No pretendo bajo ningún punto de vista realizar una defensa corporativa. Más bien, debo admitir que Giorgio Jackson Drago no es alguien por quien sienta una devoción especial. Durante su tiempo en el gobierno, su desempeño estuvo lejos de ser destacable y se caracterizó más por sus constantes conflictos con partidarios y opositores que por sus logros políticos en la implementación de las transformaciones prometidas por el presidente Gabriel Boric. Estos días, seguramente veremos una serie de columnas y editoriales dedicadas a desprestigiar y atacar a Jackson, culpándolo y señalándolo por su innegable bajo rendimiento. A primera vista, podría parecer un tema espectacular para escribir una columna. Sin embargo, también sería injusto. Injusto por todo lo que Jackson ha representado para el debate público chileno durante la última década.
Giorgio Jackson, junto con el presidente Gabriel Boric, la ministra Camila Vallejo y la diputada Karol Cariola, independientemente de las relaciones actuales que puedan existir entre ellos, son parte de una generación de políticos que emergieron con fuerza en el escenario nacional a partir de las movilizaciones estudiantiles universitarias de 2011. Este movimiento, surgido como respuesta a la insatisfacción con el sistema educativo, especialmente en lo que respecta a la Educación Superior, se convirtió en una poderosa fuerza de cambio que trascendió los límites de sus propias aspiraciones y posibilidades. Este grupo de jóvenes logró superar las barreras de su propio movimiento social y se comprometió, con mayor o menor éxito, en el grupo estandarte de la justicia social en Chile. No es del todo descabellado decir que Giorgio Jackson y sus compañeros redefinieron el papel de la juventud en la política chilena después de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet en 1990, demostrando su capacidad para influir en la construcción de un país, en la promoción de procesos democratizadores que faciliten la equidad económica, política y social.
No olvidemos que el papel de Jackson fue fundamental en la formación de Revolución Democrática y el surgimiento del Frente Amplio, una verdadera alternativa de izquierda en el sistema de partidos chileno. Cumplió un rol relevante en la candidatura de Beatriz Sánchez en 2017, la candidatura de izquierda fuera de los partidos de la ex Concertación más relevante desde la carrera en solitario de Marco Enríquez-Ominami en 2009. La transición vivida por Jackson desde el movimiento estudiantil, hasta ser elegido diputado y luego formar parte del gabinete del presidente Boric, generó renovación y esperanza para muchos. La dupla inseparable que formaron reflejó la ambición de una generación por reformar una nación estancada en los laureles.
Por todo esto, no es sorpresivo que la renuncia de Jackson haya sido una decisión difícil y dolorosa, tanto para él como para el presidente Boric. La presión ejercida por los partidos de oposición, las múltiples acusaciones constitucionales y las solicitudes de renuncia que ha enfrentado, hicieron insostenible su permanencia en el cargo. Esta situación se vio agravada aún más por el robo sufrido en el Ministerio de Desarrollo Social y los casos de corrupción ética relacionados con la asignación de recursos públicos a fundaciones vinculadas con el oficialismo. Posiblemente, Giorgio Jackson no haya tenido ninguna responsabilidad en estos hechos, pero alguien tenía que asumir las consecuencias.
No es del todo descabellado decir que Giorgio Jackson y sus compañeros redefinieron el papel de la juventud en la política chilena después de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet en 1990, demostrando su capacidad para influir en la construcción de un país, en la promoción de procesos democratizadores que faciliten la equidad económica, política y social.
Bajo este contexto, es válido cuestionar el papel de Jackson en el gobierno y las decisiones que lo llevaron a este punto de inflexión. La transparencia y la ética en la gestión pública siempre deben ser fundamentales en una democracia, y cualquier duda al respecto debe ser tratada con seriedad y rigor. La política, por naturaleza, es un juego delicado de equilibrios y decisiones, y el caso de Jackson vuelve a reafirmar la importancia de mantener el delicado equilibrio democrático, aunque eso signifique dejar caer a tu propio amigo en medio de una tormenta política.
La renuncia de Jackson no debe percibirse exclusivamente como una derrota para el Gobierno o un triunfo para ciertos sectores políticos. Más bien, debe ser una oportunidad para reflexionar sobre los desafíos y tensiones que enfrenta la política chilena en su camino hacia un país que deje el estancamiento y vuelva al rumbo del progreso equitativo. Sin embargo, es importante considerar que las demandas de la oposición para que Jackson renunciara a cambio de negociar reformas tributarias y de pensiones deben ser examinadas cuidadosamente para asegurarnos de que no se trata de una estrategia que solo busca entorpecer la labor del gobierno.
Jackson ha sido un pilar en el proyecto político que llevó a Boric a La Moneda. Su salida es también, sin duda, un duro golpe, pero también un gesto que busca mejorar el clima político y permitir el avance en las reformas que el país necesita. En un mundo donde la política a menudo se ve dominada por los egos y el personalismo, esta capacidad de sacrificio podría ser considerada un acto de valentía y madurez. A pesar de todo, el legado de Giorgio Jackson no se debe reducir únicamente a su tiempo en el gobierno. Su participación en las movilizaciones estudiantiles y su posterior ingreso a la política abrieron camino a una generación de jóvenes comprometidos con el cambio social y la participación ciudadana. Su influencia y liderazgo han dejado una huella en la política chilena que trasciende su desempeño específico como ministro.
En última instancia, el juicio sobre la trayectoria de Giorgio Jackson dependerá de la perspectiva de cada persona y de cómo valoren sus logros y errores.
La renuncia de Jackson no debe percibirse exclusivamente como una derrota para el Gobierno o un triunfo para ciertos sectores políticos. Más bien, debe ser una oportunidad para reflexionar sobre los desafíos y tensiones que enfrenta la política chilena en su camino hacia un país que deje el estancamiento y vuelva al rumbo del progreso equitativo.
La renuncia de Giorgio Jackson es un hecho significativo en la política chilena, pero no debe ser el único factor para evaluar su contribución al país. Su papel en las movilizaciones estudiantiles y su influencia en la participación ciudadana han dejado un legado importante. A medida que se desarrolla la historia política de Chile, será necesario analizar su impacto en un contexto más amplio y considerar tanto sus aciertos como sus errores.
No se deb restar importancia al trabajo que se ha realizado y que aún queda por hacer en la construcción de un Chile más justo. Si bien su partida implica la pérdida de uno de los pilares de la generación del 2011, de uno de los agentes de más experiencia y conocimiento político del Frente Amplio, también es una oportunidad para que nuevos líderes y voces emerjan y aporten con ideas frescas y soluciones innovadoras a los desafíos que enfrenta nuestra sociedad. Esperemos que, con el cambio de gabinete, los aires en el gobierno puedan renovarse. Retomar el rol de la agenda es, a esta altura, algo necesario si es que el presidente Boric quiere terminar su mandato sin mayores sobresaltos. La renovación es necesaria para el verdadero éxito de una democracia. Hoy, adaptarse a los cambios implica una reflexión y compromiso con la construcción de un país más equitativo.