Ensayo

Macrojuicio en Francia: sumisión química y abusos sexuales


Gisèle: cómo cambiar la vergüenza de lado

Andrea Bluck Muñoz, presidenta de Abofem Chile, reflexiona sobre el “caso Pélicot”. Qué pasa cuando la violencia intrafamiliar dinamita el estereotipo de marido ideal. Apuntes para una reforma judicial feminista: así como el caso de La Manada actualizó perspectivas sobre el consentimiento, el juicio contra Dominigue Pélicot introduce el agravante de la llamada “sumisión química”. Otra red flag: la autoexigencia de ubicar a las mujeres que denuncian como heroínas indestructibles.

Dominique Pélicot repetía el modus operandi de manera sistemática. Los hombres eran reclutados después de ver las fotos de su esposa en un foro en internet. Luego ingresaban a un chat llamado “Sin su consentimiento”, y acordaban el día. No podían usar perfume, debían desvestirse en otra habitación y calentar sus manos para no despertarla mientras la violaban. Todo fue grabado por Pélicot, hoy de 71 años, conocido por ser un hombre que ayudaba a sus nietos con los deberes y que salía los fines de semana en bicicleta a pedalear con sus vecinos. Fue descubierto porque lo denunciaron otras tres mujeres a quienes habría grabado bajo sus faldas en un local comercial. Por este último hecho la policía decomisó sus equipos electrónicos, encontró miles de registros, y le permitió a Gisèle confirmar que el malestar con el que vivió durante años era provocado por el hombre de familia que dormía con ella. Era el 2 de noviembre de 2020. Casi cuatro años después, empezó el juicio.  

―La vergüenza debe cambiar de bando ―dijo Gisèle al inicio de ese proceso. 

“No está sola. Todas somos ella”, escriben en las redes sociales las feministas de distintos rincones del mundo. En Aviñón -de allí es Gisele- tiene el apoyo constante de las feministas de Les Amazones y Osez Le Féminisme 84, que denuncian, en particular, la impunidad que suelen tener los varones abusadores tanto por la sociedad como por la justicia patriarcal. El movimiento de mujeres francés reunió nombres y apellidos de los 51 acusados. “Son nuestros padres, nuestros maridos, nuestros hermanos, nuestros colegas”,  recordaron.

¿Qué ha dicho la prensa sobre ellos? Poco. En parte porque las leyes francesas prohíben que se les pueda fotografiar o nombrar a los acusados hasta que sean condenados. 

No existe un perfil de violador. El violador es cualquier hombre ― declaró al comienzo del juicio Verónique Le Goaziou, investigadora del Laboratoire Méditerranéen de Sociologie. 

Entre los acusados de violar a  Gisèle hay bomberos, eléctricos, enfermeros, periodistas, panaderos, médicos e ingenieros. Hombres cis casados, solteros y divorciados, varios de ellos con alta reputación social. 

El proceso resguarda la identidad de los acusados, mientras Gisèle reconstruye la suya: sabe que existe parte de su vida de los últimos nueve años de la que no tiene conocimiento.

El abuso contra Gisèle recuerda mucho más nombres, como los de Fernanda Maciel, Ámbar Cornejo, Lucía Pérez, todas víctimas de la violencia machista. Nos acordamos de sus nombres, pero no los de sus victimarios: Felipe Rojas, Hugo Bustamante, Juan Pablo Offidani y Matías Gabriel Farías.

El “caso Pélicot” está dejando su huella en la justicia francesa como el juicio por violación con sedación química más importante de su historia. 

La decisión de Gisèle de hacer público el juicio responde a un deseo de servir como antecedente a otras mujeres que hayan sido víctimas de sumisión química. Esto pone la mirada internacional en el Tribunal que interviene, la forma en la que actúan las personas involucradas, la perspectiva de los interrogatorios a testigos y acusados, cómo se realizará la declaración de quienes hayan realizado algún peritaje. Cuánto de esto y cómo será relatado por la prensa también servirá de “ejemplo” a posibles víctimas para ver cómo será el proceso y si realmente “valdrá o no la pena” de someterse al mismo. 

Lentes de sol con marcos de carey, su corte carré y libre de canas, gestualidad con el cuerpo en inercia siempre hacia adelante. En la representación mediática se produce otro fenómeno curioso y complejo: queda públicamente con una imagen de “heroína”, de que es una persona muy valiente y fuerte, y ciertamente lo es, pero la prensa genera un nuevo estándar de comparación a las propias víctimas y por tanto un cuestionamiento y una revictimización a quienes no se atreven a hablar, a enfrentarse a sus agresores, o que no les gustaría que sus casos se hicieran públicos. “Experimenté un tsunami. La fachada es sólida, pero por dentro soy un campo en ruinas”,  dijo Gisèle. “Bajamos al infierno”, ilustró su hija Caroline.

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Sus tres hijos llegaron a pensar que Gisele podía estar teniendo los primeros síntomas de Alzheimer. Pero  a pesar de haber visitado a especialistas por sus lagunas mentales, nunca recibió un diagnóstico. Eran los medicamentos –ansiolíticos como Temesta y Zolpidem– que el agresor le daba sin su conocimiento que le generaron pérdidas de memoria en distintos momentos de su vida. Gisèle se sentía insegura de andar sola, tenía miedo de tomar un tren para ir a ver a sus seres queridos: le quitó independencia en el desarrollo de sus actividades diarias, además de restarle espacios de desarrollo propios de su vida al encontrarse sedada, y también varios tipos de recuerdos. Los efectos de los medicamentos perduraban más allá de solo el momento en el cual había sido ultrajada por todos estos hombres, generándose entonces una preocupación por su salud a la cual no pudo encontrar respuesta en los distintos exámenes médicos realizados.

Ninguno de los especialistas que la atendieron advirtió que su relato podía responder al abuso de sedantes, mucho menos se plantearon la posibilidad de que estuviese siendo víctima de un consumo involuntario de estos con fines de explotación sexual.  No fueron capaces de activar ningún tipo de protocolo. ¿Qué nueva formación y sensibilidad necesita un equipo sanitario para detectar las huellas de la sumisión química de manera crónica? 

Esta inadvertencia desde los distintos equipos médicos que atendieron a Gisèle ha levantado una alerta en lo que dice relación con la falta de preparación en los profesionales de la salud al enfrentarse a escenarios de delitos sexuales en los que la paciente no señala haberlos sufrido. Existen protocolos cuando existe una denuncia de este tipo de hechos: se capacita a los profesionales de la salud sobre la existencia o inexistencia de una obligación de denunciar; de cómo debe realizarse la atención; recomendaciones sobre el género de las personas que deben atender a la paciente, sobre el tipo de preguntas que se deben realizar, de la forma en que se deben realizar estas preguntas, etc. Pero pareciera que hay una falta de capacitación en lo que es la detección e identificación de situaciones que podrían ser constitutivas de delito y por lo tanto de las acciones a realizarse a partir de esas sospechas.

No es que se le exija a profesionales de la salud que además tomen el rol de sospechar de la vida privada de sus pacientes, sino de que se realicen las atenciones considerando todas las variables posibles y se vayan descartando como cualquier otro tipo de sospecha de enfermedad o trauma. Para realizar estas acciones primero es necesario ser conscientes de que no todos los delitos sexuales son informados por las víctimas y esto responde a una multiplicidad de factores, uno de ellos es que la víctima puede no estar en conocimiento de haberlo sido. Las atenciones médicas deben realizarse con perspectiva de género.

Tanto la sedación como la forma en que Gisèle descubrió lo que Dominique hacía con su cuerpo generaron efectos claros en su salud mental. Ella fue clara con los medios sobre los efectos generados al tomar conocimiento de los hechos: “Ya no tengo identidad. No sé si algún día podré reconstruirme”. Actualmente también está en proceso de divorcio. 

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“Me he mantenido firme por este juicio, para mí el daño está hecho (...). Hablo en nombre de todas esas mujeres que son drogadas y no lo saben, para que ninguna más lo padezca”. 

El juicio está previsto para terminar en diciembre. Se espera que tanto el proceso como el resultado muestren que se puede empujar la transformación del sistema patriarcal a través de una perspectiva de género que contemple todas estas aristas que afectan a las víctimas de delitos sexuales. O que al menos no obligue a las víctimas a escuchar frases, presenciar actos o leer posturas como las del juez Ricardo González (el único de los 14 jueces del caso “La Manada” que abogó por absolver a los acusados y que consideró que entre ellos y la víctima solo hubo “jolgorio”). 

Más cerca o más lejos de punitivismo, el proceso de reparación de cada persona que sufre una agresión sexual es distinto: para algunas, termina cuando revelan el hecho y alguien les asegura que les cree; para otras, se debe llevar a su agresor a juicio sin importar si es condenada o no; hay quienes requieren de la existencia de una condena, o incluso de una condena ejemplificadora. Si bien nadie puede asegurar los resultados de este juicio, sí podemos esperar que se asegure que sea llevado con perspectiva de género y que no revictimice ni a Gisèle ni a ninguna otra víctima de sumisión química.