Ensayo

El fútbol y el charco


Jugar como si estuviéramos en el barrio

¿Cómo un mismo deporte se puede vivir de forma tan distinta en dos continentes? En este ensayo, Rodrigo Diez reflexiona sobre la Eurocopa, la Copa América y el poder del fútbol más allá de lo que ocurre en la cancha. Y concluye: no es causalidad que las ligas europeas terminen buscando talento en Sudamérica.

Las pelotas están girando, no en un solo país, como pasa en la mayoría de los mundiales, sino que esta vez la atención futbolera se divide entre lo que pasa en América y Europa. Los más fanáticos tratamos de seguir los dos torneos, pero tanto los que respiramos fútbol y los que solo disfrutan de las copas del mundo o cuando juega la selección, inevitablemente nos fijamos en qué tienen de diferente las dos competencias. 

El ojo menos entrenado y menos futbolizado es más impresionable con los mega estadios europeos, la música o el orden de los hinchas pintarrajeados en las tribunas. Pero quiero fijarme en lo otro, en lo que pasa dentro de la cancha. Y aunque el espectáculo de ellos sea más ordenado y todo se vea perfecto, también es más fome. En nuestra Copa América puede haber desprolijidades, pero hay “cachañas”, “chilenas”, “túneles” y picardía a raudales. No es casualidad que las ligas europeas terminen buscando talentos en Sudamérica. De eso hablaré. No nos vamos a dejar impresionar por la velocidad de los alemanes, la altura de los ingleses o el orden táctico eslovaco; vamos a fijarnos en la zurda de Messi, en la verticalidad uruguaya de la mano de Bielsa, en la confusión brasileña que no reconoce su historia y de las esperanzas renacidas de Chile de la mano de Gareca. Todo eso hace que nuestra copa sea más entretenida, bonita y con algo de olor a potrero, menos que antes, pero algo de olor queda.

El fútbol es un fenómeno global. Los aztecas jugaban a algo rudimentariamente similar y antiguos pueblos europeos también lo hacían. Hay crónicas que hablan de competencias entre pueblos en que ganaba el que lograba llevar la pelota – la vamos a llamar pelota, pero en realidad era una vejiga animal inflada y cocida– a la plaza del otro. Fue en 1863 que en Inglaterra se fundó la primera asociación de football, que aún existe, y se establecieron las reglas del juego.

Este reglamento en que se estipulaba que se jugaría con los pies, que sería un enfrentamiento de dos equipos y que gana el que hace más goles, fue el modelo que se exportó a todo el mundo en los barcos ingleses que viajaban a distintos lugares en nombre del comercio.

En Sudamérica esta exportación no tradicional prendió fuerte y al poco tiempo las calles y campos se llenaron de niños y adultos, en esa época sólo hombres, que corrían tras la pelota. 

César Luis Menotti, el gran entrenador argentino recientemente fallecido, explicó el amor de los pueblos sudamericanos por este juego y la razón está en que “el fútbol es el único deporte que encuentra al chico”; lo encuentra en la calle, en el barrio; no necesita una raqueta o una equipación especial; solo necesitas las ganas y una chapita de bebida o unos calcetines amarrados como bola que puedan rodar. Desde ahí, según Menotti, se desprende la forma de jugar de cada pueblo y eso de vivimos como jugamos; los brasileños con la samba; los peruanos con el vals; la cumbia colombiana; el físico alemán; la velocidad inglesa…

El fútbol se arraigó rápido en nuestro continente, especialmente en las clases populares, porque no costaba un peso jugarlo en una plaza o en un potrero; porque alrededor de la pelota no hay clases sociales y el valor de actores no radica en el patrimonio, sino en lo que se es capaz de hacer con los pies. 

Los primeros clubes hacían honor a su origen británico y empezaron a aparecer equipos llamados Boca Juniors, Wanderers de Valparaíso, River Plate, Santiago National, Liverpool de Uruguay o el Everton de Viña. A pesar de los nombres, el juego, lo que pasaba en la cancha, comenzó el proceso de apropiación cultural en cada uno de los países sudamericanos. Aparecieron la chilena, la chalaca, la folha seca, la gambeta y el túnel, entre otros. Y la apropiación ya fue completa cuando el referee desaparecía para dejar paso al árbitro; al igual que se dejó de hablar de goalkeepers, backs, forwards y goals, para que aparecieran los arqueros, los defensas, los delanteros y los goles, con sus variantes golazo y golón. Ya en 1916 la Real Academia de la Lengua aceptó la palabra fútbol y más adelante futbol (sin tilde en la u y acento en la o) en México y Centroamérica.

Mientras el idioma futbolero se hacía propio y local, ocurría lo mismo con la forma de jugar. Uruguay ganaba dos títulos olímpicos gracias a su estilo asociativo y en el que imperaba la técnica. Tanto así que después de organizar y ganar el primer mundial de lo que hoy es la FIFA, los uruguayos fueron de gira a Europa y deslumbraron en esas canchas con su trato del balón y las asociaciones entre sus jugadores. Argentina seguía un camino similar, mientras en Chile de a poco el balompié salió de la región de Valparaíso para instalarse en todo el país. Brasil dejó con la boca abierta a todo el mundo con lo que mostró en los mundiales del 58, 62 y 70. 

Mientras, en Europa, el fútbol también evolucionó, pero hacia una forma de juego que privilegió la táctica y el orden por sobre la creatividad, potenciando la velocidad y la fuerza de sus jugadores. Tanto así que por años se pensaba que sólo los futbolistas altos podían tener futuro como profesionales. De hecho, cuando Lionel Messi llegó al Barcelona había un cartel en la sede de las inferiores de ese club que decía que si el jugador no medía más de cierta estatura, mejor que ni intentara iniciar su carrera en el equipo blaugrana. Fue el pequeñito argentino el que los sacó de su error.

Los alemanes y su potencia ganaron mundiales; los italianos y su orden defensivo, también. Pero las selecciones de las que se hablaba y que todos querían ver eran –y son– las sudamericanas. El único combinado europeo que se acercó a eso fue la Holanda de Cruyff el 74, pero hay que decir que el técnico de los neerlandeses, Rinus Michels, reconoció que el modelo del “fútbol total” fue el Brasil de 1970.

Los jugadores sudamericanos vienen del barrio, de la calle, de inventar una pelota e imaginarse un arco. Ese amor por el juego como una actividad pura en sí misma se sigue encontrando en nuestras canchas, en nuestras selecciones y en nuestros torneos.

De cuando en cuando sigue apareciendo un Alexis Sánchez que pica el último penal en una final de Copa América, un Dibu Martínez que saca de quicio al rival, un Maradona que hace un gol con la mano y acto seguido convierte la mejor anotación de todos los tiempos, un Pibe Valderrama que caminando hace que todos corran o un René Higuita que lleno de descaro hace el “escorpión” en Wembley, poniéndole picardía a la circunspecta Capilla Sixtina del fútbol mundial.

Hoy en medio del juego hiper profesionalizado en que se habla tantos de los millones de dólares de una transferencia como de los goles, en Sudamérica se sigue viviendo más el espíritu criollo del fútbol de antaño. A pesar de los representantes y los nuevos estadios con nombres de marcas comerciales, siguen apareciendo cabros chicos, pibes, gurises o meninos que debutan en su equipo, le tiran un caño a un rival o se pasan a dos y tres defensas, para hacer un golazo. 

Hace unos días Kylian Mbappé, la mega estrella francesa que acaba de ser transferido al Real Madrid, dijo que la Eurocopa era más difícil que la Copa América e incluso antes se llenó de críticas al declarar que era más fácil clasificar a un Mundial jugando las eliminatorias sudamericanas que las europeas. Claro, él no ha jugado en la altura de La Paz, ni en el calor de Colombia, no ha soportado el Nacional de Santiago o el de Lima llenos, tampoco ha estado de visita en el Monumental de Buenos Aires, ni menos ha saboreado la historia del Centenario de Montevideo. 

Acá en Sudamérica la pelota sigue rodando pareja cuando la acarician los que son más hábiles y talentosos, allá la echan a correr los rápidos. Cualquiera de las dos puede ganar si se hace bien, pero claramente la primera es más disfrutable que la otra, al menos para mí.

No es que no me guste el fútbol europeo: sí me gusta, pero me gusta mucho más el nuestro; es en nuestro balompié y en nuestra Copa América que todavía podemos ver a esos talentosos, a esos insolentes que desafían los mega estadios, las ceremonias, los clubes y las federaciones, para jugar como si estuvieran en el barrio, tratando la pelota como ese viejo amor que los ha acompañado toda la vida. Ellos saben que en ese segundo, en ese instante en que la redonda baila la magia de una cachaña, un látigo o una bicicleta, no hay nada más importante en el mundo y el continente entero lo siente.