Esa mañana se despertó y supo que no, que no tomaría todos sus medicamentos. María Valenzuela (85) pensó que podría obviar uno entre los ocho que consume al día. Eligió sin motivo exacto al Losartán, ese con el que lleva años, décadas ya, y que le sirve para mantener la presión estable.
Su día estuvo tranquilo, tejió un poco y avanzó el chaleco para uno de sus nietos. Fue hacia la tarde que el arrepentimiento de su decisión matutina la golpeó. Y cómo no cuando se sintió desfallecer; mejillas sonrojadas de calor interno, el latido de su corazón palpitándole en los oídos. La presión la tenía por los cielos.
Temor. ¿Qué le podría pasar? Ya iba a ser de noche, ¿tendrían que llevarla a la posta? Tomó y tomó agua esperando que la sensación de que en cualquier momento le daría un infarto la dejara. ¿Qué haría su familia si le pasaba algo?
Tan arrepentida, castigada por su rebeldía, fue a su colorido pastillero y con los ojos cerrados se tragó el Losartán.
Días después, en control para la hipertensión se lo contó a su médico, ese que la atiende en uno de los consultorios de Estación Central, comuna donde vive.
–Es que no puede no tomarse la dosis, señora María, es parte de su tratamiento.
María Valenzuela no hizo ni intento de llevar la contra. Sí le dijo que estaba aburrida, pero cabeza gacha se retiró del recinto con su bolsita rellena de nuevas pastillas: ese Losartán y también Amlodipino –para la presión–, Espironolactona –renal–, Sertralina –anímico–, Atorvastatina –colesterol–, Levotiroxina –hipotiroidismo–, Paracetamol –analgésico para dolores leves–, y Omeprazol –para dolores gástricos–.
Hoy recuerda la jornada, hace ya unos cinco años, como una de las ocasiones que se ha saltado un tratamiento, al menos de manera intencional y no por una falla de memoria. Mañanas, tardes y noches es sagrado el vaso de agua para tomarse las pastillas.
–Es que no quiero ser una carga para mi hijo. Entonces tengo que mantenerme independiente. Si me enfermo, si me hospitalizan, no sabría qué hacer.
Una vida de autonomía. A María Valenzuela no le faltan los cuentos, desde joven ha sabido arreglárselas bien. Aunque no llegó a los estudios superiores, si aprendió varias herramientas domésticas y de arreglos de vestuarios que, tras contraer matrimonio en sus veinte, le permitieron hacerse sus moneditas.
Con tres hijos, todos hoy mayores y con sus propios herederos, en las décadas en que comenzó a encorvarse y necesitar más visitas al doctor, entendió que “me estaba poniendo vieja. Me lo tomé mal, me dio no sé qué subir al segundo piso del block y quedar agotada. Dolores de hueso, de cabeza, no poder comer lo que quería porque me enfermaba. Pero así es la vida, un día me di cuenta que simplemente tenía que cuidarme si quería seguir sana”, confiesa.
Y seguir con su rutina. Con sus salidas a la feria, un espacio de vida social donde conversa con sus caseros de siempre mientras tantea las frutas y verduras; con las visitas a sus amigas y a los viajes municipales en los que participa como integrante del club de adultos mayores.
–Estoy vieja, sí, pero no enterrada –afirma con seriedad–, me enfermo más seguido, tomo más pastillas de las que me acuerdo, y me preocupa mucho que un día pase a mayores alguna de estas cosas crónicas, pero trato de seguir el paso a los días.
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El alza de las enfermedades crónicas en Chile ha ido de la mano con una población que a medida que envejece suma más medicamentos. El fenómeno tiene nombre: polifarmacia, cuando se utilizan más de cinco pastillas por día. Según la última Encuesta Nacional Salud, afecta a casi el 40% de las personas mayores de 65 años y a un 5,2% de quienes tienen entre 25 y 44 años. En general, toman pastillas contra la diabetes, la hipertensión y el síndrome metabólico.
Si bien el consumo de fármacos está principalmente relacionado con un mejor estado de salud, una arista que no deja de ser importante es la autonomía: lo crucial de ser independiente lo que a veces solo se puede lograr tomándose las pastillas diarias.
No quiero ser una carga para mi hijo. Entonces tengo que mantenerme independiente. Si me enfermo, si me hospitalizan, no sabría qué hacer.
María Valenzuela (85).
–La autovalencia es una característica en las personas mayores considerando que en la sociedad la imagen que hay de ellos es de fragilidad, entonces se mantienen productivos, activos, independiente de tener alguna condición crónica. Tratan de mostrarle a la sociedad que esas imágenes son más bien prejuicios –explica Paulina Osorio, académica de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
María lo tiene claro. Existe una visión hacia quienes tienen una edad más avanzada que no le simpatiza.
–Es la condescendencia. Que camine más lento y esté más arrugada no significa que me tengan que hablar con si fuera guagua. Es amargo, puede que no entienda algunas cosas nuevas, pero tengo mis capacidades. Por supuesto que por lo mismo me interesa estar sana.
Sin embargo, mantener esa autonomía puede definir el aceptar varias terapias, lo que para algunos pacientes se convierte en dependencia.
–Hay temas de adicciones, hablamos de la habituación al uso de un fármaco –sostiene Cristian Plaza, químico farmacéutico e investigador del Observatorio del Envejecimiento para un Chile con Futuro de la UC. Advierte que aquel problema se encuentra más en fármacos que afectan al sistema nervioso central, la familia número uno son las benzodiazepinas –para trastornos del ánimo– como el Clonazepam o el Diazepam.
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Arturo Fierro (90) se vino a vivir a Santiago muy joven, tras pasar unos años trabajando en las minas de Lota. Ahí se reencontró con quien sería su esposa y, tras pasar un tiempo entre cesantía y distintos oficios, con un dato de que buscaban gente se la jugó por un puesto en la Industria Nacional de Neumáticos, actual Goodyear, donde fue contratado.
Con una década en esa labor se retiró y con el dinero reunido junto a su pareja pusieron un negocio en su casa de Maipú y luego un puesto en la feria que tuvieron hasta decidir jubilarse hace solo unos años.
Que camine más lento y esté más arrugada no significa que me tengan que hablar con si fuera guagua.
María Valenzuela (85)
Hoy vive una rutina que le es conocida: se levanta y hace el desayuno para él y su esposa, que desarrolló Alzheimer, y espera a la llegada de la cuidadora que los apoya desde las 11:00 horas. Es una vida tranquila, sentarse en la terraza, ver películas de ciencia ficción o tocar la guitarra.
Todos los días, Arturo toma cuatro medicamentos recetados por su médico y unos por cuenta propia. En las mañanas inicia su día con una pastilla de Sertralina para su estado anímico. Posterior al desayuno se toma un Losartán, Amlodipino —también para la presión– y un Carvedilol –insuficiencia cardíaca–. A la tarde, después de la once le siguen dos remedios naturales –Moringa y Chanca Piedra– y antes de dormir un inductor del sueño natural, Armonyl Noche.
Si el clima está muy húmedo, aplica un inhalador de salbutamol, spray y caramelos de propóleo para las molestias respiratorias. A eso se puede sumar Clorfenamina —para alergias–, Omeprazol y si le duelen los huesos, Paracetamol.
Con los años, dice, se ha acostumbrado a su rutina farmacéutica y pondera que debe “tomarse todo porque es la forma de poder sentirse bien, sin dolencias”.
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Para entender la polifarmacia se diferencia entre aquella que es adecuada y la inadecuada según esgrimen los especialistas en geriatría y gerontología. La primera es esa que trata patologías específicas de acuerdo con estándares médicos y farmacéuticos y tiene como objetivo mejorar el bienestar del paciente. La segunda es complicada pues ocurre cuando hay un uso excesivo y a veces innecesario que causa problemas sanitarios y que incluye la automedicación.
Le pasó a María con el paracetamol. Si bien le recetan tres pastillas al día, por cuenta propia está tomando solo una.
–Es que me duele el estómago, yo sé que debería tomarlas todas, pero siempre termino con molestia y no quiero tomar omeprazol, me he salvado.
Amanda Milena Godoy (93) conoce de medicamentos. Cuando joven hizo un curso de la Cruz Roja y luego de Enfermería, donde se especializó en Urología e hizo su práctica en el Hospital San Borja de Arriarán.
Por esos años conoció a su esposo, quien trabajaba en la desaparecida empresa Chilectra, con quien tuvo tres hijos, dos de los cuales hoy viven con ella.
–Yo era muy independiente, quería estudiar y aprender, me gustaba lo que hacía y me permitía conocer gente. Siento que me realicé, tuve la oportunidad de crecer y sentirme bien con quien soy.
Sus conocimientos sanitarios la prepararon para cuando, con el tiempo, su salud empeoró. Hace 17 años le operaron por primera vez una de sus piernas por un problema traumatológico, y poco tiempo después se sometió de nuevo a pabellón por una apendicitis. De ahí ha sumado otras cirugías por la vesícula, tiroides y una hernia.
Comenzó de a poco con las pastillas, primero debido a esas intervenciones y luego para tratamientos crónicos. Mantiene un firme control en su farmacología: Losartán, Levotiroxina, Omeprazol y Aspirina son algunos de los que está tomando. Hace unos días le redujeron la dosis de Levotiroxina, recetada para las tiroides.
–Me estaba mareando mucho, entonces me encontraron muy alto uno de los indicadores y me dejaron con un cuarto de pastilla. Me le han ido achicando porque empecé con una entera, luego la mitad y ahora esto
Para otros pacientes los efectos secundarios pueden ser más graves.
Julia Forestani (77) está lejos de las comidas que le gustaban cuando más joven. Un pernil entero y las “grasitas” eran una buena colación. Recuerda como con su esposo, de edad similar, pasaban al Matadero para cocinar el fin de semana.
–Teníamos unas comidas muy ricas, hasta hoy le cocino a mis hijas cuando me van a ver. Entonces cocinaba, dejaba los platos para el día siguiente, y ahí venía lo más importante: me iba a acostarlas contándoles historias, más entretenidas que la televisión.
Siempre ha sido buena en eso, tejiendo narrativas como una Scheherazade y devorando libros a la semana. El relato de su vida lo cuenta con interés, de vivir en Isla de Maipo hasta casarse e irse a la ciudad. Con dificultad en los estudios, por lo que podría haber sido un déficit atencional no reconocido, en su adultez emprendió junto a su marido una empresa de producción de banderas, manejando ella las finanzas.
Por estos días, jubilada, continúa con trabajillos de confección de banderas esporádicos y contando historias a sus nietos. Sigue siendo uno de sus encantos junto con su fanatismo por los misterios de Agatha Christie.
En Navidad le regalaron un Kindle, herramienta que permite leer de manera digital. Con rapidez lo usa, a veces hasta se le pega cuando cambia de página. Tiene un catálogo entero de la escritora y de otros detectives que le gustan.
–Me manejo bien con la tecnología –con orgullo saca de una bolsa, que ella misma elaboró, el aparato similar a un celular. Incluso, entrega tips de cómo ocuparlo.
En términos de salud es donde la adaptación no ha sido fácil. Los cambios son más notorios por la dieta que debió empezar hace unos meses. No tiene relación con bajar de peso, si no que disminuir el consumo de sal y otros elementos con el fin de mantener su riñón operativo y evitar pasar a una etapa más avanzada de insuficiencia renal. No quiere llegar a la diálisis, la sola posibilidad la angustia.
–Fueron los antiinflamatorios que me dañaron de a poco hasta que los tuve que dejar, primero por mi cuenta y después por consejo del doctor.
En su caso, problemas traumatológicos en su tobillo y rodilla, tras fracturas graves, la llevaron hace décadas a comenzar a utilizarlos sin saber el impacto que tendrían en uno de sus órganos. “Me dolían tanto las piernas, creí que eso era peor, pero ahora no estoy tan segura”, cuenta.
–Quiero mantenerme estable, por eso me cuido, me preocupa pensar en no poder valerme por mí misma.
El desgaste renal es frecuente ante tratamientos farmacológicos. Como los medicamentos tienden a eliminarse por esa vía, a medida que pasan los años disminuye el rendimiento del riñón.
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Rosalía Riquelme (65) recién está entrando al mundo de la polifarmacia. Es que desde hace solo unos meses que ha sumado más pastillas al día. Pese a sus cuidados, le encontraron el colesterol alto.
En Arica, donde vive, la doctora del consultorio le dijo que debía controlarlo con más fuerza. Y a la pastilla de Atorvastatina que ya usaba para ese propósito le sumaron una dosis adicional.
–Me tomaba una todas las tardes, incluso programé el celular para que me avisara. Unos cinco años desde que empecé, pero ahora bajó el efecto y ahí me subieron la dosis.
Le preocupa. Si bien no tiene problemas en tomar otra pastilla, la deja en alerta que a futuro vuelva a suceder: “¿Será algo a lo que me tendré que acostumbrar? Mis amigas andan por las mismas en todo caso, pero es la primera vez que me pasa, entonces creo que tendré que hacerme a la idea si quiero estar bien”.
Quiero mantenerme estable, por eso me cuido, me preocupa pensar en no poder valerme por mí misma.
Julia Forestani (77)
Para Jaime Hidalgo, vicepresidente de la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile, hay un tema en la medicina y en los propios pacientes de pensar que más pastillas es la única solución: “Puede que, en casos, con diagnósticos y tratamientos claros sí lo sea, pero no debe convertirse en una respuesta automática. La medicina no se trata de solo recetar”.
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Un ejemplo de caso médico.
Una persona mayor hipertensa que utiliza Hidroclorotiazida para controlar la presión, podría toparse con su efecto como diurético. En un escenario de administración cada 12 horas tendrá un problema durante la noche pues deberá levantarse varias veces para ir al baño.
¿Resultado? Un trastorno de sueño. Ya no puede dormir de largo.
Aunque parece lógica la causa y hacia dónde debería ir la solución, se le apunta a comenzar un nuevo tratamiento con alguna benzodiazepina para el insomnio.
Es lo que los expertos denominan prescripción en cascada: un medicamento que genera un efecto adverso y que se trata como un evento nuevo con otro fármaco.
–En la medida en que voy sumando medicamentos de acuerdo con efectos adversos, los trato con otros, entonces parece un círculo vicioso –sintetiza Hidalgo.
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Las problemáticas sanitarias que experimentan las personas mayores no ocurren en un vacío. El sistema de salud, en específico el público es muchas veces el escenario en que se desarrollan estas complejidades en consideración que, según datos del Ministerio de Salud y Fonasa, ahí se atiende el 75% de los ciudadanos y al menos 3,2 millones de mayores de 60 años.
Ahí, un factor adicional es la falta de especialistas incluyendo los geriatras y gerontólogos, quienes pueden entregar una visión integral del envejecimiento.
Julia Forestani pondera entre los tipos de atención médica refiriéndose de manera positiva a esos que a su juicio “se dan el tiempo de preguntar no solo cómo te sientes, sino cómo estás y cómo te ha ido los últimos meses. Hay un interés individual porque te ven como una persona con una opinión y conocimiento y no como un niño al que deben hablarle lento”.
En sus décadas yendo a su consultorio en Estación Central se ha topado con médicos que no la escuchan y que terminan recetando remedios que no se toma porque sabe qué no le servirán o, peor, le harán mal.
–Y no te escuchan, de verdad. Al final no dan una solución y dejan donde mismo, pasa también cuando renuevan la receta sin siquiera preguntar más allá de lo básico de cómo uno está. A veces solo te preguntan las alergias.
–Ese grupo de personas cuando va hacerse un control médico son 15 o 20 minutos donde son atendidos, pero no se hace una evaluación más completa de sus condiciones de salud, se asume que si hay buen control de presión se debe seguir con la terapia y quizás les dan otro medicamento sin analizar más su situación; si es un problema emocional, si es por otra condición de salud –plantea Hidalgo.
También ocurren cuidados fragmentados, indica Cristian Plaza del Observatorio del Envejecimiento para un Chile con Futuro de la UC: “En la atención primaria de salud, que está encargada de las enfermedades crónicas no transmisibles, llegan a un punto donde requieren atención de especialistas. Por ejemplo, la hipertensión necesitará de atención cardiaca y derivan a la atención secundaria que es un hospital. Ahí ya hay dos médicos distintos y lamentablemente en Chile no hay vía directa de comunicación entre ellos y pueden prescribir sin saber qué recetó el otro y nos encontramos con pacientes con duplicidad terapéutica”.
–Lo peor que puede suceder es que las personas mayores tengan controles de distintos especialistas por su cuenta; son muchos médicos que no se comunican. Se necesita una mirada integral que vea la totalidad de sus patologías y no solo eso, sino que también su calidad de vida –apunta la académica y exministra de Salud, Soledad Barría.
Se trata de una falta de comunicación directa sin un sistema informático unificado entre cada nivel de salud, como funciona en España, donde muchos de los pacientes no recordarán cada medicamento o su principio activo, conociéndolo sólo por su nombre de marca y así sin saber que en sus manos tendrá la receta del mismo con otro apellido.
–Yo para eso tengo mi carpeta. Soy bien ordenada, tengo todos los exámenes y recetas que me han hecho. Los doctores me felicitan por eso, por tenerlos guardados –afirma Amanda Milena Godoy mientras muestra un contundente archivo: papeles que llegan a estar amarillos, pero que con claridad dan a conocer su historial de salud.
–Hay médicos que no me conocen, entonces piensan que verán a una viejita que apenas camina, pero no es así, yo estoy informada de mi estado de salud. Si hay algo que me molesta es que la gente piense que no tengo consciencia de mí.
Algo en lo que está de acuerdo Rosalía Riquelme. Recuerda una anécdota fuera del mundo sanitario de un día en que su hija la acompañó al banco.
En la sucursal tenía que resolver su problema, un cobró erróneo de interés por la caída del sistema de pago. Aunque su presencia era obvia, parecía que se convirtió en un fantasma porque la ejecutiva ni la miraba.
–¡Le hablaba a ella, a mi hija! Le preguntaba sobre el crédito, lo que ocurría, y mi hija que me conoce, no respondía, me miraba a mí.
Lo que era una molestia de a poco dio vida a furia. Que la ignoraran de esa forma, como si porque estuviera más canosa y lenta fuera incapaz de explicarse por sí misma. Le avergüenza también.
–Porque al final fue mi hija la que me defendió, ella le paró los carros a la ejecutiva y le dijo que me hablará a mí, que yo era la que sabía y ahí la mujer se dirigió a mí. Pero si no, me habría seguido tratando como una niña.
–Tenemos que ser capaces de observar la diversidad de la vejez, de verlos como son, sin ignorar que las condiciones médicas pueden ser peores, pero respetando la dignidad intrínseca que merecen –enfatiza la académica de Antropología de la Universidad de Chile, Paulina Osorio.
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Encontrar soluciones para los problemas sanitarios, en especial en sistemas de salud que se han visto tensionados tras la pandemia, es difícil. Con todo, existen estrategias que ya se están implementando. “Lo ideal es que haya una mirada más amplia de lo que significa el envejecimiento. Se están formando cada vez más profesionales de la farmacia en este tipo de áreas”, observa Hidalgo de la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile.
El apoyo para mantener la autonomía debe ser una meta a la hora de crear lineamientos sanitarios, argumenta la exministra Soledad Barría, porque “es importante para la calidad de vida de las personas mayores; buscar la manera en disminuir esta polifarmacia, hay veces que terminará siendo necesaria, pero pensar en estrategias que mantengan a raya sus enfermedades y al mismo tiempo ayudan a su autovalencia”.
–Las propias personas mayores han tomado un rol importante al mostrar y demostrar que son independientes, que responden, que el significado de vejez ha cambiado y ha sido reapropiado. Las construcciones sociales del concepto, las imágenes que se tienden a acentuar de manera negativa e incluso positiva no son las mismas de antes y por eso el envejecimiento no debe ser visto como algo malo o despectivo, sino con la dignidad que merece –asegura Osorio.
Para estos adultos sus objetivos son claros: mostrar autonomía y si para eso es necesario su rutina farmacéutica, obedecerla.
–Sé que me tengo que tomar los remedios y lo hago porque con ellos me siento bien –explica Amanda Milena Godoy, guardando la carpeta con sus archivos médicos–. Ahora que estoy más vieja, tengo que ser más responsable.
–No quiero ser una carga –repite María Valenzuela tras hacerse un té de menta. Comenta que seguirá yendo sagradamente cada mes a su control en el consultorio y a las derivaciones al hospital si es necesario. Por estos días se encuentra averiguando qué actividades de adulto mayor se llevarán a cabo durante marzo. Cree que tendrá una agenda apretada.
Si hay algo que me molesta es que la gente piense que no tengo consciencia de mí.
Amanda Milena Godoy (93).
Confiesa que, aun así, entrará en duda de vez en cuando, en especial en las mañanas.
–Me los tomaré hasta que me muera, cada uno de los remedios. Pero sí, es verdad que cuando despierto me da la pataleta de que no, que no quiero. Pero si quiero sentirme bien, moverme, ir a la feria, a comprar el pan, entonces lo tengo que hacer.
Con su Kindle en mano, tras mostrar su colección literaria y las novelas que ha se ha terminado, Julia Forestani deja claro que para ella lo importante es que la tomen en serio. El respeto.
–Yo no soy una abuelita. O sea, lo soy porque tengo nietos, pero no esa imagen de abuelita que se ve en las películas, todas canosas y muy endebles. No me siento así, sé que hay estereotipos y muy marcados para quienes tomamos tantas pastillas, pero eso no nos quita que sigamos atentos y con opiniones. Quiero pensar en que estamos mejorando, en la atención cuando voy al doctor y en cómo me miran y me respetan.