La calle Bombero Nuñez está desierta en esta tarde de octubre. Los locales nocturnos permanecen cerrados desde la noche anterior. En el interior del bar El Clan, los integrantes de Santo Barrio repasan las canciones que crearon cuando la mayoría no superaba los veinte años de edad. Hay ansiedad. Las expectativas del público son altas y entusiastas, de hecho, las entradas se agotaron tan rápido que la noticia tomó por sorpresa a los músicos.
Durante estos años, una parte menor de los miembros de Santo Barrio siguieron camino en la música, específicamente en la producción y otros continuaron tocando, pero la mayoría escogió universos laborales distanciados de la cultura, por lo que el temor a estar oxidados en esta noche de ska, después de tanto tiempo sin subir a un escenario como banda, es una realidad. En todo caso, la sensación general es de alegría, están contentos por revivir un proyecto que duró veintitrés años y que los hizo viajar por el mundo.
La formación actual cuenta con el noventa por ciento de integrantes históricos. Están César Farah y Cristóbal González a la cabeza, le siguen Ivo Fadic, Iván Nuñez, Claudio Contreras “Chamo”, Rafa Becerra, Alejandro “Jano” Ramos, Gonzalo Chamorro, Cristóbal Ulloa y los integrantes nuevos. Nicolás Becerra y Benjamín Monroy.
Son las mismas almas de hace treinta años, personas cambiadas físicamente por el ineludible paso del tiempo, reunidas ante el sueño juvenil que abandonaron durante años, un proyecto que resistió palpitando debajo de la alfombra de la sala de ensayo, y que guardó sus canciones entre los dientes de los vocalistas del grupo, esperando el día en que se pudieran cantar.
El show parte con “Tumbao Rebelde”, la presenta César Farah y continúa la canción más intensa de su repertorio, “Botella”, que ofició como mensajera del tiempo, invitando a flotar en un mar de aplausos y a navegar entre oleadas de nostalgia adolescente.
El acercamiento del grupo comenzó a gestarse en el 2019, donde algunos de los integrantes históricos se reunieron para tocar en Plaza Ñuñoa, al fragor del estallido social. Para 2023, a propósito del fallecimiento de Roberto “Tito” Díaz, baterista de Sandino Rockers, volvieron a reunirse para cantar en su velorio. En la ocasión, con una formación que incluyó al querido vocalista César Farah, voz de Tumbao Rebelde (Bizarro-Warner Music, 1997) álbum que tuvo gran recepción: sus videos musicales rotaron por programas de la televisión abierta y por el canal MTV, emblema del videoclip en la década del noventa, lo que además aportó gran prestigio a la banda.
Tumbao Rebelde situó al grupo como una de las bandas con mayor proyección de la época, años que se caracterizaron por una efervescente escena musical, en la que nacieron bandas como Los Tres, Lucybell, Saiko, Javiera Parra y Los Imposibles, Canal Magdalena, Papa Negro, Los Tetas, La Pozze Latina, La Ley, Los Miserables, Tiro de Gracia, Santos Dumont o Chancho en Piedra. Algunos prosperaron, otros se disolvieron y mantienen hasta hoy rencillas que parecen indisolubles. También existen los que apretaron pause hasta nuevo aviso. Como sea, esa camada de grupos que aparecieron desde inicio y mediados de los noventa fueron una especie de extensión de “la voz de los ochenta” a la que le cantaban Los Prisioneros, pero que buscaban su propia audiencia: los adolescentes del momento, una generación seducida por los acordes de guitarra, por los beats, por las letras contestatarias y poéticas, abiertos a consumir música chilena y a aprender a tocar instrumentos con cancioneros de papel que se compraban en los kioskos de diarios.
El salón rockero está repleto, con el calor que generan los cuerpos al bailar parece sauna y las gotas de sudor ruedan por la espalda. Los músicos dan todo sobre el escenario y el público se retuerce con las canciones. Vienen “Marino sin vacilón”, “Marabunta”, “V Sol”. Todas coreadas hasta el tuétano, incluyendo los fraseos musicales: todo se canta esta noche porque se extrañaban estas putas canciones. En la barra salen por decenas las cervezas, los aperol, las bebidas. Con la euforia colectiva, más de uno queda encaramado sobre el escenario; entre el alcohol y los bailes es fácil llegar al descontrol. Hoy se celebra en grande porque la espera llegó a su fin.
Hace unas semanas, en la sala de ensayo del barrio 10 de julio, Santo Barrio repasaba su repertorio y se conectaba con la historia de la banda. Hablaban de recuerdos de sus giras, de tocatas, de alegrías y penas. La sala se transformó en la guarida de los fines de semana, el día feliz del calendario, el lugar para archivar por un momento sus vidas y encontrarse con lo que fueron, con lo que soñaron, con la lucha que en algún momento soltaron.
Farah tenía anotadas en un papel apuntes de las letras, Cristóbal cantaba y tocaba la batería como en antaño. Los bronces de Ivo, Jano y Rafa se acoplaban con las percusiones de Chamo y en las murallas resistían afiches de conciertos que a la fecha son piezas de arqueología. Los músicos comenzaban una y otra vez buscando la precisión. Compartieron agua mineral y comestibles. Aprovecharon que estaban juntos para hacer una sesión fotográfica y dejar un rastro del presente, posando en el barrio santo con la alegría del regreso en sus miradas.
En El Clan, el show vibra con la energía de las canciones y sus mensajes sociales, ideas que siguen vigentes y que les dan la razón. Homenajean a Sumo, luego viene “El toque” y le sigue “H Funk” instrumental de Willy Crook donde la sección de cinco bronces se luce en su despliegue. Mientras tocan y avanzan con el show, el tiempo en la botella se detiene, viaja a una noche de 1999 cuando los vi en La Batuta y disfruté hasta quedar sin aliento en la pista de baile. En el 2024 compruebo que la fascinación es la misma; la alegría de cantar y bailar sin pensar en nada más que propone Santo Barrio sigue latente. Cantamos “Ritual de la banana” de Los Pericos, "Traigo el aguante", “Pega fuerte”, “Tony Manero”. Se congela la vida para dar paso a eso tan etéreo que llamamos felicidad.
Santo Barrio llegó, no sabemos si para quedarse o para mostrar que están rockeando como en su mejor época, cuando iban de invitados a la tele a color, a programas musicales de canal Rock & Pop o aparecían en las revistas Zona de Contacto o Extravaganza! junto a grupos como Los Peores de Chile, Profetas y Frenéticos, Joe Vasconcellos o Massacre.
Tal vez este retorno sea fugaz, como una estrella que se desvanece como la arena de un reloj. Quizás encuentren en este presente un lugar que los acoja y escoja. Sea como sea, el recuerdo craquelado de sus canciones continúa golpeteando en nuestros corazones, pegando fuerte, tocando la gloria, como lo hacía el brazo moreno tatuado de Martín.
Fotografías de Ronnie Zúñiga (@ronnieph.cl) e Ignacio Orrego (@fotorock).