Crónica

Narrar lo real: el gueto de Varsovia


Sabemos cómo vamos a morir

Paco Ignacio Taibo II encontró, hace veinte años, un folleto publicado por una editorial marginal argentina que narraba una parte de los hechos de la batalla en el gueto de Varsovia. Allí se topó con un personaje​​ y una cita que lo impactó: “Hasta ahora los judíos sabíamos que ibamos a morir, pero por primera vez sabemos cómo vamos a morir”. A partir de esa frase investigó, recopiló datos y viajó a distintas ciudades de Europa tras la pista de Mordejái Anielewicz —el joven que conformó el grupo que lideraría el levantamiento del gueto de Varsovia— durante más de una década. Como resultado de ese trabajo nació “Sabemos cómo vamos a morir” (Editorial Planeta). Acá, un fragmento del libro.

La serie cinematográfica con la que la sociedad norteamericana comenzó a procesar la “guerra de Vietnam” incluyó diversos tipos de enfoques y posicionamientos ideológicos, así como variantes estéticas del género. Mientras El francotirador (1978) de Michael Cimino intentaba ser un recuento del costo personal y hasta de clase de una gesta patriótica, Regreso sin gloria (1978) representó con su historia las raíces también domésticas del antibelicismo. Dos años después se estrenó Apocalypse Now, de Coppola. Ya no una película sobre la guerra, sino la guerra en imágenes. Un ensayo estético sobre la degradación humana.

Hace veinte años, Paco Ignacio Taibo II encontró un folleto publicado por una editorial argentina marginal que narraba una parte de los hechos de la batalla en el gueto de Varsovia. En ese texto se topó con un personaje y una frase que lo impactó. El personaje, era Mordejái Anielewicz, un adolescente judío, sionista y socialista, que recibió de sus compañeros ocultos en los bosques fuera del gueto una propuesta para él y para un número significativo de la organización judía de combate: escapar a través de la red cloacal del barrio judío y esconderse en el bosque. Mordejái dirigió una asamblea para tratar la propuesta, promovió la decisión de no salir y escribió una carta a sus compañeros del exterior. En esa carta les transmitió la decisión y un argumento que sería el disparador de este libro: “Hasta ahora los judíos sabíamos que ibamos a morir, pero por primera vez sabemos cómo vamos a morir”.

A partir de esa frase, Taibo investigó, recopiló datos y viajó a distintas ciudades de Europa tras la pista de Mordjái Anielewicz durante más de una década. Se obsesionó con ese joven que conformó el grupo que lideraría el levantamiento del gueto de Varsovia. Como resultado de ese trabajo nació Sabemos cómo vamos a morir (2020), una crónica inmejorable de esa historia. Un texto conmovedor que, como la película de Coppola, logra volver sobre la tragedia del Holocausto con una escritura que impacta por la economía particular de palabras que propone, reconstruyendo en cada uno de sus capítulos una secuencia de instantáneas inapelables. En tiempos de naturalización preocupante de las derechas radicalizadas, el texto de Taibo constituye un buen ejercicio de alerta al recordar no solo la tragedia humana ocurrida en un pasado muy reciente, sino el valor de todo movimiento de resistencia animado por la fuerza del deseo de emancipación.

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Capítulo XV: Los niños

La realidad se construye con una cadena de actos que se vuelven simbólicos al paso del tiempo, de irrupciones a contracorriente que devuelven su brillo, su fulgor, a la condición humana.

Conozco una sola foto de Janusz Korczak, un hombre de poco más de cincuenta años. Con una mirada tan profundamente triste que parece poseerte, dentro de un rostro anguloso con bigote y una corta barba, que destruye su miopía, calvo; alguien dirá que parece personaje del Greco.

Nacido en Varsovia en 1878, fue médico militar durante la guerra ruso-japonesa y durante la guerra civil rusa. Muy conocido pedagogo, Janusz Korczak era su nombre de pluma, había nacido como Henryk Goldszmit. Autor prolífico de libros, ensayos en revistas de divulgación y especializadas. Miles conocían sus “Rezos para no creyentes”. 

Ese hombre, al que llamaban "el Karl Marx de los niños", dirigía el orfanato del gueto desde 1912, un edificio de tres pisos en la calle Sliska, conocido como "la República de los Huérfanos". Doscientos niños, médicos y enfermeras vivían en él. 

Korczak había establecido un sistema de justicia con un juzgado de cinco niños y un maestro como encargado. En él, profesores y niños eran tratados como iguales y el propio Korczak actuaba como defensor mensualmente. 

El 5 de agosto del ‘42 las SS ordenaron el cierre del establecimiento. Una semana más tarde, junto a los niños de los otros cinco orfanatos judíos de Varsovia, los ocupantes del recinto fueron ordenados a marchar hacia la plaza Umschlag.

A Korczak, como médico, se le ofreció un permiso para quedarse en el gueto, pero decidió marchar con sus niños junto a su antigua asistente, Stefania Wilczynska. 

Edelman vio pasar esta sorprendete procesión laica; hay quienes contarán que algunos niños iban vestidos con sus mejores galas, los harapos de un niño judío de Varsovia huérfano. "Vamos a viajar en tren, así que vamos a ponernos mejores ropas de Shabbat". 

La escena de esos doscientos dos niños, que se dice que iban en su camino cantando con Janusz Korczak al frente, cargando en brazos a dos de los más pequeños, mientras cruzaban el gueto, es recordada por cientos de personas, se vuelve una leyenda que rompe el corazón de cualquier observador medianamente inocente.

El poeta Wladyslaw Szlengel escribe:

Vi a Janusz Korczak caminando hoy, dirigiendo a los niños a la cabeza de la línea.

Algunos dijeron que el clima no era triste; estaba bien.

Vestían sus mejores mandilones y reían (no muy fuerte). Marcharon como calmados héroes a través de la multitud perseguida, de cinco en cinco, bajo una lluvia que titubeaba. Pálidos, temblorosos, vistos desde las alturas, a través de ventanas rotas, con pavor y miedo.

Y de vez en cuando, desde lo alto, un extraño gemido escapó, como el lamento de una gaviota rota. El aire, espeso de tensión, vibra con el olor del vodka y las mentiras.

Al llegar a la plaza de los Desplazamientos, identificaron a Janusz Korczak como médico pediatra y le ofrecieron bajarse del tren, pero él se negó; sabiendo que Treblinka era la muerte, se quedó con sus niños y caminó con ellos hacia el final. 

Aaron Zeitlin dirá que, con el asesinato del doctor Korczak y sus niños, Varsovia perdió el alma.