Preguntas, teatro y Teoría King Kong


Olor a sexo y olor a leche

“Una mujer llena de vicios”, una versión teatral del ensayo postfeminista de Virginie Despentes “Teoría King Kong” interpretada por Antonia Zegers y Patricia Rivadeneira no pasa desapercibida por el público. En esta crónica, Amanda Marton, conversa con las mujeres detrás de la obra y desentraña algunas de las muchas preguntas que esta propone.

Contrastes. 

Quizás esa sea la palabra para definir la obra que acaba de presentarse en el Teatro Nescafé de las Artes. Contrastes, primero, por el juego de luces y sombras. Un manejo de la luz que a ratos se centra en la intensidad de colores rojos. Otros, por la oscuridad casi absoluta en el escenario. Pero también, y varias veces, por el blanco absoluto. Pulcro. 

Contrastes, también, por las posturas físicas de las actrices y protagonistas Patricia Rivadeneira y Antonia Zegers: vestidas como pitucas, pero desparramadas con las piernas abiertas en las sillas. A ratos tomando tecito como los ingleses y otros devorándose hamburguesas. 

Contrastes, sobre todo, por lo que se dice. Porque la obra “Una mujer llena de vicios”, inspirada en el ensayo postfeminista de la filósofa francesa Virginie Despentes “Teoría King Kong”, no puede ser otra cosa sino provocadora. Despierta preguntas. Muchas, muchísimas. Y convierte el teatro –como todo buen encuentro cultural– en un evento reflexivo. 

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¿Nos gusta más seducir o ser seducidas? ¿Y si no nos gusta ninguna de las dos opciones? ¿Somos miedosas o las que damos miedo? ¿Cuán incómoda es la ropa que vestimos? ¿Realmente disfrutamos usar tacos altos? ¿Qué nos atrae de ellos? ¿Qué es lo difícil? 

Lo difícil es mamarse la fragilidad. 

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Antes de la obra, recuerda Manuela Oyarzún, está el libro. 

La encargada de adaptar el texto para su versión teatral dice que cuando leyó a Despentes pensó que ella era lúcida. Que nos hace observar sin prejuicio nuestro rol en la máquina opresiva de control, nuestro sistema. 

–Es provocadora y violenta, y esa es mi pregunta, la tensión que aparece en mí como dramaturgista. Es un libro escrito hace casi 20 años. Despentes menciona en una entrevista que hoy, con su rabia trabajada, no escribiría ese libro con la violencia de sus primeros escritos. Yo me siento más cercana a su presente que a su pasado. Quisiera que los públicos conectaran con su reflexividad más que con su rabia, me parece más fértil. Pero si aún queda rabia entonces hay que dejarla que remueva las cargas para alivianar las almas –comenta. 

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¿Nos gusta ser mujeres? ¿Cuándo nos sentimos más mujeres? ¿Cuando fuimos violadas? ¿Cuando fuimos acunadas? ¿Cuando fuimos madres? ¿Cuando fuimos protegidas? ¿Fuimos realmente protegidas alguna vez? ¿Es mejor el olor a sexo o el olor a la leche? ¿Acaso alguno de esos olores es realmente desagradable? ¿Los libros nos ayudan a lidiar con esos procesos? ¿Qué es el verdadero coraje? ¿Hubo una revolución feminista? 

Nos prohíben sacar provecho de nuestra propia estigmatización

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Alexandra von Hummel no había leído Teoría King Kong hasta ser convocada a dirigir el proyecto de la obra. Al hacerlo, imaginó el recorrido de su reflexión: de la violación a la prostitución. Pensó en ese recorrido menos claro y convulso. 

A partir de ahí se detuvo a imaginar la obra: 

–Por eso el hecho de poner el discurso en dos cuerpos (de las dos actrices protagonistas) que a veces están de acuerdo, a veces se confrontan, a veces se escuchan y otras se atacan me pareció interesante, porque busca encarnar las contradicciones que existen dentro nuestro, ese no saber situarse, no saber nombrar, esas múltiples voces que cohabitan.

Quienes ven la obra pueden suponer que las protagonistas son viejas amigas que se encuentran para debatir sobre todo: amor, cuerpos, sexo, feminismo, prostitución. O que son la misma persona en su versión más liberal y otra más conservadora, una desde el trauma, otra desde la superación del trauma. O, incluso, que una de ellas (Patricia Rivadeneira) se interpreta a sí misma, luego que Antonia Zegers la interpelara por su nombre. 

Eso no es causalidad. 

Patricia Rivadeneira, quien ya había interpretado otra obra basada en el mismo libro, confiesa que de esta vez resolvió atreverse a explorar las zonas comunes de su vida personal con las de Despentes. “Eso fue enriquecedor, porque ha sido ir al pasado y mirarlo desde una yo que es ya una mujer grande, y que puede mirar a la joven que fue con distancia, y puedo comprender que también yo fui víctima de esas mismas normas de castigo. Yo también fui víctima de abusos y un par de veces casi me violaron, no fui penetrada, pero sí golpeada”, cuenta. 

–Tengo casi la misma edad que Despentes, por lo que Teoría King Kong es muy de mi generación. Hoy hay canales para las víctimas de violencia sexual que entonces no había. Hoy podemos tener este texto y ponerlo en el teatro. Hoy existe la palabra femicidio que antes no existía. Sin embargo las violaciones, la violencia y la desigualdad no han disminuido, incluso cuando estamos en una comunidad comunicada entre las mujeres y estamos dando una lucha más articulada y global. 

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¿Lo que hacemos es servicio o es trabajo? ¿La maternidad es servicio o trabajo? ¿Por qué se habla tan poco de la precariedad y de esta sociedad decadente que nos hace sentir fracasadas? ¿Acostarse con alguien es servicio, trabajo o ninguna de las dos? ¿Por qué incluso en tiempos progresistas el machismo persiste? 

Igual que el jale, esto traiciona. 

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Primero, Antonia Zegers se maravilló con la cruda agudeza con la que Virginie Despentes liga un pedazo muy doloroso de su vida con una estructura social que amenaza a todas las mujeres. Después, leyó el libro –cuando Patricia Rivadeneira la invitó a participar de la obra– desentrañando el potencial teatral que ese relato en primera persona les regalaba. 

–Es tan poderoso que un ensayo feminista esté atravesado por una historia de vida que involucra de manera tan clara el cuerpo femenino, entender que ese cuerpo no es solo un cuerpo individual sino social, y que por lo mismo ha sido y sigue siendo tan difícil hablar de autonomía cuando se trata de las mujeres. Nuestra sexualidad no es nuestra, está sometida siempre al juicio social, y creo que la violación, aunque sea solo como amenaza, es la génesis de ese pseudodominio. De ahí para adelante cada libertad sobre nuestro cuerpo la hemos conseguido luchando –afirma. 

Si las mujeres pueden tomar anticonceptivos, separarse de sus maridos, ser independientes, etc., es porque han luchado. “Espero algún día decir lo mismo con el aborto. Poder tener autonomía sobre nuestro cuerpo es un principio fundamental para desarticular una estructura que nos somete en tantos ámbitos”, añade. 

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¿Cuántas palabras distintas hay para nombrar el pene? ¿Quiénes nunca jugaron eso, borrachas o drogadas, en una cultura chupística? Pico, pirulín, tula, loly, corneta, pichula, maní. ¿Y a la vulva? Chucha, concha, choro, sapo, zorra. ¿Y a quienes abortan? Malas madres, malas mujeres, malas personas, asesinas, feminazis… 

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Para Patricia Rivadeneira, lo notable es que a partir de una vida con experiencias brutales y arriesgadas –al haberse salido de las normas morales impuestas a las mujeres– Despentes fuese tan lúcida para analizar esos procesos desde una perspectiva feminista. 

Más: “que fuera capaz de desarmar el mandato patriarcal impuesto. Fui violada y esto es una práctica política para someter a las mujeres. Fui prostituta y esto está prohibido porque las mujeres no pueden sacar provecho de su cuerpo fuera del matrimonio-maternidad. La pornografía está mal vista y es censurada porque propone un alivio simple al cuerpo colectivo reprimido por las normas de la religión y el capital”.

La directora Alexandra von Hummel coincide. 

–Despentes reflexiona desde una mirada que trasciende su historia, al insertarla en un sistema que encasilla y asigna funciones a nuestros cuerpos, tanto a hombres como a mujeres, que tienen que ver con la producción.  

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¿Por qué competimos entre nosotras? ¿Por qué están las putas, las camioneras, las frígidas, las feas y las puras, santas y virginales? ¿Qué hay en esas divisiones de tramposo? ¿Cuántas veces nos atacamos? ¿Somos agentes de nuestro deseo propio? ¿Cuánto nos realizaría dirigir una película porno? ¿Por qué seguimos compadeciéndonos de quienes eligen hacer porno? ¿Y si nunca llegamos al clímax? ¿Existe el orgasmo? ¿Lo principal es la masturbación o la penetración? 

Como si la felicidad fuera un señor con bigotes. 

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Quizás lo que se dice sobre el escenario no sea algo nuevo, pero su realización despierta nuevas preguntas. Retoma la consciencia de que existe un sistema de roles y de la importancia de desmontarlos. Ayuda en la creación de nuevas narrativas. 

Por eso, quizás, a las cuatro mujeres que armaron –desde distintos roles– “Una mujer llena de vicios” les cueste elegir solo una frase del guion o del libro que las marcó. Porque lo que está en escena no se termina con los aplausos del público, tampoco cuando se cierra el libro “Teoría King Kong”. 

–Creo que es un viaje de recuperación del cuerpo. A través de la prostitución, Despentes recupera lo que le habían arrebatado con tanta brutalidad en la violación y a través del porno recupera un imaginario sexual distinto a los dictámenes en el porno o la sexualidad tradicional. Es un viaje personal que resuena fuertemente en lo social… Hasta develar la trampa del patriarcado que nos somete a mujeres y a hombres. Una trampa que tiene que ver con la producción y la guerra. Necesita hombres para la guerra y mujeres para la procreación. Entonces ella se pregunta ¿para cuándo la revolución masculina? Me interesa la idea de desarticular algo que nos atrapa a todos –resume Antonia Zegers.

Ya afuera del teatro, los espectadores comentan –más bien, cuestionan– la obra:

–¿Cuántas versiones somos de un mismo cuerpo? 

–¿Cuántas voces tenemos? 

–¿Qué es lo que nos desfigura y qué nos constituye? 

–¿Y si lo que nos desfigura es lo mismo que nos constituye? 

–¿Será que es cuando llegamos a esa conclusión que nos sentimos más poderosas? 

–…

Silencio. Es hora de pensar en todos esos contrastes.

Fotografías de Sebastián Domínguez