Fotografías de Télam.
Cuando estaba en el doctorado, frecuentemente escuchaba decir a mi profesora de sistema político latinoamericano, en referencia a los políticos de la región: “no son extraterrestres” para explicar que sus prácticas emergen de patrones culturales de interacción social que las sociedades (conformadas por personas como ustedes o como yo) avalan.
Y es cierto, no son extraterrestres. Tampoco monstruos -aunque muchos tengan prácticas en esa línea-. Entonces la pregunta que emerge es: ¿cuáles son los valores o creencias en las que esas prácticas se sustentan, que alimentan comportamientos monstruosos? Es importante posicionarse en este punto respecto a qué se entiende por comportamientos monstruosos.
Por ejemplo, las frases emblemáticas de Bolsonaro cargadas de misoginia, homofobia, racismo y autoritarismo del tipo: “El error de la dictadura fue torturar y no matar” o “Ella no merece ser violada, porque ella es muy mala, porque ella es muy fea, no es de mi gusto, jamás la violaría”.
Las frases no se quedaron sólo en eso: Bolsonaro fue el impulsor de toda una batería de medidas basadas en su epistemología del odio, lo que quedó claro hace un mes, en el intento de golpe por parte de sus seguidores en Brasil.
Un claro ejemplo es su epistemología del odio hacia las mujeres, que implica la reproducción de frases sexistamente hostiles (abiertamente machistas) cuando las mujeres salimos del ámbito privado y desafiamos los roles estereotípicamente adjudicados. Esa misma epistemología, cuando no encuentra validación, se ampara en el sexismo benévolo, posicionando a las mujeres como “dignas del respeto masculino por su belleza o su fragilidad” siempre que consintamos seguir a merced del amparo del patriarcado.
El sexismo, observable a través de los discursos que se reproducen, es un obstáculo para la representación democrática pues redunda en la reproducción de estereotipos que implican limitantes para el acceso y disfrute de políticas públicas para grupos históricamente excluidos.
Un estudio desarrollado en EEUU a partir de encuestas panel, exploró las actitudes sexistas en la población en torno al Movimiento #MeToo, y políticas públicas con perspectiva de género. En ese estudio se observó que todas las formas de sexismo contribuyen al mantenimiento del statu quo de género, pues todas las formas de sexismo contribuyen al sometimiento de la mujer en la sociedad.
En dicho estudio a cargo de Gothreau et al. (2022) se identificó que el sexismo benévolo está asociado con un mayor apoyo a las políticas de equidad laboral que reivindican a las mujeres, pero donde dicho discurso no es posible que se vea extendido a entornos laborales más estereotipados con discursos sexistas hostiles. En ese mismo artículo se afirma que es menos probable que las personas con discursos sexistas hostiles apoyen la adopción de cuotas de género para aumentar la representación de las mujeres en la política. Los discursos sexistas hostiles muestran mayor disposición a responsabilizar a las víctimas por la desigualdad de género y una mayor tolerancia al acoso sexual (Gothreau et al. 2022:4).
El uso (o no) del lenguaje sexista va de la mano del proceso discursivo sobre la mujer y sus intereses. El sexismo ha sido típicamente conceptualizado como un reflejo de la hostilidad hacia las personas en función de su sexo. Sin embargo, dado que dicha conceptualización del sexismo descuida la conexión clave entre la reproducción de sentimientos subjetivamente positivos hacia las mujeres (sexismo benevolente, piropos o frases condescendientes) y su correlación con la antipatía sexista (sexismo hostil o abiertamente machismo); la relación entre ambos tipos de sexismos ha venido a llamarse sexismo ambivalente (Glick y Fiske 1996: 491).
Es decir, una persona que romantiza la situación desventajosa de la mujer en la sociedad arguyendo que “las mujeres deben quedarse en casa porque son frágiles y necesitan protección” está reproduciendo un mensaje sexista benévolo pero que correlaciona con su visión de que a la mujer le corresponde ocupar el espacio privado y por tanto será juzgada (o sancionada) cada vez que incumpla ese principio; como por ejemplo decir que una mujer “se buscó ser violada porque andaba a altas horas de la noche sola”.
El Brasil de Bolsonaro y posterior a él no está exento de esto.
La representación substantiva de género está íntimamente ligada a la representación descriptiva. Es decir, a medida que los parlamentos están conformados de manera más representativa a como está configurada la sociedad, los intereses de los grupos tradicionalmente excluidos, como las mujeres afrodescendientes en Brasil, es más probable que vean representadas sus necesidades e intereses por medio de regulaciones en la materia.
Por ello la teoría sobre democracia paritaria viene a sostener lo que desde las ciencias sociales se viene afirmando desde hace décadas y es que sin mujeres no hay democracia (Kirkwood, 1986). Porque la misoginia y el sexismo son tan alienantes que pudimos llegar a pensar que países que no contemplaban el voto femenino (o que contenían algún tipo de voto censitario) podían considerarse democracias y no, no pueden considerarse democracias regímenes donde se sigue avalando la exclusión de grupos sociales.
La praxis
Entre algunas de las medidas tomadas por Bolsonaro que significaron una precarización de las mujeres se puede identificar: recortó el 90% de los fondos disponibles para acciones de lucha contra la violencia contra las mujeres durante su mandato; en octubre de 2021 vetó la distribución gratuita de toallas sanitarias a estudiantes de escasos recursos y personas sin hogar; en julio de 2020 vetó por completo el proyecto de la Cámara de Diputados (PL 2508/20) que daba prioridad al pago de la ayuda de emergencia en una cuota doble (R$ 1.200) para la mujer cabeza de familia (monoparental); como corolario destaca el hecho de que, después de la pandemia, con el aumento constante de la violencia física, sexual y psicológica que sufrieron las mujeres (del 43% al 49% de las víctimas), su gobierno presentó uno de los presupuestos más bajos jamás antes vistos.
Por eso es tan importante que se reivindique que la libertad de expresión desde ningún punto de vista puede implicar el ataque o promoción del odio a grupos. Las palabras no se las lleva el viento, sino que sientan precedente y son fundamento de acciones.
La sensación de amenaza y desprotección por parte de la ciudadanía comenzó hace rato a hacerse eco. Desde el año 2007 cada cierto tiempo el Latinobarómetro encuesta a la ciudadanía latinoamericana consultándole: ¿Hasta qué punto la igualdad entre hombres y mujeres está garantizada en su país? Al ver la evolución de esta pregunta desglosada por género, los resultados ya dan cuenta de un peligro latente.
Si en 2011 la posición promedio para toda la región era similar entre hombre y mujeres, para el año 2020 el vuelco ya indica resultados en varios sentidos: 1) las mujeres, tanto en términos subjetivos como objetivos, perciben su situación de desventaja social respecto de sus pares hombres (algo que los hombres veremos que no concientizan de igual forma), 2) las diferencias por países pueden ser analizadas de la mano de la (in) evolución de los derechos en materia de autonomía de las mujeres.
Tabla 1. Resultados generales respecto de la percepción de igualdad entre hombres y mujeres para el 2011.
En 2011, para el total general de latinoamericanas entrevistas, el 58,6% consideraba que la igualdad entre hombres y mujeres estaba completamente o algo garantizada. En Brasil, para el 2020, segundo año de gestión de Bolsonaro, el 82% de las mujeres sentía que la igualdad frente a sus pares hombres estaba para nada o poco garantizada.
Tabla 2. Resultados generales respecto de la percepción de igualdad entre hombres y mujeres para el 2020 en Brasil.
Avanzar en modelos de educación no sexista -en Brasil y en el resto de la región- es clave en este sentido, pues se ha comprobado que la estrategia desarrollada hasta el momento basada en sancionar y castigar los comportamientos “inadecuados” tiene efectos contraproducentes. En el caso de los comportamientos machistas, los hombres que son simplemente castigados sin que haya un acompañamiento o un trabajo conjunto sobre las prácticas y cosmovisiones que dieron lugar a la reproducción de actitudes de vejación hacia el cuerpo femenino, terminan redundando en un mayor odio hacia el género femenino.
Pongo la palabra inadecuados entre comillas porque en la medida que como sociedad no apliquemos un cambio transversal a partir de un modelo educativo integral que revise todas las rendijas por las que el sexismo se nos cuela, vamos a seguir interactuando de forma alienada cotidianamente: diciendo que “está mal pegarle a las niñas” a la vez que se romantizan lógicas acosadoras de cortejo.
Incluir modelos de educación no sexista de manera transversal, desde la escuela básica hasta los niveles superiores de educación, implica asumir y revisar las situación de desventaja social desde las que unos géneros se integran a la sociedad en contraposición al género masculino, dominante social y culturalmente.
¿Y ahora?
La reelección de Lula luego de la última segunda vuelta presidencial, vino a dar un poco de respiro, pero sólo un poco y los eventos registrados el 6 de enero pasado así lo demuestran. Lula ganó en segunda vuelta sólo por el 1% de ventaja, lo que significa que el 49% del electorado sigue apoyando las medidas monstruosas tomadas por el presidente anterior.
Brasil está al debe hace tiempo. Desde el año 2014 el porcentaje de mujeres en la cámara de diputados pasó de significar un 9,9% a representar el 17,7% luego de las últimas elecciones. En el Senado federal el retroceso fue aún peor dado que en 2014 contaba con casi un 19% de mujeres y estas últimas elecciones alcanza un pobre 14,8%.
Si estás leyendo este artículo (y llegaste hasta esta parte), doy por sentado que estás lejos de ser una persona que hable de “feminazis” o de “ideología de género”, lo que no quita que probablemente interactúes con gente que si usa esos conceptos. En ese sentido espero que este texto sirva para tomar conciencia sobre en qué medida avalas discursos o prácticas sexistas.
Lula luego de su asunción ha comenzado a tomar una serie de medidas que tienen efecto tanto de manera simbólica como en la práctica. El haber sido responsable de conformar sus ministerios nombrando la mayor proporción de ministras mujeres en la historia de Brasil, es un gesto importante. También lo están siendo la serie de medidas para restaurar la persecución que la comunidad LGTBIQ+ sufrió especialmente los últimos años.
Sin embargo, queda mucho por hacer y la toma de conciencia a nivel individual es clave en este sentido, pues los políticos no son extraterrestres ni tampoco monstruos. Su comportamiento y forma de representación emerge de valores y actitudes que como sociedad reproducimos. Si la misoginia sostiene la trastienda de nuestros discursos y comportamientos, es fundamental que nos revisemos para que el apoyo a este tipo de representaciones políticas -como la de Bolsonaro-, deje de ser una opción.