Este 20 de abril, la expresidenta de Chile Michelle Bachelet ofreció una charla titulada “¿Cómo reconstruir la vida en común?”, en el marco de la inauguración del año académico de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales. La charla fue sencilla en su desarrollo, pero ambiciosa en su objetivo. La pregunta titular surge, lo podemos inferir, de la constatación de un empobrecimiento radical de la vida política. Si debemos reconstruir la vida en común es debido a que aquello que nos anuda a la política, es decir lo común, está destruido, o al menos disipado o paralizado. Por cierto, la exposición no dio soluciones pero me llamó la atención la forma en la cual Bachelet se posicionó respecto de esta pregunta.
MUNDO POLÍTICO
En primer lugar, la expresidenta no llegó con un discurso sobre el tema del sentido o sobre lo que podría ser lo común ni ofreció una doctrina acerca de lo que haría falta a nuestro mundo político. Al contrario, toda su charla se organizó a partir de sus propios aprendizajes durante los últimos años, con los movimientos sociales chilenos y extranjeros, los efectos que la pandemia tuvo en Chile y en las partes del mundo a las que pudo acceder.
Bachelet no solo insistió en que el COVID afectó a algunas personas o grupos más que a otros, también enfatizó la necesidad de nombrar a estas personas o grupos. Así, dejó entender que la crisis sanitaria reconfiguró un mundo político, creando nuevas experiencias de precariedad y vulneración. Este sencillo punto merece nuestra atención: un análisis sobre cómo la pandemia creó nuevas desigualdades debiera hacerse en el espacio social donde vivimos, en las instituciones y mundos laborales donde hemos seguido trabajando a costo de muchos esfuerzos (en algunos casos más que otros), en los barrios en que ocurrieron numerosas transformaciones y nuevas formas de sobrevivir en el desamparo.
INSEGURIDAD Y MIGRANTES
Segundo, Michelle Bachelet tuvo el cuidado de no asociar la inmigración a los problemas de inseguridad que viven muchos países. La criminalidad y la delincuencia son fenómenos políticos y deben ser abordados como tales, es decir, considerando el modo en que se configuran nuevas redes de poder y formas de ejercitar el poder. Frente a contextos de inseguridad, estigmatizar a las personas extranjeras es perder de vista que la violencia no es natural, sino política. Luchar contra la criminalidad implica entender cómo ésta se organiza. Si bien Bachelet no abordó este tema en particular, sí se detuvo en la necesidad de reconocer que las personas migrantes no solo experimentan una situación de precariedad física, que involucra hambre y frío, principalmente padecen dolores psíquicos. De ahí la importancia de responder a los problemas de “salud mental” de los migrantes. Por simple que parezca esta observación, no es menor: se suele hablar de las necesidades básicas de las personas migrantes, de su falta de alimento y abrigo, pero así se les reduce a una condición meramente biológica. Es como si fueran existencias sin relatos, sin historias.
La crisis sanitaria reconfiguró un mundo político, creando nuevas experiencias de precariedad y vulneración.
Reducir cualquier existencia a necesidades supuestamente básicas aleja a estas personas de un mundo humano. Este mundo humano lo hacemos en conjunto, pero a condición de poder producir relatos, de dar testimonios de ellos, de permitir su transcripción. Nombrar, como lo hizo Bachelet, el dolor psíquico (que llamamos de una forma que me parece problemática “salud mental”) de las personas migrantes es, por un lado, hacerlas parte de un mundo humano y, por otro, crear las condiciones para reconstruir la vida en común. El efecto más violento y más desastroso de reducir un grupo de personas a necesidades meramente biológicas es perder de vista el hecho de que la humanidad se produce en cada instante, con formas nuevas de reconocernos y de relatarnos.
SISTEMA PREVISIONAL
Finalmente, fue llamativo el sentido práctico de Michelle Bachelet. Pareciera que su forma de hacer política se relaciona, tal vez, con su forma de entender la medicina. De nuevo: su charla no desarrolló una doctrina, más bien, se enfocó en temas de heurísticas. Planteó problemas y optó por la búsqueda de soluciones múltiples.
¿Cómo, desde un cargo de responsabilidad política, responder a la situación dramática de la jubilación en Chile? ¿Cómo ofrecer soluciones si no está disponible el dinero para ofrecer jubilaciones dignas? Nuevamente, la expresidenta habló de nombrar lo que hace falta a las personas que no están recibiendo el dinero suficiente para sobrevivir y que, por cierto, no están en edad de trabajar para ello. Ejemplificó: una persona con una jubilación cuasi nula puede requerir una silla de ruedas. Antes este problema, se pueden implementar políticas que posibilitan o facilitan su acceso.
Podemos pensar en otros ejemplos. Una persona mayor también puede necesitar: un lugar de encuentro, facilidad para desplazarse, un proyecto urbano que le dé un lugar. El argumento –notable, por su sencillez y por carácter heurístico, sin apelar a grandes doctrinas– es que hay que buscar formas de hacer mundo. Si bien desde un cargo de poder no se puede hacer todo, se puede mucho. Se pueden buscar las formas para que cada uno aporte al mundo común. Se pueden promover pequeños cambios que nos permitan ver que las personas sin recursos son el mundo, son una voz a un dolor que vivimos todos y todas (la famosa “salud mental”, que es una preocupación hasta en el mundo laboral), son parte de la manera con las cuales nos vemos y nos relatamos.
Se suele hablar de las necesidades básicas de las personas migrantes, de su falta de alimento y abrigo, pero así se les reduce a una condición meramente biológica. Es como si fueran existencias sin relatos, sin historias.
HUMANIDAD
Agradezco haber podido escuchar esta charla. Me daba curiosidad escuchar a una persona que había tenido una alta responsabilidad política: ¿Cómo habla una persona que ha tenido tanto poder? Muchas veces tener poder es, paradójicamente, experimentar una profunda impotencia, y ceder a una serie de dinámicas duras, a veces perversas. En este caso, he escuchado a alguien concluir que para hacer política hay que ser “rehén de la esperanza”. Pero no de una esperanza mesiánica, una que espera un nuevo mundo. Al contrario, habla de una esperanza relacionada con lo que puede hacer cada uno/a para no quedar confinado/a en un mundo tan estrecho, tan inhumano, tan volcado a la pequeñez del día a día y de la mera necesidad de producir. No se trata, por lo tanto, de la esperanza de una vejez opulenta para todos/as, sino de buscar las formas para que la vejez no solamente tenga cabida en nuestro mundo, sino que contribuya a hacer que nuestro mundo sea tal: sea un mundo común. No es, entonces, la esperanza en una situación idílica para todas las personas migrantes o de idealizar al “otro”, sino de partir de la pregunta de qué nos hace humanos a todos y todas, sabiendo cuán fácil es ceder a la inhumanidad, y sabiendo la poca capacidad que tenemos de darnos cuenta de estos momentos en que nuestros sistemas políticos se vuelven monstruosos.