya haya un montón de nuevos talentos, nuevos Batmans, hablando de lo que les gusta, creando nuevas comunidades góticas, nuevos nichos ciberpunk, en canales escondidos de Twitch, Youtube o Discord y no los conocemos aún.
Habrá que abrir los ojos y los oídos.
Foto: Amelia Aguirre M.