El silencio es una acción poética. Un dispositivo discursivo, una variación de la comunicación. El silencio transmite significado fuera de la representación del sonido. No hay una sujeción al tiempo en el silencio, porque su existencia trasciende el límite con la realidad. Hay, en el silencio, una posibilidad de salida al pensamiento situado en un espacio y tiempo determinados. Si no digo algo, en un momento, no lo habré dicho nunca, ni antes, ni después, por lo tanto, aquello que contengo en el silencio, se levanta como código indescifrable para la posteridad.
Escribir el silencio: paradoja evidente. Lo que la palabra hace es burlar el sentido, burlar la fragmentación del lenguaje. La palabra es un ardid, un falseo entre el proceso de exteriorización de lo que se comunica. La percepción, selección, código resuelto hacia fuera, como re-escritura. Volver a escribir, volver a decir, volver a descifrar el mensaje y soltarlo codificado porque no entendemos de otras formas. Las palabras se detienen para ir al origen y en ese recorrido hacia atrás recuperamos el silencio. Atrás de la percepción, atrás de la exteriorización del proceso comunicativo, el silencio vuelca sus intenciones como verdad posible.
No podemos fingir el silencio. Su expresión es ideal porque está escrita en un plano universal. Es o no es, existe o no existe. Y en la renuncia a las palabras, en la renuncia a la escritura, se emplea la decisión a recurrir a sus márgenes para llenarlo entero. Porque las palabras tensionan el silencio lo entendemos como alternativa, pero le tenemos miedo al silencio, miedo a lo que el silencio implicó, miedo a lo que el silencio, como un límite sujeto a la realidad, no escriba y borre.
El silencio como fin, como inicio, como recorrido. Voy hacia atrás y traigo este silencio para ti porque las palabras no alcanzan. No es una retórica la del silencio, es intransferible lo que encierra. Y lo que encierra es también lo que abre, porque no aísla, no excluye. El silencio está en la idea de conectar con el exterior, en la intraducibilidad de la conexión que se frena, se repite, se vomita entre palabras que nunca lo llenan, que no pueden superarlo. El silencio como significado último que calme esta necesidad de decir.
Las palabras rastrean silencios. El lenguaje hace evidente que es el silencio el único capaz de superar las barreras de comunicación idiomáticas. No necesita de traducción, no necesita decodificaciones. El silencio está, habita, presiona, alza y decae. Lo que antecede a la palabra no es otra cosa que silencio del pulso. El silencio no rehúye del hecho, es el hecho.
Abandonar el silencio es abandonar nuestro ser en él. Entenderlo en ese punto en que el miedo no le dé muerte parcial, es comprenderlo como un todo que no entorpezca su uso, su existencia auténtica. Damos muerte al silencio porque queremos decir. Damos muerte al silencio porque nos obligan a decir. Las obligaciones entran en pugna con los derechos. Tenemos el derecho de no decirlo todo, pero escribimos, decimos.
Y si ese silencio colma la escritura, si esa escritura es una sobre-escritura del silencio, entonces el dolor ante la verdad, la catarsis comunicativa que no se puede rastrear de manera absoluta. Solo luces, solo atisbos de un silencio inabarcable. Porque la fuerza del silencio está en que no nos pertenece, aunque sea universal, no es nuestro sino anterior. El silencio, como eco del pasado, que restaura el presente en su eterno viaje a lo que fue, lo que podría haber sido, ese instante en que todo era silencio hasta que ya no lo fue más.
María Luisa Bombal, en más de un sentido, transitó el silencio. Su figura como mujer recorre el silencio del cuerpo político en una performance cotidiana, por un lado, y en un relato biográfico por otro. El silencio político del yo que se cuenta cuando se escribe es un silencio que María Luisa no llena, los otros lo llenan por ella. Desde ese punto, su silencio funciona como tensión desde la necesidad de llenar el significante de su figura. ¿Por qué? Hay un problema fundamental con el silencio cuando se enfrenta al yo sin estar pensando en la naturaleza del silencio: necesitamos llenarlo, necesitamos comprenderlo. El miedo al silencio nos exige significados. No podemos tomarlo como tal, no cuando la necesidad de dar luz a una identidad ruinosa, en crisis, conflictiva, matizada, nos exige la palabra. Los perfiles y entrevistas a María Luisa Bombal refieren a este silencio. El argumento a ello: la desaparición de María Luisa del oficio literario –publicaciones–, pero no de la arista pública. En la necesidad de comprender su yo detrás de la escritura, se recurre a la performance –acción– del cuerpo –identidad física que constituye acciones públicas– en pos de reconocer cuáles son los matices de una identidad que suscita interés. ¿Por qué interés? Porque con al menos una década sin publicar, sus obras no desaparecieron del colectivo nacional. Sin embargo, considerando la detención de su oficio como escritora, pero no la detención de su participación de la arista pública, es posible dar cuenta de que el problema es con el silencio de su identidad. El silencio político de la escritora reacciona contra el relato de su vida como germen de posicionarla en el relato sociológico. Esta necesidad de posicionamiento, yendo al primer y segundo apartado de esta investigación, responde a la necesidad de corresponder su identidad femenina con un mito del ser como algo fijo. Pero si vamos al relato de Bombal de su propia vida, a su manera de contarse, tenemos un Testimonio autobiográfico en el que la autora da más de una respuesta a ese silencio.
Es por ese relato autobiográfico que no me interesa develar el silencio de la figura de María Luisa Bombal, pienso que ella ya lo hizo por mí, ya habitó el silencio a su manera. Lo que sí me interesa es dar cuenta que ese testimonio, esa construcción del yo, es una manera de contarse que se deja de lado si pensamos en Bombal, la película, a la hora de revisar la biografía de la mujer. Si bien es cierto que hay antecedentes de su vida que en el texto autobiográfico la autora de La última niebla no recorre –la relación con los maridos, Eulogio, la hija, diríamos, pensando en cuestiones que se mencionan en algunos perfiles pero que no vienen de la misma María Luisa– no hay necesidad, pienso, de llenarlos desde nuestro filtro que, a fin de cuentas, funcionan solo como suposiciones que expresan la tensión entre palabra y silencio, tensión en la que la palabra gana. Con mencionarlos así, como hechos, bastaría, porque el silencio expande los límites para que no podamos alcanzarlos. El Testimonio autobiográfico de María Luisa es uno no impulsado por ella sino por Lucía Guerra y Martín Cerda. Ese silencio contenido en el testimonio expresa los silencios de otros sobre ella. La pregunta en este punto es, entonces, si era consciente María Luisa de estar ejerciendo un silencio en el relato de su vida al momento de contarse. Sí y no. Y también, ¿qué importa? Lo que importa, lo que realmente importa, es cómo ese silencio afecta en la manera de concebir la figura de la escritora en la actualidad. Si el silencio existe, entonces la necesidad de lenguaje, de significante en crisis que requiere de significados, existe. La propuesta, siguiendo lo anterior, es respetar el silencio de la escritora, respetar su derecho a no decirlo todo y, si de referir a una biografía, entonces el Testimonio autobiográfico. Y en otra esquina, en una donde las suposiciones son posibles: la escritura de su obra, que desde un análisis literario, indaga en el impulso escritural, no en el vital.
“La música, así como la niebla significan, son para mí… silencio. Un silencio que acalla en nosotros ese mundo de banalidades, obligaciones y dolores de la vida cotidiana… para dejarnos momentáneamente oír y escuchar ese canto cuidadosamente escondido dentro de nuestro mundo interior” (Obras completas 373). Dice María Luisa Bombal en una entrevista a The American Hispanist (1977). Si vamos a lo que la autora comunica de manera textual es posible dar con el silencio como ella lo entiende: motor de su proyecto escritural: “Un silencio que acalla en nosotros ese mundo de banalidades, obligaciones y dolores de la vida cotidiana… para dejarnos momentáneamente oír y escuchar ese canto cuidadosamente escondido dentro de nuestro mundo interior” (373). Paradoja creativa la de María Luisa en el silencio. Paradoja y también respuesta absoluta, origen de las palabras. Rastrear el silencio pensando en aquello, pensando en la escritura bombaliana como proyecto que se desencadena desde el silencio, es rastrear el silencio como encuentro íntimo con la palabra.
El silencio, como dispositivo discursivo de la obra de María Luisa Bombal, implica un cruce entre política y estética como planos donde se configura la naturaleza misma del recurso. Política en tanto es un recurso discursivo, en el cual se pueden implantar construcciones ideológicas, y estética porque es una herramienta del discurso, un elemento que se utiliza para recorrer la escritura. En otras palabras, el silencio como verdad y condición del cuerpo que escribe, que es consciente que escribe, como reivindicación histórica si pensamos en qué identidad ha ocupado su sitio a lo largo de los años, como espacio de creación en la reivindicación misma, para dar pie al silencio estético donde la palabra se detiene y reformula, extiende, va más allá de su propio límite. La poética del silencio, así, como un plan de acción donde poética encierra a silencio y viceversa, resuelve la sospecha de la palabra como único recurso posible en la creación literaria. Ese silencio como posibilidad anexa es el que me interesa. El silencio como respuesta, como densidad de la palabra.