Javier Milei dejó de escuchar. Durante cincuenta minutos habló sin parar sobre su proyecto para dolarizar la economía argentina y sobre lo “nefasta” que es “la casta política”, pero ahora está callado y mira perdido una pantalla. Esteban Trebucq, el periodista que saltó a la fama por su calvicie y por su pose de duro, intenta encarrilar de nuevo la entrevista. No lo consigue.
“Ahí está Conan, está Conan, ese es Conan”, repite el diputado cuando vuelve a abrir la boca. La producción puso, sin previo aviso, una foto vieja de su mastín inglés, y él no puede despegar los ojos del televisor. La nota se traba y el “Pelado” ensaya alguna pregunta para salir del momento, pero no hay caso. Milei no está viendo a su mascota, sino que ve a su “verdadero y más grande amor”, a quien considera su propio hijo.
Al perro se lo trajo al regreso de un viaje de trabajo, cuando fue a presentar un paper a Córdoba, a fines del 2004. En ese entonces era apenas un cachorro, pero la imagen que proyectan en la pantalla de A24 debe ser de diez años después. Conan ya está grande, tiene canas por toda la cara, cayos en los codos, y en la foto aparece acostado y con la mandíbula bien abierta, como buscando aire.
“¿Cuántos años tiene?”, le pregunta el periodista, que a esta altura se resignó a seguirle el juego a su invitado. El diputado piensa unos segundos, y responde un tanto confundido: “Uf, no saco la cuenta, tiene unos cuantos”, dice, y empieza a repetir lo que cuenta cada vez que lo consultan por el animal: qué es lo más importante de su vida, que cuando estuvo en “su peor momento” el can fue el único que lo acompañó, que llegó a resignar su propia alimentación para cuidar la de Conan y que por eso terminó comiendo mal y llegó a pesar 120 kilos que con él y solo con él pasó una decena de navidades y años nuevos, que un día su departamento se prendió fuego y que no lo abandonó hasta asegurarse de que su “hijito de cuatro patas” lo seguía y que por eso casi se muere. Y que por Conan está dispuesto a morir.
Pero hay muchas cosas del perro, y sobre todo de él, que no dice en esa entrevista de principios de año. Son sus secretos más guardados. Y no es solo la verdadera edad de la mascota.
Milei no dice, por ejemplo, que Conan está muerto. Qué murió un domingo de octubre del 2017 en sus brazos, en el departamento que tenía en el Abasto, luego de pelearla durante un tiempo contra un cáncer en la columna. Tampoco cuenta que ese proceso lo atravesó con un parapsicólogo y una telépata que leían la mente del can y lo “comunicaban” con su dueño. Esa es, apenas, la punta del iceberg.
Luego de la muerte del perro/hijo, su amigo más fiel, el hombre cambió por completo. Fue un golpe que ni siquiera pudieron amortiguar los clones del animal que mandó a hacer a Estados Unidos — U$S50 mil más impuestos—, y que ahora presenta como sus “nietos”. Karina, su hermana, indispensable para él como Conan, intentó ayudarlo. Estudió para convertirse en medium, y empezó a ser ella misma quien comunicaba al recién fallecido can con su dueño, una actividad que al día de hoy es central en la vida de la menor de los Milei, que dice poder hablar con animales vivos y muertos y que en base a eso toma decisiones importantes.
Pero eso no fue suficiente. A los que querían escucharlo, Milei les comenzó a contar historias cada vez más llamativas: que Conan en verdad no había muerto —“fue su desaparición física”—, sino que había ido a sentarse al lado del “número uno” para protegerlo, y que gracias a eso había comenzado a tener charlas con el mismísimo Dios. “Yo vi tres veces la resurrección de Cristo, pero no lo puedo contar. Dirían que estoy loco”, le dijo a un amigo de aquellos años, en un chat que esta persona todavía guarda.
Hasta que un día sucedió lo inesperado. Algo que cambiaría para siempre la vida de Milei, pero también la de Argentina. Es que en una de sus conversaciones con “el número uno”, este le reveló el motivo por el que tenían tanto contacto. Dios, como había hecho antes con Moisés, le dijo que tenía para él una “misión”. Tenía que meterse en política. Y le dijo algo más: que no tenía que parar hasta llegar a ser presidente.
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Este libro nació de una crisis. Parte de una idea que no fue, que no pudo ser. Es que el libro había comenzado queriendo ser otro: una radiografía de la nueva derecha, una búsqueda por entender quiénes son, qué piensan, cómo se mueven, cómo se instruyen, cómo se organizan, qué conexiones internacionales tienen, y qué quieren hacer los referentes de esta gran familia argentina, que hoy tiene como líder a Javier Milei. El plan era armar algo parecido a lo que fue Mundo PRO —el trabajo de Alejandro Belloti, Sergio Morresi y Gabriel Vommaro, en el que desmenuzaban la arquitectura y la composición de ese partido— o Los Herederos de Alfonsín —de José Antonio Díaz y Alfredo Leuco, en donde en 1987 emprendieron una búsqueda similar pero con los miembros de la juventud radical— pero de este novedoso espacio, que había irrumpido en la política en 2021 y terminó obteniendo un sorprendente 17% de votos en la Capital Federal.
Pero ese libro se quedó en el camino. Con el correr de los meses, de las entrevistas, de los encuentros off the record, de seguir facturas, sellos y papeleríos, el trabajo pasó de ser uno de campo con ribetes casi académicos a un thriller tragicómico, a medio camino entre los policiales negros de Raymond Chandler y La conjura de los necios de John Kennedy Toole. Es que los secretos místicos de Milei fueron la primera pero no la única revelación que obligaron a cambiar los planes.
La investigación se topó con la trama prohibida de un movimiento que vende sus cargos, que entabló relaciones con barrabravas involucrados en casos de asesinatos, que plagó sus filas con miembros de larga data dentro del Estado y con condenas por corrupción, que tiene en su interior una guerra entre masones y el Opus Dei, que se dejó financiar por gobiernos provinciales, que recibió ayudas técnicas, logísticas y monetarias del peronismo que dice combatir, que amenazó a todos los que quisieron abrir la boca, como le pasó a una de sus propias legisladoras que tuvo que vivir medio año con custodia policial, y que, montados sobre la ilusión de una “nueva política” que esperanzó a jóvenes que habían perdido las esperanzas, oculta la manera más vieja de hacer plata y negocios de Argentina. Y que, además, comenzó cuando a una de las personas más adineradas del país se le ocurrió crear y financiar, para cuidar sus propios intereses, a un fenómeno mediático que luego se llamó Milei.
Y el libro sin quererlo se transformó en una pregunta. ¿Qué pasa si en una Argentina corroída por más de una década de crisis económica y política, golpeada por una pandemia que dejó 130 mil muertos, agotada por años de inflación y de inseguridad, enojada por vivir siempre con la soga al cuello, alguien empieza a decir que la culpa de todo es de quienes la manejan y la manejaron? ¿Qué pasa si ese discurso incendiario, que está quemando también otras latitudes, prende?
¿Qué pasa si en un país inestable aparece un líder inestable?
“Hay que cortarle la cabeza”
—Te pido que te presentes en sociedad. La verdad es que estamos acostumbrados a ver pasar por acá a los clásicos, a los consagrados, pero está muy bueno tener miradas diferentes y nuevas—, dijo el periodista Pablo Rossi, para romper el hielo.
—Bueno—, contestó, después de unos segundos de pausa. —Yo soy Javier Milei—.
El 28 de abril del 2015, a las 23:32 de la noche, Milei pronunció sus primeras cinco palabras en la televisión argentina. Estaba con un traje negro de rayas blancas que le quedaba grande, una corbata roja y cierto nerviosismo. No era para menos. Debutaba en la pantalla grande en el mítico programa de Mariano Grondona, Hora Clave, por Canal 26. Enfrente tenía al coconductor Rossi y al lado a su mejor amigo, el economista Diego Giacomini. Esa relación, la más larga y profunda que tuvo en toda su vida —o, mejor dicho, la única—, iba a explotar por los aires en cinco años. Pero ese doloroso e inesperado final estaba todavía muy lejos. En aquel momento iban juntos a todos lados, hasta los estudios de televisión.
Para esa época Milei era todavía un completo desconocido. Salvo en el reducido ambiente de los economistas liberales, nadie sabía su nombre. Por eso es que el periodista lo invitó, en el arranque del programa, a contar su biografía.
Dijo que era economista jefe de la Fundación Acordar (un think thank que respondía y financiaba el entonces gobernador Daniel Scioli y que conducía Guillermo Francos, exdirector del Banco Provincia), que trabajaba
de docente, que tenía seis libros publicados y más de 100 notas en medios. Todo eso lo narró con un ritmo pausado y algo trabado, como un alumno que recita lo que estudió de memoria en un final difícil.
—Bueno, no seré famoso como economista, pero sí como rockstar — remató la presentación, ensayando una sonrisa que apenas revelaba los dientes.
Milei se refería a su etapa como cantante de Everest, la banda Stone que armó después de terminar la secundaria en el Copello y que duró unos años. Fue un chiste que nadie entendió, y que tampoco motivó una repregunta de Grondona o de Rossi, que simplemente la dejaron pasar y continuaron con el programa.
Solo él y su amigo se rieron.
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Alejandro Fantino se acercó por atrás a Javier Milei y le puso las manos sobre los hombros. No se podría decir que lo estaba agarrando de sorpresa. Para el 2019 jugaban de memoria.
—¿Qué hacés, libertario? Che, ¿todo esto es tu brazo? ¿Esto son tus tríceps? Pero, ¿qué hacés? ¿Qué estás entrenando? ¿Qué estás comiendo? Estás grandote, eh, como estás libertario eh, no te para nadie, no lo para nadie a este eh, me encanta che, me encanta.
Fantino se movía como pez en el agua en la pantalla de América. En el último tramo del gobierno de Macri su programa, Animales Sueltos, estaba en pleno apogeo. El show había arrancado con una estética casi noventosa, que mezclaba vedettes con poca ropa con jugadores de fútbol y humoristas en la medianoche, pero con los años había virado hacia un programa con entrevistas, de actualidad y de política. Con esa nueva impronta se transformó en una Meca para dirigentes y funcionarios, que perseguían al conductor y a las autoridades del canal para lograr unos minutos de entrevista mano a mano o aunque sea una breve participación en la mesa del panel. Para la temporada número 11 —de 221 emisiones, con un promedio de tres puntos de rating y un pico de 5.4, un número realmente bueno para la televisión abierta—, lograr una silla ahí podría valer oro para quien pretendiera incidir en aquel año electoral.
Fantino era el rey de esa jungla. Después de añares de intentar dejar atrás su imagen de relator deportivo —“comentador de fútbol”, lo sigue llamando el filoso Horacio Verbitsky—, había empezado a cursar la carrera de Filosofía en la Universidad Católica de La Plata y se pasaba su tiempo libre leyendo a Nieztsche o Kant y libros de historia de la Antigua Grecia. También preparaba con esmero las notas a políticos, economistas, artistas, analistas, científicos y personalidades destacadas de todos los ámbitos. Esas entrevistas tenían tanta repercusión que algunas, sin exagerar, daban la vuelta al mundo, como la del actor Ricardo Darín, cuando contó por qué le dijo que no a Holywood, o la de Sergio “Maravilla” Martínez, en la época en la que el boxeador acababa de convertirse en campeón mundial. Era la consagración como periodista “serio” que Fantino había soñado gran parte de su vida.
El conductor y su show catapultaron la figura de Milei. Es imposible separar su éxito político del éxito que primero tuvo en los medios. En eso tuvo mucho que ver Fantino, que lo mimó y le dio lugar.
El economista había debutado en esa mesa el 26 de julio del 2016. Esa noche contó por primera vez su plan para destruir el Banco Central, defendió a ultranza a Federico Sturzenegger —entonces presidente de esa institución—, y tuvo su primer cruce televisivo con el periodista Ismael Bermúdez. Pero también hizo más que todo esto: mostró las primeras cartas de su discurso incendiario, el mismo que tiempo después prendería en muchos argentinos.
—¿Saben qué? El sector público, la corporación política, nos hizo esclavos tributarios de una corporación política (sic), parasitaria, inútil y chorra. Ese es el problema de Argentina—, dijo, cuando todavía no se habían cumplido los primeros diez minutos del programa. Fueron sus tres primeros insultos en la pantalla.
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Milei todavía no hablaba de “la casta”. Ese concepto central hoy en su plataforma, y que ahora usan miles de jóvenes, llegaría recién a principios del 2021, cuando se lo sugiriera su estratega de campaña, Mario Russo. En sus primeras pasos en la televisión cargaba contra “la corporación política” y contra los males que decía que traía.
Sin embargo, fue una prédica que en ese momento no prendió demasiado. A pesar de que en su estreno en Animales Sueltos se presentó con la misma fórmula de cruces y gritos que luego lo llevaría a liderar el rating —se peleó fuerte con Bermúdez por la supuesta ineficacia del Estado y lanzó insultos hasta para Keynes— en el programa no lo volvieron a llamar en todo lo que quedaba del 2016. Recién un año después, el 5 de julio, volvería a pisar el estudio. Esa sería apenas una de las dos apariciones que tendría en esa temporada del show.
Pero en el final del 2017, luego de una formidable victoria del macrismo en las elecciones legislativas, algo cambió en la relación de Milei con los medios. En los últimos tres meses de aquel año tuvo más invitaciones a la televisión que las que había tenido en su vida: el 30 de octubre estuvo con Pamela David en América, al día siguiente volvió al mismo canal para ser entrevistado en Polémica en el Bar —show al que regresaría el 22 de noviembre, el 12 y 28 de diciembre—, pasaría dos veces por Buenos Días América de Antonio Laje —el 18 y 21 de diciembre— y cerraría el año en el ciclo de Gerardo Young en A24. A pesar de que estaba claro que su lugar en el mundo era América, apareció en ese lapso en los ciclos de Santiago Cúneo y de “Chiche” Gelblung en Crónica TV, y el 13 de diciembre pisaría por primera vez el Grupo Clarín. En el histórico programa A Dos Voces lo presentaron como “el punk de la economía”.
Para este momento, Milei ya había definido quién era su máximo enemigo en la vida. No era Keynes, la corporación política, la casta, los impuestos, el peronismo, Cristina Kirchner ni el Estado. Era el jefe de Gabinete de Mauricio Macri.
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—El pelotudo de Macri le dio todo el poder al comunista de Marcos Peña, que es el verdadero presidente, y la cagó. Marcos Peña es un parásito inútil que no puede sumar ni en una calculadora. Marcos Peña es un incompetente, un inepto, un idiota, un chupasangre, un estúpido, un hijo de puta, un impresentable, un necio, una basura. Marcos Peña es el responsable de este desastre económico. Marcos Peña tiene toda la culpa. Marcos Peña nos empobreció a todos. Marcos Peña le sale caro al país. A Marcos Peña hay que sacarlo a patadas en el traste. A Marcos Peña hay que tirarlo en una isla abandonada. A Marcos Peña hay que cortarle la cabeza con una katana.
La campaña de Milei contra la mano derecha de Macri fue el caballo de batalla con el que se consolidó en la primera línea de la televisión. A partir de fines del 2017 no hubo una sola entrevista en la que el economista no le dedicara un rato a tirarle la culpa de todos los males a “Marcos Peña”, como le decía él, con nombre y apellido y con un asco evidente. Cualquier error que cometía el Gobierno y cualquier desbarajuste que sucedía en la economía tenían, en su construcción, un solo responsable.
En los programas que lo invitaban le ponían de fondo imágenes del funcionario o le preguntaban por él para hacerlo saltar, en lo que se empezó a convertir en una especie de sketch que hacía el libertario en cada aparición en la pantalla. De hecho, la catarata de insultos contra Peña fue tan voraz y tan repetida que el programa Bendita TV hizo varios informes donde se reían de la situación. Ponían los recortes del libertario atacando a su enemigo, uno atrás del otro, mientras que en los graphs se preguntaban por qué “no lo podía superar” y también planteaban la duda de si el jefe de
Gabinete le habría “robado una novia” en el pasado. Había también otra explicación, que involucraba al empleador del liberal y a la guerra descarnada que en aquel momento libraba con el macrismo.
Entre los insultos a Peña, el look extravagante, las críticas al tamaño del Estado y a la “corporación política”, su rechazo al “populismo”, sus gritos alocados, el novedoso hecho de que un economista libertario debatiera sobre autores, libros y teoría en el prime time, el complejo rumbo que empezaba a tomar la economía y la crisis política del gobierno macrista, Milei se convirtió en una figura irresistible para la televisión primero y para el público después.
En ese camino tuvo episodios que ayudarían a instalar su figura y que se convertirían en virales en las redes, momentos bisagra que lo consolidarían como un personaje mediático. Eran todas peleas. Contra el economista inglés Keynes y su libro La teoría general —“es un panfleto dedicado a la corporación política corrupta y mesiánica”—, contra el diputado del PRO Daniel Lipotesky —“parásito, inútil, chupasangre, político de mierda, son lo peor, les gusta la plata”—, con la modelo Sol Pérez —“no sabes de las cosas que hablo”, cruce que terminaría con ella llorando, acusándolo de misógino y yéndose del programa—, con la periodista salteña Teresita Frías —“decís burradas, tenés problemas graves de comprensión, no entendés, sos una burra, hablás de cosas de las que no sabés un carajo, es una falta de respeto hablar sin saber”—, con el periodista Carlos Gabetta —“no te pasés de salame, no te pasés conmigo que te estropeo, ignorante, vení a partirme la nariz viejo acabado”—, con la periodista Carolina Perín —“metete lo políticamente correcto en el orto”—, con el senador Nito Artaza —“sos un fascista, un nazi, un chorro”—, con el matarife Alberto Samid —“sos un bruto”—, con el periodista Claudio Zlotnik —“bruto, ignorante, pelotudo, voy a refregar tu cara por el piso”—, con la periodista Clara Salguero —“te voy a humillar públicamente, decís mentiras y estupideces”—, y con el panelista Diego Brancatelli —“decís estupideces, sos un burro”—, por nombrar solo las más conocidas.
Los altercados, en el fondo, eran todos iguales. Los rivales de turno le presentaban una opinión con la que él no coincidía, pero en cambio de entrar en un debate de ideas se brotaba, se ponía nervioso, gritaba sin control, transpiraba, se agitaba, amenazaba con la violencia y a veces se iba del estudio. Ahí ya no era ni el economista ni el libertario, sino que volvía a ser “el loco” del Copello que se protegía del bullying con brotes de furia. Algunos de los cruces evidenciaban un desequilibrio emocional, que probablemente tuvieran que ver con la súbita muerte de su perro/hijo Conan a fines del 2017.
La campaña de Milei contra la mano derecha de Macri fue el caballo de batalla con el que se consolidó en la primera línea de la televisión.
Aunque hay muchos, el ataque descontrolado a la periodista Frías, que le había hecho una pregunta sobre la teoría keynesiana, es un buen ejemplo. La catarata de insultos a grito pelado que lanzó contra ella en una conferencia de Salta fue tan escandaloso —duró seis minutos de reloj, video que se puede ver en YouTube—, que provocó que el resto de los colegas presentes se negaran a continuar la charla hasta que el economista no se disculpara. Eso jamás sucedió y Milei, de hecho, terminó agrediendo a toda la sala. “Es un acto de populismo barato, impresentables, la falta de respeto es hablar sin saber”, devolvió el libertario, acción que ocasionó que varios lo fueron a buscar. La escena terminó a los empujones, con varios expulsados del lugar y con la acción de oficio del juez de violencia de Género de Metán, que lo denunció por maltrato.
El magistrado sometió al libertario a un examen psicológico y lo declaró persona no grata de la ciudad. La causa cerró un mes después, en julio del 2018. El libertario volvió a Salta y pidió “disculpas” ante la Justicia. “Es que estoy atravesando un mal momento personal”, le explicó al juez Carmelo Paz.
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Todo este raid mediático tuvo sus consecuencias. El auge del “peluca”, como ya lo empezaban a llamar con cariño sus seguidores, estaba iniciando su meteórico ascenso. En poco tiempo su cara iba a estar en los celulares de jóvenes de todo el país, que empezarían a copiar sus modos, sus palabras, su discurso contra los políticos y a hablar de “la libertad”. De hecho, el 1 de diciembre del 2017 nació la primer cuenta fan en Youtube, que llevaba un nombre premonitorio: “Milei Presidente”, usuario que creó un joven que en aquel momento ni siquiera conocía al protagonista pero que hoy literalmente vive de lo que le paga ese sitio de videos por los millones de reproducciones que tiene su canal (de 630 mil seguidores, casi el triple que la cuenta oficial de Cristina Kirchner).
Para el 2018 el libertario ya era un fenómeno en toda regla y hasta se había animado a hacer funciones en el teatro, donde mezclaba humor con economía. La consultora Ejes midió la presencia en la televisión de los economistas en aquel año, y la ventaja de Milei era asombrosa: estaba primero con 235 entrevistas y 193.547 segundos al aire, casi cincuenta mil segundos arriba del que iba segundo. Por esa época apareció por primera vez en la histórica encuesta de la revista Noticias sobre “los 100 argentinos más influyentes”. Estaba en el puesto 43, mejor posicionado que, por ejemplo, la entonces vicepresidenta Gabriela Michetti. El 12 de julio llegaría por primera vez a la tapa de ese medio, el mismo que años después revelaría su rostro oculto y con el que el libertario pasaría del amor al odio más profundo. “Efecto Milei y la Argentina freak: son extravagantes y fascinan a un país que también vive al borde. Rozan la patología psicológica, pero tienen éxito y poder”, era el título, que estaba acompañado por una imagen del fotógrafo Juan Ferrari. Milei aparecía sosteniendo un caño gigante, en posición de ataque, y gritándole a la cámara.
—Me pone muy contento la ascendencia que tenés en mucha gente. Los pendejos te quieren, mi hijo te ama. Mirá Javier, ya sos Trending Topic—, le dijo Fantino en uno de sus programas en el 2019. —Vos siempre tuviste condiciones, pero eso sí: no te olvides que yo soy el tipo que te puso a jugar en Primera.
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Milei es un fenómeno político porque antes fue un fenómeno mediático y de las redes. Es imposible separar uno de otro, entender a uno sin entender al otro. El público al que conquistó con sus modos y con su personalidad es el mismo que después se transformó en su votante. Las encuestas que hace La Libertad Avanza, de hecho, indican que el atributo que más le valoran sus electores es que “dice lo que piensa”, aspecto que mostró primero en la televisión.
El 1 de diciembre del 2017 nació la primer cuenta fan en Youtube, que llevaba un nombre premonitorio: “Milei Presidente”, usuario que creó un joven que en aquel momento ni siquiera conocía al protagonista pero que hoy literalmente vive de lo que le paga ese sitio de videos por los millones de reproducciones que tiene su canal (de 630 mil seguidores, casi el triple que la cuenta oficial de Cristina Kirchner).
La versión oficial, la que tanto a Milei como Fantino les gusta repetir, es que el romance del libertario con el rating arrancó en su programa, en América, y de pura casualidad. El conductor un día se cruzó con el economista Guillermo Nielsen, cercano al libertario, y este le sugirió llevarlo a su programa.
Pero también hay otra historia. Es una que está oculta, y que involucra a uno de los hombres más poderosos del país, al que un día el macrismo le quiso arrebatar uno de sus grandes negocios. Y que desde entonces les declaró la guerra.
Foto: Télam