Primera vuelta. Escrito ex post
Una inyección y 400 ilusiones. Solo al comienzo es una todos los días. Después son dos por día. Después, tres. Encuentras el momento, en la oficina, en casa, no importa. Suena la alarma del celular, sales corriendo a inyectarte: casi no te das cuenta y ya eres una experta en los 90 grados de ángulo necesarios para pincharte en la grasa de la guata. Y en mezclar medios líquidos y polvos, en cambiar agujas largas por agujas más cortas. Después vienen las ecografías cada 48 horas. Hay que ver que los folículos crezcan porque si no, se suspende el tratamiento. Te los miden mal y eso amenaza con frenar todo y volver a empezar. No importa que parezcas ya un colador. Por suerte miden bien y crecieron, así que te hacen la punción para sacar todos los que se obtuvieron si "respondiste bien". Sacan un "buen número" y te vas con dolor e inflamación por los próximos siete días. Después viene fertilizarlos en el laboratorio y ver cuántos embriones sobreviven.
Sobreviven cuatro. Te transfieren "el mejor", el que tiene "calificación AA". Ahora te toca esperar. Le llaman la "beta espera" porque a los 15 días te haces el análisis de la subunidad beta de la gonadotropina coriónica humana en sangre que indicaría si prendió o no. Mientras tanto consomes tanta progesterona que te sientes embarazadísima y ya remodelaste toda la casa en tu cabeza y dejaste de comprarte jeans apretados por las dudas.
La progesterona es la hormona más cruel: te hace sentir como que… pero no. Tienes todos los síntomas, pero no lo estás. Antes de que llegue el día de la beta, menstruas. Se fue todo al carajo, no prendió. Y encima te enteras de que los otros tres que habían logrado fertilizar no sobrevivieron. Te llevas todo eso a la cama y lo lloras. Todo. Todo. Hay que dejar pasar un ciclo y volver a empezar, “de cero”, te dice la especialista. Todo, todo.
La decisión de la maternidad posfeminismo es una mierda. Llegaste hasta acá con un millón de preguntas y resulta que ninguna tiene respuesta: ¿qué lugar tiene la maternidad en una vida feminista? ¿Es suficientemente feminista desearla? ¿Cuánto? ¿Cuánto de este deseo es estructurado por el entorno y cuánto es propio? Te acuerdas de que eres socióloga y esta última pregunta te parece tonta, pero la anterior también. Resolviste negociando contigo misma que no es tu deseo más grande, te convences de que si unx hijx es trascenderse, ya trascendiste por otras vías menos corpóreas, menos ruidosas, que no necesitan un cambio de pañales cada dos horas. Sin embargo, la inquietud está y como eres cabeza dura y mamá dice que la persistencia es lo que te hace adorable e insoportable, persistes.
Segunda vuelta. Escrito durante
Mandas todos los papeles a la prepaga. Tienen que aprobar el segundo tratamiento. Por supuesto que vuelven a hacer lo mismo que la primera vez. Te autorizan la internación, no la medicación. Genialidad de la vida. ¡Pero si el tratamiento es la medicación, señorxs! Como ya sabes que van a intentar a toda costa no hacerse cargo de un tratamiento así, esta vez lxs llamas y les avisas que se olvidaron de autorizar la bolsa de inyecciones. Te acuerdas de que la primera vez agradeciste que todo esto esté bancado por el Estado (en Argentina) porque fue ver el precio y pensar en un año de alquiler en un monoambiente en CABA. Pero también te acuerdas de que la gratuidad no garantiza mucho: la negociación con burocracias ultra entrenadas para decir “no” requiere insistencia, disponibilidad horaria, búsqueda de recursos y beboteos. Solo menciono algunas de las muchas habilidades que hay que desplegar para conseguir las autorizaciones.
Te escapas antes del trabajo para ir a buscar la famosa bolsa (por supuesto que la farmacia solo trabaja en horario de oficina, para hacértela fácil). Esta bolsa no es cualquier bolsa: cabe un todo, hecho de paquetes de gel freezado y falopa. Te la arman con mucha dedicación: todo va acompañado de esos geles dentro de bolsas térmicas más pequeñas envueltas hasta el hartazgo de cinta muy gruesa, cosa de que no vayan a salir corriendo. Hermoso trayecto del metro a casa. Chequeas, chequeas y chequeas, estás dispuesta a chequear hasta que el infierno mismo se congele. Pero llegas a casa, le sacas fotos porque el médico quiere ver que tengas todo lo que necesitas. Ahora queda esperar el primer día de menstruación.
La progesterona es la hormona más cruel: te hace sentir como que… pero no. Tienes todos los síntomas, pero no lo estás.
La cosa ya venía complicada: habías empezado este ciclo hacía más de un mes pero lo tuviste que suspender porque te agarraste COVID y te tuvieron que dar pastillas anticonceptivas. Las malditas que dejaste hace 10 años. Las suspendes para producir una menstruación mentirosa. Le avisas al médico que todo está tan descuajeringado que la menstruación se adelantó. El segundo día “tienes que empezar con 300 de gonadotropina”, te dice. La bendita gonadotropina. Por suerte, es la aguja más chica y finita. Como tiene forma de lapicera, es muy fácil de aplicar. La bendita gonadotropina.
Después se complica, al cuarto día ya tienes que hacer 150 de gonadotropina y 150 de menotropina. La segunda se obtiene de la orina de mujeres menopáusicas. Es en serio, lo juro. “Altamente purificada”, dice la caja. Te imaginas inmediatamente una habitación de clínica donde mujeres de arriba de 50 esperan para dejar sus contribuciones en pis al laboratorio. Después ese pis se convierte en un polvito para ti. Y hay que decirlo: la menotropina es una guacha. Se tiene que preparar en una ampollita con medio líquido, se guarda porque tiene para varias dosis y las agujas que trae son de malísima calidad, se doblan, son más gruesas y tienes que apretarlas más fuerte contra la guata para que entren.
En esa fase tienes un control para hacerte una ecografía. Tienen que ver si los folículos crecieron y cuánto. Así ajustan la medicación. Cuando llegas, le preguntas a la recepcionista si sabe cómo está una de las médicas que se está recuperando de un cáncer, ya fuiste tantas veces que conoces la vida de todxs.
Piernas abiertas y culo bien al borde de la camilla. Uno está lindo, ya tiene como 18 mm que es el tamaño mínimo para sacarlo cuanto antes. Ese ovario izquierdo siempre reacciona, pero esta vez está raro. El derecho, dormido como siempre. Hay que empezar a aplicar una tercera medicación, el antagonista de la hormona liberadora de la hormona luteinizante (así, con doble conteo de la palabra “hormona” porque le importan poco las reglas gramaticales), que impide que ovules. Y ahora, además de estar aplicándote algo sin ningún respeto por la redundancia de palabras en una misma oración, es un antagonista. ¿Se entiende lo que pasa acá? Estás tomando estimulantes para hacer crecer los folículos y un antagonista para que no ovules. ¡¿WTF?! Ese antagonismo en tu cuerpito, igual que tu decisión por la maternidad. Medicación y espíritu, un solo corazón.
El antagonista (lo llamas por su nombre de pila porque ya se conocen bien) a las 18 hs, la gonadotropina y la menotropina a las 20 hs. Te las aplicas como una profesional. Pero cada día y cada pinchazo duele más. Estás sensible. Encima la gonadotropina deja la piel enrojecida y caliente. La peor aguja. La primera vez hiciste todo bien y no funcionó. Se murieron todos. No tienes mucha esperanza pero a la disciplina que requiere el tratamiento le importa muy poco si tienes o no esperanza. A esta altura no sabes si se trata de la fuerza del deseo de ser madre o si el tratamiento te militariza. Sospechas que es lo segundo.
Sigues con la medicación y en menos de 48 horas te hacen otra eco. A las 12:30. En medio de la jornada laboral. En la loma del orto. Porque al médico no le importa mucho si tienes vida. Piernas abiertas y culo bien al borde de la camilla. El folículo lindo está desmadrado, tiene 22 mm. Cagamos. El antagonista a full porque si no, no llegamos bien: ese creció mucho y el resto está tímido. Tiene que haber, por lo menos, 4 en tamaño justo para sacar. Punzar sin 4 no vale la pena.
La gonadotropina, la menotropina, el antagonista todos los días. Ya no hay lugar en la guata para pinchar y la botellita de plástico donde se guardan las inyecciones usadas está colapsada. Lastiman todos los pantalones que te pones, decides usar uno de verano, bien flojito, bien en pleno invierno. También decides que el home office es la única forma de acompañar este proceso, porque está difícil transportar medicación que debe estar a temperatura de heladera y hacer coincidir tus reuniones para escaparte con la jeringa a la sala de lactancia (si tienes suerte de que haya una) a las 18 hs y después salir corriendo para poder pincharte a las 20 hs las otras dos.
Tenías un brindis, un café con amigas para arrancar un proyecto a largo plazo, dos eventos importantes, una cena, 85 reuniones y clases que dar. A las inyecciones y al médico todo eso les importa muy poco.
A esta altura ya sientes que vas a ovular. Todos los síntomas están. Pero eso no puede suceder, la medicación lo impide. Tienes una eco en dos días y, si hay 4 lindos, el lunes te hacen la punción. A esta altura, también, el médico mide todo con el criterio estético de un periodista de espectáculos de los programas de la tarde. Le gusta o no le gusta, son lindos o son feos.
En el medio de esta montaña (¿o ruleta?) rusa tuviste que hacerte un prequirúrgico a las mega apuradas porque el médico se olvidó de darte las órdenes antes, así que llamaste a la mitad de los centros de diagnóstico de la ciudad a ver quién te entregaba los informes en el día. Negociaste un poco con uno y calculas que llegas al “día P” (el día de la punción).
El médico mide todo con el criterio estético de un periodista de espectáculos de los programas de la tarde. Le gusta o no le gusta, son lindos o son feos.
Te tuviste que ocupar de otra cosita. Como tuviste que suspender mil cosas y hace dos semanas que no ves a tu mamá y a tu papá, empezaste a avisarle al mundo lo que estabas haciendo. Qué grato que el mundo participe del proceso. En el trabajo decides llamarlo “tratamiento médico” y “pequeño temita de salud”. En definitiva, es un tratamiento médico, salvo porque estás tan papoteada que te sientes un patova noventoso a punto de matar a alguien que le dijo “maricón” en la puerta del boliche. Salvo que este patova insiste en embarazarse.
A esta altura no solo decides que tienes que escribir esta crónica, sino que además tienes que fotografiar. Como las fotos de la primera vuelta fueron en la entrada al quirófano, toda expectante y todo se fue al demonio, decides que esta vez son de los pinchazos y de la panza colador.
“Día P”. Llegaste más llena de hormonas que un pollo de granja. Había 10 para sacar, los sacaron. Fertilizaron 7. Sobrevivieron 4. La vida se achica y el material genético va quedando en un tubo de ensayo. No escribes por varias semanas, no siempre es momento de humor negro.
Te transfieren uno. Porque es doble AA que es como el Superman de los embriones. No tienes muchas expectativas después del primer fracaso rotundo. No esperas mucho. Pero sí esperas. Un poco esperas porque la “beta espera” existe y es física: hay días, horas que tienes que literalmente esperar hasta hacerte el análisis de sangre para detectar la subunidad beta de la gonadotropina coriónica humana. Otro poco esperas porque deseaste y sigues deseando un poco.
Ni hizo falta esperar el día del análisis. “La betaespera” casi ni existió. Menstruaste el 12. El 12. El día de tu cumpleaños número 37. A lxs médicxs les encanta recordarte que los 37 significa otro año en contra de las estadísticas de reserva ovárica. En esta sí tienen razón.
Tercera, pero vueltera. Escrito ahora
“Esto de nacer mujeres en el tiempo de Despentes es difícil”, dice Rigoberta Bandini en una canción que se llama “Perra”. Pienso que entendió todo.
¿Sabes lo que es decidir ser madre en tiempos de feminismo?
El deseo de la maternidad está desautomatizado. No, lo hemos desautomatizado. Dios ha muerto, ¿la maternidad como la entendíamos también? Un poquito sí. El precio es cuestionarte todo el tiempo si querés ser madre, ¿una feminista puede querer ser madre? Te resulta que sí. Pero el sí es más vueltero que una calesita. Y otra vez: ¿qué es el deseo? No me quiero preguntar eso ahora, menos habiendo perdido un embarazo y gestionado dos intentos fallidos de tratamiento de fertilidad. Solo sé que la maternidad será deseada o no será y a veces, aún deseada, tampoco lo es. Deberíamos poner eso en las banderas también.
Vademecum patova
Gonadotropina: Hormonas que actúan sobre las gónadas: ovarios y testículos. En la mujer estimula el crecimiento y la maduración folicular, favoreciendo la secreción de estrógenos. En el hombre, estimula la espermatogénesis. En otros géneros el vademécum es un dinosaurio del siglo XIX.
Modo de aplicación: inyectable en forma de lapicera muy gruesa. Tiene tapita con un clip para colgártela en el bolsillo de una camisa de oficina tipo Mad Men, si quieres.
Advertencias: alta probabilidad de alimentar las expectativas iniciales de embarazo e instalación de la falacia de que el resto del tratamiento será tan fácil como la aplicación de esta hormona.
Menotropina: Inicia y regula la gametogénesis, regula la maduración del folículo y formación del cuerpo lúteo en el ovario y sobre la espermatogénesis y desarrollo del tejido intersticial en el testículo. También conocida como gonadotropina menopáusica humana. Se obtiene de la orina “altamente purificada” de mujeres posmenopáusicas. Es pis de una colega.
Modo de aplicación: inyectable. Para obtenerla hay que mezclar el contenido de 3 frasquitos: uno con el pis hecho polvo y dos con medio líquido.
Advertencia: las agujas son muy truchas. Duele.
El antagonista: antagonista de la hormona liberadora de la hormona luteinizante. El antagonista le compite a la capacidad que tiene la primera hormona de liberar la segunda hormona y controla que no se desmadre la secreción de gonadotropinas. Es decir, inhibe a la primera droga de este vademécum.
Modo de aplicación: inyectable. Hay un polvo y hay un medio líquido, se juntan, te los inyectas. Punto.
Advertencia: El líquido duele. Se pronostica una guata roja y ardiente. No tengo más nada para decir de esto.
Fotos: María de las Nieves Puglia