Es mayo de 2018 y la mirada de Felipe Gálvez, detrás de los marcos negros de sus lentes, está clavada en la certeza de un futuro brillante. Estamos los dos en la Costa Azul, en el Festival de Cannes en curso, sentados en un café. Yo, periodista y crítico de cine que cubre el certamen; él, cineasta obsesivo y que sabe que el mejor plato artístico se cocina a fuego lento, presenta en la Semana de la Crítica su feroz cortometraje “Rapaz”.
Lo estoy entrevistando porque este trabajo audiovisual me ha dejado impresionado. No es el primer cortometraje de Felipe Gálvez, pero sí uno que define la brújula hacia donde se dirigirá su arte en unos pocos años con el estreno de su fundamental ópera prima: el western chileno “Los Colonos”.
Pero volvamos a “Rapaz”. A Cannes. A 2018. En el microcosmos del festival, de la cámara rápida que significa ir de allá para acá entre la multitud de la industria del cine en la meca del cine, la velocidad se ralentiza y pausa escuchando la voz de Felipe Gálvez, quien se apasiona explicando su registro visceral y brutal sobre una detención ciudadana en el Chile del siglo 21.
En sus 13 minutos de duración, “Rapaz” es un fascinante estudio del micro fascismo latente que se desencadena y crece hasta convertirse en una manifestación gigante del fascismo a secas. Andrew Bargsted, qué talento, interpreta a un joven asaltante que ha sido apresado por una multitud enardecida. Lo dejan inmovilizado, lo golpean, lo agreden y toda la situación deja en evidencia que la vida callejera y urbana en el Chile pre-estallido social se ha convertido en una ley de la selva. La ausencia absoluta de la policía durante esta representación de la realidad, los carabineros no llegan nunca, es símbolo de la ausencia del Estado y esto solo acentúa más el contrapunto que propone con visual elegancia Gálvez: tomarse la justicia con las propias manos o servirse del cada vez más escaso sentido común para encarar este drama.
El actor chileno-norteamericano Benjamin Westfall es Ariel y el punto de vista del que se sirve el director para resolver este provocativo dilema: agredir o defender al ladrón. Ser o no ser fascista. Seguramente los movimientos neofascistas y libertarios que surgen con fuerza en Latinoamérica justificarían el ajusticiamiento con la frase del neocoservador Irving Kristol “un liberal es un conservador que todavía no ha sido asaltado”.
Cinco años, una pandemia y el estallido social después, Felipe Gálvez recuerda en septiembre de 2023 en el Festival de Toronto la energía de “Rapaz” aumentada en su espectacular ópera prima “Los Colonos”.
-No puedo si no hacer solo historias que muestren lo que nos ocultan los voceros de la historia oficial en Chile. “Rapaz” fue una historia incómoda y una aproximación que no todos quieren apreciar. Y con “Los Colonos” me pasa lo mismo: es la historia de un genocidio contra el pueblo Selk’nam que ha sido invisibilizado.
Ha pasado un plan quinquenal desde “Rapaz” y la mirada de Felipe Gálvez, ya sin lentes mediante, está clavada en la certeza de un presente brillante.
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“Los Colonos”, escrita por el propio Gálvez, Antonia Girardi y Mariano Linás, ha sido una película hija de la constancia: la preparación a fuego lento de una de las mejores operas primas de 2023 según han fichado relevantes medios anglosajones como IndieWire. “Un debut magistral (...) Es una película que demuestra que, por muy fácil que sea olvidar el pasado, es aún más fácil cuando nunca se enseñó en primer lugar", anotó el crítico Christian Blauvelt de IndieWire en Cannes.
Se trata de un portento fílmico que ha tenido a Felipe Gálvez durante más de una década buscando la manera de hacer posible, no precisamente el sueño, pero sí realidad una de las peores pesadillas de la historia de Chile.
El relato de “Los Colonos” tiene la forma de un viaje del héroe, pero a la inversa. Seguimos el periplo de tres antihéroes, mercenarios disímiles entre sí: un mestizo chileno (Camilo Arancibia), un oficial inglés (Mark Stanley) y un gringo (de nuevo el señor de “Rapaz”, Benjamin Westfall) que son parte de una caravana del pavor y cuyo objetivo es llevar a cabo la lucrativa limpieza étnica promovida por el poder terrateniente chileno. Se pagarán libras esterlinas a cambio de las orejas mutiladas que demuestren el exterminio de los “indios” que, según la barbárica visión de tales señores feudales, dañan sus negocios de pastoreo.
-Postulamos cinco veces al Fondo Audiovisual con “Los Colonos”. Perdimos las cinco veces. Logramos, sin embargo, a lo largo de estos diez años de preparación y búsqueda de productores fondos de Inglaterra, Argentina, Taiwán, Alemania, Suecia, Francia y Dinamarca. De siete países, menos de Chile. Cuando en última instancia corrió la lista de espera, recién pudimos adjudicarnos los fondos.
“Los Colonos” es una película que rompe el molde. Se atreve a abrazar las coordenadas del western pero desde un punto de vista autoral. Actualmente manda en la industria del cine lo que se conoce como el “Smart Genre” o Género Inteligente. Comedias, terror, sci fi y, claro, una de vaqueros, pero con cabeza, ideas, que no sean solo el intrascendente acompañamiento para masticar las ruidosas cabritas dentro de las multisalas de cine.
"Los Colonos" ha sido una película hija de la constancia: la preparación a fuego lento de una de las mejores operas primas de 2023 según han fichado relevantes medios anglosajones como IndieWire.
Estamos ante un relato que es cine en estado puro. Pero también es una desconstrucción de lo que significa el propio western: digámoslo, un género exclusivamente estadounidense y que se autoimpuso desde la propaganda industrial de Hollywood, a inicios del siglo 20, para reforzar y expandir aquella idea del Destino Manifiesto sobre que EE.UU. es una nación elegida y destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico, casi por mandato divino.
En esa estructura de justificación del exterminio étnico en favor del amén capitalista, la conquista del Oeste era también una lucha del hombre “blanco” contra el “aborigen”. Este último representado durante los primeras décadas del western como el villano o el némesis del héroe: un Tom Mix que después involucionó en el rudo John Wayne y que, finalmente en los años 60 y 70, devino en el revisionismo y sincretismo de vaqueros menos racistas y fascistas como Clint Eastwood en “Los imperdonables” y Kevin Costner en “Danza con lobos” y sin duda Dustin Hoffman como un blanco adoptado por una tribu en la excepcional y nunca bien ponderada “Pequeño gran hombre”, del gran Arthur Penn.
Siempre se habla del canto del cisne del western, pero su interminable final quizás sea una nueva vida después de la muerte de este género que ya no es lo que era, pero que en las manos correctas puede llegar a buen destino. Y con la energía y estrategia artística desplegada por el director chileno Felipe Gálvez, por ejemplo, el western ha resucitado en cuerpo y alma en “Los Colonos”.
A diferencia del spaghetti western filmado e inventado por Sergio Leone et al en la localidad española de Almería, con códigos exagerados y de trazos más gruesos pero con un encanto aún vigente, este “Chilean western” de Felipe Gálvez está poblado de una brutal denuncia social. Se alimenta de vergonzosos hechos reales, por muy ficcionados que se hallen, y se mueve más que en la propaganda “blanca”, por el contrario, se desplaza entre las municiones contra las verdades oficiales.
“Los Colonos” usa de esta manera las armas -literales y metafóricas- de un género cinematográfico esencialmente colonialista para lograr espantarnos sobre el horror del genocidio Selk’nam. De hecho, recién en septiembre de 2023 el Congreso de Chile aprobó reconocer al pueblo Selk'nam como una de las principales etnias indígenas del país.
Y cobra en este sentido vital importancia que el punto de vista testigo de la película sea justamente el del personaje mestizo de la película: un “indio” que se somete a la cadena del mando “blanco” extranjero para sobrevivir. Aunque en una preciosa secuencia en la niebla de la Patagonia este joven moreno oculte sus verdaderas intenciones y apunte por algunos segundos su arma de fuego al invasor en vez de a los aborígenes que valen más muertos que vivos.
Este “Chilean western” de Felipe Gálvez está poblado de una brutal denuncia social. Se alimenta de vergonzosos hechos reales, por muy ficcionados que se hallen, y se mueve más que en la propaganda “blanca”, por el contrario, se desplaza entre las municiones contra las verdades oficiales.
“Los Colonos” además impone en la conversación social el despiadado racismo de nuestra sociedad. Quizás no nos demos cuenta en Chile del racismo de cada día. No clasismo. Racismo. Pero a propósito de esta postura tan clara y lúcida de “Los Colonos”, valga relacionar esto: cuando se estrenó “Machuca”, de Andrés Wood, en el Festival de Cannes de 2004, lo que más llamó la atención de la crítica primermundista fue la diferencia racial que marcaban una vez vista la película entre el niño rubio del colegio de clase alta, Infante, que entablaba amistad con el niño “indio” de clase baja, Machuca. Recuerdo que muchos colegas críticos de cine de Alemania e Inglaterra y Francia me hacían notar el punto: “Machuca” no solo era una crítica a las brutales diferencias sociales de Chile de 1973. Además, era un relato sobre el racismo y una especie de apartheid donde los blancos viven endogámicamente entre ellos y el resto de los “mestizos”, en otros lados lejos de los privilegios del poder. ¿Suena parecido a algo?
No por nada, me decían los colegas, “Machuca” empezaba haciendo referencia a un personaje de western clásico: “El Llanero Solitario” y su compañero “indio” “Toro Sentado” (que en inglés se decía “Tonto”… ¿una ofensa nada de escondida entre líneas para el público hispanoparlante?): el dúo de la pantalla que luego era convertido en un eco infantil gracias a la pareja protagónica de niños.
Felipe Gálvez filma una parte poco ilustrada de nuestra historia. El exterminio de un pueblo, una colonización bestial y la debacle moralmente telúrica que todo eso implica en un territorio indómito: un paisaje espectacularmente recortado por los ojos de un cielo que nunca fue tan poco protector.