Zoom in, zoom out, zoom in, zoom out. Un sonido nos transporta a mediados de los años ´90 en los que el puente entre el registro analógico y el digital empezaba a tejerse. Zoom in, zoom out, zoom in, zoom out. A esas cámaras con visor que permitían la fantasía de tener una pequeña tele del tamaño de una mano en la que volver a ver documentales íntimos y registros caseros. Zoom in, zoom out, zoom in, zoom out: empieza Aftersun. Un plano en diagonal y una imagen grabada en una cinta gastada advierte algo de lo que veremos a continuación. Una niña cumple once años y entrevista a su jóven padre: ¿cuando vos tenías 11 qué imaginabas que ibas a estar haciendo ahora?
¿Qué une a una hija con un padre? ¿Un porcentaje de adn? ¿Rasgos fenotípicos? ¿Gestos? ¿Modismos? ¿Una historia en común? ¿Una mujer? ¿Un viaje? ¿Un código propio? ¿Un modo de divertirse? ¿Una forma de estar en silencio? ¿Una grabación en videotape de 8mm? ¿Una foto polaroid revelada? ¿Un recuerdo resbaladizo?
Esos modos diferenciales del registro, la forma en la que cada uno sostiene esa cámara, también nos cuentan a los personajes: cómo viven en ese momento y los instantes que elegirán atesorar.
Aftersun, la ópera prima de la británica Charlotte Wells que acaba de estrenarse en Mubi, es una película sobre el hilo que recorre el espacio que hay entre una hija y su papá. De cómo ese hilo se estira, se tensa, se suaviza, se anuda, se deteriora, pero jamás se rompe.
Sophie (en la piel de Frankie Corio, tal vez el mejor casting de 2022) tiene 11 años y vive con su mamá en Edimburgo a más de 600 kilómetros de Londres, la ciudad en la que vive su papá, Calum (Paul Mescal, conocido por interpretar a Connell en Normal People). Ambos se encuentran después de algunos meses sin verse para pasar unas vacaciones en una especie de resort venido a menos con pileta, guías y excursiones en Turquía. Entre Sophie y Calum hay una testigo clave: una cámara panasonic que registra ese viaje en videotapes de ocho milímetros.
La fascinación de Sophie por ese registro es conocida por quienes fuimos niños en los años ´90. Sophie entrevista a su papá, narra las excursiones que hacen como si fuera una envíada especial de un canal de televisión, hace zoom hasta pixelar la imagen en el fondo del mar. De una manera menos lúdica pero no sin ternura, Calum también filma a su hija: probándose anteojos de sol, jugando con una colchoneta inflable en la pileta, saludándolo desde lejos en el instante en el que se despiden. Esos modos diferenciales del registro, la forma en la que cada uno sostiene esa cámara, también nos cuentan a los personajes: cómo viven en ese momento y los instantes que elegirán atesorar.
En otra línea temporal, una Sophie de 30 años sostiene la misma cámara y mira con nostalgia esos videos en su pequeño visor. Quienes vemos Aftersun sabemos que el recuerdo que la película teje es el suyo y será su mirada la que la directora nos proponga atender. Porque Aftersun también es una película sobre el hilo caprichoso que une un tiempo con una imagen, un recuerdo con un momento, un video con una sensación, una persona con un sentimiento, el presente con el pasado. Aftersun es una película sobre el recuerdo, un ejercicio de memoria fiel al modo en el que la memoria realmente se ejerce: fragmentada, diluida, intensa, arbitraria, inventada.
Aftersun nos sumerge en una película en la que el duelo es un protagonista atípico en un contexto luminoso y especialmente dulce.
Wells nos propone una pregunta: ¿de qué está hecho un recuerdo? Vivimos en el tiempo de fotografiarlo todo para atesorar cada instante, de comprar espacio en las nubes, de hacer lugar en los discos. El tiempo de memorias colapsadas, de borrar mails, archivos pesados, videos recibidos. El tiempo de los filtros, de las caras trastocadas, de la inteligencia artificial, de la realidad virtual, de la atención fragmentada. La película nos lleva a otro tiempo, a uno que ya no existe: no solo al de la pubertad de la protagonista, también a uno analógico, sensorial, pausado, atento. Uno que solo el cine puede retratar con la conmoción que puede producir la imagen. Aftersun apela a la materialidad de la memoria a través de la materialidad del registro: el grano fotográfico en esta película es visible no solo en las imágenes tomadas por la Panasonic, sino también en el registro de la propia Charlotte Wells que filma la piel de la espalda de Calum mientras duerme, las manos de los protagonistas superpuestas en un barco o la textura del protector solar deslizándose por la espalda de Sophie, con la precisión de quien realmente quiere contar una historia en imágenes.
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La película de Wells juega en un territorio liminal. Y lo hace con varios registros. Estamos en el límite de la infancia de Sophie. Una conversación sobre sexo entre dos adolescentes espiada desde la cerradura del baño, el roce entre cuerpos jóvenes que Sophie mira de costado abajo del agua o la confesión de gustarle a un chico: la sexualidad estará entrando y saliendo constantemente como Sophie oscila entre jugar en el agua con su papá y un beso nocturno dado en el borde de la pileta. Juega con el final de un tiempo para Calum y Sophie. No sabemos si esa fue la última vez que se vieron, pero sí que entre una foto revelándose sobre la mesa y el saludo final filmado por Calum en el aeropuerto, algo de esa relación culminó.
Pero Aftersun juega en otro territorio marginal: un lugar ambiguo de la memoria. El recurso visual que usa Wells para ese juego es un escenario onírico, estroboscópico, una especie de fiesta rave fuera del tiempo en la que vemos a una Sophie adulta. Un limbo entre el presente y el pasado, la vida y la muerte, el recuerdo y la realidad. Esas imágenes volverán una y otra vez en la película intercaladas con los fragmentos pixelados de las grabaciones que alguna vez Calum y Sophie hicieron. Aftersun se permite agujeros: narrativos, temporales, visuales. Wells filma y monta como la memoria reconstruye el pasado: nada está del todo dicho ni es del todo diáfano. Eso tal vez sea más una consecuencia del trabajo en conjunto con el director de fotografía que una intención propia de la directora: Aftersun está pensada más en términos de cámara que en términos estrictamente narrativos, la historia se cuenta a partir del diseño de los planos y no al revés.
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Las vacaciones, el resort, el mar, las excursiones, la pileta, el micro, el calor, funcionan como un ecosistema particularmente construido para Calum y Sophie, un singular confinamiento a la intimidad que cualquiera podría imaginar, sentir y hasta oler. Sophie y Calum se sumergen. Se sumergen una y otra vez en el mar o en una pileta. Se sumergen y abren los ojos debajo del agua. Sumergen con ellos una cámara Minolta amarilla para sacarse fotos uno al otro. Con la misma intensidad e insistencia, Aftersun nos sumerge en una película en la que el duelo es un protagonista atípico en un contexto luminoso y especialmente dulce.
Aftersun apela a la materialidad de la memoria a través de la materialidad del registro.
Durante una gran parte de las vacaciones, Calum tendrá un brazo roto, envuelto en un yeso con el que a pesar de su fractura protegerá a su hija: abrazándola durante un viaje en micro o enseñándole a defenderse en caso de que alguien la ataque; una pequeña metáfora de lo que le pasa a este hombre: un padre quebrado, con una angustia que oculta y a la que accedemos como Sophie: en fragmentos. Largos silencios, respuestas hirientes, respiraciones agitadas, el coqueteo con el abismo de un balcón o con la oscuridad en el mar de noche, una escena en el escenario estroboscópico donde Calum baila mientras David Bowie canta este es nuestro último baile / este es nuestro último baile / esto somos nosotros / bajo presión / bajo presión. Atisbos con los que intuimos una angustia profunda que la directora elegirá mostrar tangencialmente, en diagonal, desde el margen o como lo hace en la escena en la que el protagonista se desmorona y llora: desde atrás. Calum llora desconsoladamente y nosotros solo vemos su espalda. En ese instante recordamos que nosotros miramos a Calum como lo mira su hija Sophie, desde un presente en el que sospechamos su ausencia. Elegir contar la angustia de un padre de espaldas es un modo visual de afirmar la imposibilidad de acceder enteramente a ese dolor.
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“Me parece lindo que compartamos el mismo cielo. A veces miro el cielo y si puedo ver el sol pienso en que ambos podemos ver el sol y pienso en que aunque no estemos en el mismo lugar y no estemos realmente juntos en cierto modo lo estamos, porque ambos estamos bajo el mismo cielo”. Algo así le dice Sophie a su papá. Esa reflexión inocente envuelve de algún modo toda la película. En una carta que la directora le escribió a los espectadores de Aftersun (“Dear movie lovers”), confiesa que esta es una película especialmente personal y la firma con una foto suya junto a su papá en un resort de Turquía veinte años atrás. Esa ecuación dulce a través de la cual Sophie sigue unida a su papá incluso lejos, incluso fuera del tiempo, incluso después del sol, es de algún modo la operación a través de la cual Charlotte Wells le escribe una carta de amor a su propio padre y muestra que ese hilo que alguna vez los unió sigue intacto.
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