En medio de la polvareda que levantó la campaña para el plebiscito, un grupo y su líder han cobrado una atención fuera de lo común. Se trata del Team Patriota y Francisco Muñoz, aka Pancho Malo. Pancho es un hombre de muchas facetas. Lo hemos visto de chaqueta, corbata y colleras, reunido con el director del Servicio Electoral para exigir un sistema de “conteo paralelo”; dirigiendo con un megáfono a sus correligionarios, animándolos a cantar con más fuerza; recibiendo entre pifias a los políticos que ingresaban a la sede del Congreso en Santiago para trabajar en un acuerdo que permitiera habilitar un nuevo proceso constitucional. Francisco es, o quiere ser, un dirigente político.
Antes Pancho Malo fue otra persona. O así lo conocimos casi todos, en sus tiempos de líder de la Garra Blanca, la barra brava de Colo-Colo, el club de fútbol más grande de Chile. Una dilatada trayectoria en esas lides, iniciada en 1992, lo llevó a disputar en varios periodos el liderazgo del conflictivo grupo. Ese camino incluyó una condena por homicidio en el año 2000 y la acusación de ser el autor intelectual de otro crimen —13 puñaladas a otro barrista conocido como el Mero Mero, durante un partido entre Colo-Colo y O’Higgins, en 2012—, junto con varias polémicas por su confesado pinochetismo. Un par de años antes de su condena, Pancho Malo concurría religiosamente a la Fundación Pinochet, cuando el susodicho estaba detenido en Londres. Y para 2005, cuando se hizo del poder absoluto en la Garra Blanca, sus predecesores habían caído en el olvido y en desgracia: Barti, Huinca, Rata, Rodilla, JC, Viper y Androide. Los dos primeros se hicieron famosos por protagonizar una de las escenas más violentas del fútbol chileno, televisada y difundida hasta el hartazgo: una pelea a cuchillazos, también en un partido contra O’Higgins, pero en el 2000.
Producto de polémicas y delitos, Colo-Colo, el club de sus amores, le aplicó el castigo del derecho de admisión en 2012. Pancho Malo ya no puede ingresar al Estadio Monumental ni a ningún estadio del país, a pesar de que, según él, “limpió” la Garra Blanca de lumpen, narco y delincuencia.
Sindicado desde siempre como pinochetista —para su orgullo— decidió rearmar su vida viajando a Estados Unidos, donde se hizo cercano al mundo trumpista. Admira a Donald Trump por ser un self-made man, un emprendedor exitoso que logró vencer a la vida a punta de esfuerzo, frontalidad y sinceridad. Muñoz adaptó a Chile el eslogan de la campaña presidencial de Trump, “Hacer Chile grande nuevamente”, como se lee en su perfil de Twitter. Y lo cierto es que la agenda de Pancho Malo se inspiró en la receta con la que el blondo millonario se hizo de la primera magistratura de los Estados Unidos: una especie de ideología basada en una versión propia del libre mercado en la cual solo el más fuerte sobrevive. No se piensa únicamente en el más trabajador; también se incluye al más pillo, aquel que logra sacar ventajas del resto. Los políticos, en cambio, serían una casta de aprovechadores, que prefieren cuidarse las espaldas y los puestos a costa del trabajo del pueblo chileno. A esa agenda, Pancho Malo agrega una estética, un cuidado modo de vestir, unas acciones de propaganda que sintetizan el estilo trumpista —jockeys rojos con letras blancas, camisetas de equipos de fútbol americano— con el barrismo chileno, sus lienzos y banderas. Todo esto mezclado con un discurso conscientemente provocador, que no teme a apuntar con el dedo a sus adversarios, ya de otros piños nacionalistas, ya de la “casta política”. El hecho de que reivindique con tanta convicción a Trump y los símbolos patrios rememora otra parte del fenómeno estadounidense: estos grupos marginales comenzaron a aparecer dispersos por el país. Primero, provocaron la sorna de los observadores, pero luego se transformaron en un problema real para el sistema democrático, culminando con la toma del Capitolio para defender a Trump de un fraude que jamás existió.
Según aparece en la página de LinkedIn de Muñoz, su experiencia manejando grupos humanos complejos, sumada a su red de conexiones latinoamericanas, lo habrían vuelto un “experto en recursos humanos, (…) especialista en escenarios de alta complejidad para materias políticas y empresariales, (que) simplificó procesos de acceso a los mercados, su constitución y plan de acción”. Al final de su perfil destaca un único posteo. Aunque es antiguo, pareciera resumir bien su negocio actual:
“El año 2012 derroque de la presidencia de ByN al consuegro del ex presidente de la republica de Chile Sr. Sebastián Piñera , esto me costó una persecución política importante, soy fuerte y logre salir ileso. Logré movilizar a miles de personas contra los empresarios de la Concesionaria, ante mi calidad de líder se refugiaron en el Gobierno, soy impetuoso e irreverente, estos personajes tienen dinero pero pantalones no!” (sic).
Quizá de allí venga su misión fundamental: “Terminar el negocio de los partidos políticos”. En ese camino, Pancho Malo quiere volver a ser Francisco José Muñoz. O, al menos, Pancho Bueno.
El Team Patriota
La reconversión de Pancho en Francisco ha pasado por organizar un nuevo grupo, algo así como una barra brava de cierta chilenidad. La movida coyuntura nacional ha creado las oportunidades para que liderazgos como el suyo —disruptivo, frontal, ciudadano— se abran paso en la fauna política chilena.
Su primer foco ha sido generar ruido en las redes sociales. En su perfil de Twitter, Muñoz se describe como un “Influenciador en redes sociales”. Es justamente en ese espacio donde parece haber logrado crear una comunidad. En las manifestaciones públicas —ya sea un “apriete” en la sede de la UDI, un discurso frente a La Moneda o en la Parada Militar, a la que asistió junto a una treintena de seguidores en apoyo de las Fuerzas Armadas y, sobre todo, para pifiar y gritar contra Gabriel Boric—, la concurrencia es ruidosa, pero más bien escasa. Para este grupo, todo parece conducir a la figura de su líder, que con un megáfono aleona a los suyos. Ya no es en el Monumental u otro estadio de Chile o América, sino la calle. También lo podemos ver en lives de Instagram, reclamando porque no los dejaron ingresar lienzos al acto militar. Todo termina pareciendo un resabio de su vida anterior, esa de la que intenta distanciarse.
A su grupo lo bautizó Team Patriota. También aparece la denominación de “Real Patriots”. Como si fuera una casualidad que, años atrás, Muñoz usara una polera con la leyenda Team Trump 2016. Pero el grupo no nació para apoyar al exmandatario estadounidense, sino para prestarle soporte a José Antonio Kast en su segunda aventura presidencial. No se trató de una petición del candidato, sino de una iniciativa del propio dirigente. Luego de eso, desplegó todas sus fuerzas en el plebiscito de salida sobre la propuesta constitucional. “Rechazo, rechazo, rechazo el mamarracho”, era la consigna. Luego del triunfo de esa opción, hoy está abocado a exigir a los políticos que “respeten el 142”. ¿Qué es el 142? Uno de los artículos de la reforma constitucional que habilitó el proceso chileno, que establece que “Si la cuestión planteada al electorado en el plebiscito ratificatorio fuere rechazada, continuará vigente la presente Constitución”.
En un tuit publicado en inglés, Muñoz defendió el punto. “Chile RECHAZÓ la nueva Constitución de la izquierda. Hoy la falsa derecha promueve violar la Constitución y a través de una cocina política imponer a los chilenos repetir el proceso. El ex presidente Sebastián Piñera lidera una nueva estafa contra los contribuyentes”.
Durante las semanas posteriores al plebiscito, el líder del Team ha desplegado una intensa agenda en redes y en las calles, declarando “personas non gratas” a Javier Macaya, presidente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), y a Francisco Chahuán, de Renovación Nacional (RN). Junto a ellos, Carlos Maldonado, Ximena Rincón o Matías Walker, dirigentes de centroizquierda que estuvieron por el Rechazo en el referéndum, estarían “violando” la voluntad popular. Para ello, se ha apoyado en declaraciones del diputado afín al Partido Republicano Gonzalo de la Carrera o la exconvencional Tere Marinovic, de la misma tendencia. Muñoz etiqueta con frecuencia en sus tweets a varios personajes, entre los que se cuentan el mencionado diputado, el argentino Agustín Laje, el concejal Sergio Melnick e incluso el senador por Florida, Marco Rubio.
Muñoz ha hecho carrera de esa forma, habitando en el extremo, presionando, exigiendo. Su posición –aunque radical y minoritaria– hace que quienes antes ocupaban el espacio más a la derecha ahora se vean desplazados hacia el centro del espectro político. Es lo que está sucediendo con la derecha tradicional, sobre todo la UDI. Y puede que esa actitud de denuncia y apriete sea contagiosa. La exigencia de no continuar con la discusión sobre una nueva constitución se salió de las manos.
El 10 de septiembre, por ejemplo, llegó a los correos de los diputados una amenaza similar a la formulada por los “Patriotas” contra la posibilidad de crear una nueva Constitución. El texto era el siguiente:
“Les escribo para recordarles que, como soberanos y jefes suyos, el domingo 4 de septiembre fuimos a votar un plebiscito en el que rechazamos su borrador de ‘Nueva Constitución’. Ese rechazo los incluye a ustedes, que a puerta cerrada a fines de 2019 decidieron someternos a dos años de incertidumbre y violencia, nos obligaron a ver un espectáculo decadente dado por los ilegítimos ‘convencionales’, que terminaron entregando un mamarracho, reflejo de su mediocridad”.
La carta prosigue indicando que “nosotros hemos rechazado y no estamos dispuestos a que gente como ustedes nos imponga un nuevo proceso constituyente”, para concluir que “si debemos visitarles en sus casas para explicarles esto y ver si lo entienden, también tenemos derecho de hacerlo”. No se puede imputar ni a Muñoz ni a sus adherentes la responsabilidad de este correo, pero nadie dudaría de la huella de grupos como el suyo en la crispada atmósfera que se instaló tras la elección.
El plebiscito y reajuste de fuerzas
Aunque el plebiscito del 4 de septiembre los hizo ganar notoriedad, grupos parecidos al Team Patriota pululan hace años en nuestra sociedad, aunque de distinta sensibilidad y agenda. Los hay libertarios, anarcos de derecha, nacionalistas radicales, antifeministas, identitarios en general. Pareciera ser un fenómeno que, en parte, busca responder al auge de los movimientos sociales al otro lado del espectro político, al fraccionamiento de la representación política, al crecimiento de las redes sociales como espacio donde la intermediación desaparece y los espacios de pertenencia dejan de ser los obvios.
Resulta difícil calibrar el peligro que podrían representar grupos como este. El Team Patriota no es un grupo guerrillero ni ha llamado a las armas. Al menos por ahora esa relación parece lejana. Pero sí hay dos potenciales conflictos en el futuro. Uno, la acumulación de grupos similares que, desde sus propias trincheras, reúnan fuerzas suficientes como para desestabilizar al sistema democrático. Dos, que la violencia sí aparezca en el futuro, producto de la apertura de espacios para la politización radical, en los cuales la diferencia ideológica se moraliza hasta el extremo de no poder soportar el disenso. Aunque cada uno requiere un tratamiento extenso por separado, ambos caminos reconducen a una misma pregunta: ¿qué hace el sistema político frente a estos grupos?
La respuesta no es fácil ni rápida, pero incluye tomarse en serio aquello que denuncian estos colectivos. No para abrazar sus conflictivas agendas ni caer en una actitud condescendiente, sino más bien para auscultar las causas que movilizan sus apoyos. Una política bien articulada con la realidad social puede volver estériles varias de sus amenazas. Entre ellas, que barras bravas como la de Francisco Muñoz y su megáfono terminen por sofocar el sano y natural disenso democrático.