En A.D. Anno Domini (Stuart Cooper, 1982) la trama se desarrolla luego de la muerte de Cristo y la posterior conversión de Roma al Cristianismo. Las persecuciones de las comunidades en la fe son narradas desde el punto de vista de cuatro personajes, pero también es una ficción coral por la que vemos pasar papas y césares, y comunes judíos sin dinero, guardias imperiales y gladiadoras a las que el tiempo se les agota. Cerrando el quinto capítulo, el último, una pareja navega en mitad del mar desde la nueva y vieja Roma hacia un viejo y nuevo futuro. Es una metáfora sobre el caos y la incertidumbre que representa el cambio de los tiempos. A la pareja se le ha dado un niño para criar en la fe de sus padres fallecidos. La mujer teme por él, ya que su amor ha crecido sin medida en ese corto tiempo. Entonces el hombre recuerda una frase que le dice otro personaje, Aquila, apenas llegado a Roma. La frase, y cito de memoria, advierte que pronto se hará de noche y seremos interrogados sobre la naturaleza del amor.
¿Qué significa eso? Solo nos podemos convertir en seres humanos en las peores condiciones, cuando la civilidad es lavada por las aguas de tormenta. Recién entonces podemos contestar honestamente quiénes somos y en qué nos hemos convertido. La disolución de la trama cotidiana es importante porque debe funcionar como un catalizador que separe todas las capas del alma, para luego ver el diamante más profundo, tanto en su luz divina como también la negra. Quedar expuestos a la mirada impiadosa de Dios redunda en una respuesta de resultado multidimensional. ¿Qué significa ser humano?
Mucha de la respuesta yace en una inasible definición, no expresada por lo intelectual, sino vivenciada a través de la historia de vida propia, esto es, una carga genética atravesada por aprendizajes costosos y referencias culturales grabadas en la piel, que a la postre es algo único e intransferible. Es una educación afectiva que dura una vida.
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La novela Allegados, de Ernesto Garratt, llegó en 2017 para intentar definir la educación sentimental de su protagonista, un adolescente que vive junto a su enfermiza madre de la caridad mal donada de su tío. La precariedad de su existencia le insta a crear un reflejo que se encuentra en las antípodas de su condición, en un mundo idealizado y maravilloso. Mihai el vampiro es un antipersonaje, puesto que es solo una reflexión del adolescente real, una disociación que representa un deseo de encaje y el más alto concepto moral de sí mismo que puede conseguir, desarrollado para vivir en armonía en un mundo idealizado. Es la última estrategia de un masking continuo y agotador que lo desgarra. El masking es un camuflaje neurotípico que ayuda a las personas neurodivergentes a sobrellevar lo cotidiano y ser aceptado dentro del rango de lo socialmente normado. El personaje, aunque no está diagnosticado dentro del espectro autista, reúne características propias de la condición y las pone constantemente en ejecución, sin darse cuenta. Lo más sincero en él es el amor ilimitado hacia su madre.
Madre e hijo simplemente salen a flote de los sinsabores de la vida apoyados en cada cual, enfrentados la una con el otro intentando ser lo más auténticos posibles en el espacio de la pequeña habitación que comparten. En ese espacio es en donde el personaje desarrolla lo mejor de sí mismo, los ideales de un amor potente y que purifica. Sin embargo, cuando debe salir de la habitación es que se activan todas las estrategias del masking corroyendo la personalidad al punto que invade el amado mundo de fantasía, introduciendo la entropía. Mihai observa cómo su vida se descalabra y el alto ideal del amor es pervertido. Se cierra el libro con la inevitable fusión entre personaje y vampiro, en donde se traspasan habilidades extrahumanas como si el humano hubiera absorbido con gula lo que envidiaba de su reflejo, dejando a Mihai convertido en una sombra llena de dudas. ¿Son estas habilidades un nuevo nivel de masking? No, lo alejan más de su prójimo, pero a su vez fomentan un tipo de amor distinto, el amor propio que le enviste de una cierta dignidad.
La segunda novela, Casa propia (2019), propone un retorno al Edén. Al fin, vemos a madre e hijo aspirar a un lugar propio, el refugio que tanto se les ha prometido y en el que van a levantar cabeza. Y al fin vemos también que el personaje accede a estudiar en una universidad. Un panorama prodigioso para la clase media de los años 1980s que solo indicaba futuro.
A esto se agrega la aparición de un familiar que paraliza al protagonista, ya no son dos sino tres. Sin embargo, en la espera eterna, todo esto es un espejismo que se aleja. Los problemas afectivos de base siguen allí demostrando que la condición de pobreza es solo uno más de la canasta de infelicidades. Mihai continúa su viaje hacia un infierno de bestialidad y hambruna, los problemas de salud de la madre se agravan, el personaje intenta navegar un ecosistema nuevo haciendo cada vez más uso de sus habilidades especiales.
Y aquí aparece una referencia clara. Muero por dentro, de Robert Silverberg (1972), es una novela sobre la telepatía. El protagonista de esta novela ha nacido con ella, pero no es un don, porque la experiencia de comunión con su prójimo es un evento estremecedor que le ha arruinado la vida, tanto por que teme al contacto íntimo con otra mente como porque se gana el odio de ese mismo prójimo. La experiencia humana es miserable y banal en este valle de lágrimas, atraviesa los instintos más abyectos y las pasiones más desatadas en pos de unas migajas del ideal del amor. En Casa propia ocurre lo mismo cuando el humano solo descubre dolor y rabia y desamparo en las mentes de los otros. El volumen funciona como un interregno esperanzador que se agria, pero la porfía puede más. En el remate ocurre lo que inevitablemente estaba destinado a suceder, los mundos del protagonista y el del vampiro colisionan, se homogenizan a un costo fatal para Mihai.
La trilogía se cierra con Educación universitaria (2024). Empieza vertiginosamente. Un evento crucial en la educación afectiva del protagonista sucede. El resultado de esto lo vacía y precipita la entropía. Ante la ausencia del amor supremo, el odio parece manejar toda la novela, es al fin el reinado del fuego y el metal. Paralelamente, el vampiro logra separarse del protagonista para convertirse en una entidad con voluntad propia. Entonces ocurre una inversión en donde este adquiere fortaleza y relevancia en el futuro, se hace concreto, mientras que el protagonista se vuelve una entidad irreal, debido a la demolición de su personalidad. Como con Luzbel, asistimos a la caída definitiva del niño y el joven. Ya no hay más futuro ni promesas. Ha fracasado en su educación afectiva y es condenado a perder las pocas capas de humanidad que le redimían. Una de las grandes lecciones de la novela es que somos nosotros porque otros nos definen, pero el muchacho queda completamente solo, ya no es visitado ni siquiera por Mihai, y casi en un acto psicomágico infecta al mundo con su odio. El odio es la ausencia del amor.
Nada termina realmente, la historia continua. A la trilogía original de Allegados, también debe agregarse Error de continuidad (2020). Suerte de continuación del niño y el adolescente, el universitario se ha convertido en un hombre que sobrevive al trauma que cierra Educación Superior. Se ha vuelto un profesional del cine, lo que no es casualidad ya que habíamos visto su capacidad de crear ficción y narrativas. Es su nuevo hogar y aquí no es más un allegado porque está en control de su vida finalmente. Se ha dotado también de una capa de la que siempre careció. Se ha casado y de la unión ha nacido una niña.
Y aunque la niña es TEA -despertando ecos horroríficos de su relación con el masking, que finalmente parece haber desaparecido de adulto-, la existencia es medianamente estable y los afectos han llevado al amor. Pero al poco andar, el tinglado se desintegra y el caos de nuevo se enseñorea sobre la vida del protagonista. Al borde de divorciarse, desempleado, insatisfecho del holograma que se ha construido, se precipita hacia una búsqueda desesperada de algo concreto, de al menos una miradita detrás del velo de la realidad. La patada inicial ahora es el reinicio de su día cada mañana, tal cual sucede en El día de la marmota (Harold Ramis, 1993), y continúa -una vez más- en la demolición personal hacia un no entendimiento del amor, aunque esté delante de sus narices. Curiosamente, se nota una inversión de personajes en donde el hijo pasa a ser el padre y la madre, la hija, pero la relación permanece inalterada: es intensa y redimidora. Escrito con una prosa más liviana, pero más ácida que la trilogía, logra transmitir un vértigo que se acelera hacia el final del bucle del tiempo.
La mayoría de las emociones humanas pueden ser explicadas por la naturaleza del amor, tanto si está presente como en su ausencia. Toda nuestra experiencia está conformada por la modulación de los afectos, por la búsqueda de un ideal áureo que nos brinde balance. Así las cosas, toda la trilogía de Allegados, incluyendo Error de continuidad, constituyen una crónica caótica sobre la educación sentimental de un individuo que cree elegir el odio como su motor en el mundo, pero cuya búsqueda se centra en el entendimiento del amor. Una búsqueda infructuosa, destinada al fracaso, debido a la falta de dirección del personaje, a sus limitaciones, a las agridulces condiciones de vida. Es una narrativa desesperada, desesperanzada en su brutalidad, y en el infierno debe existir un círculo especial para aquellos que no entienden cómo amar, pero que ocultan, malamente, su intención de emborracharse de la vida solo para obtener un atisbo del afecto.
Un ahínco notable que pareciera que termina, o lo intenta, por forzar una definición del amor, tanteando sus límites desde afuera. Lo paradojal sea que el núcleo de las novelas esté firmemente enclavado en el amor y el sacrificio.
En su libro The hidden spring. A journey to the source of consciouness (2021), Mark Solms propone una idea peligrosa. El próximo paso para considerar a las inteligencias artificiales como seres sentientes no es dotarlas de una conciencia cortical, sino afectiva. Los afectos son el primer gran paso hacia el establecimiento del ser y pilares para una ética y moral. A partir de aquí, la pregunta es cómo, con cuál mecanismo, podemos enseñar asertividad afectiva desde cero cuando nosotros mismos no podemos distinguirla. Es una pregunta engañosa porque se hace desde la esfera intelectual. Quizás lo más certero sea dejar a la misma inteligencia artificial decidir por sí sola. Una idea peligrosa, ya se dijo. Quizás debería empezar por leer la saga de Allegados y sus múltiples interpretaciones del amor. Especialmente golpearla con el afecto imperecedero entre una madre y un hijo, azotados por la tormenta. Quizás sea nuestra salvación y la respuesta sobre la naturaleza del amor.