La detención preventiva de Daniel Jadue y su ingreso en prisión han conducido al alcalde de Recoleta, al díscolo de la política chilena, a una celda penitenciaria. Este hecho podría pasar por el resultado de un acto delictivo, como se resolverá en tribunales si lo fue o no, ojalá en pura justicia. Pero a nadie se le oculta que el elefante blanco de la política nacional, el comunismo, no Daniel ni cualquiera de los Jadue, se tomó la portada de los diarios, a través de las esposas de uno de sus más insignes correligionarios.
Daniel Jadue, sí, a quien no quisieron las masas moderadas frente a Gabriel Boric. Daniel Jadue, presente, a quien se le ocurrió que los abusos empresariales y la colusión debían ser enfrentados con mayor oferta pública. Daniel Jadue, a la orden, a quien el mercado le dio la oportunidad de urdir un plan para crear un holding público de farmacias, ópticas y, si hiciese falta, supermercados, emulando al Frente Popular con un Frente Mercantil, también popular, nacido del neoliberalismo post-dictatorial. Daniel Jadue, palestino, figura en declive, al menos aparente, mientras los tanques israelíes atacan la tierra prometida de un pueblo legalmente por nacer.
Ganador de batallas relevantes en la política nacional, a la exclusión del comunismo chileno se le puso término con la Nueva Mayoría de Bachelet II. Su reconversión a aliados del Frente Amplio les concedió un vasto poder en el gobierno actual: portavocía, ministerios, al mismo tiempo que ganaban una importante presencia en el Parlamento: senadores y diputados hoy son comunistas como lo fueron en los años 50 y 60. Uno de los partidos más irredentos, más conectado con las juventudes de las últimas dos décadas, más longevo, más siglo XX y, sí, más odiado.
Hoy Daniel Jadue puede ser visto como el Donald Trump de la política chilena, y no es que ninguno de ambos sea culpable o inocente, no es que sus rostros o ideologías se asemejen, no es que sus fortunas parezcan equivalentes. La política va por otro carril. Hoy estamos en la época del lawfare, de la persecución judicial a los rivales, importando poco su santidad o inmoralidad. Hoy estamos en la etapa de un gobierno declinante, desplumadas sus alas de izquierdas, con voz aflautada su Presidente de pecados arrepentido y de un por favor que dure lo menos posible y por fin cuelgue la banda en otros hombros. E inmediatamente nos asalta la pregunta respecto a cuáles serán estos, cuáles las espaldas que puedan soportar tamaño peso, cuerpo público de tan gran envergadura.
Siendo los competidores varios, siendo las coaliciones ideológicamente abigarradas, siendo necesario recordar las estrepitosas y sonoras derrotas de pasados supuestos ganadores, que ya preparaban las invitaciones y las trompetas a sus fastos celebratorios, siendo tan inesperadas las victorias, su camino tan acelerado, siendo tan azaroso el efecto de la televisión, tan forzoso pasar por la carnicería mediática de las redes sociales, de los Twitter y los X, de los comandos y las estrategias comunicativas, de las verdades y las fake news arremolinadas como vecinas antagónicas que conviven por necesidad. Siendo tan impredecibles los triunfos, tan amarga la derrota, tan amado el poder y deseados sus pasillos y su luz de aprobación. Siendo tan oscura la noche de la carrera presidencial, ¿quién estará en las papeletas?, ¿quién en los platós de radio y televisión?, ¿quién en el discurso en el balcón de La Moneda, haciendo la sombra de Allende, el fantasma de la ópera que nunca dejó de habitarla?
Para muchos quizás la respuesta debida sea simple: todos pueden ser elegidos menos un candidato comunista. Y seamos sinceros: ni Daniel Núñez, ni Claudia Pascual, ambos senadores de la República; ni alguno de los parlamentarios: Candelaría Acevedo, Boris Barrera, Nathalie Castillo, Ricardo Cifuentes, Luis Cuello, Carmen Hertz, Lorena Pizarro, Alejandra Placencia, Matías Ramírez, Daniela Serrano, o incluso la protagónica Karol Cariola, quien actualmente preside la honorable Cámara de Diputados, tienen posibilidades de enfrentarse con la ola derechista que se viene comprimiendo como un muelle que quisiera devolver una fuerza avasalladora, un deja vu del segundo proceso constituyente, un parlamento rotundamente conservador. ¿Y Camila Vallejo?
Evidentemente no. Por supuesto, no si atendemos al anti-comunismo acendrado propio de gran parte del arco partidista y la cultura política transversal o compartida de una considerable mayoría de la población chilena. Nunca, si preguntamos a los que huyen de Venezuela o a los miles de emprendedores que sueñan con hacer de este país un paraíso de start-ups.
La Che de la política chilena, quien levanta la mano como si fuera miembro del PCUS, quien dice tener corazón rojo y disimular con artes de mujer su puño de hierro socialista, quien se presenta desde un pasado en el que sobresalieron Gladys Marín, Pablo Neruda, Volodia Teitelboim y Luis Emilio Recabarren, aprendió pronto a soñar desde las portadas de medios extranjeros que miraban a Chile a través de un rostro generacional que comprometía cambiar todo lo que la larga historia del conciliábulo mercantil dictatorial y post-dictatorial había conseguido vender como transición y democracia para todos.
La Ministra Secretaria General, la portavoz del Gobierno, la amiga de Boric y el Frente Amplio navega entre las aguas de la Concertación con soltura, con fluidez de discípula de Tony Blair y la tercera vía, redefine el comunismo como socialdemocracia para un país que detesta la hoz y el martillo, que odia el color rojo de la bandera que algún día pareciera pintar el futuro ineludible de una civilización llamada a suceder a las falsas democracias y al capitalismo. Camila Vallejo cambia de lentes, mezclando los colores, retorciendo las palabras hasta que dicen lo que deben decir, hasta que niegan lo que deben negar, produciendo un efecto inmaculado, como si los problemas no fueran con ella, sino con otros ministerios y el Gobierno. Y por eso Camila puede ser candidata. Todavía sí. Ella no es Giorgio Jackson, el derrotado. Ella es de otra especie, una comunista potencialmente elegible, un cheque por cobrar, una ecuación que no sabemos resolver.
El descenso de Jadue es el campanazo de la carrera presidencial. Es la pelea de gallos que quiere dejar el descalabro en los equipos rivales al proyecto neoliberal. Es el pistoletazo de lo que puede o no hacerse, prometerse o callarse en el futuro del venidero año y medio. Hoy Jadue son las esposas que mañana deberán cerrar nuestras bocas para impedir que entre suspiros recordemos lo que de positivo pudiera haber dejado el estallido social, o el debemos repartir con los más pobres de Cecilia Morel, y el proyecto constitucional de 2022, o la necesidad de mayor reconocimiento a los pueblos originarios y contar con un Estado involucrado en el futuro industrial del país. Hoy Jadue es el puntapié a los proyectos futuros. Suerte a los candidatos, incluida quizás a Camila, pues la historia está llena de ironías y paradojas. Las líneas ya están trazadas.