La primera imagen que vemos en “Anora” es un bien formado trasero que llena la pantalla. El par de glúteos femeninos apenas está cubierto por una diminuta prenda, y se presenta en toda su dimensión. Y no está solo. A su lado, según revela lentamente la cámara, hay dos o tres más, que se mueven sensuales sobre los cuerpos masculinos, hasta llegar al rostro de Ani, la protagonista que interpreta la actriz Mikey Madison.
La cámara se queda con ella y entendemos de inmediato lo que hace Ani en este ambiente semi iluminado de club nocturno, en el que la música suena fuerte, hay pole-dance y striptease, y se comparten tragos, risas y sesiones en habitaciones privadas.
El ambiente es animado, los dólares caen como cascadas y Ani se desenvuelve como una profesional a toda prueba.
Fuera del club, en amaneceres tristones y largos viajes en metro, la vida no parece tan sonriente. Ani comparte un departamento con una chica con la cual no parece haber mucho afecto, y no es extraño que el refrigerador esté vacío.
Es entonces cuando aparece en el club un entusiasta joven ruso, Iván, de apresurados 21 años, que quiere disfrutar todos los placeres de este mundo y necesita una intérprete para darse a entender.
De niña, Ani aprendió algo de ruso con su abuela y se ofrece para conversar con el recién llegado. Y desde que ambos intercambian las primeras palabras y él le paga para que no se separe de ella, la película despega como un cuento de hadas, como una versión contemporánea de la antigua historia del Príncipe Azul que llega a rescatar a la Cenicienta.
Todo lo que ocurre entre Ani e Iván es electrizante.
Sean Baker filma sus encuentros en forma dinámica, con intensidad y humor, y desarrolla la relación en una creciente y apasionada espiral, que pasa por las sábanas rojas de la cama del joven ruso en su fastuosa mansión, prosigue en interminables fiestas donde el champaña francés corre como agua, y culmina en un improvisado viaje en jet privado a Las Vegas, que traerá consecuencias.
Esto no es un sueño
Al director y guionista Sean Baker, nacido en New Jersey en 1971, le apasiona retratar la trastienda del Sueño Americano y poner el foco en aquellos a los que no les fue bien en la carrera vertiginosa de la sociedad de consumo, a los que quedaron en el camino, y a quienes no tuvieron la energía o la suerte para estar en el lugar correcto en el momento indicado.
Los protagonistas de sus películas a menudo trabajan en el comercio sexual o el porno, y se desenvuelven en entornos degradados y nada amables, muy distantes del esplendor con que el cine muchas veces retrata la vida en los Estados Unidos.
En “Anora”, tal como en sus filmes anteriores “Starlet” (2012), “Tangerine” (2015), “Florida Project” (2017) y “Red Rocket” (2021), Baker observa a sus personajes -y esta mirada es lo que lo distingue- sin enjuiciarlos, para componer retratos humanos profundos, contradictorios, hombres y mujeres plenos de matices y zonas luminosas y sombrías, que se equivocan, aciertan y hacen el ridículo en el momento menos pensado.
Y si en “Anora” el cineasta estadounidense opta por darle al relato este tono de cuento de hadas es para luego hacerlo estallar en mil pedazos (como el vidrio de un cuadro que Ani quiebra en un instante de ira) y de este modo exponer su reverso opaco y revelar lo que se esconde detrás de las ostentosas apariencias.
Ese es el mérito de esta película extraordinaria, fresca y brillante, sin duda una de las mejores estrenadas este año y candidata fija a las nominaciones de los premios de la temporada.
Brillante dirección
En “Anora”, Sean Baker maneja los recursos del lenguaje cinematográfico de manera formidable.
El montaje no deja que el espectador aparte los ojos de la pantalla, los giros del guión son atractivos, cada personaje que se incorpora aporta la necesaria tensión, y la puesta en escena, que en la primera parte se eleva hacia la ensoñación para mostrar las sensaciones que el ilimitado caudal de dinero y lujo produce en Ani, deriva hacia un enfoque mucho más realista después, debido a que la relación amorosa de Iván con Ani no es, evidentemente, del gusto de sus multimillonarios padres.
El tiempo es un elemento esencial en el cine. Los grandes cineastas, de Hitchcock a Tarantino, lo han tenido siempre claro. Y Sean Baker sabe cómo manejarlo.
De esa primera parte que no da tregua en su excitación, y donde las horas y días transcurren pletóricos en pocos minutos, “Anora” pasa a un tratamiento temporal completamente distinto.
Con Ani e Iván sometidos a la presión de los padres de éste para terminar todo vínculo, las escenas se vuelven extensas y realistas, con situaciones difíciles de soportar para ella, que debe enfrentar un progresivo desengaño.
Las noches, que antes para Ani pasaban fugaces y excitantes, ahora se alargan y la llevan a vivir una serie de momentos incómodos. Arriba de un auto o sentada en un sillón, debe soportar la ingrata compañía de los matones enviados por el padre y la madre de Iván.
La realidad puede ser abrumadora, dice Sean Baker, y Ani siente ese peso a cada minuto, obligada a un recorrido por la ciudad que la conduce por lugares donde no quiere estar, rodeada de personas con las que solo comparte relaciones transaccionales.
Contundentes actuaciones
En “Anora”, comedia que saca muchas risas y al mismo tiempo ofrece momentos amargos, Sean Baker confirma también su talento como director de actores.
La actuación de Mikey Madison en el rol protagónico es sobresaliente. Ella está en pantalla el 90 por ciento de los 139 minutos que dura la película, y atraviesa literalmente todos los estados de ánimo, desde la alegría desbordante hasta la desesperación y la angustia, en un trabajo que va desde lo más externo hasta una inesperada dimensión interior.
A su lado, el joven actor ruso Mark Eldestein es una auténtica revelación, con su mezcla de ingenuidad irresponsable con la manifiesta intención de causar dolor a sus padres.
Y ni hablar de los matones, también rusos, que presionan a Ani e Iván por mandato del oligarca. Son un real trío de comedia, que saca carcajadas y que expone la debilidad humana allí donde menos se piensa.
Uno de ellos, Igor (Yuri Borisov) juega además un rol crucial en el desarrollo de la película. Es un personaje rudo, que apenas pronuncia una decena de palabras a lo largo de la cinta, y que, en pos de cumplir su trabajo, suele estar cerca de Anora. Callado. Imperturbable.
Y es a través de Igor que Sean Baker (en una labor tan genial como subrepticia) introduce paulatinamente el gran tema de “Anora”, que es la toma de conciencia de uno mismo y la necesidad de asumir quienes somos. Con todo lo que eso implica.
La demorada aceptación de Ani de su nombre real, Anora, da la pista del recorrido interno del personaje.
Así, presionada por las circunstancias y vigilada a cada minuto por Igor, la protagonista, Anora, empieza a tomar conciencia de sí misma y de sus sentimientos.
Es un trance doloroso y hasta violento, que en un desenlace inolvidable bajo la nieve, opuesto absoluto del cuento de hadas, deja entrever el único camino amarillo hacia la posibilidad de vivir el amor de verdad.