Laura Carlotto fue militante desde la escuela secundaria en la ciudad en la que se ejecutó “La noche de los lápices”, el 16 de septiembre de 1976, cuando la dictadura militar secuestró a diez estudiantes que reclamaban por un boleto de autobús con descuento. Es la chica que se defendía a los golpes cuando la manoseaban en el transporte público. Es la mujer que logró llevar a término un embarazo en La Cacha, un campo de concentración clandestino. Es el cuerpo de una desaparecida que fue asesinada a los 22 años, el 25 de agosto de 1978. Es la mujer que pudo demostrar con los huesos de su pelvis que había parido, cuando fue desenterrada en 1985 por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Es la hija de la defensora de Derechos Humanos más emblemática de Argentina: Estela Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, la que nunca dejó de buscarla. Es la madre de Ignacio Montoya Carlotto, nieto recuperado #114, robado a horas de nacer y entregado a dos peones por Pancho Aguilar, un patrón de estancia con vínculos con la dictadura.
Es el nombre de la militante que volvió a ser demonizada, en la antesala electoral de octubre del 2023, por la teoría de los dos demonios que intenta convalidar que la militancia política fue equivalente al terrorismo de estado. Es la ultraderecha que niega las violaciones a los Derechos Humanos, la violencia de género y la violencia sexual más atroz ejecutadas durante la dictadura.
El 4 de septiembre pasado, Victoria Villarruel, candidata a la vicepresidencia de La Libertad Avanza, cuyo candidato presidencial acaba de pasar a la segunda vuelta con casi el 30% de los votos, declaró en un acto negacionista del terrorismo de Estado en Argentina, en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: “Carlotto ha sido un personaje siniestro para nuestro país y con ese cariz de abuelita buena, la realidad es que ha justificado al terrorismo”.
A Estela de Carlotto las monjas le enseñaron en el colegio, que no se podía maquillar de señorita, pero sí de señora: cuando debía esperar arregladita en su casa a su marido. Estela se convirtió en directora de escuela y cuando su hija fue secuestrada, dejó de esperar a su marido y salió a buscar a Laura y a su nieto. Fundó Abuelas de Plaza de Mayo, la organización que se dedicó a encontrar a los chicos y chicas que fueron robados por la dictadura y que siguen apareciendo. Es la abuelita que espantó a los lobos y logró encontrar a su nieto y a 132 hombres y mujeres más que habían sido arrancados de sus familias y engañados sobre su ADN y su historia familiar.
No es una historia del pasado. Es una noticia del presente. El 26 de julio de este año, Abuelas de Plaza de Mayo restituyó la identidad del nieto #133: Miguel Santucho, hijo de Cristina Navajas, detenida y desaparecida en el campo de concentración “El pozo de Banfield” y nieto de Nélida Navajas, cofundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, fallecida en 2012. Su papá, Julio Santucho, pudo reencontrarse con el hijo que nació cuando su mamá estaba secuestrada y que fue apropiado (y anotado como hijo biológico) por un policía de los servicios de inteligencia. “Saber la verdad me dio paz”, le dijo a la periodista Luciana Bertoia. Paz.
En Argentina hay un banco de datos genéticos. Las personas que tienen sospechas sobre su identidad y creen que no son hijos biológicos, ni adoptados legalmente, puedan acercarse a cruzar su sangre con la de las familias de desaparecidos y ver si las fichas se juntan. A veces, el amor, la sangre y la historia también.
La tarea de Abuelas impulsó la investigación genética, el derecho a conocer el origen, el combate al robo de bebés y la creación de teatro por la identidad. El 6 de septiembre el Papa Francisco recibió al nieto #133 y a su familia en la Plaza San Pedro. Los nuevos sectores conservadores latinoamericanos ya no son pro-Vaticano, sino anti. Otro cambio de paradigma.
El 10 de diciembre de 2023 la democracia cumple 40 años en Argentina. La última dictadura militar se inició el 24 de marzo de 1976 y terminó el 10 de diciembre de 1983. Se estima que hubo 30.000 desaparecidos. Los negacionistas dicen que no fueron 30.000. No se sabe la cifra exacta porque los militares nunca confesaron a quienes mataron, ni a cuántos. En Argentina se realizó un juicio a las juntas, se rescataron más de un centenar de bebés robados, se promovieron procesos en el exterior y, desde 2006, año en que se empezaron a realizar juicios orales (después de derogar, el 21 de agosto del 2003, las leyes de obediencia y punto final que no permitían continuar con los procesos contra militares o cómplices civiles, religiosos y empresariales) se concretaron 301 sentencias por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el terrorismo de Estado. Desde ese momento ya hay 1.136 personas condenadas y 696 detenidas (573 con arresto domiciliario porque la mayoría de los militares tienen más de 70 años). Todavía hay 73 causas elevadas a juicio y 273 en instrucción, según datos de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.
Datos. No negación
Argentina se convirtió en un símbolo, pero también en un ejemplo de la posibilidad de juicio, castigo, investigación y reparación en violaciones a los Derechos Humanos en América Latina. “Nunca más” es una frase emblemática con la que se conoció la investigación realizada por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que fue creada en 1983 y que se presentó, en septiembre de 1984, con el informe “Nunca más”. La frase marca un acuerdo democrático insoslayable: la imposibilidad de regresar a la dictadura o a la muerte como forma de exterminio a quien piensa diferente.
La democracia argentina se asienta en la idea del “Nunca más” y no es solo un efecto local (aunque se trate de un país criticado, con razón, por su fastidioso egocentrismo), sino que es de Argentina a América Latina. El ejemplo de memoria, verdad y justicia impacta en la región. Es, además, un proceso encabezado por mujeres: madres, hijas y abuelas. Un feminismo latinoamericano, intergeneracional, genuino y colectivo. Un cuerpo en marcha, con gimnasia de protesta, literatura de marcha y que tiene en la cabeza el pañuelo blanco (el que se ponían las madres para identificarse entre las que buscaban a sus hijas e hijos con un pañal de tela en la cabeza). El mismo símbolo que se multiplica en 2003, en pañuelo verde, cuando la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito eligió ese color, en el Encuentro de Mujeres realizado en la ciudad de Rosario, y que hoy es un emblema de la autonomía sexual en América Latina.
Verde esperanza que se multiplicó como una ola.
El 14 de junio de 2018, con la discusión de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en el Congreso de la Nación, se generó una marea verde con la vigilia de un millón de jóvenes durante toda la noche que duró la sesión hasta que la Cámara de Diputados dio media sanción a la ley. Ese año, el Senado frenó el proyecto, pero se volvió a presentar y, finalmente, se aprobó el 30 de diciembre de 2020.
El pañuelo verde se volvió un símbolo de identidad (el más importante del Siglo XXI) para toda América Latina. El 6 de septiembre de 2023 la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de México despenalizó el aborto al declarar inconstitucional los artículos del Código Penal que castigan a quienes interrumpan un embarazo. Y lo hizo con un potente argumento: porque viola los derechos humanos de las mujeres y de las personas con capacidad de gestar. Las calles mexicanas y las redes sociales globales se llenaron de pañuelos verdes.
Tal vez el hilo rojo que une a la persona destinada a amar a otra no exista. Pero el hilo entre los pañuelos blancos y los pañuelos verdes, sí. Eso significa que la lucha por los derechos humanos está entrelazada con la lucha feminista latinoamericana. Eso significa que el feminismo latinoamericano peleó contra las dictaduras, por la democracia, en democracia y por democracias plenas, para las ciudadanas que merecen vivir, votar, disfrutar y que extienden sus derechos a más derechos, en épocas globales de desilusión, depresión y decepción.
La ebullición del feminismo tomó lazos, prácticas, referencias y modos de construcción política y social de las mujeres que pelearon por justicia ante las violaciones a los Derechos Humanos. Las madres, las abuelas y las hijas de desaparecidas/os; las viudas, las presas y sobrevivientes. Y unas protagonistas fundamentales: las exiliadas. Muchas militantes de los setenta descubrieron en Europa que a la militancia colectiva le faltaban derechos que sus compañeros revolucionarios les escatimaban por considerarlos secundarios. Y volvieron o sobrevivieron a los genocidios y persecuciones convencidas de luchar por sus derechos, entre ellos, los más importantes: el aborto legal y la desnaturalización de la violencia machista.
La lucha feminista latinoamericana no nació de un repollo, ni de un movimiento que solo pensara en las mujeres, sino de mujeres que pensaban en todos y que dejaron el modelo de familia tradicional para ampliar la idea familiar a una revolución con y por las hijas. Propias y colectivas.
Estela Carlotto tiene 92 años. Hace 46 años (en 1977), comenzó a buscar a su hija. La encontró muerta, pero no paró hasta encontrar a su nieto. Lo abrazó el 5 de agosto de 2014, casi una década. La organización de Derechos Humanos jamás apelo a la violencia y logró generar conciencia sobre el derecho a la identidad. El 15 de mayo de 1985, Estela declaró en el Juicio a las Juntas Militares. En un estrado judicial -retratado en la película “Argentina, 1985”, competidora en los Premios Oscar, en 2023- que se transformó en un emblema en el mundo por lograr juzgar a los responsables de crímenes de lesa humanidad.
Con el impulso de las Abuelas de Plaza de Mayo, en 1987 se creó la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) para la búsqueda de chicos y chicas (que ya son adulta/os) secuestrados o nacidos en cautiverio; y el Banco Nacional de Datos Genéticos. El ímpetu tuvo un paréntesis con las leyes de Obediencia debida (1986) y de Punto Final (1987), conseguidas por los militares a través de intentos de golpes de Estado, para lograr su liberación o detener los juicios por sus acciones.
Estela no se rindió. Para que las fronteras de Argentina no cerraran las puertas de la justicia, en 1999 inició un juicio en Roma, gracias a que Laura Carlotto fue reconocida como ciudadana italiana.
El 7 de diciembre de 2000 se condenó a siete militares argentinos porque en Europa se consideró que las leyes de impunidad no garantizaban justicia para Laura y su hijo, entre otros ciudadanos secuestrados en Argentina. Y en 2007 el robo de bebés se declaró un delito imprescriptible, al ser considerado de lesa humanidad. Así, la justicia pudo continuar investigando.
Los juicios argentinos en el exterior generaron jurisprudencia e inspiraron la acción en otros países. El dictador chileno Augusto Pinochet (1973-1990) fue detenido, en Londres, durante un viaje al Reino Unido, el 16 de octubre de 1998. El abogado español Joan Garcés, ex asesor de Salvador Allende, el presidente chileno que murió en el palacio presidencial bombardeado en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, se sintió alentado por los progresos realizados contra los genocidas argentinos en el exterior e inició un proceso contra el dictador chileno. “La Audiencia Nacional española había admitido, en 1996, una querella presentada por víctimas de tortura y desaparición forzada en Argentina”, recordó en una investigación Amnistía Internacional. El arresto de Pinochet en Londres es considerado un hito que cambió para siempre la idea de justicia internacional.
A partir del 25 de noviembre de 1975 se llevó a cabo el Plan Cóndor, coordinación de los servicios secretos de represión de las dictaduras de Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil y Argentina. Objetivo del plan, respaldado por Estados Unidos: eliminar a los disidentes de esas dictaduras en el país que estuvieran. La justicia contra el Plan Cóndor no logró la misma dimensión regional. Pero tuvo en Argentina un punto de partida, un espejo en el que inspirarse, una pala para buscar huesos, unas madres reconvertidas en luchadoras y unas hijas abrazadas a la idea de ir más lejos en la defensa de su cuerpo y en el placer como bandera para descubrirse más que para cubrirse. Un hito para ir en busca de más derechos.
El pañuelo blanco (en señal de los pañales de tela que cambiaron a sus hijos) se reconvirtió en el pañuelo verde que hoy es un emblema en América Latina por el aborto legal, los derechos sexuales y la autonomía frente a la violencia. La lucha feminista latinoamericana tiene una continuidad de abuelas a nietas, de madres a hijas, de hijas a madres, de hermanas a amigas, que rompe con el esquema del feminismo norteamericano o europeo porque no repite el lugar de madre sumisa, sino que reinventa una maternidad amorosa, activa, colectiva y transgeneracional. Y, sobre todo, porque permite ampliar la democracia en una lucha que pelea contra las dictaduras, los genocidios, los feminicidios, las violaciones sexuales, el robo de bebés, sin violencia, pero contra la violencia y que abre el juego a otras luchas que se multiplican contra el abuso y por el placer sexual.
Hay un desafío que la democracia cumplió. No conformarse con la democracia. Ir siempre más allá, para que la democracia sea más plena. Pero cuando parecía que el pañuelo se había bajado de la cabeza y anudado en el puño y solo bastaba con levantar los brazos, algo pasó. La democracia volvió a estar amenazada. Los caminos nunca están exentos de sus propias piedras. Los fantasmas que permitieron que el agua, la tierra y hasta el aire de Argentina se convirtieran en un cementerio, pareciera que vuelven a recuperar el poder que perdieron.
El futuro presidente, de La Libertad Avanza, Javier Milei, amenaza con hacer retroceder los derechos de las mujeres. Y con una (dudosa) cita del (dudoso) cantante Ricardo Arjona, el 6 de septiembre, comparó: “Dicen que para que un programa económico de shock sea exitoso tiene que ser creíble. Ahora para ser creíble se necesita tener reputación. Y Argentina en materia de reputación es como la amiga de Arjona en la canción: la reputación son las primeras seis letras de esa palabra”. Traducción: Argentina es puta y por eso no es creíble. A las mujeres no hay que creerles. A las putas menos. Las mujeres que desean son putas. Los países que protestan son como putas. Argentina es un país demasiado alto y con la pollerita demasiado corta.
El desafío de la democracia es no licuar la democracia en procesos democráticos por quienes niegan las dictaduras, los genocidios, los femicidios, las denuncias de abuso y la libertad de los cuerpos de las mujeres aún en nombre del avance de la libertad.
Argentina tiene tres grandes logros democráticos: los juicios por los crímenes de lesa humanidad durante la dictadura militar; las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el movimiento feminista que generó el primer Me Too el 3 de junio de 2015, con el movimiento Ni Una Menos (antes del Me Too estadounidense), y la ola verde a favor de la legalización del aborto en 2018.
La lucha de los movimientos de Derechos Humanos volvió más democrática la democracia y el feminismo multiplicó y profundizo el debate y la participación democrática de las más jóvenes y de las nunca escuchadas. No se recurrió a la violencia. Se asumieron fracasos y retrocesos, se apeló a la movilización, se cambió la narrativa a través de la literatura y el periodismo y se incidió en otros procesos latinoamericanos e incluso europeos a través de los avances científicos.
Hay un desafío que la democracia cumplió. No conformarse con la democracia. Ir siempre más allá, para que la democracia sea más plena. Pero cuando parecía que el pañuelo se había bajado de la cabeza y anudado en el puño y solo bastaba con levantar los brazos, algo paso. La democracia volvió a estar amenazada. Los caminos nunca están exentos de sus propias piedras. Los fantasmas que permitieron que el agua, la tierra y hasta el aire de Argentina se convirtieran en un cementerio, pareciera que vuelven a recuperar el poder que perdieron.
Los ejemplos que iluminarán por siempre esta historia son las huellas que dejaron el Equipo de Antropología Forense que buscó cuerpos en Guatemala y México; los juicios a crimínales de lesa humanidad en Italia y España; la elección de las madres como aglutinadoras de luchas por la vida, como lo han sido las Madres de Falsos Positivos en Colombia o las que buscan sus desaparecidos en territorio mexicano y la instalación de la memoria como bandera colectiva.
En 1978 los seguidores de la dictadura increpaban a las madres con el mayor reproche universal: “¿Usted saben dónde están sus hijos?”. Esa pregunta inquisidora vuelve a sacar la lengua como una serpiente histórica. “Usted diga lo que hacía su hija”, quiere decir Villarruel cuando le dice “siniestra” a Estela Carlotto e imputa a su hija asesinada con proyectiles que impactaron su rostro y su vientre, a la que mantuvieron embarazada en cautiverio y le arrancaron a su hijo.
Esa es la culpa de las culpas, el patriarcado hecho fuego, no solo por el poder del padre como por la culpa de la madre, por parir, por estar o por no estar, por saber o ignorar, por abandonar o por buscar. La culpa de las mujeres desde Eva hasta la manzana de querer gestar o abortar, es la mordida que justifica el fin del paraíso -hace 2023 años- o el fin del mundo democrático en un Siglo XXI arrinconado por calor, lluvias, incendios y la negación como respuesta a la realidad evidente.
“¿Dónde está el bebé?”, preguntó Estela Carlotto en 1978, cuando un comisario le dijo que el cadáver de Laura estaba en Isidro Casanova y que su hija había sido abatida en un enfrentamiento. 36 años más tarde (2014), Estela encontró ese bebé. ¿Dónde está hoy la democracia? En Argentina, al igual que en muchos países de América Latina, está en peligro. Las mujeres ya saben que no es su culpa, que no tienen la brújula, ni portan el pecado, que sus avances se pueden reconvertir en reproche y que su reputación no es una mala canción, pero también tienen un legado: salir a buscarla. A la democracia no se la deja abandonada.
Este texto fue publicado originalmente en el especial que celebró los 25 años de El Faro, "Democracia bajo fuego", organizado por la directora editorial y Premio Nacional de Periodismo de Chile, Mónica González.