Ensayo

Las calles, un refugio de la memoria


La violencia en el espacio

En el paisaje de infraestructuras, conmemoraciones, imágenes, símbolos y prácticas producidos en el contexto de gobiernos autoritarios en América Latina, Chile es tal vez el país que con mayor elocuencia y claridad expresa las vinculaciones entre el pasado reciente y el presente, dice Carlos Salamanca. A la vez, es también el laboratorio de innovadoras iniciativas que se han propuesto impugnar ese pasado autoritario, poner en evidencia sus legados y desenmascarar los desacordes y estridencias de la melodía neoliberal.

Cae la tarde en un salón de la Universidad de Chile y una mujer evoca emocionada las historias del barrio La Victoria. Está descalza. Tiene sus zapatos y sus calcetines mojados. Una inusual tormenta no solo retrasó su llegada a la universidad, también inundó las calles de algunos sectores de la ciudad que con sus enormes edificios de apartamentos diminutos parece poco preparada para tanta lluvia en tan poco tiempo. A su lado, se encontraban otras pobladoras que habían venido desde ese icónico lugar de Santiago a hablar de la historia del barrio, de las tomas de tierras, de las disputas con la policía y luego de los tiempos difíciles de la represión. Un régimen que se extendió mucho tiempo y que aún persiste en el presente con distintos legados. De las experiencias de los habitantes de La Victoria y de otros barrios populares de Santiago y Concepción, da cuenta el proyecto Allanamientos masivos y resistencias territoriales dirigido por la socióloga Oriana Bernasconi en el que, con mapas, infografías y un documental, se da cuenta de la manera en la que el allanamiento se convirtió más que en una política de seguridad, en una forma de castigo sistemático, recurrente y ejemplarizante, una forma de gobierno de los sectores populares. Allanamientos fue expuesto en Buenos Aires, ahora está en Santiago, como parte de la exposición Huellas. Proyecciones de la Memoria en el salón de la Universidad de Chile en el que la memoria de La Victoria estaba siendo evocada.

*

El 11 de septiembre la cita era en el Estadio Nacional. 50 años antes funcionó allí uno de los mayores centros de detención, tristemente célebre por lo que significaba utilizar las instalaciones deportivas para tareas represivas; camerinos, graderías, el estadio mismo en este día de conmemoración es un enorme lugar de memoria. Ese día, el tejido de “Sangre de mi Sangre” fue dispuesto, como parte de una acción feminista y situada de memoria, en el camerino en donde decenas de mujeres fueron detenidas y a partir de allí conducidas a distintos circuitos de represión, tortura y muerte. Hasta allí llegó desde Guadalajara, México, en donde nació en 2018, promovida por una la colectiva Hilos. Desde el camerino, los hilos del tejido se extienden a otros ex-centros clandestinos, a universidades y plazas en donde se tejen la palabra y los vínculos entre pasado y presente, entre distintas generaciones pasándose la posta de la memoria. Afuera, una multitud se agolpa a las puertas del estadio, mientras comparsas animan con sus bailes y sus cantos las conmemoraciones. La estatua de Fernando Riera, exentrenador de fútbol, situada justo en el centro de donde se reúne la mayor cantidad de gente es convertida con el artilugio de unos anteojos, puestos medio a las corridas, en la cabeza de Allende y en su símbolo. 

*

Por esos días, todo Santiago se había convertido en un gran laboratorio diverso de prácticas de memoria a diferentes escalas. En una conferencia Alfredo Jaar conecta su ¿Es usted feliz? con otras obras en las que denunciaba la impunidad de Kissinger y las amenazas del apetito del capital por las tierras raras. Las guerras venideras, dijo. Más de 100 personas se dan cita en las graderías externas del Museo de la Memoria para cantar el repertorio irremediablemente nostálgico de las canciones de la revolución democrática. Miles de mujeres vestidas de negro iluminan la noche, caminando en silencio convocadas bajo el lema “Nunca+ La Democracia Bombardeada”; al partir, dejan el entorno de La Moneda iluminado con cientos de velitas puestas sobre el piso. Con luces y sonidos Delightlab hace latir el Centro Cultural Gabriela Mistral la noche del 11. El mismo edificio creado para acoger a la UNCTAD y que evoca como ninguno la utopía en construcción que significó la Unidad Popular; construido en tiempo récord por obreros trabajando a triple turno y cobrando lo mismo que arquitectos e ingenieros; con puertas, escaleras, ventanas y luminarias convertidas en arte para el pueblo; con la icónica chimenea de Maruenda preservada gracias a los vapores del comedor popular que funcionó brevemente en el subsuelo. Y los latidos y las luces del 11 hablan del terror que vino con Pinochet convirtiendo el edificio en sede de su gobierno después de haber destruido La Moneda. Y los latidos y las luces desentierran también brevemente el sentido del edificio hoy borroneado por una lógica neoliberal permeando los circuitos del encuentro, el arte y la cultura. 

*

Con las comparsas que cantan a Parra, los chinchineros, las trompetas, y también los partidos políticos, las familias, las mujeres, las disidencias, por esos días una gran marcha parecía encenderse aquí y allá en varias esquinas de la ciudad. Un recorrido por el barrio República propuesto por “Cartografías de la Memoria”, da cuenta del desembarco de la Central Nacional de Informaciones (CNI) después de que la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) fue desarmada en 1977 como consecuencia del intento de hacerse a una fachada más lavada del represivo del gobierno. Violencia clandestina desbordando los límites de las casas, haciéndose del barrio y generando un agudo proceso de transformación. Allí, las cartografías acompañan los rastros en las calles y las viviendas que durante varios años fueron sede del circuito de la violencia clandestina impulsada por los represores. 

*

Fui a Santiago de Chile, en el marco de estas conmemoraciones, que como se dice en otra nota, irradian a todo el Continente. La exposición “Huellas. Proyecciones de la Memoria” realizada en la Facultad de Arquitectura de la U de Chile retoma un proyecto más amplio y anterior en el que venimos trabajando en torno a las políticas urbanas y territoriales en contextos autoritarios. En efecto, La Violencia en el Espacio y una pregunta común acerca de las prácticas narrativas, visuales, discursivas, museográficas para impugnarla, nos han permitido trabajar de manera mancomunada y colaborativa, desde ambos lados de la cordillera, en aproximaciones con la que queremos proponer otras perspectivas frente a la memoria de los pasados autoritarios en el pasado reciente.

Por esos días, todo Santiago se había convertido en un gran laboratorio diverso de prácticas de memoria a diferentes escalas. En una conferencia Alfredo Jaar conecta su ¿Es usted feliz? con otras obras en las que denunciaba la impunidad de Kissinger y las amenazas del apetito del capital por las tierras raras. Las guerras venideras, dijo.

Con acciones artísticas y performáticas que activan memorias presentes en la ciudad, Cómo se recuerda un Crimen propone la pregunta acerca de la Villa San Luis, un emblemático proyecto de vivienda con el que el gobierno de la Unidad Popular intentó romper la segregación urbana en la ciudad. ¿Qué hacer con esos legados? ¿Qué lugar para esos pasados presentes? Entre las trayectorias auto-satisfactorias imaginadas por las inmobiliarias con respecto a la construcción de la ciudad y las narrativas comunitarias y populares que muestran que muchas de las (in)justicas espaciales del Santiago de hoy tienen mucho que ver con esos pasados autoritarios, hay claramente disputas de sentido que tienen que ver con el pasado, pero también con el presente. 

*

Para las políticas de la memoria y las demandas de memoria, verdad y justicia, la ola internacional de gobiernos y tendencias de derecha y conservadoras, claramente representan una amenaza. En toda América Latina impulsan negacionismos, relativizaciones de la naturaleza autoritaria de esos gobiernos, tergiversaciones y mentiras. En Chile, por ejemplo, representantes de los partidos políticos de derecha durante esos días intentaron deslizar que el golpe dictatorial de Pinochet habría sido responsabilidad del gobierno democráticamente elegido de Allende y de la Unidad Popular. Incluso en España, sectores sociales rechazan los avances en la reconstrucción de la memoria histórica por supuestamente impulsar “relatos fraudulentos”. En la misma línea hace ya algunos años, Bolsonaro reivindicaba con cinismo al torturador de Dilma Rousseff. Algo similar se generó recientemente en la Legislatura en la ciudad de Buenos Aires, con un (nuevo) intento de relativizar los crímenes de Estado reeditando la teoría de los dos demonios. 

No hay lugar para la ingenuidad. Sería equivocado pensar que en este movimiento global a la derecha carece de una estrategia articulada, con apoyos de sectores que les interesa no solo la impunidad sino también la radical desregulación de las leyes del trabajo, del mercado cambiario y la eliminación de cualquier obstáculo a la movilidad de las finanzas y las mercancías. En ese cruce de intereses se encuentran. Es cierto. Indigna la desparpajada exhibición de la impunidad, los último “secretos” de la CIA, la diligencia con que las fuerzas de seguridad desempolvaron los manuales de contrainsurgencia para hacer frente a las movilizaciones. Pero tal indignación debería tal vez venir de la mano de una profunda revisión acerca de los contornos, las lógicas y la amplitud del campo de la memoria que supimos construir. De lo que allí cabe y de lo que allí no entra. ¿De qué manera la memoria conecta o no con los jóvenes de los barrios populares?, ¿Con las familias, principalmente migrantes que se acomodan como pueden en los “guetos verticales”? ¿Con los pequeños comerciantes que ven en las marchas no la conmemoración de la memoria sino la amenaza del desborde? ¿Qué utilidad puede tener evocar la resistencia al régimen para las madres y padres que ven con preocupación cómo se extiende la violencia del narco en las calles de sus barrios? ¿Qué memoria puede interpelar a lxs trabajadores precarizadxs? ¿A lxs habitantes de las zonas de sacrificio que se extienden por todo el país y el continente?

*

Proyectos como Stadium o The Plot de Alejandra Celedón y sus colegas ponen en evidencia que la condición injusta, segregada y desigual de nuestras ciudades son el resultado de decisiones políticas que se tomaron en contextos autoritarios. ¿Qué hace un camino? de Santiago Urrutia Reveco interpela la función activa de las infraestructuras en la construcción de la ciudadanía y de las narrativas territoriales en zonas hasta no hace mucho periféricas. Mundo Mágico pone en evidencia la miniaturización como una de las estrategias de infantilización de la población y las pedagogías territoriales en las que solo algunos paisajes y regiones eran llamados a representar la chilenidad. Las obras de Ciudades de Octubre nos muestran otra faceta de la violencia en el espacio; aquella que es promovida con leyes, decretos y reglamentaciones que hace más injusta la ciudad y las condiciones en las que se produce. Colectivos de geografxs mapean los espacios de vida en Panguipulli, una zona en la Región de los Ríos en donde el capital se empeña en borrar las memorias materiales, espaciales y políticas de un complejo forestal y maderero en donde habitaban unas 20.000 personas y que con el golpe del 73 fueron despojadas de sus territorios y de sus lugares de trabajo y de vida. Mientras demandan justicia, la región se vende como oasis natural prístino y puro a través de circuitos de experiencia a turistas de alta gama. 

*

Con el título “Paisaje Impune”, por esos días, fuimos invitados a Casa Palacio, un centro cultural autogestionado a experimentar en torno a las posibilidades inútiles de acabar con la imagen de un dictador. La performance era precedida de la lectura de información relevante del legado de Pinochet. 3215 personas fueron asesinadas. 2123 fueron ejecutados políticos. 1092 permanecen desaparecidas. La imagen no es el personaje, el busto no es el monumento, la imagen no es el dictador y aunque la destruyamos con martillos o cinceles, la parodiemos con fábulas y cuentos, su sombra permanece como amenaza también bajo la figura de la impunidad socio-espacial. Justamente, las zonas de sacrificio, las agudas desigualdades espaciales, la segregación territorial del presente son prueba y consecuencia de un modelo económico que mantiene vivo su legado. 

Con las comparsas que cantan a Parra, los chinchineros, las trompetas, y también los partidos políticos, las familias, las mujeres, las disidencias, por esos días una gran marcha parecía encenderse aquí y allá en varias esquinas de la ciudad.

Volvamos a esa jornada con las pobladoras de La Victoria en la U de Chile. Cuando ya había caído la noche, de repente, una mujer de la Victoria cerró los labios y se calló. A esas horas, quedaban las pobladoras y un pequeño auditorio, pero las frases que lanzó ya no eran para nosotros, pareció más bien una reflexión en voz alta. “Pero luego, con los cambios que vinieron en el barrio, ya nos dio miedo. Nos encerramos, pusimos las rejas en puertas y ventanas. Pusimos hasta cámaras, nos encerramos y ya no salimos más”.  Y como unos hilos que fueran cortados, la memoria pareció quedar separada, muy lejos y sin ovillos de los cuales tirar para traer la potencia transformadora y la utopía social de un mundo más justo que se proclamaba por aquellos años. 

Pero por esos días de septiembre, Santiago también ofrecía claves para otra imaginación política. “Como diseñar una revolución. La vía chilena al diseño” en el Centro Cultural de La Moneda, lo cuenta claramente; la revolución democrática de comienzos de los 70 fue política, pero sobre todo cultural. Se propuso ser colectiva, bella, alegre, creativa y moderna, mezcló tradición con modernidad, dio voz y lugar a hombres y mujeres, reconoció un país plural y diverso, le dio la pelea a la desnutrición y la desigualdad, y conectó la canción con los poetas que en Chile abundan casi tanto como los minerales.

*

La memoria es del presente y del futuro, no del pasado. Es transformadora o conservadora, rompe y cuestiona o se hace estática y de piedra. La memoria puede ser una fiesta de la vida colectiva y compartida y sortear la tentación de satisfacerse con los monumentos estatales, de empacharse con las declaratorias oficiales o de acomodarse delegando en el Estado lo que siempre debe seguir existiendo en las calles. Desde la memoria debe ser siempre posible hacer nuevas preguntas sin acudir a las mismas respuestas. La memoria debe crear, imaginar y romper. 

La memoria será revolucionaria o no será.

La Exposición temporal “Huellas. Proyecciones de la memoria a 50 años” se desarrollará hasta el viernes 29 de septiembre en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, con una nutrida agenda de seminarios y talleres.