Crónica

A cinco años del estallido


Ser constituyente me arruinó la vida

Las elecciones del fin de semana dejaron en evidencia el castigo por haber participado en el proceso constituyente: de los 23 exconvencionales que se lanzaron como candidatos, solo tres fueron elegidos. ¿Qué otros impactos en sus vidas personales y laborales sufrieron quienes fueron parte de la Convención? ¿Qué reflexiones sacan de todo eso?

Es, quizás, el único consenso: todos se vieron impactados por el proceso constituyente. Lo que en un principio fue planteado como una salida política a la crisis del estallido social se convirtió en un problema generalizado. 

Para quienes apoyaron esa apuesta, a cinco años de la posibilidad de cambiar la Constitución parece un sueño lejano, casi imposible. Para los que rechazaron desde un principio, fue una pérdida de tiempo y gasto público. Para el gobierno, incluso cuando respaldaba (y, en el caso de Boric, impulsaba) la medida, significó dos años en los que prácticamente no pudo avanzar en una serie de materias. 

Y para los que se arriesgaron a ser los primeros convencionales constituyentes… Un poco de todo. 

Más allá de los casos más reconocidos –como lo que ocurrió con Rodrigo Rojas Vade tras su mentira, o los distintos ataques racistas que recibió  la expresidenta de la Convención Elisa Loncon–, la mayoría declara haber sufrido agresiones y amenazas en redes sociales. 

Cuatro ex constituyentes que pidieron no ser identificados en esta crónica revelaron haber vivido depresión y/o estrés postraumático luego de haber participado del proceso. Algunos empezaron su carrera política. Otros no quisieron saber nada más del tema. Varios otros comentaron que se demoraron meses en conseguir trabajo o tuvieron que cambiar de rubro.    

Aquí, cómo participar de la Convención cambió sus vidas. 

Pérdidas y amenazas

El escritor Jorge Baradit sabía que era difícil ganarle a un sector que, según él, “tenía todo”. “Era ir a la guerra, y uno sabe que si va a la guerra no solo puede perder, sino que te pueden matar y así fue: nos hicieron pedazos”. 

“Personalmente, perdí todo. Mis trabajos, los programas y participaciones en medios; fui cancelado por  toda la prensa y en la mayoría de las radios”, detalla. Recién ahora, más de dos años después del Rechazo, Baradit está “lentamente” recuperando espacios. 

Pero para él el daño fue más profundo. Menciona, por ejemplo, que sus propios adherentes empezaron a renegar de su trabajo o que las mentiras que se utilizaron en la campaña aún persiguen a los convencionales: “no pocas veces he sido enfrentado en la calle por haber querido ‘quitarle la casa a mi familia’ o por ‘querer robarnos las pensiones’”.

La científica Cristina Dorador vivió algo similar. Para ella, haber sido constituyente fue una experiencia que generó “un punto de inflexión” en su vida. En ese años, apenas veía a sus hijos y a su familia. Viajaba todas las semanas y, entre las reuniones virtuales, escritura de textos y solicitudes de prensa, nunca había descanso. “Y siempre había que sonreír: cualquier cosa que dijéramos o hiciéramos se convertía en un ataque”, comenta. 

En su opinión, tanto el proceso de campaña como lo que vino post Rechazo fue difícil. “Nunca esperé lo que vino después, que nos convirtiéramos en parias. El Rechazo se desbordó hacia nosotros, teníamos tiña o sarna. Recibí varias amenazas de muerte: ‘disuélvete en ácido’”. 

Eso todavía le duele. Dice que los convencionales eran personas que querían un país mejor. En su caso, que la Constitución fuese ecológica para enfrentar la crisis climática, que se acabaran las injusticias y hubiera oportunidades para todos. 

“Me costó mucho recuperar las energías y encontrar nuevamente motivación para seguir adelante. Había mucha desesperanza alrededor. Quienes éramos independientes nos tocó la peor parte, porque algunos partidos políticos nos responsabilizaron de la derrota, que no éramos políticos profesionales. Todos buscaron salvarse. Nosotros fuimos abandonados”, afirma. 

En la misma línea, el médico Gaspar Domínguez dice que lo que más ha cambiado en su vida tras la Convención es su forma de ver la política y las personas en los lugares donde se toman decisiones. 

“Con gran pesar descubrí que los espacios de deliberación pública no son tales; la ciega convicción en la propia posición es habitual, y la desconfianza hacia quienes piensan diferente transforma a estos en enemigos, en lugar de adversarios. Esta polarización afectiva se aleja de las discusiones racionales que creía que existían. Aquí, importa más ‘la guata’ que la evidencia”, afirma.  

En su caso, su camino como médico sufrió un paréntesis de casi dos años. Ahora sí continúa haciendo las mismas cosas que habría hecho si nunca hubiera pasado por la Convención. 

Trabajo y política 

Entre los exconvencionales entrevistados hay un consenso: quienes ya se dedicaban a la política y participaron del proceso se vieron menos afectados que el resto. Pudieron seguir con ese aspecto de su vida sin mayores problemas. No fue así con todos. 

Después de la Convención, a la profesora de historia Lisette Vergara le costó encontrar trabajo. Su experiencia política como independiente, dice, “no era algo que quisieran los directivos, por el miedo injustificado del supuesto adoctrinamiento y prejuicios propios del sistema educativo hacia los docentes de esta cátedra”. 

Algo similar ocurrió con Cristóbal Andrade –más conocido como Dino azulado. Antes de ser convencional, trabajaba en el área de administración de un renta car y renunció a sus 11 años de vida laboral para postularse al proceso. Tras la victoria del Rechazo, estuvo ocho meses sin conseguir trabajo. “Creo que fue por el tema de tener mucho conocimiento y pensaban que iba a sindicalizar la empresa, cosa que no habría hecho… Yo solo quería trabajar y nada más”, dice. 

Aun así, dice que eso pasa a un “segundo plano” cuando en las calles se encuentra con personas que reconocen el trabajo hecho. Además, el haber sido convencional le abrió la puerta a una nueva posibilidad: hacer política. En las elecciones del fin de semana fue candidato a concejal por la comuna de Quilpué. 

No fue el único exconvencional a lanzarse como candidato. Giovanna Grandón, conocida como Tía Pikachu, aparecía en las papeletas como candidata independiente a consejera regional por las comunas de Santiago V. Ni ella, ni Cristóbal, ni otros 18 exconvencionales que se postularon ganaron. La mayoría, de hecho, obtuvo las votaciones más bajas en las elecciones. Solo tres fueron elegidos: Carol Brown (UDI), como alcaldesa de San Miguel; Helmuth Martínez (independiente), como alcalde de Curahue, y María Cecilia Ubilla (Republicanos), como concejal en Osorno.

“¿Qué pasó con los que fuimos a la guerra? Lo dimos todo y nos quedamos sin nada. Tendrán que venir otros a superar este momento gris y amargo. Nosotros estamos políticamente fuera”, comenta Baradit. 

Pese a eso, Giovanna Grandón dice ser una mujer fuerte. Tras su paso por la Convención sufrió “maltrato y desprecio en redes sociales, con mensajes de odio y amenazas”, algo que afectaba a su familia y a sus amigos. También vio cómo la mayoría de sus compañeros no ponía en sus currículums el trabajo en la Convención “por miedo a que esto fuera un obstáculo para postular”. “A mí no me afectó tanto… Yo me siento orgullosa de pertenecer al 38% que votamos por el Apruebo”, afirma. 

Lisette Vergara coincide: “yo soy una ‘viuda del Apruebo’”. También le da pena ver cómo muchos chilenos “perdieron la esperanza y cayeron en un letargo individual que quién sabe si volverá a encenderse”.

Nuevas redes

Aunque reconocen varias dificultades después del Rechazo –en específico el desgaste físico y emocional, la violencia política y el hostigamiento en redes sociales–, para quienes venían de la militancia es importante reivindicar lo bueno del proceso. 

Es el caso, por ejemplo, de psicóloga feminista Alondra Carrillo. “Lo principal que cambió en mi vida es que la participación en la Constituyente permitió multiplicar las redes, las conexiones, los vínculos con personas y organizaciones de nuestro país y a nivel global para poder seguir en esta tarea”, afirma. 

Para ella, la organización política “no es lineal: hay derrotas, derrotas temporales, existe la necesidad de la autocrítica, del desarrollo de la autocrítica colectiva, de recalibrar la brújula, pero de nunca soltar los procesos organizativos y de transformación social porque no son un capricho de nadie”. Por eso considera que las oportunidades que le brindaron la Convención son “maravillosas”. 

La bioingeniería Elisa Giustinianovich apunta en la misma línea. Ella viene del mundo activista, desde la universidad participó de varias agrupaciones socioambientales, ecologistas, voluntariados en poblaciones. Por lo mismo, considera que quienes han hecho trabajos en esa línea “siempre hay una sensación un poco en un espacio de resistencia, ya sea de resistencia frente a los proyectos extractivistas, resistencia a las condiciones de precarización de la vida, de los sectores más populares, de cómo poder generar estrategias para poder enfrentar esas condiciones de desigualdad”. 

En ese sentido, participar del proceso constituyente para ella significó una serie de experiencias vinculándose con organizaciones sociales y activistas que le permiten hoy pensar en estrategias más efectivas a la hora de entregar con mayor fuerza los mensajes que quiere transmitir. 

“Yo trato de ver siempre el vaso medio lleno y me quedo con los aprendizajes, con la experiencia que fue para mí tremendamente enriquecedora y agradezco mucho haber tenido la oportunidad de vivir, creo que es algo imborrable para la vida de cualquier persona”, afirma. 

Mirada a futuro 

Pese a todo, cada uno de los convencionales entrevistados para esta crónica destacan los aprendizajes de haber participado en la Convención. 

“Fun un intensivo de política… Diría que sirvió para poner a prueba mi convicción y la de quienes me rodeaban, conocimientos que tienen un gran valor para hoy y el futuro”, dice Lisette Vergara. 

En la misma línea, Giovanna Grandón dice que el proceso la inspiró a estudiar servicio social. Va en segundo año y reconoce que la “escuela constitucional” le sirvió. “Por lo mismo me va bien en los ramos de derecho y técnicas de recolección de información”. Además, con los conocimientos que adquirió en la Convención formó un sindicato de mujeres trabajadoras, donde ha hecho cursos de capacitación y creó una escuelita artística gratuita para niños de cinco a 13 años. 

Siempre queda un espacio para seguir. En el caso de Cristina Dorador, la ciencia sigue siendo su lugar y pudo refugiarse en ella: “Escribí un libro (Amor microbiano) cuando ya me sentía mejor. Escribí sobre el amor porque es lo que más necesitamos”. 

Quizás sea lo único que necesitamos a cinco años del estallido y a dos del Rechazo.