Volver a Asunción en un escenario electoral es como ir en busca de ese cotillón que solo parece quedar en las películas gringas de los años 60, cuando la política descubrió –o mejor dicho profesionalizó- el sabor por las guirnaldas y los banderines. ¿Dónde puedo ir a verlas?, le pregunté a mi amiga local. "Ya no quedan, buscalas en Instagram." Prendo la televisión para recibir un baño rápido de coyuntura local. Eso sigue intacto: canales que transmiten en vivo miles de horas sobre la performance de los candidatos, sus propuestas, lo que se juega en estas elecciones; muchos panelistas lanzan sus opiniones dispares. Es difícil conseguir comunicación oficialista. Para eso hay que reparar en los canales del grupo de Horacio Cartes, el expresidente empresario (2013-2018) al que casi nadie toma en serio: ni a él ni a sus encuestas.
El buffet del hotel se parece a una cafetería de Buenos Aires, se escucha un perfecto porteño con alguna fonética cordobesa. Son todos hombres que circulan de mesa en mesa en una suerte de maratón de reuniones. ¿Qué hacen acá? “Negocios”, me indica el mozo.
Paraguay se ha vuelto una meca financiera: además de los pooles de soja, la construcción de edificios monumentales avanza en un país con tentadoras exenciones impositivas para inversores, acceso a dólares y estabilidad macroeconómica. Por eso estos hombres de negocios miran con despreocupación esta disputa electoral, no atan su destino al del próximo presidente. Pertenecen a una clase que se mantiene intacta y a la que nadie amenaza. “Del Mercosur nunca se sale, y la disputa por China y Taiwán es para la tribuna. No tenemos acuerdo, pero a China le vendemos con intermediarios”, dice un empresario mientras se queja por el sabor de la gaseosa.
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Las encuestas y las especulaciones corrían en Asunción como reguero de pólvora (o con la velocidad de las prósperas finanzas paraguayas). Las encuestas, ese objeto sobre el cual se pregona la fe y se generan expectativas, arrojaban algunos datos contradictorios.
En rigor, el Partido Colorado, con conocimiento y financiamiento, contrató los trabajos de opinión que mantuvieron constantes las diferencias a favor de Santiago Peña. “El domingo ganó Santi y también ganaron nuestras encuestas”, me escribe un amigo colorado al que siempre le desconfié. A pocas horas de los comicios, la misma fuente me compartía las bocas de urna que eran más favorables que los resultados de Stroessner. ¿No será mucho?, le dije. “Esperemos, irá a bajar pero no tanto”.
Paraguay se ha vuelto una meca financiera: la construcción de edificios monumentales avanza en un país con tentadoras exenciones impositivas para inversores, acceso a dólares y estabilidad macroeconómica.
La Concertación (impulsado por el histórico Partido Liberal), sensiblemente con menos recursos pero también como menos pulso metodológico, se apoyó en una consultora de Brasil. Menos rigurosas en los instrumentos de recolección y con mucho espacio en la primera plana de los medios de prensa locales, le brindó la amalgama para la campaña presidencial. Finalmente, una campaña política es también una campaña de encuestas. Pero una campaña de encuestas no modifica voluntades ni permite ganar elecciones.
Sin embargo, Quién ganará el domingo era la pregunta que no tenía certeza. Los orgánicos de cada facción decían “nosotros”. El resto apostábamos por los asados. Mientras esperaba que los 3.022.946 votantes sufragaran en máquinas electrónicas y con sistema de voto preferencial, me moví por las mesas de votación y conversé con los observadores locales e internacionales, colegas y amigos de todos los colores. Les mostraba las tendencias que estaban llegando y me repetían a coro: “es la manipulación de los colorados”.
La jornada estaba llegando a su fin. Los amigos liberales ya dejaban de atender el teléfono. El Partido Colorado obtuvo el 42.74% (1.292.079), la Concertación Nacional el 27.48% (830.842) y Cruzada Nacional del antisistema Cubas Payo el 22.91% (692.663).
Los colorados lograron la mayor diferencia de votos del ciclo democrático iniciado en 1989. Sumaron además 15 de las 17 gobernaciones de Paraguay y una cómoda victoria en las legislativas, asegurando el control de ambas cámaras del Congreso. Desde 1989 a la fecha, con el interregno de Fernando Lugo, del cual aprendió casi todo, el Partido Colorado sigue asombrando por su capacidad para reproducirse, aún bajo las mayores vicisitudes.
La apuesta de la Concertación, el ensayo político más interesante desde 1989, que reúne a 23 partidos y a la Federación Nacional Campesina, fue importante. El éxito es haberse presentado como una opción de poder con tan pocas chances reales. El gran error fue haber intentado dicotomizar el campo político entre mafia/antimafia, como si los actores fueran posibles de ser protocolizados. No ayudó su candidato. Efraín Alegre, con tres campañas presidenciales encima, apareció cansado, ofuscado y descalzado de los elementos modernizantes que aportaba el proyecto. La incorporación de Soledad Nuñez, otra ministra de Cartes, con todos los parámetros de una instagramer, no alcanzó. Joven, pero casada con un señor con el que aparece sistemáticamente de la mano. Fresca, con un pelo impoluto, lacio de “planchita natural”, vestida de colores pastel y zapatillas blancas. Tiene un tono dulce, pausado y neutral que le permite pregonar valores universales. Ahí están las marcas de provenir de las ONG, de cierto coqueteo partidario, pero sin “organicidad”. “Sole” podría ser intercambiable. Una buena candidata en Barcelona, Buenos Aires o Bogotá.
Una campaña política es también una campaña de encuestas. Pero una campaña de encuestas no modifica voluntades ni permite ganar elecciones.
Un chicaneo circuló en los teléfonos cuando se conocieron los resultados: “Si Efraín Alegre triunfaba sería el primer presidente liberal desde que Eusebio Ayala asume la primera magistratura en 1932. Y si gana Santiago Peña también”.
Cuenta la anécdota que Santi Peña estaba un domingo de bermudas, tereré y maya en el club con su familia y el presidente Cartes lo llama de urgencia. Su hermano le presta un pantalón y salé corriendo. Cuando llega a la reunión, el primer magistrado lo obliga a afiliarse al Partido Colorado y cuelga de su cuello el icónico pañuelo colorado. La foto se viraliza y se convierte en el chiste de toda la oposición, “el peón de Cartes”. De ahí en más, el destino político de ambos será otro. Santi Peña dejará de pertenecer al Partido Liberal y sellará su carrera en el ANR (Asociación Nacional Republicana), de la mano de Horacio Cartes. Santiago Peña, además de economista con posgrado en la Universidad de Columbia (EEUU), pasante en el Fondo Monetario Internacional, Ministro de Economía de Cartes y, hasta su elección presidencial, empleado del Banco Basa del mismo grupo, ha trabajado para borrar esa marca de origen. Dejar de ser liberal y tecnócrata, mostrarse colorado y construirse como un político de tablado. Santiago Peña, quien apenas 5 años atrás fue presidente de mesa en las elecciones en las que fue electo Mario Abdo Benitez, actual presidente del Paraguay, en un acto ante funcionarios públicos, recordó que los cargos no se consiguen por guapitos o por tener la pared llena de títulos, sino gracias al partido colorado. Un esfuerzo que debió sobreactuar en el tramo final de la campaña, ante un Horacio Cartes perseguido por EEUU, que debió renunciar a su grupo empresarial en un video público. Con el diario del lunes, un gran acierto de campaña: Ojalá que en su discurso Cartes grite, “muerte al imperio” me apunta un asesor que vive el triunfo como una revancha nacionalista: ahora se derrumba los vaticinios de la extradición.
A falta de carisma y capacidad para atraer votantes por fuera del padrón colorado, Peña debió recostarse en esas estructuras tradicionales a las que tantas veces consideró caducas y económicamente muy costosas. Ese partido que gobierna el Paraguay actual, pero que sin embargo ya nadie lo recuerda. Ni propios ni ajenos se han ocupado del presente, de un Mario Abdo Benítez que, sin economía ni política, miraba desde la última fila. Parece que ningún oficialismo resiste un ciclo que abrió la postpandemia. “Vamos a estar mejor” fue el slogan de la campaña de “Santi”, como si no gobernaran, como si fueran recién llegados, como si el cambio todavía les perteneciera. Es el partido del orden y de la transformación. Es el partido oficialista y de la oposición, una estructura inmensa que entendió el juego de las dirigentes del partido para no desaparecer. Una gimnasia política que el peronismo supo tener.
Pero además es Cartes el primer expresidente que mantiene un liderazgo político preponderante tras su salida del cargo. Éste logra así ganar la dirección del Partido Colorado y colocar a su colega en la competencia. Hasta aquí, y a falta de reelección presidencial, el sistema político se devora todos los liderazgos. Pero ahora estamos ante un nuevo escenario partidario. El domingo el primero en subirse a la foto del festejo fue Horacio Cartes, el que despierta la mayor atracción del público. Un puñado de partidarios grita, lo saluda, le agradece y lo considera el jefe. Está emocionado con su metro y algo de altura y los mocasines color suela con hebilla dorada. Es el padre de la criatura. Cartes es un creador, un emprendedor de candidatos. Un verdadero hacedor. El partido colorado constata nuevamente su hegemonía, pero también su renovación: hace un puñado de años, ni Cartes ni Peña eran colorados ni pertenecían a la burocracia del partido, pero ahora tienen su década ganada.
Santiago Peña ha trabajado para borrar esa marca de origen: dejar de ser liberal y tecnócrata, mostrarse colorado y construirse como un político de tablado.
Los televisores de la sala de prensa muestran números contundentes. El voto electrónico no permite especulaciones. El conteo es rápido y aumenta como la batería de un celular. Las mesas de comida para el Buffet froid están servidas: la fiesta va a comenzar. Todos corren para obtener la selfie, ya no con el candidato sino con una gigantografía en tamaño real de Santi. Las suben con apuro a las redes. La representación política se conforma con eso.
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Mi amigo arma el asado con los asesores directos de los partidos más importantes. Son jóvenes que expresan una renovación intelectual y que compartieron los pasillos de la universidad, triangulando Asunción y Argentina y Europa. Me arrimo a la parrilla y le pregunto al cocinero: ¿A quién vota? “Payo, señora, Payo.” ¿Y tu familia? “Todos Payo”, creo entender en un guaraní castellanizado. La anécdota recorre la mesa del postre, todos conocen a un puñado de votantes de Payo, ese candidato antisistema que irrumpe por derecha como Milei y Bukele. Su nombre se vuelve un nombre doméstico. Todos los candidatos lo han intentado: “Sole”, “Santi”, pero Payo es un poco el candidato de todos. Lo hemos visto y escuchado más que a ningún otro, atestados en las notificaciones de Tiktok.
Es por derecha lo nuevo de la política. Es la síntesis perfecta, rechazo a la clase política y otro tanto a las instituciones de la democracia, con un nacionalismo que coquetea con el fascismo. Payo no tiene tapujos en usar las fuerzas de seguridad, pedir la pena de muerte y el cierre del Congreso. Pero es algo más que eso. Presenta sensibilidad económica para los que no avizoran futuro, para aquellos a los cuales el orden capitalista post pandemia les juega una mala pasada. Payo no habla con los empresarios ni tienen canales afines que trasmitan sus cadenas nacionales. Tampoco una agenda política para la elite económica. A diferencia de Milei, no viste con traje de moda, no tiene asesores ni peluqueros y no vive en la zona más rica de la ciudad. Con kilos de más y sin pelo, es el hijo de un militar que siempre viste de negro y así terminó siendo una opción de cambio real. Payo fue el único de los candidatos políticos que montó su campaña en la calle con un teléfono móvil. Es el único que conjugó el guaraní en cada una de sus intervenciones. El resto de la clase política habló desde el comedor de su casa. Por primera vez en la era democrática no hubo un debate televisado.
Sin embargo, más allá de sus interlocutores, es muy probable que Payo y Milei cosechen sus votos de los mismos sectores sociales, aquellos a los cuales, en efecto, los candidatos partidarios no han podido interpelar. Payo y Milei terminarán reuniendo las voluntades de un sector social de ciudadanos que observan cómo se degradan sus ingresos y bienestar, y miran cada vez con más desconfianza las formas de funcionamiento de las instituciones públicas y representativas clásicas que fracasan en el cumplimiento de sus funciones.
Es por derecha lo nuevo de la política: rechazo a la clase política y otro tanto a las instituciones de la democracia, con un nacionalismo que coquetea con el fascismo.
Payo se quedó con la opción de cambio. Fue el cambio real, sustrayéndosela a la Concertación y a la izquierda. Su partido Cruzada Nacional obtuvo 5 escaños, convirtiéndose en la primera fuerza minoritaria en el Senado. El Frente Guasú, que hasta hace muy poco fue gobierno, ha sido borrado del mapa. Luego de 15 años Fernando Lugo dejó de ser la gran figura electoral de la oposición.
Con los resultados en mano y con una fuerza electoral que ni él mismo imaginó, Payo hizo del 1 de mayo su intento desestabilizador, acusando de fraude -sin presentar denuncias formales- y desconociendo los resultados. Payo quiere su Marcha sobre Roma. O hacer de Asunción su Roma para la marcha. Pero se olvida que es un outsider del Estado. No es Bolsonaro. No tiene fuerzas de seguridad ni empresarios que lo financien, y el pueblo que lo acompaña tiene que seguir trabajando al otro día. El intento, por ahora, no pasa de una escaramuza, pero obliga al arco opositor a seguirlo. Todo se vuelca a la derecha.
¿Qué nos queda? me dice desahuciado un lector del liberalismo. Empezar de nuevo. La elección se jugó, una vez más, en la grieta de los colorados versus todo lo demás. Esa grieta el domingo a la noche quedó vieja. Al escenario electoral ingresó Cubas Payo. El tablero electoral se transformó y el país también.