Foto de portada Diego Figueroa
La ciencia ficción travesti es un relato, una afirmación, una vindicación, de los indiscutibles poderes que tiene cada persona de la comunidad travesti. Las travestis somos brujas con el poder de pensar y crear, de imaginar y de hacer mundos. Tenemos saberes sobre el patriarcado, el capitalismo y los modos de vida que se han generado durante años y circulan por nuestra comunidad. Junto a esos saberes que se desarrollaron en nuestra experiencia, están los que aprendimos de las experiencias de otros grupos, de otros colectivos, de los que nos reapropiamos y que nos enriquecen, aunque a veces nosotras no sepamos que tenemos ese conocimiento. La ciencia ficción travesti busca que esos saberes trasciendan nuestra comunidad y, al mismo tiempo, que desde ahora en adelante nos afirmemos en ellos.
Nostalgia de la luz, de Patricio Guzmán, es una película chilena donde un grupo de mujeres familiares de detenidos desaparecidos en la dictadura militar de Pinochet, insiste durante décadas en buscar los huesos dispersos de hijxs y esposos en el desierto después de la dictadura. Allí hay una astrónoma que busca tesoros en el cielo, María Teresa Ruiz, que narra cómo los elementos que constituyen al universo y al planeta (gas, polvo, átomos de carbón y calcio fabricados por las estrellas), se encuentran presentes en esos huesos dispersos, pero también en nosotras. Escucharla fue un punto clave en mi deseo de imaginar un más allá de lo cotidiano y de lo que el mundo nos dice que somos y podemos. Somos parte del universo, somos parte de las constelaciones y de todo lo que hay en ellas. Para mí este fue un susurro místico.
Tenemos el poder de ser una comunidad que genera conocimiento. Hace unos años, mientras conversábamos con las compañeras sobre cómo los clientes nos mean, nos cagan encima, se ponen nuestra ropa y nos pegan, una de nosotras, la menos probable, dijo que las travestis somos muñecas para hombres que odian a las mujeres. Si se presta atención a la voz de esa compañera, se escucha que allí hay generación de conocimiento, hay un saber que está presente en cualquiera de nosotras. Ella sabía cuál era nuestro lugar patriarcal asignado, qué podíamos pensar y ser si permanecemos en ese lugar, qué afectos recibir. Son reflexiones de mundo que se elaboran mientras cocinamos o nos vestimos, mientras nos bañamos o nos preparamos para salir a putear, cuando conversamos o cuando estamos solas, porque cualquier existencia travesti genera un saber, posee un conocimiento valioso.
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El juego con la ciencia ficción provoca un desplazamiento: no se trata de imaginar otro mundo distante, sino que acá y ahora, ya hay otras cosas ocurriendo que no solemos ver ni hacer valer. Durante la pandemia, por ejemplo, las comunidades respondieron de manera anticapitalista, se organizaron para defender el derecho a vivir. Ante una crisis de salud a nivel mundial, se hicieron ollas populares a las que asistían travestis, migrantes, diversxs funcionales, personas cuir… Se tramaron redes muy complejas y efectivas para la distribución de alimentos, de manera que una comunidad puede imaginar y crear mucho más allá del mundo dado. Tenemos poderes.
No estamos desconectadas del mundo pero, sin embargo, privilegiamos unas conversaciones respecto de otras. Junto a la conversación sobre cómo vivir y cómo alimentarse, la urgencia, yo quiero proponer otras. Hemos aceptado durante mucho tiempo la estructura vertical del mundo y su lenguaje. Pero si demostramos que generamos conocimiento y abrimos otros espacios, podríamos poner otros temas en la cultura, podríamos intervenirla y participar de ella de otras maneras. Eso también podría significar que mejore nuestra vida, incluso económicamente.
Un mundo sin el hombre en el centro
El hombre es los privilegios. La ciencia ficción travesti juega con la idea de que el hombre pierda ese nombre, justamente, porque ha perdido los privilegios y ha dejado de ser un hombre. Es posible diluir al hombre con otros nombres. Si nosotras nos inventamos y nos dijimos monstruos, quimeras, las peores de todas, ellos podrían hacer algo similar, algo que los ponga en otro lugar, algo que fuerce un movimiento. Y no solo perderían cosas, sino que se podrían liberar de muchas trabas, de toda la violencia que han ejercido y de la culpa que las travestis sabemos que eso les genera.
Porque dentro de nuestros saberes está ese, sabemos que hay una sexualidad masculina que no es la oficial, de la que ellos mismos no pueden hablar. Les gusta ponerse nuestra ropa como les gusta jugar a ser violados y, cuando vuelven a vestirse, sienten culpa. Quizá la búsqueda de otros nombres haga que ellos puedan hablar.
Hay un conocimiento sobre la sexualidad masculina que es un conocimiento travesti. Sabemos que esa sexualidad es violenta no solo porque gira alrededor de la penetración de nuestros cuerpos, sino porque hay todo un disfrute del poder golpear, mearte y cagarte encima. Sabemos sobre esa sexualidad porque fuimos educadas en ella a lo largo de los años, y esa educación nos marca tanto que nos hace creer que no merecemos otro mundo sexual. En el trabajo o la explotación sexual somos tan violentadas que nos cuesta distinguirnos subjetivamente de eso, llegamos a pensar que somos aquello que nos han hecho y dicho que éramos.
Pero la sexualidad travesti no es la sexualidad masculina. Distinguirnos de esa mirada de los hombres sobre nosotras nos puede sanar, ese ejercicio de imaginación nos puede sanar si nos ayuda a comprender que la sexualidad masculina tiene consecuencias, y que una de ellas, la fundamental, es paralizarnos en la desesperanza aprendida. La ciencia ficción travesti entrega elementos para distinguir la mirada sobre nosotras mismas de las miradas que nos fueron impuestas, violentándonos.
La ciencia ficción travesti no impone, no cancela, no grita, no es una voz fuerte que dice qué hacer. Para producir las distinciones en las miradas, para que la imaginación tenga lugar, es necesaria una voz suave, un murmullo, un susurro al oído. Hay todo un trabajo activista, cariñoso y abrazador para decir esas no somos nosotras, pero estas otras sí, podríamos ser nosotras. Ese trabajo afectivo repara nuestras niñas internas, esas infancias que han atravesado oscuridades.
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Tiempo después ocurrió otra cosa significativa, portadora de conocimiento. Había ido a bailar con una amiga, fue una noche en la que invertí mucho dinero y no había pasado nada con ningún guacho. Estábamos comiendo un completo en Plaza Dignidad (que todavía se llamaba Baquedanos) cuando se acerca un chico común y corriente, gordito, poco llamativo. Mientras nosotros dos conversábamos muy animadamente, mi amiga se fue retirando poco a poco, él me invitó a pasar la noche y fuimos a un motel muy bonito. Me desnudé por completo y me tendí sobre la cama, él se quedó boquiabierto, mirándome y dijo “encima eres hermosa”. Esas palabras fueron vindicativas, claves. No era el hombre que yo hubiese elegido pero me trató con dignidad, y me deseaba tanto, que al tocarme ligeramente con su pene, acabó. Sorprendentemente, tuve un orgasmo hermoso: la clave era la dignidad.
Los orgasmos, supe entonces, no pasan solamente por una parte del cuerpo o un acto determinado, sino por las emociones y las imágenes, por lo que sentimos, vemos, olemos, escuchamos, saboreamos. A veces puede ser una palabra-clave lo que necesitamos para que el erotismo se encienda y nos desborde.
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El feminismo me reparó cuando me hizo comprender mi lugar en el mundo y la importancia de mi propia biografía. Antes de conocer al feminismo no me había dado cuenta de que estaba tan desclasada y desarraigada. Eso cambió cuando accedí a las lecturas feministas y entendí la historia de mi país, del lugar de donde yo provenía, de las ancestras muertas que me allanaron el camino. Pero fueron las compañeras lesbofeministas quienes me señalaron amorosamente la importancia de quitar al hombre del centro de la escena y de la vida. Gracias a ellas he tenido la experiencia de cambiar los enfoques, de mover la mirada, y eso ha sido muy importante para mi.
Me repara la idea de que una organización feminista diga que su interés es proteger la vida y la tierra. Esto me repara, es un orgasmo. Proteger la vida es que nadie sobra, nadie está de más. No tengo una fe cristiana, pero me repara saber que todes somos parte del universo, que somos parte de constelaciones. Ya no hay nada que nadie pueda decir para hacerme dudar de que soy parte del universo. Eso es un placer y poder, un superpoder.
También me repara hablar de todas estas cosas con mis compañeras y que les hagan sentido. Siento que cuando eso ocurre soy una privilegiada. Es como ser bruja o chamana, tener el poder de ponerle palabras a lo que no las tiene, darle las palabras y hacerlo existir. Pero es muy importante que esas palabras sean suaves y amorosas, necesitamos que sean así para contraconjurar todas las palabras de odio que nos han dicho, para sacarnos del cuerpo con suavidad todas las marcas de la violencia y el desprecio.
Quizá el aporte y la reparación de la ciencia ficción travesti que viene de mi experiencia carnal, también pueda ser reapropiado por otros mundos y otras luchas. Quizá mis palabras vayan más allá y reparen a otres que también deseen sacar del centro al hombre, al estado, al gobierno para explorar la pregunta por otros modos de saber, del placer, del cuidado. Quizá otros grupos y otras luchas quieran reapropiarse de la pregunta en voz baja, susurrada amorosamente, por qué les hace volar.