Transformaciones sociales y búsqueda de mayorías


La nueva izquierda chilena en la sala de espera

El dilema de la nueva izquierda parece análogo al tradicional dilema electoral del socialismo, dice el investigador Noam Titelman: ¿Cómo expandir la base de apoyo a los sectores populares sin dejar de encarnar las luchas interseccionales que la izquierda tradicional relegaba a segundo lugar? ¿Cómo seguir defendiendo las causas progresistas y a la vez no entregarle a la derecha religiosa a los votantes populares de posiciones más conservadoras? Independiente de las dificultades, dice, hay esperanza de llegar al número soñado.

En el invierno de 2022, una de las principales revistas de los socialistas democráticos de América, Jacobin, lanzó un número especial titulado “La Izquierda en el Purgatorio”. La portada de este ejemplar mostraba una sala de espera. En esta sala se encontraban, sentados debajo de un reloj, los líderes icónicos de su movimiento: Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez e Ilhan Omar. 

En el editorial, Bhaskar Sunkara planteaba que el socialismo democrático estadounidense había logrado un gran apoyo en jóvenes de clase media con educación universitaria, pero estaba teniendo dificultades para expandir su base de apoyo más allá de este grupo. El interregno, representado por la sala de espera de la portada, podía ser un lugar peligroso porque existiría la tentación de estancarse en él. 

Solo con la clase media joven la izquierda se veía condenada al purgatorio de tener suficiente fuerza para estar en el debate público, pero no ganar elecciones y llevar a cabo las transformaciones que buscaba alcanzar. Sunkara hace así un llamado a redoblar esfuerzos para convocar a los sectores populares. En particular, en base a algunas cifras de opinión pública, sugiere que, sin abandonar las luchas de reconocimiento de las diferencias de grupos subalternos en la sociedad, enfatizar las agendas de redistribución universal podría fortalecer el apoyo de esta nueva izquierda en el mundo popular.

Existen considerables diferencias entre la política y la sociedad chilena y estadounidense. No obstante, la idea de una nueva izquierda en un purgatorio, en un interregno, parece tener alguna resonancia en nuestro país también. Una izquierda que ha crecido al calor de una serie de luchas descuidadas por la izquierda tradicional, pero, a la vez, que está lejos de generar las mayorías necesarias para llevar a cabo las transformaciones que propone.

Piénsese, por ejemplo, en las elecciones presidenciales en que terminó siendo electo el actual gobierno. En la primera vuelta presidencial de 2021, esta nueva izquierda, en su versión pura, obtuvo un 25%. Un porcentaje enorme para lo que había conseguido históricamente, pero, a la vez, muy lejos de ser un proyecto de mayoría, lo que se reflejó, también, en una baja presencia en el congreso.

Según un estudio de Argote y Visconti, los votantes de primera vuelta del presidente Boric tendían a ser más jóvenes, tener educación universitaria y pertenecer a la clase media. Además, se concentraron en grandes urbes, sobre todo la Región Metropolitana. Para ganar en segunda vuelta, esta candidatura tuvo que apelar a un mundo de votantes muy diferente en términos de clase y educacionales, aunque seguía fuertemente concentrado en jóvenes y en zonas urbanas. Los que se sumaron en segunda vuelta al apoyo de la candidatura del Frente Amplio, además, habrían sido algo más moderados que los de primera vuelta, tanto en temas económicos como sociales, pero mucho más distantes de las posiciones de los votantes de Kast. Los votantes de segunda vuelta del presidente Boric claramente tenían muchas más diferencias con Republicanos que con el Frente Amplio y, en alguna medida, el voto de segunda vuelta también fue un voto anti-Kast. 

Los desafíos que ha enfrentado esta nueva izquierda en el gobierno han tenido que ver con el esfuerzo de consolidar a estos votantes que dieron su apoyo de forma “prestada”, en parte movilizado por rechazo a la alternativa de José Antonio Kast, pero que no necesariamente compartían todo el ideario del nuevo gobierno. ¿Cómo expandir la base de apoyo sin perder el apoyo original?

La izquierda ha crecido al calor de una serie de luchas descuidadas por la izquierda tradicional, pero, a la vez, está lejos de generar las mayorías necesarias para llevar a cabo las transformaciones que propone.

Tras el plebiscito constitucional del 4 de septiembre de 2022 y las elecciones del 7 de mayo de 2023, esta fuerza política se enfrentó a los demonios de esa pregunta en una versión mucho más radical, exacerbados por la incorporación de entre cuatro y cinco millones de nuevos votantes. Electores que, según los estudios disponibles, en su gran mayoría votaron por el rechazo en el plebiscito y republicanos en las elecciones de consejeros constitucionales.

Aunque aún falta mucho por estudiar a estos nuevos votantes, según el estudio longitudinal del COES, por una parte, los nuevos votantes profundizan una posición anti-política o anti-elite, con aún menos identificación en el eje izquierda derecha y una fuerte percepción de abusos por parte de la elite. Por otra parte, el desafío que se le presenta al progresismo en este contexto es que muchos de estos votantes nuevos, presentes en sectores populares, se han mostrado en sintonía con algunos elementos del discurso republicano. Estos votantes muestran posiciones más conservadoras o tradicionalistas en los así llamados “temas sociales” (como el combate a la delincuencia, la inmigración y el aborto). Si ya era difícil apelar a los votantes de la segunda vuelta en el padrón original, ¿cómo hacerlo con el nuevo mundo de votantes que parece aún más distante?

La respuesta no es simple, pero una cosa es segura: El progresismo no tiene nada que ganar con el antiprogresismo. En el interregno en que se encuentra la izquierda emergen dos monstruos igualmente peligrosos. La tentación de quedarse paralizado en el nicho original y la de abandonarlo completamente, creyendo que adoptando las posiciones de fuerzas políticas reaccionarias se logrará crecer. En realidad, una izquierda antiprogresista difícilmente competirá con la versión original, que siempre será preferida a la copia. El desafío de esta nueva izquierda implica no retroceder ni restar.

En algún sentido, este es un viejo dilema de la izquierda. Como explican Przeworski y Esping-Andersen, a lo largo del siglo XX los partidos de izquierda tuvieron que lidiar con el “dilema electoral del socialismo” y optar entre dos caminos. El primero consistía en permanecer como partidos puros en su esencia de clase trabajadora, pero, dado que en ninguna sociedad de occidente el proletariado superaba el 50%, estaban condenados a no superar nunca el umbral de la mayoría electoral. El segundo era diluir sus identidades y convertirse en partidos de “los pobres, los asalariados, las mayorías o, simplemente, ciudadanos”. Además, esto implicaba aceptar las reglas del Estado de derecho y la gradualidad de cualquier cambio progresista.

Es decir, el dilema de la nueva izquierda parece análogo al tradicional dilema electoral del socialismo: ¿Cómo expandir la base de apoyo a los sectores populares sin dejar de encarnar las luchas interseccionales que la izquierda tradicional relegaba a segundo lugar? ¿Cómo seguir defendiendo las causas progresistas y a la vez no entregarle a la derecha religiosa a los votantes populares de posiciones más conservadoras?

No hay una solución simple. Los que planteen una dicotomía absoluta entre agendas de reconocimiento de la diferencia y redistribución igualitaria están condenando a la izquierda a o mantenerse en el purgatorio o retroceder. La solución necesariamente implica asumir un posición que incluya ambos elementos, que se mantenga firme en el avance de los derechos de reconocimiento de la diversidad de grupos subalternos y que potencie una agenda de redistribución universal, a la vez que se reconoce y respeta el valor de la tradición para los sectores populares. 

El progresismo no tiene nada que ganar con el antiprogresismo.

A cinco décadas del golpe de Estado, bien valdría recordar el llamado de Enrico Berlinguer, quien, ante el horror dictatorial en Chile, llamaba a las mayorías más amplias y diversas posibles para enfrentar a los avances reaccionarios y defender los avances del progreso democrático en libertad. Esas mayorías necesariamente involucrarán a personas muy diferentes. Después de todo, para que el 38% que el progresismo ha obtenido en las dos últimas contiendas electorales sea mayoría, habría que sumar a 1 de cada 5 votantes del rechazo y las listas de derecha. Berlinguer llamaba a buscar “cada forma posible de acuerdo entre las fuerzas populares”, recordando que las mayorías sociales necesitan ser mucho más amplias que las meras mayorías electorales. Además, el propio Berlinguer lideró una serie de acuerdos tripartitos entre trabajadores, empleadores y Estado, que permitieron avances relevantes.  

El desafío de responder a estas preguntas no es meramente abstracto. Un ejemplo claro de esto fue el proyecto de jornada laboral de 40 horas de semana laboral, que, como explicó la ministra del trabajo Jeannette Jara, era un proyecto profundamente profamilia, al permitirle a los hogares tener más tiempo de encuentro. Que Republicanos haya votado en contra de este proyecto saca a la luz las contradicciones de este sector político que se auto-declara profamilia. Esto será clave cuando se discuta este año reformas cruciales para el gobierno, como la tributaria y de pensiones, otro ejemplo de reformas que requerirán el apoyo de muchos diferentes.

El purgatorio está lleno de monstruos al acecho, pero aquí, a diferencia del infierno, hay esperanza. En cualquier momento podría salir el número y terminar la expectativa en la sala de espera. No suena mucho, pero lo es.