Crónica

Perfil: Marcela Trujillo, la reina del cómic en Chile


La invasión de la muchacha punk

Por primera vez expone su bestiario en el Museo Nacional de Bellas Artes con Vanity Fauna, donde critica los preceptos establecidos sobre el ideal de belleza, integrando a la tradición pictórica como Pedro Lira. Se ha vuelto popular con sus libros protagonizados por su alterego, Maliki. En esta crónica, el periodista Javier García Bustos sigue a la ilustradora y muestra cómo ha formado nuevas generaciones.

Eran los últimos años de la década del 80, de la dictadura militar, y Marcela Trujillo (1969) ingresaba a estudiar Arte en la Universidad de Chile. Por esos días Marcela, conocida hoy como Maliki, comenzó a ser una muchacha punk. Muy distinta a su perfil adolescente en familia, donde era una hija obediente, católica y bien portada, formada en el colegio Corazón de María, de la comuna de San Miguel. La joven punk que la sucedió se vestía de negro y carreteaba con su grupo de amigos hombres en la noche santiaguina. 

–Ser punk en dictadura era mostrar todo lo que no te gustaba de la dictadura –cuenta hoy Marcela Trujillo, quien se convirtió en una de las principales voces de la ilustración chilena contemporánea. 

Quizás no hubiese llegado a ese lugar si un compañero suyo de aquella época, Álvaro “Huevo” Díaz, no la hubiese invitado a integrar la revista Trauko, donde confluía la cultura pop y el underground local. En la publicación se podían leer reportajes sobre Roberto Parra, el grupo De Kiruza, Katherine Salosny y Roser Bru. 

Era el primer acercamiento de Marcela al trabajo de la ilustración y del mundo del cómic. Mientras la muchacha punk seguía estudiando, por las tardes iba a la redacción de Trauko. Hasta que se armó el escándalo. 

Álvaro Díaz era el encargado de los guiones y tenía unos gatos de personajes llamados Afrod y Ziaco, quienes protagonizaron la historieta dibujada por Marcela: una parodia sobre el nacimiento de Jesús, con la Virgen con sus piernas abiertas, titulada “Noche güena”, en el número 19 de Trauko, en diciembre de 1989. 

“El cómic atenta contra la fe, la moral y las buenas costumbres”, dijo entonces el Arzobispado de Santiago en un comunicado emitido en los noticieros. 

La revista fue censurada por la dictadura y la Iglesia. La edición fue requisada y retirada de circulación por orden judicial. Pero no se detuvo. Nada hacía presagiar que hoy la Sala Chile, del Museo Nacional de Bellas Artes, exhibiera a todo color por primera vez su obra. 

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Condorito, La Pequeña Lulú y El Pato Donald eran historietas que siempre estaban en el hogar de Marcela cuando niña. También revistas de moda, Reader’s Digest y National Geographic. Todo facilitado por sus padres, un comerciante y una dueña de casa y modista. 

Para titularse, en 1992, su tesis de grado fue la creación de una revista que tituló Brillo, donde hay historietas relacionadas con sus compañeros y profesores. En la portada, La Gioconda, de Leonardo da Vinci, pero con los accesorios de una muchacha punk. 

La revista Brillo es parte de los materiales que ahora Marcela Trujillo comparte con los visitantes, en Vanity Fauna, que se puede recorrer hasta el próximo 20 de octubre, en el Museo Nacional de Bellas Artes. 

–Quizás nunca he dejado de ser punk –afirma Maliki, en la Sala Chile, pintada ahora de rosado, donde expone rodeada del bestiario que creó. También son los protagonistas salvajes y tiernos de Vanity Fauna “Semanario del verde bosque”, una revista formada por un universo fantástico surgido de las antiguas publicaciones periódicas, donde vestidos victorianos son usados por “animalas femeninas”. 

Lo femenino está presente, pero con el humor y la ironía de Maliki, quien critica los preceptos establecidos sobre el ideal de belleza. “Yo misma, a veces, puedo ser muy poco femenina, creo que no siempre cumplo bien el rol de mujer (se ríe). Pero también cumplo muy mal el rol de adorno. No soy para nada la mujer ideal”, añade. 

“Las animalas femeninas” se lucen en los muros del Bellas Artes y brillan y sobresalen con el acrílico pastoso de la mano de Marcela, con sus capas moradas, vestidos verdes y pelos rizados, que parecieran estar en una dimensión tridimensional de un planeta queer. Algunos visitantes que llegan a ver la muestra, jóvenes de la mano, parecieran mimetizarse con el universo que ofrece Vanity Fauna

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La ilustradora Sol Díaz, quien conoció a Marcela hace 15 años cuando ambas eran profesoras de dibujo en Diseño, de la Universidad de Chile. 

La vio formando generaciones, haciendo clases, talleres a niñas, niños y adolescentes. 

–Lo que más admiro de ella es su trabajo incansable. Es una maestra, la reina del cómic en Chile y una formadora –dice. 

Un ejemplo es el de la diseñadora Melina Rapimán, quien hace veinte años tomó un curso con Marcela Trujillo: “Ella ya hablaba de cómic underground norteamericano”. De ahí surgió la revista Tribuna Femenina Comix, donde Melina trabajó por varios años. “Maliki es pop y eso le permite dialogar con las nuevas generaciones”.  

Junto a Marcela, Isabel Molina y Pati Aguilera, Sol Díaz realiza, desde 2017, la revista colectiva Brígida. La publicación es una vitrina internacional y un desafío ante los prejuicios que existían por hacer “monos” y no valorar la ilustración como parte de la labor artística. Además, Sol y Marcela, hace seis años conducen el podcast femenino La Polola, donde conversan con ilustradoras, editoras, comediantes y cantantes: han invitado, entre otras, a Catalina Bu, Isabel Molina, Natalia Valdevenito y Ana Tijoux.

Marcela se ríe cuando se entera de que la comparan con una reina. “Más que la reina del cómic en Chile, soy la mamá, o más bien la abuelita…”.

Algunos, como el escritor Francisco Ortega, quien acompañó el trabajo de Marcela desde sus inicios, creen que ella fue pionera en un arte tradicionalmente masculino. 

–Maliki inició un camino que nos tiene llenas de buenas y destacadas artistas. Y ellas no estarían ahí de no ser por Marcela –asegura. 

La ilustradora Paloma Valdivia coincide. 

–Nos abre caminos a todas. 

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A finales de los 90, Marcela Trujillo se instaló en Estados Unidos. Su objetivo era claro: quería ser mejor pintora, aprender y convertirse en la mejor profesional posible. Estudió en la Liga de estudiantes de arte de Nueva York y en el School of Visual Arts de la misma ciudad. Leyó muchas revistas y autoras relacionadas al cómic autobiográfico, como Phoebe Gloeckner, Aline Kominsky-Crumb, Jessica Abel y Diane Noomin. 

Fue en esa época que sus viñetas comenzaron a aparecer en publicaciones como The Clinic, El Desconcierto y Big Magazine. Ya de vuelta a Chile, además de dar clases, su obra fue expuesta en el Museo de Artes Visuales (MAVI), en la galería Gabriela Mistral, en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC), de Santiago, y en galerías de Nueva York y Washington. 

Pero no había llegado al Museo de Bellas Artes, donde convive la tradición, el arte más conservador y propuestas contemporáneas. 

El pasado 27 de junio se inauguró su exposición, Vanity Fauna

Ese día, había curadores, había ilustradoras e ilustradores, exestudiantes, amigos y amigas. Había, sobre todo, un público fiel que ha seguido sus obras de cerca en las últimas décadas.  

Quizás fue coincidencia, pero solo un par de semanas de la inauguración comenzó, en Chile, un intenso debate sobre qué debe estar expuesto o qué no en el Museo de Bellas Artes. La polémica empezó por el retiro de los marcos en obras insignes de su colección, luego fue creciendo –con más de 10 cartas al director en los principales medios del país, una columna, un reportaje y un editorial– hacia visiones refundacionales de la institución. Se trata de un conflicto histórico entre conservadores y el mundo del arte más contemporáneo. ¿Qué pensará el primer grupo de que una ilustradora llegue al principal museo del país?

Junto a las “animalas femeninas”, Trujillo incluye en Vanity Fauna algunas obras de autores de la tradición pictórica del museo como Pedro Lira (1845-1912), creador de pinturas célebres como la Fundación de Santiago. Pero no es esta última, la que Maliki coloca en la Sala Chile, sino otras pinturas de Pedro Lira y también de Cosme San Martín (1850-1906). 

–Yo invité a estos caballeros a mi fiesta –dijo Marcela el día que inauguró la muestra.

Ahí se ven antiguos cuadros, entre el rosado y el universo kitsch de sus obras, y reversiones de esas pinturas de Lira y San Martín, eliminando a los hombres que están en las obras originales. 

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Maliki cree que hablaba de feminismo sin saberlo. Se enteró de eso recién cuando publicó El diario íntimo de Maliki 4 ojos (2011) y Vilma Navarro-Daniels, académica que vive en Estados Unidos, lo tildó de feminista. 

En ese cómic, el personaje de Maliki se presenta como una “mujer cuarentona, soltera, rellenita, morena, madre de dos niñitas, pintora, dibujante y profe santiaguina, que no logra bajar de peso, encontrar su príncipe azul, ni ahorrar dinero”. 

Fue Vilma quien le dijo que una de las características del feminismo contemporáneo era hablar del cuerpo, pero ya no como un deseo-objeto. Era lo que hacía Maliki en sus historietas. Por esos años, Vilma invitó a Marcela a un congreso de escritoras feminista en República Dominicana. A su regreso, la ilustradora se dio cuenta de que su biblioteca estaba llena de libros firmados por hombres. Así fue como su biblioteca cambió al comenzar a leer a autoras mujeres. 

Hacia el final de la Sala Chile, en una de las pinturas de Vanity Fauna se puede ver a tres “animalas femeninas” leyendo en una biblioteca que tiene alfombra y pasto. El cuadro es imponente. Si el visitante se acerca a los lomos de los libros leerá, entre otros nombres, a Judith Butler, Francisca Solar, Alejandra Matus, Paulina Flores, Las Tesis, Pía Barros, Andrea Kottow, Lucia Berlin, Virginie Despentes, Jane Austen, Clarice Lispector, Simone de Beauvoir, Alejandra Pizarnik, Ursula K. Le Guin, Virginia Woolf y Elena Ferrante.

–Para mí la puerta de entrada al feminismo fue la literatura. Esta pintura es también un agradecimiento –dice Marcela y cuenta que sus hijas, Lulú y Lupita, crecieron participando en esta nueva ola del movimiento feminista. 

–¿Cómo fue trabajar con revistas para Vanity Fauna?

–En el mundo de la belleza y de la idolatría, yo no me siento representada. Y las revistas eran eso. Eran un mandato de cómo una debía ser, vestir y actuar, soslayadamente, claro, porque eran revistas que contenían también entretención. Traían el horóscopo, poemas y recetas. Este es el origen de que las mujeres deben ser adornos: a estas mujeres les debía gustar la naturaleza, no tenían derechos, no podían votar, pero no debían olvidar sobre todo que tenían que ser dueñas de casa. Es el origen de lo que yo he luchado toda mi vida, quizás sin lograrlo.

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En su infancia, Marcela sentía que no era tan linda, que no era tan buena hija. Sentía que no era suficiente para nada. Pero cuando dibujaba a las personas les gustaba su trabajo: 

–El dibujo fue sinónimo de aceptación. El dibujo era mi lenguaje. 

Tras publicar con éxito novelas gráficas como El diario iluminado de Maliki 4 ojos; Maliki en tinta china; Ídolo, una historia casi real, llegó el turno de Diario oscuro, en 2019. Ahí habló de miedos, depresión, terapias alternativas y por primera vez del secreto que guardó por más de tres décadas. Ahí plantó la semilla de su nuevo libro, El viaje de Nina (Reservoir Books), un alucinante recorrido por las emociones y el cuerpo. 

En el Diario oscuro, utilizó el humor para hablar de una violación que sufrió. Ahí narra con metáforas visuales hechos escabrosos que ocurrieron cuando era una muchacha punk sin prejuicios aún viviendo bajo la dictadura pinochetista. Maliki estaba carreteando con sus amigos en el Parque Forestal, y en un momento se quedó dormida sola en una banca. La detuvieron y la violaron. Ese hecho tuvo consecuencias inesperadas para ella: quedó embarazada y sus padres la ayudaron a abortar. Todo se transformó en un secreto que guardó por más de tres décadas. 

–Yo aborté esa guagua y en Chile aún el aborto es un delito –dice.     

El viaje de Nina transcurre dentro del cuerpo femenino. Nina es una cuidadora de mitocondrias, aquellos pequeños órganos que aportan la energía a las células y les permiten respirar. Nina vive en la retina de un ojo, de donde nunca ha salido, pero todo cambiará cuando es requerida para una inolvidable misión junto a sus amigas. Para su creación, Marcela consultó con expertos en biología, bioquímica y biotecnología. Necesitaba entender a los preadolescentes y también la menopausia, que le llegó hace seis años.

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Marcela no se detiene. Es una ilustradora inquieta y creativa, que siempre está llenando croqueras y cuadernos con ideas y mundos nuevos por desarrollar. Ahora ya comienza a trabajar en un libro inédito después de El viaje de Nina, donde también hay ecos de su biografía. Aún no define el formato exacto. Pero ya sabe que tendrá mucha reflexión y comida. 

–Esas dos animalas gordas que están ahí –dice apuntando dos pinturas, de una gran elefanta y una osa, en la Sala Chile, del Museo de Bellas Artes– tienen relación con mi nuevo proyecto. Yo crecí en un hogar y en una sociedad súper gordofóbica, pero cuando me di cuenta de que yo también era gordofóbica, supe que era un odio a mí misma que no podía ser. Creo que es un libro que me debo. 

Lo dice mientras los jóvenes llenan aún más la sala donde están sus pinturas, en el principal museo de Chile. Casi todos se toman selfies y hacen historias para sus redes sociales junto a los cuadros de la artista, a quien la mayoría reconoce cuando pasan a su lado.   

–¿Cómo es la vida en viñetas?

Marcela Trujillo se detiene un momento antes de contestar. Lo sabe: transforma la realidad, de luces y sombras, en un mundo dibujado. Con monstruos y personajes que viajan, juegan y sobreviven. En sus historietas confluyen el amor y el dolor, las alegrías y los sinsabores de la vida. 

Finalmente responde: “Todo lo he puesto en mis cómics, porque es el lugar seguro que tengo para reflexionar sobre lo qué me pasa y experimento. Por eso me encanta trabajar en las novelas gráficas, pero igual es peligroso, extraño, en el sentido que una queda expuesta”.  

Fotos: Denisse Leigthon y Álvaro de la Fuente