Ensayo

El trepador social de Ciudad Gótica


El Pingüino viene de abajo

La serie de Max, derivada de la película “The Batman” es una contundente sorpresa. El actor irlandés Colin Farrell se transforma en el grotesco Oz Cobb, alias El Pingüino, para delinear una guía práctica del arribismo. El periodista y escritor Ernesto Garratt analiza el sombrío ascenso de un villano contrahecho.

Para pasar el trago amargo de la decepcionante “Joker 2: Folie Á Deux”, dejarse atrapar por  la serie de Max “El Pingüino” puede ser un santo remedio. 

El apolíneo actor irlandés Colin Farrell, transformado gracias al arte del maquillaje en el grotesco Oz Cobb, alias El Pingüino, se ha ganado esta producción propia a punta de pura meritocracia narrativa. 

Spin off de la película “The Batman” (2022), con Robert Pattinson,  donde El Pingüino era uno de los villanos que asolaban la decadente y criminal  Ciudad Gótica, esta serie ahonda en los métodos y mecanismos usados por Oz para alcanzar el poder. 

Tras la muerte del mandamás de la mafia Carmine Falcone (John Turturro) en la cinta “The Batman”, esta serie expande el universo de la película con coherencia y calidad fílmica . 

Pocos instantes después de ocurrido el vacío de poder en el organigrama de los Falcone, Oz Cobb, mafioso de clase media y medio pelo, cojo, de rasgos toscos y una larga nariz que le vale el apodo de El Pingüino y siempre bajo el servicio sumiso a sus jefes, ve que la gran oportunidad para su inesperado ascenso gansteril directo a la cumbre está al alcance de la mano. 

Solo debe hacer que los dados del destino jueguen a su favor.

A Joe Pesci en “Goodfellas”, que era un mafioso de clase media con aspiraciones de gran jefe, la misma gerencia delictual le tuvo que bajar los humos con un tiro en la sien. 

Oz Cobb sabe que debe sortear de mejor manera su condición y condena de clase (baja, pobre, sin cuicos que le ayuden) y usa el método de Barry Lyndon y del Talentoso Señor Ripley para lograr sus poco éticos objetivos.

Y para integrarse  dentro la élite delictual a como dé lugar, caiga quien caiga, no trepida en avanzar sobre el cadáver aún tibio del heredero del imperio Falcone. Es así como Delfín cae en desgracia por la bala que salió del arma humeante de Oz.  

Como “El Padrino” y “Los Soprano”

La serie “El Pingüino” avanza y asciende de esta manera en cada capítulo por la ruta del déjà vu gansteril más que por la forma de los relatos de superhéroes. 

Es verdad: esto es Ciudad Gótica. Hay un vigilante enmascarado llamado The Batman. Pero la textura y lógica narrativa, al igual que la película de Matt Reeves, se concentra en la reconstrucción de la “real” realidad bajo el encanto del cine noir. 

Por eso, para el conocedor de  “El Padrino”, “Los Sopranos” y títulos afines, la figura de Oz Cobb le parecerá un espécimen conocido: un animal identificable en la fauna de la mafia. 

Puede ser, claro, un conjunto de elementos que suenen a déjà vu. Pero la artesanía, actuaciones y moral (amoral) de la historia convierten a este cóctel en algo nunca visto. 

Oz se parece a Tony Soprano en su contextura y en algunos momentos donde lo podemos ver volando bajo y mostrando algo de humanidad. 

También podemos observar rasgos empáticos a lo Walter White. En Breaking Bad el protagonista anti-héroe protege y ayuda a su sidekick, el arrebatado Jesse, de la misma manera en que Oz protege y ayuda a su propio sidekick, el joven de barriada llamado Victor quien es una especie de Robin para este Batman del mal.

Sin la ventaja de los superpoderes ni menos la riqueza de Bruce Wayne (el verdadero superpoder de Batman), Oz Cobb debe echar mano del mismo talento del señor Ripley. Es decir, al igual que el personaje literario de Patricia Highsmith, tiene que adaptarse a los nuevos contextos de élite a los que anhela arrimarse, y adopta usos y modos que no le son propios de origen. 

Aunque la figura física de Oz es irrepetible y chocante, y no es un buen punto de inicio para mimetizarse con la creme de la creme, su inteligencia para el mal lo ayuda.

Comienza siendo un “yesman” del montón, aprende a mascarear o hacer masking en los nuevos contextos de poder y pronto, desde su pasada labor de chofer hasta su rol de administrador de puticlub, mata, miente, engaña y traiciona para ser el fugaz lugarteniente de la hija loca del clan, una tremenda Cristin Milioti. 

La virtuosa interpretación de Colin Farrell, transformado merced el arte del maquillaje en este grotesco Oz Cobb, es la piedra angular de este estudio de la ocupación del arribista de la cumbre soñada. 

Pero a diferencia de Walter White, capaz de crear metanfetaminas; a diferencia de Ripley, capaz de crear personajes, historias y biografías notables; este Pingüino carece de la exquisita virtud de la invención. No es un creador genial, solo un especulador del momento. 

Su único y real talento es que sabe perfectamente bien que no tiene talento. Y a punta de difusas cortinas de humo levanta en torno a sí una leyenda que no es tal, una fama y controversia solo amparadas en la realidad que no quiere que nadie sepa. Porquei no fuera por su desmedida ambición y cero ética (Vito Corleone tenía mucha ética), seguiría siendo el hazmerreír de sus jefes. 

Oz Cobb es un igualado en el negocio del crimen, un mocito que se cansó de ser -en traducción chilena- un fiscal servil de los poderosos para convertirse él mismo en el jefe topo-poderoso. 

Sin tener dedos para el piano, sin crear ni inventar algún negocio valioso (ni siquiera el relato), lo lúcido de esta trama es que combina y establece un inesperado diálogo con una realidad latina, sudaca y chilena, como la nuestra. 

¿Quién no ha visto a este tipo de arribista social, que sube como la espuma a punta de lamer botas y vender bocanadas de humo a precio de oro? 

¿Quién no ha convivido con este tipo de chileno winner, egoísta y que cree que se las sabe todas? 

¿Quién no ha atestiguado cómo haciendo trampas y timos algunas almas en pena traicionan sus orígenes de clase social humilde para hacer el cosplay de “cuicos”? 

Ese es Oz Cobb, más que un villano de cómic, alguien real que uno puede reconocer en este zoológico humano hostil  del neoliberalismo, donde un pingüino fuera del agua puede llegar a ser rey.