Vamos a ubicar “las dos almas de los Estados Unidos” en dos espacios geográficos tan diversos como las costas (de mayoría demócrata) y lo que está en el centro geográfico de este enorme continente, que le pertenece electoralmente a los republicanos.
Pero hay una certeza: el optimismo que durante décadas acompañó estas “almas” norteamericanas parece hoy un recuerdo lejano.
Porque, independientemente del triunfo de Donald Trump en noviembre, no vemos la posibilidad de grandes cambios en el horizonte respecto a la situación internacional.
¿Por qué decimos esto? Existen razones históricas y razones contingentes.
Estamos hablando de un sistema creado para prescindir de la política en el sentido en el que lo entendemos en Europa y Sudamérica. Los Padres Fundadores, que no eran exactamente las mentes más brillantes de su época -más bien la propaganda nos los sienta delante como tales- sí tenían una idea bien clara en la cabeza: temían el sentimiento y la incontinencia emocional de la política. Querían que este nuevísimo país pudiera prescindir de ella. Y más o menos lo lograron; la política ha sido más bien un aspecto marginal de la vida pública norteamericana.
En los momentos de mayor crisis, sin embargo, es fascinante cómo la política en Estados Unidos aumenta su importancia; como si fuese necesario utilizarla como válvula de desahogo para convencer a la opinión pública mundial (no solo norteamericana) de que cambiará la clase dirigente, cosa que en realidad solo ocurre de manera especulativa y mediática.
Los presidentes norteamericanos pocas veces son tan decisivos en la toma de decisiones como lo son el Deep State, el poder financiero, que financia los partidos y las campañas electorales; la industria de las armas (la más grande del planeta), que mantiene el ejército más caro, preparado y poderoso del planeta; el Pentágono y los Servicios Secretos, entre otros órganos estatales y paraestatales, que dictan la agenda de Exteriores del país. En este caso, la agenda de un imperio.
Esta es la matriz histórica de un país que, en lo inmediato, vive una profunda crisis de identidad. Estados Unidos está buscando su lugar en el mundo. ¿Debería seguir siendo el gendarme del planeta, el país que dirige la Humanidad?
Otra pregunta podría ser ¿A quién dejarle la incumbencia de sostener su sistema global? Un sistema compuesto teóricamente por 8 mil millones de personas… ¿Debe seguir manteniendo la globalización con todas las muertes, los gastos, los sufrimientos que infringe a sí mismo y a los demás? ¿Debería tercerizar todo esto a sus clientes (Israel, Arabia Saudí, la Unión Europea) y abandonar del todo la globalización?
El sistema de control imperial estadounidense se llama Globalización, que no es un sistema económico; es militar, y es la manera con la cual los Estados Unidos imponen su voluntad imperial a todo el mundo.
Esta profunda crisis de identidad, junto con la matriz histórica original, determinan este momento al punto que, según las encuestas, un cuarto de la población estadounidense teme una guerra civil.
Misión imperial
Otro aspecto para analizar lo que ocurre en Estados Unidos tras la victoria de Trump es que no podemos seguir imaginando que las elecciones norteamericanas se desenvuelven como en cualquier otro país de Occidente. Los Estados Unidos son un imperio. La matriz central de los imperios no son el Padre Nuestro, el Agua Bendita o la Seducción Moral. La matriz de un imperio es la violencia, ligada a la imposición de sí con los otros y consigo misma.
Esta matriz se mantiene a través de la “Pax” y no de la “Paz”. La palabra Paz, que usamos todas y todos muchísimo, es la paz universal, cristiana, un estado casi mental. La Pax, que es lo que existe ahora, pasa más bien por el control y la mantención de la tranquilidad en los territorios de quienes son los Estados Clientes de Estados Unidos, o sea América Latina, Europa, y partes de los otros tres continentes, como Corea del Sur, Japón, Australia o Marruecos.
Si ponemos atención, con la excepción de Israel, en ninguno de los territorios de los aliados de los norteamericanos hay conflictos armados activos, como en los de quienes no lo son. Esto es muy interesante. La mantención de esta maquinaria no se deja en manos de una clase política que cambia cada cuatro años. Esto lo sabían los Padres Fundadores.
La proliferación de las armas en Estados Unidos tiene que ver con esto. Por una parte, está el carácter individualista de la sociedad, y por otra, la necesidad de que esta sea violenta y esté armada. El rol violento que los norteamericanos tienen en el extranjero sería difícil de mantener si no fuera ésta una comunidad violenta dentro de sí misma, evidentemente.
Otra característica de los imperios o de los países que tienen una proyección imperial, como Turquía, Rusia, China, Estados Unidos o Irán, es la pobreza democrática. Rusia y China por ejemplo, claramente no son democracias occidentales, como no lo son la República Islámica en Irán o la Turquía de Erdogan. Todos estos fueron o son imperios.
Estados Unidos es un país en el cual los votos no son todos iguales. Si naces en California tu voto tiene una validez distinta respecto a si naciste en North Dakota o en Iowa. De facto, en estos estados digamos desconocidos, más bien más pobres y con menos habitantes y por ende, menos PIB, el voto vale menos. Es así.
Y ahora, México
Durante la campaña electoral que terminó con la victoria de Trump, fue central el tema de la frontera con México, y la construccióon de un muro.
Desde hace más de un siglo, este es un tema históricamente muy sentido por los estadounidenses. Hablando de Trump directamente, uno de los primeros temas de migración que se discutieron en Estados Unidos fue el de los migrantes alemanes, como él mismo.Hoy los descendientes de esos migrantes son la mayoría de los blancos norteamericanos, pero a finales del 1800 y principios del 1900 este fue un enorme tema. Entre las dos guerras, incluso más allá de ese período. Los encerraban en campos de concentración, para quienes no lo sepan, o de reeducación. No los mataban sino que los asimilaban.
En la actualidad sucede algo más, porque gran parte de la migración, por lo menos la primera cepa, es mexicana, lo cual agrava la situación. ¿Por qué? Por dos razones: la primera es que los mexicanos no son blancos, y el racismo en Estados Unidos no es una novedad. La segunda es porque, por primera vez en su historia, tienen que lidiar con un enorme grupo migratorio (más de 50 millones de gringos son de origen mexicano) cuya madre patria no está al otro lado del Atlántico o del Pacífico, sino más bien al otro lado del río.
Esta característica, según la interpretación local, hace muy difícil la asimilación, que necesita romper el cordón umbilical con la madre patria originaria del migrante, que por lo demás hace no más de 200 años poseía el sur de los Estados Unidos, desde Texas hasta California. Estos estados eran parte de México hasta 1848. O sea, ayer.
Hay dos elementos antropológicos que es necesario afrontar. Quienes se identifican con Trump y quienes se identifican con Kamala Harris, o sea las dos almas que compitieron en las pasadas elecciones norteamericanas. Cada uno parece deslegitimar ideológicamente, incluso étnicamente, al otro.
Por una parte se habla de valores americanos; son un espacio del alma, como cualquier valor. Pero aquí estamos en un imperio, entonces el elemento mesiánico, incluso milenarista, está estrechamente ligado a la historia del trumpismo y en general de la derecha gringa. Es difícil que el otro set valórico pueda desgastarlo. Al frente, Kamala, que parecía tener la intención (no lo sabremos porque no ganó) de reiniciar estos valores, como cuando se bloquea tu computador y lo reinicias para ver si se arregló.
He escuchado a los derrotados en entrevistas, decir “me voy a Canadá”. Es muy interesante esto. Cuando los estadounidenses -y a los chilenos se nos escucha decir mucho esto también- pierden las elecciones, la imposición de sus propios valores, amenazan con irse, en el caso gringo a Canadá. Pobre Canadá, agregaría yo. Quienes quisieran hacerlo, ojalá sepan que Canadá ni siquiera es un país soberano y formalmente todavía está bajo la Corona Británica…Para un estadounidense es un fracaso ideológico tener que acabar en un lugar así.
Indiferencia internacional
La política exterior tuvo un rol relativo en el resultado de las elecciones de noviembre, con la excepción quizás de Medio Oriente y la crisis gravísima que ahí se desencadenó durante el gobierno de Biden.
A los estadounidenses no les interesa lo que hacen fuera de Gringolandia, esto hay que meterlo en nuestras cabezas. Lo que resulta increíble, absolutamente increíble.
La profunda crisis de identidad que generó la victoria de Trump nace de la relación que tienen los Estados Unidos con el mundo. Y es natural que los norteamericanos no se den profundamente cuenta de ello.
Quienes nos ocupamos de geopolítica, hacemos en el fondo un análisis de las psicologías colectivas de una sociedad, para lo que hay que conocer la lingüística, la historia, las costumbres, los amores y odios. Como cuando te sientas en el sillón del psicólogo. Como paciente te vas dando cuenta de lo que te está atormentando, pero solo el que está trabajando de los dos puede decirte: “Mira, tú tienes un problema con ´x´, pero en realidad el origen de tu problema es ´y´”.
De facto los norteamericanos, como sociedad, están en el diván del psiquiatra, más que del psicólogo. El 30 por ciento de la población adulta en Estados Unidos ha sido diagnosticada con depresión clínica, según la American Psychiatric Association. Ni hablar de los problemas de drogas u otros similares. Esto no los hace mejores o peores que otros, es claro.
Los norteamericanos creen que sus problemas son de carácter interno, una crisis valórica que lleva al que creían que era el país más libre y más potente del planeta, a ser gobernado por algo que parecía no existir, algo que más bien lo querían encerrar en una clínica psiquiátrica para no tener que hacer terapia ellos mismos, o sea Trump.
Creen que la lucha es por el aborto, por ejemplo. O por los derechos de las mujeres.
Pero la crisis norteamericana surge del rol que deberían o no tener en el mundo. Un rol de gendarme que ejercieron por varias décadas, como decíamos al principio. Se dieron cuenta que el mundo no los quiere, no los ama.
Este es el centro de todas las discusiones que tienen entre ellos. Trump dice “tenemos que quedarnos en casa, el mundo nos debe disculpas, no le debemos nada al mundo. Traigamos de vuelta nuestra manufactura, no hagamos más guerras, obliguemos a la OTAN a pagar sus gastos, pongamos aranceles enormes a los que quieren exportar hacia aquí”.
Estos fueron los discursos de su campaña electoral, que tienen que ver sobre todo con economía, pero al centro de todo esto hay algo que quien está dentro del contexto no puede percibir, y que en el fondo es el gran dilema filosófico de todos nosotros: ¿Somos parte de la cura o la enfermedad?
Los electores norteamericanos no se dan cuenta que su crisis de identidad tiene que ver con cómo ellos son percibidos desde fuera de su territorio y qué les llega a ellos desde más allá de sus fronteras.
El tema interno es la economía, arista totalmente ilusoria pero importantísima. Para muchísimas personas, la desindustrialización del país y la emergencia habitacional tuvieron efectos dramáticos. La vida en ciertas partes de Estados Unidos se hizo de verdad precaria. Un nivel que no se recordaba desde la crisis de 1929.
Hay muy buenos documentales, por ejemplo, sobre las ciudades camper instaladas en el desierto de Nevada, y también películas de ficción acerca de las condiciones de vida de quienes tienen que desplazarse de sus propias casas y vivir en autos, ganando sueldos que en otras partes del mundo le permitirían vidas bastante dignas.
Para más información recomiendo leer “Las uvas de la ira” (The Grapes of Wrath), libro de John Steinbeck, o para los flojos como yo la película de John Ford con el mismo título protagonizada por Henry Fonda y la maravillosa actriz, una de mis favoritas, Jane Darwell.
Hay una creciente pobreza paradójica en Estados Unidos.
Nueva relación con la muerte
Los estadounidenses están deprimidos. El 30 por ciento de la población ha sido diagnosticada con depresión clínica en 2023 por lo menos una vez en la vida. Tienen la tasa de suicidios entre las más altas del mundo occidental, desde 2022: uno cada 11 minutos, según el Instituto Estatal Suicide Data and Statistics.
Agreguemos una causa más a las ya listadas. La relación con la muerte está cambiando. En los últimos años, en las costas -las regiones ricas y progresistas- se reacciona a la depresión asumiendo la culpa. “Es culpa nuestra si los esclavos…Es culpa nuestra si los palestinos… El machismo es culpa nuestra. Destruyamos las estatuas de nuestro pasado, l wokismo y todo lo que es ridículo, como en cada anacronismo.” Y en esta parte de Estados Unidos se está descubriendo la cremación.
La cremación nunca ha sido una técnica funeraria de los Estados Unidos. Actualmente, el 80 por ciento de los muertos en el estado de Washington, en el oeste costero en la frontera con Canadá, son cremados, según Dario Fabbri, director de la revista de geopolítica humana, Domino. En el resto del país se embalsaman los cadáveres. Casi para negar la muerte. Los estadounidenses son embalsamados normalmente, para que la última mirada con el difunto sea viable y agradable. Esto en el 90 por ciento en las zonas no costeras del país. Casi como los reyes medievales.
Todavía se cree en el maximalismo en las zonas favorables a Trump de Estados Unidos. Las costas descubrieron la cremación. Si se quiere, disponen de los muertos rápidamente. ¿Por qué hago este punto? Porque a través de la depresión se arriba al reconocimiento o no de la muerte y este no es un detalle cualquiera. Un imperio que cree tener siempre un destino luminoso ante sí, niega la muerte. Los norteamericanos la negaban y la siguen negando en el centro del país. Pero la están descubriendo en las costas.
Entonces ¿por qué la zona más wokista de Estados Unidos, en las costas, vive de culpa y sostiene una agenda política como la de Kamala Harris, mesiánica e intervencionista, y el otro lado, el del interior, la profunda y bárbara Gringolandia, la que estaba más lista a mandar sus propios hijos a morir en batalla, es favorable a retirarse de los esfuerzos bélicos de los Estados Unidos? ¿Por qué esta contradicción?
Los Estados Unidos de Kamala Harris, que dice “le debemos cosas al mundo, como devolución al mundo por lo hecho en el pasado”, cree igual y en buena fe por así decirlo, que debe ayudar al mundo. Redimir la Humanidad, para este sector, no significa humillarla. No significa destruirla. Significa de verdad pensar que “los iraníes necesitan nuestra ayuda, que los rusos necesitan nuestra ayuda”, y es un drama. “La guerra como último sacrificio moral que podemos donar a la humanidad entera, la vida de nuestros jóvenes y nuestros hijos en una batalla por la humanidad”. Lo creen, de verdad. Y lo han hecho también.
Los Estados Unidos de Donald Trump dicen “el mundo no nos merece". “Es un mundo de pillines que han estado viviendo sobre nuestros hombros”, todo esto que conocemos de la retórica trumpista; sustancialmente que se las arreglen entre ellos. Esta es la retórica. No vamos a gastar una gota de sangre ni sudor más para ayudar a un mundo que no nos merece o no nos reconoce como la Salvación.
Esta aparente contradicción es más bien consecuencia en las cabecitas de estas dos almas de Estados Unidos. No tendrá ningún aspecto resolutivo en lo que será la política exterior norteamericana, que no funciona sobre la figura del presidente o de quien esté al frente del poder político.
Como dijimos, Estados Unidos no vive de política como nosotros. Vive del imperio.