Crónica

Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México


La hija de Tlatelolco

Con el 58 por ciento de los votos, Claudia Sheinbaum Pardo se convirtió en la primera presidenta electa de la historia de México. Formada políticamente en las luchas universitarias contra la ola privatizadora del PRI, hizo carrera de la mano de Andrés Manuel López Obrador, a quien acompañó cuando era jefe de Gobierno de la capital. En aquel momento, él le encomendó la misión de construir los segundos pisos de la ciudad, el nuevo nivel de autopistas y avenidas para aligerar el tráfico. Este año le delegó la misma tarea: construir el segundo piso de la transformación política, económica y social de México. ¿Cómo será la relación entre ellos de ahora en adelante? ¿Cuáles son las amenazas y retos de un progresismo que va por su segundo mandato?

Este domingo, cerca de las nueve de la mañana, Claudia Sheinbaum Pardo agarró la boleta en su casilla electoral y no marcó su candidatura. Con una lapicera escribió el nombre de Ifigenia Martínez, una reconocida economista y ex senadora por la izquierda mexicana que no participaba en estas elecciones.

—Es una mujer que admiro. Es un homenaje —explicó. 

Su decisión -que anuló el voto- esconde dos mensajes: el primero, una continuidad con Andrés Manuel López Obrador, quien suele hacer lo mismo a la hora de votar. La segunda, la convicción y la certeza que tenía de su triunfo. 

Horas después, cerca de la medianoche, se confirmó la noticia: la líder de Morena ganó las elecciones con más del 58 por ciento de los votos contra Xóchitl Gálvez, quien llegó al 28,9, y será la primera presidenta de la historia de México.

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Es difícil determinar en qué momento comenzó la carrera política de Claudia Sheinbaum Pardo. Quizás se empezó a gestar cuando era niña y escuchaba a su padre y a su madre discutir sobre política en el desayuno. O en esos fines de semana en que los acompañaba a la cárcel a visitar a sus amigos detenidos por el todopoderoso régimen del Partido de la Revolución Institucional (PRI). Influenciada por sus padres -él químico, ella bióloga-, una pareja muy prestigiosa en la academia nacional y vinculada a la defensa de la educación pública, al entrar en la carrera de Física en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se sumó a las protestas del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) contra los intentos de privatizar la educación.

Las aulas de la UNAM fueron una de las principales usinas de un movimiento que desembocaría años después en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y mucho más tarde en la creación de Morena, el partido que la llevaría a la presidencia. Exigían más democracia y mejoras económicas frente a la ola privatizadora del PRI, el partido hegemónico que gobernó México de manera ininterrumpida desde 1929 hasta el 2000, que nació como un movimiento revolucionario y se transformó en una dictadura perfecta en base a elecciones fraudulentas y represión, como la masacre de Tlatelolco de 1968 que reprimió a estudiantes y maestros, entre los que estaban los padres de la presidenta electa.

Hay un momento que cambió la vida de Sheimbaum para siempre. En 2000, Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno electo de la CDMX estaba formando a su equipo y preguntó por una posible secretaria de Medio Ambiente. Su círculo cercano le recomendó a Sheinbaum, física de la UNAM.

—Lo que quiero es que disminuya la contaminación de la ciudad. ¿Sabes cómo hacer eso?— le preguntó él.

—Pues creo que sí.

Desde ese momento, la historia nunca los dividió. Sheinbaum se convirtió en una de sus personas más cercanas y leales: una “pura”, como se conoce a la vertiente más leal de Morena. Su ascenso fue vertiginoso: se convirtió en vocera y luego secretaria del gobierno de AMLO en diversas áreas, alcaldesa de Tlalpan, jefa de gobierno de la Ciudad de México y presidenta. 

En su primer gobierno en la capital nacional, AMLO le había encomendado la tarea de construir los segundos pisos. Es decir, un nuevo nivel de autopistas y avenidas para aligerar el duro tráfico de la capital. Este año le encomendó la misma tarea: construir el segundo piso de la Cuarta Transformación.

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Sheinbaum hizo historia. En un país con una fuerte cultura machista, en el que en 2023 fueron asesinadas más de tres mil mujeres, se convirtió en su primera presidenta mujer. Como si fuera poco, logró un segundo objetivo planteado en campaña: conseguir 33 millones de votos y convertirse en la candidata más votada de la historia nacional.

Sheinbaum y AMLO conforman una dupla política que ha superado crisis políticas, escándalos de corrupción (como cuando su esposo, Carlos Imaz, fue filmado recibiendo dinero mientras era funcionario del primer gobierno perredista) y que genera preguntas de cara al futuro: ¿Cómo será ese vínculo con Sheinbaum en el poder? 

En su equipo aseguran que la distancia entre ambos ya existió en la CDMX, cuando ella desarrolló otro enfoque de seguridad sin la participación de las Fuerzas Armadas y promovió otra estrategia contra la pandemia de covid-19 en base a aislamientos más fuertes que los que deseaba el presidente.

Según dijo AMLO, una vez que abandone el Palacio Nacional se dedicará a escribir libros en su rancho de Chiapas. 

“No habrá teléfono rojo”, prometió Sheinbaum.

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Durante el proceso interno en el que Sheinbaum se convirtió en candidata presidencial, una imagen se volvió viral. Es una foto en tono sepia publicada por el Stanford Daily en 1991 durante las protestas de estudiantes mexicanos contra el entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari, quien brindaba una conferencia en favor de su modelo neoliberal. Una mujer sostiene en alto un cartel: “Fair trade and democracy now”. La mujer de la foto es Claudia Sheinbaum; el mensaje apunta contra el NAFTA, el tratado de libre comercio que su país firmó con Estados Unidos y Canadá y que entraría en crisis, años después, con el alzamiento zapatista en Chiapas. 

Su participación en el movimiento estudiantil -donde lideró asambleas, protestas y manifestaciones- le permitió conocer a gran parte de los figuras que la acompañaron en Tlalpan, luego en CDMX y que lo harán a nivel federal. También a su primer esposo (este año se volvió a casar), Carlos Imaz, con quien se acercó a las bases del PRD y a través del cual conoció a Andrés Manuel López Obrador. 

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La campaña presidencial no fue un problema para Claudia Sheinbaum. Se impuso con comodidad en el proceso interno de Morena, que midió a un total de seis figuras, en base a una fuerte campaña territorial y a la imagen de ser cercana y leal a López Obrador. Esos dos componentes le bastaron para recibir el “bastón de mando” -un símbolo de los pueblos originarios- por parte del todavía presidente y liderar los esfuerzos para “profundizar” lo conquistado durante estos seis años. 

La principal candidata opositora, Xóchitl Gálvez, en ningún momento generó temor en el oficialismo y el líder de Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez, ni siquiera logró salir de la tercera posición.

Ahora Sheinbaum tendrá dos grandes desafíos: los externos a Morena y que estarán vinculados a cualquier tarea presidencial y, al mismo tiempo, internos para mantener la unidad y la fortaleza de un movimiento que funge como una aplanadora electoral, que en apenas diez años conquistó 23 estados de 32, que, por ahora, no pareciera tener freno, pero que por primera vez en su historia no tendrá a López Obrador como su líder aglutinador. 

La campaña y el programa de gobierno anunciado por Sheinbaum durante los últimos meses giran alrededor del expresidente (en realidad, México gira alrededor de López Obrador desde comienzos de siglo). En el acto de su inicio de campaña ante un Zócalo colmado de gente anunció 100 promesas para su mandato. No importó, porque en el fondo su programa se basa en dos propuestas: lealtad a AMLO y la construcción del “segundo piso de la cuarta transformación”. 

Con eso es suficiente. Durante los últimos años el partido guinda logró reunir y representar las frustraciones, cansancios, decepciones y bronca con un sistema que fue gobernado durante casi cien años por la derecha. Hasta 2018, cuando Morena llegó con un discurso nuevo: “Por el bien de todos, primero los pobres”, proponía. La irrupción morenista en la política fue tan fuerte que López Obrador la compara con los tres procesos políticos más importantes del país: la revolución de la independencia, la revolución liberal que dividió a la Iglesia del Estado y la Revolución Mexicana de Pancho Villa y Emiliano Zapata. “En el 2000 cambia el gobierno, pero no hay una transición porque se mantienen las mismas estructuras políticas y económicas. Con Morena sí cambia”, dice Eduardo Santillán, exdiputado y exalcalde de Álvaro Obregón, la tercera alcaldía más grande de la CDMX. 

“López Obrador no es especialista en nada, pero es un genio en sentido común”, asegura este líder de Morena en la Ciudad de México. Según su análisis, el éxito del presidente recae en el profundo conocimiento que tiene del país -que recorrió de punta a punta luego de la derrota de 2006 ante Felipe Calderón- y de su historia: “Nadie conoce tanto México como él”. Eso, sostiene, le permitió generar políticas públicas en favor de las grandes mayorías históricamente olvidadas (especialmente campesinos y adultos mayores) y lograr, al mismo tiempo, estabilidad económica ante factores externos adversos, como la presidencia de Donald Trump o la pandemia de covid-19. Según su análisis, Morena logró “humanizar” un modelo económico que durante décadas estuvo destinado a una pequeña porción de la población. La estructura económica es la misma, pero hay nuevos beneficiados. “Los ricos se van a Europa más seguido porque el dólar está más bajo y los pobres ahora tienen un plato de comida. El país no creció mucho, pero sí creció la distribución del ingreso”, asegura. 

En este escenario, Claudia Sheinbaum propone continuidad y rechaza medidas económicas más duras que reclama la base del movimiento, como una reforma fiscal o un impuesto a las grandes fortunas. Hasta este domingo, la exjefa de Gobierno sólo confirmó a un funcionario de su futuro gabinete: Rogelio Ramírez de la O, actual secretario de Hacienda. El camino es la continuidad, pero la economía comienza a hacer una pregunta: ¿Es sustentable este modelo a largo plazo? La ahora presidenta electa también prometió una batería de nuevos programas sociales, becas para las juventudes, un plan de movilidad y conectividad territorial, nuevas universidades y un gran seguro social y médico. Todo esto la obligará a generar un mayor crecimiento económico, algo que a Morena le costó y que será uno de sus principales desafíos como mandataria.

Este domingo, Gabriela Osorio ganó la alcaldía de Tlalpan, la misma que gobernó entre 2015 y 2018 Claudia Sheinbaum, con quien trabajó en el pasado. “Es una mujer fuerte, muy exigente, pero amorosa”, afirma, y adelanta que los principales retos de la nueva presidenta serán, por un lado, las tareas de gobierno como resolver los problemas de seguridad vinculados al crimen organizado -México vivió la campaña más violenta de su historia-, mejorar la salud y la educación; y, por el otro, generar un “relevo” dentro de Morena para continuar con la “transformación” y el “humanismo” mexicano. 

México es un país muy difícil de gobernar, la desigualdad es muy grave, hay una fuerte desconexión entre regiones, las demandas y necesidades entre estados son muy diversas, los servicios públicos no satisfacen las necesidades sociales, el narcotráfico es una amenaza constante y Estados Unidos observa todo con atención y recelo. Al mismo tiempo, la actualidad interna de Morena es un reto complicado. Desde el Palacio Nacional, Sheinbaum deberá atender los dos frentes al mismo tiempo. 

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Cuando López Obrador rompió con su antiguo partido, el PRD, y fundó Morena, en el 2014, contó con pocos aliados. Muchos lo vieron como un capricho personal y permanecieron en el viejo partido amarillo, pero algunos pocos -entre ellos Sheinbaum- lo vieron como una cruzada democrática. Con los años y las conquistas electorales imparables, Morena comenzó a recibir a viejos adversarios y enemigos. 

En la actualidad, el partido es una máquina electoral y política que reúne a sectores de izquierda, pero también a antiguos conservadores del PRI y del PAN. Para Gabriela Osorio ese será uno de los principales retos de Sheinbaum: mantener a la 4T en el poder y promover sus principales políticas sin bajar las banderas ante las nuevas incorporaciones. 

“No se puede gobernar con puros santos”, escribió López Obrador en Gracias, su último libro.

“Sin sectarismos no nos debemos desvirtuar”, asegura la ahora alcaldesa. 

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Una de las amenazas de la presidencia de Sheinbaum tiene nombre y apellido: Donald Trump. Las elecciones del 5 de noviembre del otro lado de la frontera generan incertidumbre y cierta preocupación en México. Si bien López Obrador transitó la primera presidencia del magnate con estabilidad, un posible nuevo mandato suyo es impredecible. Su discurso violento y racista está marcado por una serie de propuestas injerencistas como la de declarar a los grupos narco mexicanos como “terroristas” o la de bombardear sus presuntas ubicaciones. 

Este año, México se convirtió en el primer país exportador hacia Estados Unidos, lo que lo vuelve un vínculo de suma importancia que relega a otras relaciones a un inevitable lejano y segundo plano.

Las finales de fútbol americano son un evento masivo en México y cualquier otra competencia latinoamericana pasa desapercibida: el resto del continente está demasiado lejos. Durante la campaña, América Latina no fue tema de conversación ni de discusión porque simplemente -salvo los países cercanos como Guatemala, El Salvador y Honduras por temas migratorios- no es relevante. 

Durante sus seis años de gobierno López Obrador apenas visitó dos países de América del Sur: Chile y Colombia. Con Sheinbaum no se esperan muchos cambios. México es un país atado —para bien y para mal— a los Estados Unidos. 

Sin embargo, la región podría observar algunas particularidades del proceso morenista. En momentos donde la derecha parece afianzarse de la mano de Javier Milei y donde los progresismos sufren dificultades para llevar a cabo sus programas de gobierno, como en Chile y Colombia, México logró un segundo mandato consecutivo sin mayores problemas. ¿Por qué? Principalmente porque López Obrador mejoró las condiciones de vida de las grandes mayorìas que lo votaron en 2018 a través del aumento del salario mínimo, la reducción de la pobreza, una gran política social, la generación de programas y ayudas estatales para sectores históricamente olvidados y un gran manejo de la escena política ante una oposición completamente desprestigiada por malos gobiernos pasados. Todo eso con una completa unidad oficialista, lo que redujo los problemas internos y logró focalizar la atención en la gestión y una polarización entre “izquierda o derecha” o “esperanza y pasado” que, por ahora, le es completamente funcional. 

Los primeros seis años de gobierno morenista confirmaron un mandato básico de la política universal: para ganar elecciones hay que mejorar las condiciones de vida del electorado y de las grandes mayorías. La polarización y el simbolismo son condiciones necesarias, pero no suficientes. El partido guinda aplicó las tres. 

Esta receta política podría servir para el resto del continente, pero también para Claudia Sheinbaum. “Ahora nos van a sustentar más por los resultados que por el carisma. Necesitamos más y nuevos resultados”, advierte el exdiputado Eduardo Santillán. Los dos principales partidos de la oposición, el PRI y el PAN, sufren un gran desprestigio por los errores de sus últimos gobiernos y Morena lo aprovecha, pero en las próximas presidenciales -2030- una persona de 30 años habrá vivido toda su vida adulta bajo gobiernos de Morena, es decir, la polarización y el recuerdo de que todo pasado fue peor no bastará. 

Al mismo tiempo, López Obrador parece haber tomado nota de las últimas experiencias regionales y resolvió sin mayores dificultades un problema que al progresismo regional le costó: la sucesión. Años antes de este 2024, el presidente le ordenó levantar la mano a todas aquellas figuras que aspiraban a sucederlo. En total, lo hicieron seis y Sheinbaum se impuso a través de un mecanismo de encuestas donde recibió la mayor intención de voto. De esta manera, se corrió de la escena y generó nuevos liderazgos capaces de seguir su encargo. En Bolivia, Evo Morales modificó las normas electorales para buscar un nuevo mandato. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner volvió como vicepresidenta. En Brasil, Lula da Silva como presidente. En Ecuador, Rafael Correa todavía comanda las acciones de su movimiento. En México nada de eso fue necesario. El partido guinda mostró una gran capacidad de rejuvenecimiento a tal nivel que, apenas terminadas las elecciones presidenciales, ya hay nombres anotados para la contienda del 2030. Otra lección de López Obrador.

A casi 200 años de su independencia, México por primera vez tiene una presidenta mujer. “Es tiempo de mujeres”, repitió Sheinbaum constantemente durante toda su campaña. A la vez, el Estado de México -el más poblado del país- es gobernado por Delfina Gómez y la Ciudad de México por Clara Brugada, quien también ganó este domingo. Finalmente, llegó su momento para aplicar las lecciones aprendidas durante su historia política, su relación con López Obrador y sus antecedentes tanto en Tlalpan como en la capital nacional. Para México y para Claudia Sheinbaum Pardo, esa mujer que representa los anhelos y deseos de las víctimas de la masacre de Tlatelolco de 1968, el tiempo corre.

Fotos: Redes Claudia Sheinbaum